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Somalilandia es la nueva frontera del expansionismo sionista-israelí

Escrito Por Fernando Esteche

Por Fernando Esteche*. – El pasado 26 de diciembre de 2025, mientras el mundo distraía su atención en las festividades navideñas, Benjamin Netanyahu firmó el reconocimiento de Somalilandia como estado soberano e independiente.

El timing no es casual y nunca lo es cuando hablamos de la derecha sionista y su maquinaria de propaganda internacional. Israel se convirtió así en el primer país miembro de las Naciones Unidas en otorgar legitimidad a una entidad separatista que lleva treinta y cuatro años de aislamiento diplomático.

Con una retórica oficial que habla de “cooperación en agricultura, salud y tecnología”, típico lenguaje aséptico que usan los ministerios de relaciones exteriores para ocultar verdaderas intenciones estratégicas; lo que Netanyahu ha ejecutado es una maniobra geopolítica en el tablero africano, insertándose en una de las zonas estratégicas del planeta; el Cuerno de África, la entrada al Mar Rojo, la llave del comercio mundial entre Asia, África y Europa.

La movida es tan audaz como temeraria. El gobierno israelí ha ignorado deliberadamente el consenso internacional respecto a la integridad territorial de Somalia. Ha pasado por encima de la Unión Africana, de la Liga Árabe, de China, de Turquía, de Egipto. Ha desafiado el principio sagrado que la propia UA consagró en 1964 sobre la intangibilidad de las fronteras heredadas de la colonización. Netanyahu sabe perfectamente lo que está haciendo. Y lo hace porque puede.

De protectorado británico a república fantasma

Para comprender la maniobra, es necesario remontarse a la génesis colonial del problema. Somalilandia fue un protectorado británico hasta 1960, cuando obtuvo su independencia el 26 de junio de ese año. Durante cinco días gloriosos pero fugaces, existió como estado soberano, reconocido entonces por Israel y otros 34 países. Pero el matrimonio forzado con la Somalia italiana, recién liberada también, dio origen a la República de Somalia el 1 de julio de 1960.

Desde el primer momento, el proyecto de unificación estuvo viciado. Las diferencias en las concepciones estatales heredadas del colonialismo británico e italiano eran abismales. La Somalia británica había desarrollado una cultura administrativa anglosajona; la italiana, otra completamente distinta. El referéndum constitucional de 1961 evidenció el rechazo mayoritario de los somalilandeses al nuevo marco institucional, aunque la Constitución fue aprobada por el resto del país.

El golpe militar de Mohamed Siad Barre en 1969, plena guerra fría, profundizó las heridas. Su régimen, que se proclamó marxista-leninista y fundó la República Democrática de Somalia, contó con el apoyo contundente de la Unión Soviética entre 1969 y 1977. Moscú proporcionó armamento pesado, asesores militares, entrenamiento en academias soviéticas, y convirtió a Somalia prácticamente en un estado satélite. La URSS mantuvo una considerable base naval en el país y la estación de la KGB en Mogadiscio fue una de las más activas de África. Paradójicamente, este mismo respaldo soviético permitió a Barre construir uno de los ejércitos más poderosos del continente, que luego utilizaría para perpetrar atrocidades contra su propia población.

La ruptura entre Barre y la URSS se produjo en 1977-1978, durante la Guerra del Ogadén, cuando Somalia invadió territorio etíope reclamando la región del Ogadén de población somalí. Para sorpresa de Barre, Moscú decidió respaldar a la Etiopía del Derg, un emergente régimen socialista que acababa de derrocar al emperador Haile Selassie. La URSS y Cuba enviaron 20.000 soldados cubanos y cientos de asesores militares soviéticos para expulsar a las tropas somalíes, logrando recuperar el Ogadén en marzo de 1978. Somalia rompió relaciones con la URSS y se volcó hacia Estados Unidos, que aprovechó la oportunidad para ganar un aliado estratégico en el Cuerno de África en plena Guerra Fría.

