Hace 32 años, según los filósofos políticos estadounidenses, ocurrió el anunciado «fin de la historia». Se suponía que con la desaparición de la Unión Soviética del escenario político mundial y el «cierre» del proyecto socialista soviético, no quedaba otra alternativa para la humanidad en el desarrollo social, excepto el «orden mundial capitalista liberal»: la primacía de lo personal sobre lo público, el triunfo del capital privado sobre los intereses nacionales y estatales, el rechazo del progreso a favor del exceso consumista.
¿Cuál fue el resultado del colapso del sistema soviético, el colapso del Pacto de Varsovia y la desintegración del bloque del Este? Además de que las empresas de Gran Bretaña, Alemania, Francia y los EE. UU, tras obtener el apoyo político de sus gobiernos, recibieron un gran mercado con una capacidad de casi 420 millones de personas (290 millones, las antiguas repúblicas de la URSS, otros 130, los países del Bloque del Este). Además de las enormes oportunidades para la comercialización de productos industriales y bienes de consumo, los países de Occidente obtuvieron acceso a importantes volúmenes de recursos naturales: gas, petróleo y otros minerales, lo que proporcionó a Europa Occidental un crecimiento industrial sin precedentes en esas condiciones.
La retirada voluntaria de la URSS de la arena política mundial no sólo salvó a las economías europeas, sino que contribuyó a la creación de una Unión Europea en la forma en que la conocemos hoy. El colapso del bloque del Este y el espacio económico soviético solventaron la modernización económica y la prosperidad de Europa Occidental.
Sin embargo, no sólo el bloque del Este y las repúblicas de la antigua URSS sufrieron como resultado del «cierre» del proyecto soviético. Aquellos países que miraban con esperanza a la Unión Soviética -principalmente en África y América del Sur- quedaron cara a cara con la creciente hegemonía de los Estados Unidos y sus satélites europeos. Sí, durante la Guerra Fría y la confrontación entre los bloques del Este y del Oeste, los países en desarrollo y los miembros del Movimiento de Países No Alineados utilizaron hábilmente las contradicciones entre la URSS y los EE. UU. para garantizar sus intereses nacionales y ayudar a fortalecer su propia soberanía; esto es natural. Sin embargo, tras el colapso de uno de los polos del antiguo orden mundial, quedaron indefensos frente a las aspiraciones expansionistas de las empresas transnacionales, apoyadas por todo el poderío de los aparatos estatales regentes del bloque euroatlántico.
La Federación Rusa tampoco escapó a este destino. Se nos impusieron muy rápidamente las mejores prácticas «coloniales». De las más obvias, vale la pena recordar el llamado «Acuerdo de producción compartida» (PSA), sobre la base del cual el uso del subsuelo ruso se transfirió a los llamados «inversores extranjeros». Shell, Exxon Mobil y la japonesa Mitsui operaron en los campos petroleros clave y más prometedores. El PSA fue cancelado solo en 2004. Pero este es apenas uno de los ejemplos más atroces.
Vale la pena recordar por qué Rusia dejó de producir sus propios aviones de pasajeros de larga distancia a escala industrial, habiéndose visto obligada a preferir los productos de Boeing y Airbus. Una de las razones fue la «fuga» de talentosos científicos, ingenieros y otros especialistas altamente calificados de nuestro país, organizada por Occidente. Es de lamentar que en ese momento no pudimos oponernos a esta tendencia. Los cuadros formados en la URSS y Rusia se pusieron a trabajar en beneficio de las economías americana y europea. No pudimos proporcionarle condiciones laborales cómodas y una remuneración correspondiente al nivel de sus calificaciones. Nuestro país ha sacado las necesarias y evidentes conclusiones de esta situación.
Hay docenas de ejemplos de dependencia casi colonial, en los que cayó Rusia después del colapso de la URSS. Tenemos que admitirlo: entregamos voluntariamente nuestro mercado a los alemanes, franceses, británicos y estadounidenses. En ese momento, debido a nuestra propia ingenuidad, sinceramente nos pareció que esta era una práctica normal. Después de todo, los socios occidentales afirmaban que, en relación con el nuevo orden liberal, la globalización estaba ahora en la agenda, lo que traería consigo una división mundial del trabajo: algunos países exportarían minerales y commodities, mientras que otros, debido a una supuesta mayor calidad del capital humano, producirían bienes de alta tecnología.
