Mediante referéndums efectuados en días recientes, las otrora regiones ucranianas de Lugansk, Donetsk, Zaporizhie y Jersón, aprobaron de manera abrumadora su adhesión a la Federación de Rusia. Seguidamente, la ratificación se ha formalizado por firma del presidente Vladímir Putin.
Rusia gana para sí unos 100 mil km2 y unos 9 millones de ciudadanos, de los cuales unos 3 millones ya estaban en suelo ruso en condición de refugiados desde el mes de febrero.
Las aristas históricas sobre la mayoría rusoparlante, rusoétnica o rusocultural en el este ucraniano son intrincadas; para muchos de ellos, su territorio quedó en el lugar equivocado de la frontera desde 1991, cuando Ucrania se formó como el país que hoy conocemos. Pero ha sido el golpe del Maidán, la guerra contra el Dombás y el genocidio sistemático a manos de Kiev el que definitivamente empujó a la mayoría de la población en esos territorios a «irse» (o para ellos, «volver») a los brazos de la «Madre Rusia».
Para Rusia, la adhesión es un hecho y no tiene enmienda ni vuelta atrás. Luego de ocho años de la adhesión de Crimea y la guerra de Kiev contra las regiones de Donetsk y Lugansk, cualquier posibilidad de distensión fundada sobre la «integridad territorial» de Ucrania queda hoy por defecto descartada.
Los eventos desde febrero mediante la Operación Especial Militar (OEM) de Rusia en Ucrania han evolucionado enormemente desde su punto de partida hasta el presente. Las altas posibilidades de un fin de las hostilidades en el corto plazo se esfumaron durante la primeras semanas de marzo cuando la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se involucró en la refriega, creando todas las condiciones para una guerra de largo aliento. Kiev no cedió; Moscú, en consecuencia, tampoco.
Por lo tanto, la respuesta de Moscú al consolidar la adhesión sigue la misma línea de eventos que Kiev ha propiciado desde hace ocho años.
La incorporación a Rusia de las nuevas cuatro regiones, desde un ángulo puramente normativo, socava plenamente la «integridad territorial» de Ucrania. El entrecomillado anterior no es accesorio, pues el asunto de fondo en la actuación de Rusia consiste precisamente en que, desde antes de febrero pasado, tal concepto de «integralidad», tratándose de Ucrania, es algo en entredicho.
Las afirmaciones de que «el mundo está cambiando» por la OEM en Ucrania son multidireccionales, como ciertas en la mayoría de los casos. Tanto que, desde el ángulo ruso, esta Operación ya dejará de serlo en tierras extranjeras y ahora será un marco de actuaciones en lo que ahora consideran su territorio. El cambio por decreto de la naturaleza de los eventos ejemplifica la estela de otros cambios que estos eventos introducen en el ordenamiento mundial.
Concretamente, estas enmiendas pasan por el desmantelamiento de Rusia, de algunos conceptos claves que Occidente impuso y que la humanidad ha refrendado.
La soberanía de westfalia
La Carta de Naciones Unidas sigue siendo, al menos desde un plano normativo, la máxima norma internacional. Ella refiere en el Artículo 2 numeral 4° que «los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas».
Este artículo, que define parte de la naturaleza y fines de la organización, refiere los conceptos de integridad territorial e independencia política de manera inseparable, pues ambos son claves en la definición de «soberanía» como constructo político.
La Carta de Naciones Unidas es resultado de un proceso histórico muy anterior a la Comunidad de Naciones. Sus conceptos clave, como soberanía, autodeterminación, integridad territorial, comprenden otros antecedentes. Su hito fundamental es la llamada Paz de Westfalia y al concepto que de allí emana, el de Soberanía de Westfalia.
La Paz de Westfalia (nombre que se le otorga por la ciudad alemana homónima donde se celebró) fue un proceso en el que el Tratado de Münster y el Tratado de Osnabrück fueron refrendados y con los cuales finalizaron las guerras de los Treinta Años en Alemania y la guerra de los Ochenta Años entre Países Bajos y España, respectivamente. Estos tratados fueron firmados en 1648 por las partes, creando un precedente importantísimo de la diplomacia europea.