Es en este contexto donde ocurre el genocidio contra el pueblo isaaq. Entre 1987 y 1989, ya completamente apoyado por Estados Unidos y sin el contrapeso soviético, el régimen de Barre perpetró lo que un informe de Naciones Unidas calificó como genocidio contra el pueblo isaaq. Este clan no es de toda Somalia, sino que constituye aproximadamente el 80% de la población del norte, en el territorio que hoy es Somalilandia, y representa cerca del 22% de la población somalí total. El Movimiento Nacional Somalí (SNM), formado por disidentes isaaq en Londres en 1981, había iniciado una insurgencia para derrocar a Barre en el norte del país. La respuesta del dictador fue intentar exterminar a todo el clan.

Los bombardeos masivos sobre Hargeisa (capital de Somalilandia) en mayo de 1988, que ganaron el sobrenombre de “la Dresde de África”, dejaron más de 40.000 civiles muertos y destruyeron el 90% de la ciudad. Burao, la tercera ciudad más grande de Somalia, fue arrasada en un 70%. Se estima que entre 50.000 y 200.000 civiles isaaq fueron asesinados según diversas fuentes. Más de 500.000 refugiados huyeron hacia Etiopía en lo que se describió como uno de los movimientos forzados más rápidos y grandes registrados en África. El gobierno somalí también plantó un millón de minas terrestres dentro del territorio isaaq y creó unidades especiales llamadas Dabar Goynta Isaaka (Los Exterminadores de Isaaq).

Estados Unidos, aliado de Barre después de la ruptura con Moscú, hizo la vista gorda ante el genocidio. Entre 1978 y 1990, Washington proporcionó cientos de millones de dólares en ayuda militar y económica. La firma de Paul Manafort, futuro director de campaña de Donald Trump, trabajó activamente limpiando la imagen internacional de Barre incluso mientras este masacraba a los isaaq. El alineamiento anti-soviético era suficiente para que Washington tolerara cualquier brutalidad.

Cuando Siad Barre cayó en 1991 y Somalia se desintegró en una guerra civil, Somalilandia declaró unilateralmente su independencia. Desde entonces, este territorio de 175.000 kilómetros cuadrados y 3,5 millones de habitantes ha funcionado de facto como estado independiente, con su propia constitución, moneda, ejército, policía y elecciones democráticas.

¿Caos orgánico o disolución estatal programada?

A partir de la caída de Barre Somalia se desintegró en pequeñas regiones independientes, sin un poder que gobernara en su totalidad. Desde entonces, el país ha vivido más de tres décadas de violencia permanente, fragmentación territorial y ausencia de un estado funcional que controle efectivamente su territorio. Pero llamar a esto simplemente “guerra civil” o “caos tribal” como lo hacen los medios hegemónicos es ocultar la verdadera naturaleza del proceso; una estrategia deliberada de disolución estatal impulsada por intereses imperialistas, particularmente estadounidenses, con el objetivo de Poco antes del derrocamiento de Barre en 1991, se habían concedido derechos de exploración petrolera sobre dos tercios del territorio somalí a las compañías Conoco, Amoco, Chevron y Phillips. Conoco llegó al extremo de ceder sus oficinas corporativas en Mogadiscio a la embajada de Estados Unidos días antes de que desembarcaran los marines, sirviendo como sede temporal del primer enviado especial de Bush. La intervención presentada como humanitaria ocultaba el objetivo real de proteger inversiones multimillonarias de las petroleras en un país con enormes reservas estimadas de petróleo y gas.

Cuando a principios de los años noventa el déspota dejó de ser útil como policía local, Washington suspendió la ayuda militar y económica, permitiendo que señores de la guerra y sus milicias lograran su derrocamiento. El colapso del gobierno central no fue accidental, sino consecuencia directa del abandono estratégico una vez que Barre había cumplido su función en el tablero de la ya disuelta Guerra Fría.

