Sudán se ha convertido en el escenario de violentos enfrentamientos entre miembros del ejército regular sudanés, cuyo líder está al frente del gobierno desde el golpe de Estado de octubre de 2021, y las milicias paramilitares conocidas como Fuerzas de Apoyo Rápido.
Los combates se están llevando a cabo desde el sábado y tienen a Jartum como el principal epicentro pero también hay combates en otras ciudades importantes del centro y norte del país. Estos son el resultado directo de una encarnizada lucha de poder dentro del país gobernado por los militares luego del derrocamiento de al-Bashir en 2019.
Se estima que ya son más de 800 los muertos y los heridos estarían superando los cuatro mil sudaneses. Estas son cifras oficiales, y si bien el saldo es muy importante y trágico, la ONU señala que ese número debería multiplicarse al menos por cuatro.
Las organizaciones civiles y partidos políticos sudaneses viene reclamado no solo el fin de los combates entre el Ejército sudanés y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido, de estos días, sino también el final de la «militarización» que ha dominado el país durante décadas y, en particular, desde el derrocamiento hace cuatro años de Omar al Bashir tras una revolución en la que los civiles fueron parte instrumental, pero el ejército aliado con las fuerzas que hoy está enfrentado fueron los grandes ganadores del derrocamiento de al-Bashir.
Enemigos íntimos
El gobierno sudanés es una junta gubernamental formada luego del derrocamiento de Omar al-Bashir. En esta junta el poder se comparte entre los militares, liderados por el general Abdelfatá al Burhan y los paramilitares de las Fuerzas de Acción Rápida, que tienen como referente a Mohamed Hamdan Dagalo, alias ‘Hemedti’, número dos en la junta que gobierna el país. Ambos “ejércitos” fueron parte del derrocamiento de Al-Bashir, aunque a las FAR, se las pueda colocar también como una facción que estuvo del lado del dictador. De hecho fueron creadas por este como medio de defensa ante los movimientos y manifestaciones que buscaban un gobierno civil.
Las discrepancias entre ambos generales comienzan con la intención de Hemedti de integrar su fuerza paramilitar al ejército regular. Estas son las causas aparentes que desataron el conflicto, en donde al-Burham vio una maniobra que le disputaría el poder. Además ellos están en desacuerdo sobre la dirección que ha tomado el país y la propuesta de transición hacia un gobierno civil, al que Hemedti no ve con malos ojos.
No está claro quién hizo el primer disparo el sábado por la mañana, pero se teme que las hostilidades contribuyan a empeorar una situación que de por sí ya es inestable.
Lo cierto es que “el pueblo de Sudán quiere que sus militares vuelven a sus cuarteles. El pueblo quiere una democracia y un gobierno dirigido por civiles. Sudán necesita volver a ese camino”, afirmó el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, tomando una postura a favor de una democracia que difícilmente pueda llegar hoy, en este contexto con las calles de Jartum bañadas de sangre.
Fuerzas de Apoyo Rápido
Las RSF se formaron en 2013 y tienen su origen en la milicia Janjaweed, que combatió brutalmente a los rebeldes en Darfur. Desde entonces, el general Dagalo ha construido una fuerza poderosa que ha intervenido en conflictos en Yemen y Libia, y que controla algunas de las minas de oro de Sudán, en el norte del país.
Estas fuerzas también han sido acusadas de abusos a los derechos humanos, incluida la masacre de más de 120 manifestantes en junio de 2019. Una fuerza “militar” tan poderosa por fuera del ejército que es vista como una fuente de inestabilidad para los planes de poder del general a cargo de la presidencia. Según la Corte Penal Internacional, uno de los primeros actos que realizó fue ayudar a Omar al Bashir en la defesa de su gobierno.
Para ese momento, podemos decir que las tropas sudaneses contaban con un arsenal moderno y con gran magnitud. Sin embargo, no contaban con la cobertura necesaria para hacer frente en las zonas rurales y áridas de Darfur, uno de los territorios más extensos del país. En aquella época, el ejército regular sudanés contaba con una potente fuerza aérea y armamento pesado, pero carecía de la movilidad necesaria para combatir con eficacia en las zonas rurales y las zonas áridas de Darfur, que como hemos mencionado, es donde las FAR utilizando caballos, camellos y camiones 4×4 con armas montadas, atacaron por igual a rebeldes y aldeas civiles. De esta manera esta fuerza ayudó a cambiar el curso de la guerra a favor del gobierno de Bashir.
Bashir recompensó económicamente a la unidad y sus mandos se hicieron ricos y poderosos. Comenzó a desplegar el grupo más allá de Darfur para responder a la violencia tribal a lo largo de las fronteras de Sudán.
En 2019, las protestas civiles expulsaron a Bashir del poder. Dos años más tarde, los militares y la FAR dieron un golpe de Estado antes de entregar el poder a un gobierno dirigido por civiles bajo presión internacional a finales de 2022. Pero ese acuerdo parece haber fracasado, preparando el escenario para los enfrentamientos que comenzaron el sábado pasado.