La Paz de Westfalia se desarrolla a 100 años del fin de la Edad Media y el fin de las Ciudades-Estado, cuando concurre el surgimiento de los Estados-Nación como concepto moderno. Desde ello, toma forma el concepto de Soberanía de Westfalia por sentar las bases de la «soberanía» tal como hoy la entendemos.
De esta manera se convierte en un referente fundacional del derecho contemporáneo, partiendo del principio de que cada Estado guarda el derecho exclusivo de ejercer la soberanía en su territorio. Léase bien esa frase.
El mundo adquirió las fronteras modernas y el principio de la Soberanía de Westfalia evolucionó hasta las categorías y normas actuales, en ese andamiaje que siempre llamamos como «derecho internacional».
Para Georg Jellinek, uno de los baluartes del derecho del siglo XIX, «la soberanía es en su origen histórico una concepción política, que solo más tarde se ha condensado en una de índole jurídica. No se ha descubierto este concepto en el gabinete de sabios extraños al mundo, sino que debe su existencia a fuerzas muy profundas, cuyas luchas forman el contenido de siglos enteros». En otras palabras, es un constructo histórico signado por las realidades de su tiempo político.
En segundo término, «la soberanía no es una cualidad inherente a la calidad de Estado, ya que se trata de un atributo jurídico que éstos se conceden y reconocen recíprocamente», refiere Heber Arbuet Viguali, catedrático uruguayo.
«La soberanía es una categoría histórica que surge a través de las luchas de los Estados para afirmar su existencia y así como se adquiere y se conserva, también puede perderse».
La anexión a Rusia de las regiones del este de Ucrania claramente contraviene el ordenamiento internacional por deshacer de facto los conceptos de soberanía e «integridad territorial» como cuestiones normativas.
Pero la discusión de fondo no es precisamente esa. Al menos es la parte de la discusión a la que Occidente nos quiere reducir.
Rusia deshace el mundo de westfalia
Rusia entró en una nueva era de su política exterior, llamémosla «destrucción constructiva» de sus relaciones con Occidente, lo cual implica una ruptura y modificación de sus vínculos no solo con los países atlantistas, sino también por defecto con los del Eje Euroasiático.
Este giro frente al mundo se explica por las amenazas existenciales contra Rusia a cargo de la expansión de la OTAN a sus fronteras, que se ha generado tanto por la adhesión de países a la OTAN, como por otras iniciativas de factura estadounidense, como el programa «Star Wars» de colocación de misiles estratégicos alrededor de Rusia desde la era Reagan.
Desde su condición de potencia soviética y ahora como Federación, Rusia ha visto amenazada la distancia estratégica que había acordado con Occidente en varios episodios de la historia reciente. Concretamente:
- En 1987, los soviéticos y occidentales firmaron el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) que regula la colocación de armas estratégicas de alcance medio en las cercanías de las potencias. Este tratado fue clave en la disuasión y distancia nuclear y cimentó la paz por décadas. En 2019 Estados Unidos se retiró unilateralmente del tratado, socavando la posibilidad de tener que discutir con Rusia la colocación de ese tipo de armamento en cualquier país de la OTAN.
- En 1997, se firmó el «Acta Fundacional sobre las Relaciones Mutuas de Cooperación y Seguridad entre la OTAN y Rusia». Un acuerdo considerado en su momento «sin ganadores ni perdedores». Este documento fue el acuerdo matriz sobre las fronteras militares y las distancias estratégicas entre Rusia y Occidente, que a la luz de los hechos, fue desarticulado por Occidente con la incorporación de nuevos países a la Alianza Atlántica, especialmente los países bálticos fronterizos con Rusia, Estonia, Letonia y Lituania en 2004.