Lo que siguió fue la aplicación del manual imperial; Estados Unidos comenzó a tomar partido en lo que se había convertido en una sangrienta guerra civil, favoreciendo a algunos señores de la guerra sobre otros, lo cual produjo innumerables víctimas civiles fruto de ataques aéreos estadounidenses que provocaron furiosa reacción de la población somalí. La famosa “Batalla de Mogadiscio” de octubre de 1993, que debería ser más recordada siempre, donde 18 soldados estadounidenses fueron ultimados y sus cuerpos fueron arrastrados por las calles, obligó a Washington a una retirada precipitada, pero no al abandono de sus objetivos estratégicos.

La segunda fase de la disolución estatal programada llegó en 2006. La Unión de Tribunales Islámicos había logrado ese año lo que ningún otro grupo había conseguido en quince años; unificar amplias zonas del país bajo un gobierno funcional. Ese control de una organización islamista comenzó a incomodar a la comunidad internacional, sobre todo a la vecina Etiopía, quien no dudó en iniciar una intervención armada con apoyo de Estados Unidos. La invasión etíope de 2006, respaldada militarmente por Washington, destruyó el único intento serio de reconstrucción estatal desde 1991 y dio origen a Al-Shabaab, la organización llamada yihadista que hoy controla amplias zonas del país.

Múltiples fuentes destacan la importancia geopolítica de Somalia situada en el Cuerno de África, entre ese continente y la Península Arábiga, controla la entrada al Mar Rojo, por donde pasa un porcentaje significativo del tráfico marítimo mundial, incluyendo el petróleo de Oriente Medio. El general Schwarzkopf lo expresó con claridad brutal en 1991 ante el Senado estadounidense, calificando al embudo estratégico del Mar Rojo como centro de los intereses de Estados Unidos donde convergen África y Asia.

La estrategia imperial hacia Somalia no busca la reconstrucción de un estado soberano y funcional, sino su perpetuación como territorio fragmentado, controlado por señores de la guerra competitivos, atravesado por conflictos manipulables y abierto a la penetración de fuerzas extranjeras. En las zonas que se mantienen bajo administración de Mogadiscio, la situación no ha avanzado desde 1991. Diferentes señores de la guerra y estructuras de violencia se han apropiado de todos los servicios presuntamente estatales, creando grandes fortunas y estableciendo las bases para que se eternice, en su propio beneficio, la ausencia de cualquier aparato estatal.

Esta disolución estatal no es producto de “tribalismo ancestral” o “caos africano”, narrativas racistas que ocultan responsabilidades imperiales. Es resultado de décadas de intervención estadounidense; primero apoyando dictaduras brutales, luego abandonándolas estratégicamente, después financiando señores de la guerra, posteriormente invadiendo militarmente, más tarde respaldando invasiones regionales y finalmente bombardeando sistemáticamente bajo pretexto antiterrorista. Un estado somalí fuerte, unificado y soberano sería un obstáculo para el control estadounidense del Cuerno de África, las rutas del Mar Rojo y los recursos petroleros estimados en el territorio y su plataforma submarina. Un Somalia fragmentado y en conflicto permanente es, desde la perspectiva imperial, mucho más funcional a los intereses de Washington, las multinacionales petroleras y sus aliados regionales.

El Mar Rojo como objetivo

Intentemos descifrar el criterio de oportunidad. ¿Por qué Israel reconoce a Somalilandia precisamente ahora? La respuesta tiene tres vectores entrelazados: estratégico-militar, geopolítico-comercial y demográfico-colonial.

En el que llamamos vector estratégico-militar; Somalilandia controla una extensa franja costera en el Golfo de Adén y está situada frente a Yemen, a apenas 300-500 kilómetros de las posiciones hutíes. El Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel (INSS, por sus siglas en inglés) publicó a penas en noviembre de 2025 un informe señalando que “Israel requiere aliados en la región del Mar Rojo por múltiples razones estratégicas, entre ellas la posibilidad de una futura campaña contra los hutíes”. Este instituto, fundado en 1977 tras la Guerra de Yom Kippur y afiliado a la Universidad de Tel Aviv, es considerado el principal think tank de seguridad israelí.

