Desde principios de 2022, Sri Lanka se enfrenta a una crisis política y económica sin precedentes. La narrativa dominante atribuye la crisis a la confluencia de la pandemia del Covid-19, el conflicto de Ucrania, la «diplomacia de la trampa de la deuda» de China y -lo más importante- la corrupción y la mala gestión de la familia Rajapaksa en el poder.
Los principales medios de comunicación occidentales celebraron el llamado movimiento de protesta aragalaya (lucha, en cingalés) que condujo a la destitución de los Rajapaksa y defiende el rescate del Fondo Monetario Internacional (FMI) como única solución a la grave situación económica.
Las protestas aragalaya surgieron de auténticas quejas económicas, pero no consiguieron desarrollar un análisis más allá de la exigencia «Gota, Go Home» de que Gotabaya Rajapaksa dimitiera como presidente. Influenciados por intereses locales y externos con sus propias agendas, los manifestantes mostraron poca o ninguna conciencia o crítica de la economía política global y del sistema financiero que están en la raíz de la crisis del país.
En 2022, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) informó de que el 60% de los países de renta baja y el 30% de las economías de mercado emergentes estaban «en dificultades de endeudamiento o cerca de ellas». Aunque los detalles difieren de un país a otro, los patrones históricos de subordinación que han dado lugar a las crisis mundiales son los mismos.
La crisis de Sri Lanka es un ejemplo ilustrativo de las crisis mundiales convergentes de deuda, alimentos, combustible y energía a las que se enfrenta gran parte del mundo. Son la parcialidad de los medios de comunicación corporativos y el control narrativo los que desvían la atención de este análisis.
La grave crisis económica y de la deuda de la isla debe verse en un contexto mundial más amplio como la culminación de varios siglos de desarrollo colonial y neocolonial, y del paradigma capitalista desastroso e inevitablemente autodestructivo del crecimiento y el beneficio sin fin.
La deuda no es «un simple número, sino una relación social incrustada en relaciones desiguales de poder, discursos y moralidades… y… poder institucionalizado».
Colonialismo y neocolonialismo
El desarrollo de la agricultura de exportación y la importación de alimentos y otros productos esenciales bajo el colonialismo británico convirtieron a Sri Lanka en una unidad «periférica» dependiente de la economía capitalista mundial.
Adoptando ideologías de modernización y desarrollo y teorías de la ventaja comparativa, el imperativo capitalista integró economías indígenas, campesinas y regionales autosuficientes en la creciente economía mundial, mediante la apropiación de tierras, recursos naturales y mano de obra para la producción de exportación.
La agricultura monocultural, la minería y otras producciones basadas en la exportación perturbaron los modelos tradicionales de rotación de cultivos y producción de subsistencia a pequeña escala, más armoniosos con los ecosistemas regionales y los ciclos de la naturaleza. El desarrollo de plantaciones contribuyó a la deforestación y a la pérdida de biodiversidad y de hábitats animales.
Mientras una pequeña élite local prosperaba gracias a su colaboración con el colonialismo, la mayoría de la población se empobrecía, se endeudaba y dependía de los caprichos del mercado mundial para su sustento.
Aunque los países colonizados, entre ellos Sri Lanka, obtuvieron la independencia política tras la Segunda Guerra Mundial, el intercambio desigual continuó bajo el neocolonialismo. La relación de intercambio perjudicaba al «Tercer Mundo», ya que su mano de obra, sus recursos y sus exportaciones estaban muy infravalorados y las importaciones sobrevaloradas.
La dinámica se entiende mejor como países más pobres sobreexplotados que subdesarrollados. El aumento de la población, combinado con la corrupción y la ineficacia de los gobiernos locales, dio lugar a una escasez endémica de divisas y a crisis económicas en Sri Lanka y muchos otros países.
El alivio de la deuda y la ayuda concedida por el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones del Norte Global han sido meras tiritas para mantener a los países ex coloniales atados a las estructuras financieras y económicas mundiales. Tras la independencia, Sri Lanka acudió al FMI 16 veces antes del actual rescate de 2023, que pretende perpetuar aún más el ciclo de dependencia de la deuda del país.
La transferencia de riqueza financiera y de recursos de los países pobres del Sur Global a los países ricos del Norte no es un fenómeno nuevo. Ha sido una característica perdurable a lo largo de siglos tanto de colonialismo clásico como de neocolonialismo.
Entre 1980 y 2017, los países en desarrollo desembolsaron más de 4,2 billones de dólares únicamente en concepto de pago de intereses, lo que empequeñece la ayuda financiera que recibieron de los países desarrollados durante ese periodo.
En la actualidad, las instituciones financieras internacionales -en particular el FMI y el Banco Mundial- permanecen fuera del control político y legal, sin siquiera una «rendición de cuentas elemental.»
Como señalan los críticos del Sur Global, «el abrumador poder de las instituciones financieras convierte en una burla cualquier esfuerzo serio por la democratización y por abordar el deterioro de las condiciones de vida socioeconómicas de la población de Sri Lanka y de otros lugares del Sur Global.»