- En 1994, es firmado el memorándum de Budapest. En este acuerdo, Ucrania renunció al arsenal nuclear heredado por la Unión Soviética. Este acuerdo también fue firmado por los occidentales. Sin embargo, el actual presidente ucraniano Volodymir Zelenski asomó la posibilidad de «quemarlo» y que Ucrania saliera unilateralmente del documento, considerando la adquisición de armas nucleares. Conviene agregar que esto transcurrió en medio del proceso de solicitud de adhesión de Ucrania a la OTAN.
El «orden basado en reglas» que Occidente impuso claramente ha sido transgredido por ellos a lo largo de los años, no solo violentando el derecho internacional e incumpliendo de manera deliberada acuerdos vinculantes. En realidad, la creación de un cerco militar contra Rusia es una clara amenaza a la existencia de Rusia y su condición de potencia nuclear.
¿Tiene sentido para los rusos seguirse apegando a letra muerta? ¿Cuál es el marco de correspondencia al cual deben atender los rusos para seguir en el carril de la norma internacional si su contraparte la ha deshecho?
Volviendo a Ucrania, para los rusos, luego del golpe de Maidán (o Euromaidán) en 2014, ocurrió una inflexión en la política de ese país. Su estructura de poder interna quedó delimitada a los designios de un ala neonazi de la derecha, pero más grave aún, el país comenzó a ser objeto de un control en su política exterior por parte de los atlantistas.
El nivel de participación de la OTAN fue sumamente claro en la guerra contra la región del Dombás, que ha sido la guerra de un Estado contra una población civil y la guerra más peligrosa en el este de Europa desde las guerras de los Balcanes. En otras palabras, para los rusos, desde 2014 existió una total ausencia del derecho internacional y Ucrania, lejos de recibir alguna sanción, por el contrario recibió apoyo militar occidental aunque en escalas muy reducidas. Los propios rusos son constancia de la violación a las «reglas» al ser objeto de sanciones desde 2014, fuera del margen del Consejo de Seguridad de la ONU, que es la única instancia en el mundo facultada para ello.
Estos eventos eran progresivos a una adhesión de Ucrania a la OTAN, que en términos prácticos implica confinar al país eslavo a ser una gran base militar, un portaaviones del despliegue de Occidente a las fronteras de Rusia y a las cercanías de Moscú, mientras Rusia era debilitada por las medidas económicas coercitivas que Occidente impuso en 2014.
Mediante este acumulado, para los rusos el gobierno de Kiev perdió el uso de sus facultades como Estado soberano de maneras claras, es decir, acuden a la interpretación de raíz de la Soberanía de Westfalia, dándola como inexistente en tiempo presente.
Para los rusos, Ucrania dejó de ejercer sus facultades como actor exclusivo en el ejercicio de su poder político, su política exterior y su seguridad al pretender concesionar o entregar su territorio a poderes de facto de origen extranjero.
La soberanía, retomando a Jellinek según Viguali, es inherente a la propia libertad de un país de ejercerla mediante autodeterminación. «Si un Estado soberano pierde este atributo, al no poder conducir sus relaciones exteriores dejará de ser un actor de la política internacional y un sujeto del Derecho Internacional, porque no será ya independiente», agrega Viguali.
La soberanía puede perderse de hecho, cuando otro Estado o poder superior condiciona y pone bajo el dominio político al Estado hasta entonces soberano, o puede perderse jurídicamente cuando éste, por una decisión soberana renuncia a su soberanía, se integra en un conjunto mayor y renuncia también a sus propios derechos existenciales.
En términos de hecho y desde el ángulo ruso, Ucrania perdió las facultades de autodeterminación de manera vertiginosa desde 2014, con la peligrosidad de que dicho país, sin una adhesión formal a la OTAN, en los hechos ya estaba repleta de infraestructura y armamento de la OTAN desde antes de febrero de este año.
La soberanía es un ejercicio de poder, y tal como lo propone Michel Foucault, el poder no es una propiedad, es una estrategia, el poder no es algo que se posee sino algo que se ejerce.