El informe del INSS, titulado “Somalilandia e Israel: Consideraciones sobre el Reconocimiento y la Cooperación”, argumenta que “el territorio de Somalilandia podría servir como base avanzada para múltiples misiones: recopilación de inteligencia y monitoreo de los hutíes y su acumulación militar; apoyo logístico al gobierno internacionalmente reconocido de Yemen en su guerra contra los hutíes; y operaciones directas, desde acciones ofensivas hasta interceptar ataques hutíes en el mar o por drones”. El acceso al territorio y espacio aéreo de Somalilandia facilitaría enormemente las operaciones de vigilancia, inteligencia y bombardeo que Israel ha venido ejecutando contra Yemen desde octubre de 2023.

El puerto de Berbera, uno de los principales activos económicos de Somalilandia, ya alberga una base militar de los Emiratos Árabes Unidos, aliado de Israel en la región. Los analistas sugieren que esta base ha sido clave en las operaciones anti-hutíes. Ahora, con el reconocimiento israelí, se abre la posibilidad de coordinación operativa directa entre Tel Aviv y Hargeisa (capital de Somalilandia) en el marco de lo que Netanyahu denomina “los Acuerdos de Abraham”.

En cuanto al vector geopolítico-comercial el Estrecho de Bab el-Mandeb, que podría ser controlado parcialmente desde territorio somalilandés, es una de las rutas marítimas más transitadas del mundo. Por allí pasa una parte significativa del comercio global hacia el Canal de Suez para ingresar al Mediterráneo. Israel ha venido expandiendo su influencia en África como parte de su “doctrina de la periferia”, buscando alianzas con actores no árabes o minorías para contrarrestar la hostilidad de sus vecinos inmediatos. El reconocimiento de Somalilandia cumple este objetivo y, simultáneamente, desafía la creciente influencia de Turquía en Somalia y la presencia militar china en Yibuti.

Respecto del vector demográfico-colonial aquí llegamos al aspecto más siniestro de la operación. Múltiples fuentes, incluyendo informes de Associated Press y The Times of Israel, revelan que Israel y Estados Unidos han sondeado a Somalilandia (junto con Sudán y Somalia) como posible destino para el reasentamiento de palestinos de Gaza. Aunque ambos gobiernos lo niegan públicamente, Somalia, Egipto, Turquía y la Autoridad Palestina han advertido que el reconocimiento podría estar vinculado a planes de desplazamiento forzoso de la población palestina.

No es descabellado. Netanyahu, que proviene de una tradición que cree en la invención nacional a partir de la ocupación de cualquier territorio, ha hablado abiertamente de “emigración voluntaria” desde Gaza. Trump ha sugerido que la Franja ya no es habitable. El plan Netanyahu-Kushner de convertir Gaza en una “Riviera” turística para israelíes requiere primero vaciar el territorio de palestinos. Somalilandia, desesperada por reconocimiento internacional, podría ser chantajeada para aceptar población desplazada a cambio de legitimidad diplomática. Sería la repetición, en el siglo XXI, de la limpieza étnica, la Nakba, que fundó el Estado de Israel en 1948.

El proyecto de Gran Israel, reacciones de China y Unión Africana

Algunos analistas, particularmente del ámbito chino y de medios alternativos del Sur Global, han enmarcado este movimiento dentro del concepto del “Gran Israel”, esa visión expansionista que aspira al control territorial desde el Nilo hasta el Éufrates. Aunque las fronteras exactas varían según las interpretaciones, el núcleo ideológico es constante; el establecimiento de una hegemonía israelí en Asia occidental y, ahora, la proyección de esa hegemonía hacia el Cuerno de África.