Financiarización y deuda
La desregulación empresarial y financiera que acompañó al auge del neoliberalismo a partir de la década de 1970 ha dado lugar a la financiarización y a la creciente importancia del capital financiero.
A medida que se mercantilizan más y más aspectos de la vida social y planetaria y se someten a la digitalización y la especulación financiera, se pierde aún más el valor real de la naturaleza y la actividad humana. Como señala un Informe de Naciones Unidas de 2022, los precios de los alimentos se disparan hoy en día no por un problema de oferta y demanda, sino debido a la especulación con los precios en unos mercados de materias primas altamente financiarizados.
Un puñado de las mayores empresas de gestión de activos, en particular BlackRock (con un valor actual de 10 billones de dólares), controlan acciones muy importantes en empresas que operan en prácticamente todos los sectores principales de la economía mundial: banca, tecnología, medios de comunicación, defensa, energía, productos farmacéuticos, alimentos, agroindustria, incluidas las semillas, y productos agroquímicos.
La liberalización financiera avanzó cuando los tipos de interés bajaron en los países más ricos tras la crisis financiera mundial de 2008. Se animó a los países en desarrollo a obtener préstamos de los mercados internacionales de capitales privados a través de los Bonos Soberanos Internacionales (ISB, por sus siglas en inglés), que vienen acompañados de elevados tipos de interés y cortos periodos de vencimiento.
Aunque los detalles no están a disposición del público, BlackRock es al parecer el mayor acreedor de Sri Lanka en bonos soberanos internacionales. La mayor parte de la deuda externa de Sri Lanka son ISB, y más del 80% de la deuda del país se debe a acreedores occidentales, y no -como se proyecta en la narrativa dominante- a China.
La financiación de la deuda del FMI exige que los países cumplan sus conocidas condiciones de ajuste estructural: privatización de las empresas estatales, recortes de las redes de seguridad social y de los derechos laborales, aumento de la producción para la exportación, disminución de la sustitución de importaciones y alineación de la política económica local con los intereses de Estados Unidos y otros países occidentales.
Se trata de los mismos objetivos que el colonialismo clásico, sólo que se ocultan mejor en el sistema y el lenguaje modernos, más complejos, de las finanzas, la diplomacia y la ayuda mundiales.
En Sri Lanka se está aplicando una amplia gama de políticas que persiguen estos objetivos, como la venta de empresas estatales de energía, telecomunicaciones y transporte a propietarios extranjeros, con graves consecuencias para la independencia económica, la soberanía, la seguridad nacional y el bienestar de la población y el medio ambiente.
El enfoque del FMI no aborda las necesidades a largo plazo de biorregionalismo, desarrollo sostenible, autonomía local y bienestar. Un pequeño país vulnerable como Sri Lanka no puede cambiar por sí solo la trayectoria del desarrollo capitalista mundial.
La solidaridad regional y mundial y los movimientos sociales son necesarios para desafiar al desquiciado sistema financiero y económico mundial que está en la raíz de la crisis actual.
Resistencia del Sur Global
Desde la década de 1970, los países en desarrollo y la UNCTAD han iniciado importantes proyectos de colaboración para desarrollar un marco jurídico multilateral para la reestructuración de la deuda soberana.
Sin embargo, son inútiles ante la poderosa oposición de los acreedores y la protección que les brindan los países ricos y sus instituciones multilaterales, y la ONU ha fracasado a la hora de mantener el compromiso y poner en marcha un mecanismo de reestructuración de la deuda.
Sri Lanka fue un líder mundial en los esfuerzos por crear un nuevo orden económico internacional, el Movimiento de Países No Alineados y el Océano Índico como Zona de Paz en las décadas de 1960 y 1970.
En los primeros años de su independencia política, países de toda Asia, África y América Latina intentaron forjar sus propias vías de desarrollo económico y político, independientes tanto del capitalismo como del comunismo y de la Guerra Fría.
Entre ellos figuraban proyectos socialistas africanos como el Ujamma de Tanzania, programas de sustitución de importaciones en América Latina, y el nacionalismo de izquierdas y los esfuerzos de descolonización en Sri Lanka y muchos otros países.
Casi sin excepción, estos esfuerzos nacionalistas fracasaron, no sólo por la corrupción interna y la mala gestión, sino también por la persistente presión e intervención externas.
El Norte Global ha realizado enormes esfuerzos para impedir que el Sur Global se salga del orden mundial establecido. Un ejemplo de ello es la nacionalización de las compañías petroleras de Sri Lanka en 1961, propiedad de países occidentales, y la reacción violenta contra el gobierno nacionalista de izquierdas de Sri Lanka, que se atrevió a tomar una medida tan audaz.
La respuesta occidental incluyó la Enmienda Hickenlooper, aprobada en 1962 en el Senado estadounidense, que ponía fin a la ayuda exterior a Sri Lanka y a «cualquier país que expropiara propiedades estadounidenses sin compensación». Como consecuencia, Sri Lanka perdió su solvencia, la situación económica interna empeoró y el gobierno nacionalista de izquierda perdió las elecciones de 1965 (con cierto apoyo electoral encubierto de Estados Unidos).