Desde el advenimiento de la OEM, Rusia intervino en el este de Ucrania y se acercó a Kiev de manera contundente e instando una rendición de sus altos mandos en el corto plazo. La propia composición militar de Ucrania sugería que su resistencia solo sería posible por unas cuantas semanas. Pero el rol de la OTAN pasó a ser clave, propiciando una guerra de largo aliento.
Básicamente, Ucrania se convirtió en un campo de batalla de los países de la OTAN en una guerra contra Rusia. Si nos apegamos al derecho, la llamada «ayuda militar» a Ucrania existe puramente en términos informales. No hay un solo documento de seguridad colectiva y colaboración militar que justifique que la OTAN mantenga armas, instructores y financiamiento militar en Ucrania. La participación de la OTAN es pura informalidad, pero en los hechos tiene un impacto indiscutido en la demolición de Ucrania, en el alargue de la guerra, el aumento de los costos humanos y materiales y en el desgaste de Rusia, que es el fin último de la OTAN.
El solo hecho de que Rusia tenga que lidiar una negociación sobre Ucrania, con líderes no ucranios, o más bien occidentales, deja de manera clara que el país eslavo no ejerce su soberanía. Esta guerra podría terminar si tan solo Putin acuerda con Biden para que este proponga los términos sobre el destino de Ucrania.
En suma y acorde a los hechos, no fue primeramente Rusia quien avasalló la soberanía de Ucrania no ejercida por los ucranianos, fue Occidente mediante el escalonado rompimiento a su beneficio del «orden basado en reglas» y mediante la demostrada captura de Ucrania a sus designios, desde 2014 y en el presente.
El este de Ucrania pasa a ser un «espacio cautivo», el desarrollo de la guerra separatista de las repúblicas autoproclamadas en Dombás no fue más que el resultado de la dilución de los componentes básicos de un Estado consolidado. Ucrania desde sí misma perdió el atributo de «integralidad».
Por defecto y por los antecedentes acumulados, Ucrania pierde componentes claves de independencia política e integridad territorial. Acorde a Viguali, Ucrania no afirmó su existencia y, por ende, la perdió. No existe tal «soberanía ucraniana» a los cuales los rusos debían atenerse y, además, no por el uso de la fuerza pero sí por la amenaza, Ucrania violentó el Artículo 2 Numeral 4° de la Carta de la ONU; el mismo artículo que Rusia está violentando ahora.
Rusia decide destruir Westfalia para afirmar sus derechos existenciales soberanos, pues ya el ordenamiento westfaliano fue roto por otros actores (sin lidiar consecuencias) para amenazar los derechos de Rusia. El fin de la Soberanía de Westfalia, al menos en Ucrania y por mano rusa, es el cenit de un resquebrajamiento acumulado.
Este conflicto que inició en 2014 ha evolucionado a categorías superiores, incluso creando una enmienda de hecho en el ordenamiento internacional. No es nada exagerado cuando Putin asevera que estos eventos están cambiando al mundo. Esta sentencia es tácita de que un mundo pluripolar o pluricéntrico solo puede proponer un modelo disruptivo de relaciones internacionales dejando atrás el «orden basado en reglas» que Occidente impuso, pero que solo acatan si es en su beneficio. El orden debe cambiar a favor de un nuevo modelo de relaciones, hecho a medida por las aspiraciones del Sur Global.
El rol de las potencias emergentes pasará a ser crucial en la construcción de un nuevo andamiaje político, pero solo luego de la difícil reconfiguración del mundo, si es que la humanidad sobrevive a la Tercera Guerra Mundial que Estados Unidos y sus socios atlantistas están fabricando justo ahora en una desesperada carrera para detener el fin de su inexorable hegemonía.
*Franco Vielma, Sociólogo. Msc en Comunicación Política.
Artículo publicado en Misión Verdad.
Foto de portada: Vladímir Putin y los líderes de las nuevas cuatro regiones rusas formalizan la anexión de estos territorios y su gentilicio a Rusia (Foto: Grigory Sysoev / Sputnik).