China, a través de su embajador Wang Yu en Mogadiscio, expresó inmediatamente su “firme apoyo a la soberanía, la unidad nacional y la integridad territorial de Somalia”, subrayando la “firme oposición conjunta al secesionismo”. No es retórica vacía. China tiene inversiones masivas en la región, mantiene su única base militar extranjera en Yibuti y ve con preocupación cómo Estados Unidos e Israel intentan reconfigurar las alianzas africanas para contener su influencia.

El reconocimiento de Somalilandia forma parte de una estrategia más amplia de Washington y Tel Aviv, la construcción de una “costa no roja” en el Mar Rojo, según la formulación taiwanesa, destinada a contrarrestar la influencia china. Taiwán mismo, que mantiene una oficina de representación en Hargeisa desde 2020, celebró efusivamente el reconocimiento israelí, viendo en él un precedente para su propia aspiración de legitimidad internacional.

Lo que emerge es una densa red de alianzas; un bloque liderado por Estados Unidos que comprende a Taiwán, Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Somalilandia, posicionado contra los intereses respaldados por China, Turquía e Irán. El Cuerno de África se ha convertido en una línea divisoria en la confrontación más amplia entre el orden unipolar atlantista y el mundo multipolar emergente.

La reacción de Mogadiscio fue fulminante. El gobierno federal de Somalia calificó el reconocimiento como “un paso ilegal” y “un ataque deliberado” a su soberanía, rechazando cualquier validez del mismo y anunciando que emprenderá “todas las medidas diplomáticas, políticas y legales necesarias” para defender su integridad territorial. Somalia convocó consultas telefónicas de emergencia con líderes africanos de Kenia, Uganda, Tanzania y Yibuti, todos los cuales expresaron su respaldo.

La Unión Africana, a través de su presidente Mahmoud Ali Youssouf, rechazó firmemente cualquier iniciativa de reconocimiento, advirtiendo que tales acciones podrían socavar la paz y estabilidad en todo el continente. La organización panafricana reafirmó el principio de intangibilidad de las fronteras heredadas de la independencia, piedra angular del derecho africano poscolonial intentando evitar la balcanización del continente.

Turquía, el país que figura como principal hipótesis de conflicto en el mediano plazo para el mismo Instituto que recomendó al gobierno sionista reconocer a Somalilandia, que mantiene la mayor base militar fuera de su territorio en Somalia y ha mediado en conflictos regionales, denunció el reconocimiento como “un nuevo ejemplo de las acciones ilegales del gobierno de Netanyahu destinadas a crear inestabilidad a nivel regional y mundial”. Ankara ve en la movida israelí una provocación directa contra su influencia en el Cuerno de África y un intento de socavar el acuerdo que Turquía medió entre Etiopía y Somalia.

Egipto, históricamente enfrentado con Israel por múltiples razones y preocupado por las tensiones con Etiopía respecto a las aguas del Nilo, coordinó con Somalia, Turquía y Yibuti una condena conjunta. Los cuatro cancilleres reafirmaron su “total rechazo y condena” al reconocimiento, advirtiendo que “constituye un precedente peligroso y una amenaza para la paz y la seguridad internacionales”.

La Liga Árabe, el Consejo de Cooperación del Golfo, países como Irak, Kuwait, Jordania, Arabia Saudí, todos sumaron sus voces al coro de condenas. Incluso Al-Shabaab, el grupo relacionado con Estado Islamico que combate al gobierno somalí desde hace dos décadas, rechazó “la ambición de los israelíes de reivindicar o utilizar parte de nuestros territorios”.

La Autoridad Nacional Palestina y Hamás también denunciaron el reconocimiento. La misión diplomática de la ANP palestina ante la ONU se burló de Israel publicando una imagen comparando los 146 países que reconocen Palestina con el solitario reconocimiento israelí a Somalilandia. Hamás calificó el acto como “un precedente peligroso” y “un intento desesperado de obtener una falsa legitimidad” en medio del aislamiento internacional por el genocidio en Gaza.