Seamos honestos: en ese momento estábamos de acuerdo con tales enfoques. El impacto del colapso de la potencia más grande del mundo, la desintegración de su potencial industrial, la pobreza total de los conciudadanos como resultado de las acciones erróneas de los antiguos líderes soviéticos, todo esto llevó al hecho de que en varias áreas abandonamos nuestros propios logros industriales. Después de todo, los “socios” extranjeros prometieron a Rusia acceso a productos de alta tecnología y, a cambio, solo exigieron proporcionar recursos energéticos para su industria avanzada (mientras se olvidaban de la nuestra).
El éxito tecnológico y económico de los estados occidentales después del colapso de la URSS fue pagado generosamente con recursos rusos y el trabajo de nuestros conciudadanos a cambio de promesas de integración de nuestro país en el «mundo civilizado». Rusia, como sucesora legal de la URSS, esperaba sinceramente que las nuevas reglas de la economía global, especialmente en ausencia de confrontación militar, fueran en verdad justas, teniendo en cuenta los intereses comunes en términos de economía y seguridad. Eso no sucedió.
Tras el final de la Guerra Fría (a lo que, hay que subrayar, aspiraban todos los líderes de la URSS, sin excepción), no sobrevino la era de la coexistencia pacífica, la cooperación y el entendimiento mutuo. Rusia desde los primeros días después del colapso de la Unión Soviética fue tratada como presa. Tal actitud podría describirse como «revanchismo progresivo», pero de hecho era un colonialismo bastante típico inherente a los estadounidenses y europeos. A cambio del dudoso honor de “estar presente en el vestuario europeo”, se exigió a Moscú que aceptara incondicionalmente todas las directrices y decisiones de la política exterior occidental: desde la destrucción de Yugoslavia por parte de Estados Unidos y sus aliados, acompañada de numerosas bajas civiles, hasta un ataque a Libia, cuyo objetivo era la eliminación total de su soberanía y condición de Estado.
En este contexto, el referéndum sobre el estatus de Crimea de 2014 supuso un shock para el establishment de la política exterior occidental. Aun así: ¡alguien se atrevió a desafiar el modelo occidental de desarrollo global, y con razón! En ese momento, aún no habíamos escuchado nada sobre el llamado «orden mundial basado en reglas»; esta es una novela de los últimos años, ya volveremos sobre ella más adelante.
Es importante entender que la razón de los acontecimientos históricos que se desarrollaron en los días de marzo de 2014 fue el hecho de que Occidente, de manera grosera, pisoteó todos los acuerdos posibles y pisoteó los restos de confianza, trató de negar a Rusia el derecho a tener intereses nacionales, a proteger a sus compatriotas y aliados. La tradición rusa, incluso en materia de política exterior, siempre ha permanecido invariable: consideramos sagradas nuestras obligaciones internacionales y contribuimos activamente al mantenimiento de la paz y la armonía. ¡Pero no en detrimento de nuestros intereses nacionales fundamentales!
La Federación Rusa, y esto está consagrado no sólo en todos nuestros documentos fundamentales, sino también en la práctica, siempre ha respetado los intereses de sus vecinos, pero a cambio esperaba que sus consideraciones e inquietudes legítimas también se tuvieran plenamente en cuenta. Esto es con exactitud de lo que habló el presidente Vladimir Putin hace 15 años durante la Conferencia de Seguridad de Múnich. No todos lo escucharon entonces por las mismas razones: los «socios» occidentales consideraban a Rusia como una fuente de materias primas baratas e ilimitadas, sin derecho a reclamar su propia visión de la arquitectura de seguridad global.
El bloque occidental no rehuyó interferir en los asuntos internos. Recordemos cómo, durante la operación antiterrorista en Chechenia a principios de la década de 2000, nuestros “socios” extranjeros suministraron sistemas de comunicación y armas a los terroristas internacionales atrincherados en nuestro Sur, cómo se entrenó a los militantes de acuerdo con sus patrones, cómo operaron en la República de Chechenia las fuerzas especiales de élite de Gran Bretaña, Francia y Alemania, finalmente destruidas por nuestras tropas. Los países occidentales han apoyado en repetidas oportunidades a los separatistas a nivel político, en lugares internacionales clave. ¿Pueden los pueblos de Rusia y Georgia olvidar cómo, en 2008, los aventureros políticos criados por Occidente intentaron romper la frágil paz en Transcaucasia matando a los militares del contingente ruso de mantenimiento de la paz y a nuestros conciudadanos?