Al observar estos acontecimientos, el economista político Richard Stuart Olsen escribió que «el carácter coercitivo de las sanciones económicas contra un país dependiente y vulnerable reside en el hecho de que una recesión económica puede ser inducida e intensificada desde el exterior, con el consiguiente desarrollo de una «privación relativa» políticamente explosiva».
Estas observaciones resuenan con la actual repetición en Sri Lanka del mismo círculo vicioso: una economía de exportación-importación dependiente del exterior; empeoramiento de la relación de intercambio; escasez de divisas; mala gestión política; presión política exterior; crisis de la deuda; escasez de alimentos, combustible y otros productos esenciales; sufrimiento masivo; y agitación política.
Rivalidad geopolítica
La actual crisis económica de Sri Lanka -la peor desde la independencia política del país de los británicos- debe considerarse en el contexto de la aceleración del conflicto geopolítico entre China y Estados Unidos en el océano Índico. Muchos otros países de todo el mundo también están atrapados en la competencia neocolonial de las superpotencias por controlar sus recursos naturales y lugares estratégicos.
Se especula mucho sobre si el impago de la deuda el 12 de abril de 2022 y la desestabilización política en Sri Lanka fueron «escenificados» o precipitados intencionadamente para favorecer la política de «Pivote hacia Asia» de Estados Unidos, la Estrategia Indo-Pacífica y la Alianza Cuadrilateral (Estados Unidos, India, Australia y Japón) en su competencia por enfrentarse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de 1 billón de dólares de China y contrarrestar la presencia china en Sri Lanka.
En Sri Lanka se reconoce ampliamente que «la política de neutralidad es la mejor defensa que tiene el país para disuadir a las potencias mundiales de intentar hacerse con el control de Sri Lanka debido a su ubicación estratégica.»
Aunque el ex presidente Gotabaya Rajapaksa afirmaba seguir una política exterior «neutral», se consideraba que los Rajapaksa estaban más cerca de China que de Occidente.
Después de que el primer ministro Mahinda Rajapaksa y el presidente Gotabaya Rajapaksa se vieran obligados a dimitir, Ranil Wickramasinghe -un político que fue rotundamente rechazado en las anteriores elecciones por el electorado, pero que es un estrecho aliado de Occidente- fue nombrado presidente en una transición de poder no democrática.
¿Hasta qué punto Sri Lanka y su pueblo fueron víctimas de una «doctrina de choque» manipulada desde el exterior y de una operación de cambio de régimen, vendida al mundo como una desintegración interna causada por la corrupción y la incapacidad locales? Aunque no es posible dar respuestas definitivas a estas cuestiones, es necesario considerar las pruebas creíbles disponibles y la geopolítica de la deuda y las crisis económicas en Sri Lanka y en el mundo en general.
Cambio de paradigma
A medida que el centro del poder mundial se desplaza de Occidente y surge un mundo multipolar, surgen nuevas asociaciones multilaterales para la financiación del desarrollo, como el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) -antes denominado Banco de Desarrollo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)-, como alternativas al Bretton Woods y otras instituciones dominadas por Occidente.
Sin embargo, dados proyectos controvertidos como las inversiones de la Ciudad Portuaria de China y la empresa Adani de India en Sri Lanka, así como sus proyectos en otros lugares, es necesario preguntarse si los BRICS representan una auténtica alternativa al modelo político-económico imperante basado en la dominación, el beneficio y el poder.
El poder político dominante en nuestra era se basa en la propaganda, el control de las narrativas y la explotación de la ignorancia y el miedo. Ante el empeoramiento del colapso medioambiental y social en todo el mundo, existe la necesidad práctica de un cuestionamiento fundamental de los valores, supuestos y tergiversaciones del modelo neoliberal dominante y sus manifestaciones en Sri Lanka y en el mundo.
En la raíz de la crisis a la que nos enfrentamos hay una desconexión entre el crecimiento exponencial de la economía impulsada por los beneficios y la falta de desarrollo de la conciencia humana, es decir, de la moralidad, la empatía y la sabiduría.
En última instancia, es necesario examinar el dualismo, la dominación y el paradigma del mercado no regulado para encontrar una vía equilibrada de desarrollo humano, basada en la interdependencia, la asociación y la conciencia ecológica.
Esta vía de desarrollo defendería los principios éticos necesarios para la supervivencia a largo plazo: uso racional de los recursos naturales, uso adecuado de la tecnología, consumo equilibrado, distribución equitativa de la riqueza y medios de vida para todos.
Artículo publicado originalmente en Asia Times.
*Asoka Bandarage es una académica de Sri Lanka especializada en desarrollo internacional, economía política, mujeres y estudios de género, multiculturalismo, análisis y resolución de conflictos, paz y seguridad.
Foto de portada: Getty Images