Los BRICS+ y la multipolaridad ¿una oportunidad perdida?

¿Qué papel ha jugado —o podría haber jugado— el bloque BRICS+ en este escenario? La respuesta es compleja y revela tanto potencialidades como limitaciones de la arquitectura multipolar emergente.

Desde enero de 2024, Etiopía es miembro pleno de BRICS+, junto con Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irán y Arabia Saudí. El ingreso etíope coincidió precisamente con su intento de firmar un memorándum de entendimiento con Somalilandia en enero de 2024, ofreciendo reconocimiento a cambio de acceso marítimo. Aquel acuerdo, que generó tensiones masivas con Somalia, quedó suspendido tras las mediaciones turcas. Pero evidenció que el juego por Somalilandia venía cocinándose desde hace tiempo.

China, como miembro fundador de BRICS, expresó rápidamente su apoyo a Somalia y su rechazo al secesionismo. Pero más allá de declaraciones diplomáticas, ¿qué acciones concretas puede emprender Pekín? China tiene inversiones estratégicas en toda la región —el puerto de Yibuti, proyectos de infraestructura en Etiopía y Somalia— pero su doctrina de “no interferencia” en asuntos internos limita su capacidad de intervención activa.

Rusia, el otro pilar de BRICS, ha mantenido un perfil bajo en el conflicto del Cuerno de África, concentrada como está en su propia guerra contra Ucrania y la OTAN. Irán, miembro de BRICS+, condenó el reconocimiento israelí y advirtió que busca “desestabilizar la región”, pero su influencia directa en Somalia es limitada.

Lo que el caso revela es la asimetría de poder dentro del propio bloque BRICS+. Emiratos Árabes Unidos, miembro de BRICS+ desde 2024, mantiene una base militar en Somalilandia y es aliado estratégico de Israel. Arabia Saudí, aprobado como miembro en BRICS+ sin haber aun asumido ese rol, condenó el reconocimiento israelí pero históricamente ha mantenido relaciones comerciales con el estado sionista. La tensión entre Egipto (BRICS+) y Etiopía (BRICS+) por las aguas del Nilo añade otra capa de complejidad.

El bloque BRICS+ no es, ni pretende ser, una alianza militar al estilo OTAN. Es una plataforma de coordinación económica y política entre países del Sur Global que buscan un orden mundial multipolar. Pero esa multipolaridad aún está en construcción y enfrenta contradicciones internas. Somalia no es miembro de BRICS ni de BRICS+. Etiopía sí lo es, y tiene sus propios conflictos con Mogadiscio.

¿Podría BRICS+ haber prevenido o revertir el reconocimiento israelí? En teoría, una posición unificada del bloque, aprovechando su peso económico combinado y su influencia en instituciones multilaterales, podría haber disuadido a Israel o al menos articulado una respuesta coordinada más efectiva. En la práctica, las divisiones internas del bloque y la falta de mecanismos de acción colectiva en temas de seguridad regional limitan su capacidad de respuesta.

Lo que sí podría hacer BRICS+ es trabajar en soluciones de mediano y largo plazo: apoyo económico y diplomático a Somalia, facilitación de diálogos entre Mogadiscio y Hargeisa bajo mediación africana (no occidental), inversiones en infraestructura que reduzcan la dependencia de la región respecto a potencias occidentales. Pero esto requiere un nivel de coordinación y visión estratégica que el bloque aún no ha demostrado consistentemente.

El Consejo de Seguridad como teatro de la impotencia

El lunes 29 de diciembre, el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió en sesión urgente para debatir el reconocimiento israelí. La sesión fue solicitada por el propio Israel, en una demostración de cinismo diplomático que roza lo obsceno. Netanyahu sabe que Estados Unidos vetará cualquier resolución que condene su decisión. Sabe que el Consejo de Seguridad es un espacio paralizado por la lógica de la Guerra Fría, donde las cinco potencias con derecho a veto pueden bloquear cualquier acción significativa.