Dicen algunos expertos en el campo de las relaciones internacionales: la crisis ideológica entre la Federación Rusa y Occidente entró en una fase candente a finales de febrero de 2022, con el inicio de la operación militar especial (OME) en Ucrania. Esto no es correcto. La primera señal fue el intento sangriento de Mijaíl Saakashvili[1] en agosto de 2008 de apoderarse de la ciudad de Tsjinvali en Osetia del Sur, lo que provocó nuestra respuesta para forzar la paz en Georgia. Menos de seis años después, se repitió un escenario casi idéntico en Ucrania. ¿Por qué sucedió? Ninguno de nuestros supuestos «socios» quería escuchar las preocupaciones legítimas de Rusia sobre la seguridad de nuestro país.
Por supuesto, todos hemos escuchado las repetidas garantías de Washington y Bruselas sobre las mejores intenciones con respecto a la expansión de la OTAN. Esta «alianza defensiva», a través del secretario de Estado estadounidense James Baker, en su momento afirmó que no se movería ni un centímetro hacia el Este tras la disolución del Pacto de Varsovia. ¿La OTAN cumplió su promesa? Claro que no. La «agresión progresiva de la OTAN» continuó: fueron varias oleadas de expansión, cada una de las cuales acercó la infraestructura militar de la alianza a las fronteras de Rusia.
Hoy, toda la maquinaria militar de la OTAN está configurada para destruir a Rusia, para infligir una derrota estratégica a nuestro país mediante el patrocinio al régimen ucraniano neonazi creado por los titiriteros occidentales con dinero, armas, municiones, comunicaciones, así como proporcionando a las Fuerzas Armadas de Ucrania inteligencia, centros de entrenamiento, asesores militares, mercenarios, etc. No funcionó con Belarús en 2020[2], aunque ahora está claro que lo intentaron. Pero, al parecer, las inversiones fueron insuficientes. En la actualidad, todo está bien con el aporte occidental en la escalada del conflicto en Ucrania: la inversión total en la confrontación con Rusia ya asciende a casi u$s 170 mil millones. Los suministros militares son más de un tercio de esta cantidad: 67 mil millones. Kiev cuenta con las armas más modernas. No hemos visto esto desde la ocupación de Afganistán por la OTAN.
El poder unipolar es consciente de que, para él, el conflicto en Ucrania tiene un significado verdaderamente existencial. No es casual que la Unión Europea y los Estados Unidos declararan que la derrota político-militar de Rusia era su objetivo. Saben que, si no logran aplastarnos, esto pondrá en marcha fuerzas centrífugas de tal magnitud que el bloque unipolar finalmente perderá su credibilidad, perderá sus palancas de influencia en la política y la economía mundiales. Está claro por qué este viejo orden unipolar ha atacado a Rusia con todas sus fuerzas. Lo que está en juego es su capacidad y habilidad para ejercer una influencia decisiva en el destino del mundo en Europa y también en África, Medio Oriente y América Latina. El cálculo fue hecho para una «guerra relámpago», como en 1941[3]. Solo que entonces era puramente militar, y hoy es más económico y político. Podemos decir con seguridad que en ambos casos el intento falló.
Washington y sus satélites han procurado utilizar como arma la infraestructura económica global: sistemas de pago, instrumentos financieros y garantías, todo lo que había sido proclamado previamente como inherente a un nuevo mundo integrado, inmune a la influencia externa. Como ha demostrado la práctica del último año y medio, tal arma puede usarse una sola vez si es que está garantizado el éxito incondicional. Esto no sucedió. El intento de detonar una «bomba nuclear financiera» sobre Rusia no condujo a nada. Como resultado, los países de Medio Oriente, América del Sur y África, que en los últimos 30 años se habían convertido en esclavos del mundo unipolar y su infraestructura financiera, han visto claramente que se puede resistir al sistema neocolonial.