Oro y poder
Como venimos señalando a lo largo de este texto, uno de los principales motivos del actual conflicto en Sudán parece ser la falta de diálogo entre los dos principales líderes militares que quedaron al frente del país. Pero entre todos los factores que aportan a la tensión interna en Sudán, hay un elemento clave: el país africano posee una de las reservas de oro más grandes del continente.
Solo en 2022, y de acuerdo al gobierno, Sudán logró exportaciones cercanas a los 2.500 millones de dólares que corresponden a la venta de 41,8 toneladas de oro. La mayor parte de las minas más rentables del país están bajo el control de Hemedti y las milicias del RSF, que financia su funcionamiento con la venta del metal precioso no solo al gobierno de Jartum, sino también a otros compradores de países vecinos. Claramente podemos ver que esta guerra interna comienza a tener ribetes que van más allá de un desacuerdo entre militares. Oro, poder y control asoman en el horizonte sudanés. De hecho las minas de oro se han convertido en la principal fuente de ingresos para un país con muchas dificultades económicas. Y en estos momentos de tensión se vuelven un objetivo estratégico. Teniendo en cuenta, como lo hemos expresado, que es una de las fuentes de financiación del FAR y que el ejército ve con cierto recelo.
Por supuesto que más allá de los combates que se vienen llevando a cabo en estos días y para los que parece no mediar una solución en el corto tiempo, no son la única consecuencia que afecta a uno de los países más extensos de África y de los más empobrecidos a pesar de su riqueza natural. La extracción sin control ha causado una serie de efectos devastadores en las zonas alrededor de las minas, con un saldo muy alto de personas no solo muertas por el colapso de minas, sino también enfermas por el mercurio y el arsénico que se utiliza en la extracción de este metal.
Esta maldición dorada del “país de los negros”, según su significado en árabe se remonta en el tiempo. Tras la independencia del dominio británico, en 1956, comenzó un difícil proceso de reorganización lleno de altibajos, guerras y luchas internas que fueron marcando el difícil camino del país.
En ese camino, el país encontró en la producción de petróleo la principal forma de financiación. Que se vio interrumpida en parte, cuando a mediados de la década de 1980 comenzó un proceso de independencia en el sur del país, que concluyó en 2011, tras un feroz conflicto interno, religioso y con intereses creados lejos de la frontera sudanesa, los EE.UU jugaron sus fichas en la partición del país. Así el territorio quedó formado por Sudán y Sudán del Sur, el país más joven del mundo.
Con esta independencia, Sudán perdió dos tercios del dinero que provenía de las exportaciones de crudo.
Estas pérdidas económicas comenzaron a revertirse en 2012, cuando se reveló que una zona llamada Jebel Amir, en el norte del país, podía contener reservas de oro suficientes para aliviar la difícil situación económica que vivía el país. Aquí cabe recordar que el norte del país es el territorio de dominio de las milicias FAR, un dato que hoy cobra relevancia.
De acuerdo a los registros locales decenas de miles de sudaneses acudieron en masa a esa región del país para probar suerte en minas poco profundas con equipos rudimentarios. Allí algunos encontraron oro y se hicieron ricos, otros fueron aplastados en pozos que colapsaron o se enfermaron envenenados por el mercurio y el arsénico utilizados para procesar las pepas del metal. Según la Universidad de Ciencia y Tecnología de Sudán, en análisis hechos en las vertientes de agua cercanas a las zonas mineras en 2020, se hallaron niveles de concentración de mercurio de 2004 partes por millón (ppm) y de arsénico de 14,23 ppm. De acuerdo a la OMS, los niveles permitidos son de 1 ppm para el mercurio y de 10 ppm para arsénico en el agua.
Hemedti, líder del FAR tomó control de la explotación minera. Los ingresos por venta del oro representaban cerca del 40% de las exportaciones del país. Literalmente, una mina de oro, convirtiendo a Hemedti en el principal comerciante del metal del país y con ello, también obtuvo el control de la frontera con Chad y Libia.
Gracias al control de la producción de oro, con 70.000 hombres y más de 10.000 camionetas armadas, las FAR se convirtieron en la infantería de facto de Sudán. El creciente poder de Hemedti hizo que las personas alrededor de Al Burhan pidieran controlar las acciones de las FAR. El ejército trató de utilizar las negociaciones de reforma del sector de la seguridad como parte de negociaciones más amplias para la transición política para controlar a las FAR.
Eso fue uno de los tantos factores que ha hecho escalar la tensión hasta los violentos enfrentamientos que se están librando en las calles de Jartum.
La paz y la democracia en Sudán tienen un camino dificultoso por recorrer. El poder, las riquezas naturales y los intereses externos son un motivo excluyente de injerencia en este camino. EE.UU, China, Rusia y la UE también tienen sus motivos para apoyar a los líderes que sumergieron al país en una intensa espiral de violencia. Tanto al-Burhan como Hemedti, están recibiendo apoyo externo de las potencias que libran en África su Nueva Guerra Fría. Los muertos y la pobreza sigue siendo el resultado de esta disputa. Esta vez le tocó a Sudán, ¿Quién será el próximo?
*Beto Cremonte es docente, profesor de Comunicación Social y Periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política, FPyCS UNLP.
Foto de portada: manifestación en las calles de Jartum. (internet)