El embajador israelí Danny Danon declaró que su país “no eludirá las discusiones políticas” y actuará “con responsabilidad y discreción”. Traducción: Israel hará lo que le plazca y utilizará el Consejo de Seguridad como plataforma de propaganda, sabiendo que cuenta con el paraguas protector estadounidense.

La sesión del Consejo de Seguridad pone a prueba una vez más a un organismo cuyas resoluciones no han solucionado dilemas graves como la ocupación israelí de Gaza, donde continua el genocidio sistemático cada semana a pesar del alto el fuego anunciado. El Consejo lleva meses incapaz de imponer un cese de hostilidades efectivo, bloqueado sistemáticamente por el veto estadounidense. ¿Qué esperanza hay de que pueda revertir el reconocimiento de Somalilandia?

La Unión Europea emitió una declaración insípida llamando a respetar “la unidad, la soberanía y la integridad territorial” de Somalia, pero sin proponer sanciones ni medidas concretas. Washington, por boca del propio Trump, se desmarcó del reconocimiento (“¿Alguien sabe qué es realmente Somalilandia?”), pero no lo condenó abiertamente ni presionó a Israel para revertirlo.

Etiopía, Eritrea y el juego regional

El reconocimiento israelí no ocurre sin sentido. El Cuerno de África es un hervidero de conflictos entrelazados, por un lado, Etiopía contra Eritrea, Etiopía contra Tigray, Egipto contra Etiopía por las aguas del Nilo, Somalia contra Al-Shabaab, las ambiciones turcas, la presencia de bases militares de media docena de potencias en Yibuti.

Etiopía, país sin litoral marítimo desde la independencia de Eritrea en 1993, ha buscado desesperadamente acceso al mar. Su primer ministro Abiy Ahmed habló en octubre de 2023 de sacar a sus 126 millones de habitantes de la “prisión geográfica”. De ahí su memorándum con Somalilandia en enero de 2024, ofreciendo reconocimiento a cambio de arrendar tierras en Berbera para una base naval. Aquel acuerdo quedó en suspenso por la oposición de Somalia y la mediación turca, pero el hambre etíope de salida al mar persiste.

Israel, al reconocer a Somalilandia, está de facto alentando las ambiciones etíopes, sabiendo que esto generará mayor fricción con Somalia. Un Cuerno de África fragmentado y en permanente tensión es más fácil de penetrar para actores externos que una región unificada y soberana.

Eritrea, por su parte, mantiene una relación tensa con Etiopía pese al acuerdo de paz de 2018. Asmara (capital de Eritrea) podría ver en el fortalecimiento israelí-somalilandés una amenaza adicional a su seguridad. Egipto, enemigo histórico de Israel y preocupado por Etiopía, podría intensificar su apoyo a Somalia como contrapeso, aunque su reciente política exterior ha sido muy lábil respecto de Israel.

El reconocimiento israelí de Somalilandia marca un punto de inflexión en la geopolítica del Cuerno de África y, por extensión, en el equilibrio global de poder. No se trata de un acto aislado sino de una pieza más en el tablero de ajedrez imperial donde Estados Unidos, Israel, China, Turquía, los países del Golfo y las potencias africanas pugnan por influencia, recursos y rutas comerciales.

Para la elite que gobierna en Somalilandia, el reconocimiento representa la ansiada legitimidad internacional tras 34 años de aislamiento. Pero a qué precio. Se ha atado al carro de un estado paria, responsable de un genocidio en Gaza, acusado de crímenes de lesa humanidad por la Corte Penal Internacional, aislado crecientemente en el escenario internacional. La apuesta es arriesgada; si otros países no siguen el ejemplo israelí, Hargeisa habrá quemado sus naves con el mundo árabe, africano y musulmán a cambio de poco más que promesas.

Para Somalia, es una catástrofe diplomática y una amenaza existencial. La fragmentación territorial que vivió desde 1991 podría consolidarse con el aval internacional. Mogadiscio deberá recurrir a todas las instancias multilaterales, fortalecer sus alianzas regionales y, sobre todo, trabajar en reconstruir la confianza con Somalilandia a través del diálogo, no de la confrontación militar.