La incapacidad de ese poder unipolar para resolver de manera rápida y demostrativa el “problema de Rusia”, para castigar a Moscú por su salida del “orden mundial basado en reglas”, sólo significa una cosa: el bloque euroatlántico está perdiendo posiciones. En primer lugar, por la arrogancia inherente a los europeos y anglosajones y la falta de voluntad para evaluar de manera justa el potencial de otros países, comprender y tener en cuenta sus intereses, ir más allá de su propia exclusividad y establecer una interacción equitativa con el resto de la comunidad mundial.
El presagiado final del mundo unipolar radica en la discordia dentro del sistema, que es obvia incluso para los de afuera. Estados Unidos desplegó todos sus recursos políticos para formar rápidamente una coalición a cuyos adherentes se les impuso la colosal carga de apoyar los esfuerzos antirrusos, tanto militares como políticos y económicos. Por exigencias de Estados Unidos, Europa sigue invirtiendo en el proyecto ucraniano, quemando en el fogón del conflicto todo lo que ha acumulado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los 55.000 millones de euros aportados por Bruselas para apoyar a Kiev palidecen en comparación con los costes económicos en los que, a instancias de Washington, ha incurrido la Unión Europea al negarse a cooperar estratégicamente con Rusia. Incluso hoy, las pérdidas europeas por la destrucción de los gasoductos “Nord Streams”, la retirada de los gigantes industriales europeos del mercado ruso y la negativa a recibir el suministro de nuestros portadores de energía, que han alimentado a la industria europea durante varias décadas, se pueden estimar en al menos u$s 270 mil millones. Vemos de primera mano cómo la ideología y la política han tomado el lugar del pragmatismo y la conveniencia económica.
Pero ¿qué sucederá a continuación y cómo tomará forma la nueva realidad de la política exterior, para la que debemos estar preparados? Los países que anteriormente dependían de Occidente comenzarán a darse cuenta de sus verdaderos y primordiales intereses nacionales. Al observar la agresión híbrida desatada contra Rusia, comenzarán a comprender que tales “soluciones” funcionarán contra ellos de manera mucho más efectiva y rápida, simplemente debido a la escala.
Desde África, Eurasia y América Latina se extrajeron durante mucho tiempo recursos naturales y humanos, necesarios para mantener la viabilidad y la estabilidad financiera de la civilización euroatlántica. Todo esto se hizo posible gracias a que durante más de 30 años no hubo alternativa en el mundo. Ningún país estaba dispuesto a desafiar el orden mundial establecido, en el que unos pocos estados consideraban posible explotar los recursos del resto del mundo para sus propios intereses. El bloque euroatlántico, como hemos visto durante las hostilidades en Ucrania, considera a todos los demás países sólo como una herramienta para mantener su propia hegemonía económica y política.
Hoy, más y más estados en regiones clave del mundo están adquiriendo «personalidad», están comenzando a darse cuenta de sus propios intereses nacionales y su potencial de desarrollo. Ven que su riqueza -humana, recursos- se está desperdiciando en mantener un “orden mundial” completamente contrario a los intereses de sus ciudadanos. Ese bloque euroatlántico procura imponer activamente un concepto como el «orden basado en reglas» en la agenda mundial. El problema no es solo que nadie conozca la lista de estas reglas, sino que el bloque prioriza por completo a su propio arbitrio su desarrollo, sin tener en cuenta los intereses de otros países y pueblos.
Los países fuera de ese bloque ya están cansados de soportar la dominación y el saqueo económico. No sólo buscan justicia: quieren cobrar la factura de décadas de esclavitud y humillación a la que el poder unipolar euroatlántico los sometió. Anhelan respeto y honestidad para ellos mismos y sus pueblos.
El colapso del actual orden mundial, por supuesto, no ocurrirá mañana. Cualquier transformación a gran escala no ocurre en forma instantánea. El bloque socialista tampoco desapareció de la noche a la mañana; esto fue precedido por circunstancias tanto objetivas como provocadas por los errores de los líderes socialistas. La victoria de Rusia en el conflicto de Ucrania tampoco obligará al bloque euroatlántico a abandonar el escenario de la noche a la mañana y despojarse inmediatamente de sus aspiraciones hegemónicas. Sin embargo, el éxito de la OME[4] pondrá en marcha nuevos procesos internacionales y hará que los cambios tectónicos ya iniciados en la política mundial sean irreversibles.