Para Israel, el movimiento cumple múltiples objetivos; penetración estratégica en África, acceso a bases militares cerca de Yemen, expansión de los Acuerdos de Abraham, posible válvula de escape demográfica para la limpieza étnica de Gaza, desafío y contención a Turquía e Irán, señal de fuerza en un momento de presión internacional por el genocidio palestino.

Para Estados Unidos, el reconocimiento israelí alinea con su estrategia de contención de China en el Mar Rojo y el Índico. Aunque Trump se desmarcó públicamente, sectores del Partido Republicano apoyan explícitamente la causa somalilandesa. El Proyecto 2025, documento que guía la actual administración Trump, menciona a Somalilandia como “cobertura contra el deterioro de la posición estadounidense en Yibuti”, donde la influencia china crece.

Para China, el desafío es responder sin caer en la trampa de la confrontación directa. Pekín tiene los instrumentos económicos y diplomáticos para apoyar a Somalia, pero debe hacerlo de manera que no exacerbe las tensiones con Etiopía, socio de BRICS+, ni con otros actores regionales. La mediación, no la imposición, debe ser el camino chino.

Para Turquía, la movida israelí es una bofetada. Ankara ha invertido masivamente en Somalia, construyó la mayor base militar turca fuera de su territorio, medió en conflictos regionales. El reconocimiento de Somalilandia socava esos esfuerzos y posiciona a Israel como competidor directo por la influencia en el Cuerno de África.

Para los movimientos de liberación nacional africanos, del Sáhara Occidental a Sudán del Sur, el precedente es peligroso. Si la “comunidad internacional” tolera cambios unilaterales de fronteras cuando conviene a potencias occidentales, se abre una caja de Pandora que podría desestabilizar todo el continente.

Y para los pueblos del Sur Global, Somalilandia es otra lección de que la autodeterminación real solo se conquista con independencia económica, alianzas estratégicas Sur-Sur y organización popular. Las promesas de Tel Aviv y Washington no valen el papel en que se escriben. La historia lo demuestra una y otra vez.

Netanyahu puede firmar todos los papeles que quiera. Puede abrir embajadas, enviar asesores militares, promover inversiones. Pero el reconocimiento legal no crea realidad política duradera si no tiene sustento en fuerzas sociales y económicas reales. La URSS reconoció decenas de gobiernos afines que no duraron más que el apoyo soviético. Estados Unidos reconoce a Guaidó en Venezuela y el único que no lo reconoce es el pueblo venezolano.

Somalilandia necesita más que el aval israelí. Necesita desarrollo económico genuino, no enclaves portuarios al servicio de potencias extranjeras. Necesita reconciliación con Somalia sobre bases de igualdad y respeto mutuo. Necesita insertarse en la integración africana, no en proyectos neocoloniales de fragmentación continental.

Y sobre todo, los pueblos del Cuerno de África necesitan sacudirse el yugo del imperialismo. La liberación no vendrá de Tel Aviv ni de Washington. Vendrá de la organización popular, de la solidaridad Sur-Sur, de la construcción paciente de soberanía alimentaria, energética, tecnológica.

El reconocimiento israelí de Somalilandia es un episodio más en la larga guerra de posiciones del siglo XXI. Una batalla perdida, quizás. Pero la guerra por un mundo multipolar, justo y soberano apenas comienza.

Fernando Esteche* Dirigente del Encuentro Patriótico. Doctor en Comunicación Social (FPyCS-UNLP). Director de PIA Global.

Foto de portada: Fox news

Acerca del autor

Fernando Esteche

Doctor en Comunicación Social (UNLP)
Profesor titular de Relaciones Internaciones (FPyCS - UNLP)
Profesor de Historia Contemporánea de America Latina (FPyCS - UNLP)

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