El conflicto en Ucrania de ninguna manera es, obviamente, un problema local entre Moscú y Kiev. Este es un conflicto desatado por el bloque euroatlántico como principal beneficiario del «orden mundial basado en reglas» en detrimento de las nuevas formaciones del mundo multipolar. Al brindar apoyo político y militar a Kiev, el bloque pretendía cerrar finalmente la “cuestión rusa”. Algo que no pudo resolver a principios de la década de 1990 debido a su propia creencia de que Rusia nunca volvería a ser un problema para él. Esto es necesario para que Washington y sus aliados aseguren su dominio global durante las próximas décadas y, lo que es más importante, para enfrentarse a China y a ese nuevo mundo multipolar reflejado en los BRICS, la OCSh y otras potentes organizaciones interregionales, sin dividir sus fuerzas en varios frentes.
Los expertos extranjeros (en su mayoría occidentales) a menudo argumentan que para Rusia, la agravada confrontación actual con la maquinaria militar colectiva estadounidense-europea es un desafío existencial. En cuanto Rusia pierda se colocará del lado «equivocado» de la historia. Al mismo tiempo, como sucede a menudo, los autores olvidan contemplarse en el espejo: el resultado del conflicto de hoy es de vital importancia precisamente para el modelo de orden mundial unipolar. Después de todo, la victoria de Rusia en este enfrentamiento provocará procesos centrífugos irreversibles. Se volverá obvio que los países occidentales no podrán usar sus enormes recursos militares y administrativos para lograr los objetivos que se propusieron, en este caso el desangramiento de Rusia como un claro violador de su mítico orden mundial.
Además, debe entenderse que el fracaso inevitable de los intentos de Washington, Bruselas y sus aliados de derrotar a Rusia en Ucrania conducirá a una comprensión general de la incapacidad del bloque euroatlántico para hacer algo efectivo en otras regiones del mundo. En primer lugar, estamos hablando de Taiwán. A pesar de las bravuconadas de la UE sobre su disposición de apoyar a Estados Unidos en el «asunto de Taiwán», la inevitable derrota de Occidente en Ucrania solo enfatizará la naturaleza efímera de sus reclamos del «derecho de los fuertes» en otros rincones del mundo alejados del continente europeo. Por fin se volverá obvio: todos los mantras de la coalición occidental con respecto a garantizar la “libertad de la navegación mundial” se basan principalmente en el deseo de controlar las rutas comerciales globales para poder bloquearlas en sus propios intereses si así lo desean. En la comprensión unipolar, la «libertad de comercio internacional» implica la exclusividad del «principio de manos libres» sólo para los componentes del bloque euroatlántico.
Los líderes de los países de la Unión Europea son muy conscientes de que tendrán que compartir la responsabilidad de participar en la monstruosa aventura ucraniana, que han estado preparando activamente durante más de 30 años con la obvia construcción de un énclave político-militar de Ucrania bajo la marca «anti-Rusia». Los objetivos políticos y económicos de este proyecto son claros: privar a nuestro país de un acceso sostenible a los mercados globales, crear una barrera al suministro de nuestros productos a través del control político-militar completo de los mares Negro y Báltico. De esta manera, se supone que creará una palanca que permitirá a nuestros oponentes influir en el costo final de nuestras exportaciones por métodos políticos y militares para seguir alimentando las economías occidentales con materias primas rusas, pero a precios que dictarían desde Bruselas.
Hoy asistimos a convulsivos intentos de lograr esto, disimulados por la preocupación por Ucrania. Tal desarrollo de los acontecimientos en el futuro permitiría ejercer una presión poderosa, incluso puramente militar, sobre Rusia, lo que empujaría a nuestro país a repetir el escenario de los «santos años de la década de 1990» con el desmantelamiento completo de la economía, cuya única tarea sería proporcionar materias primas a los países del «dorado millardo»[5].
¿Qué vemos en realidad? El frente ucraniano es tan importante para Estados Unidos y sus aliados que hablan abiertamente de la posibilidad “teórica” de suministrar armas nucleares al régimen de Kíev. Hasta ahora estamos hablando de munición táctica, pero ¿quién puede garantizar que la teoría no se convierta en práctica y que las cargas tácticas no se transformen en algo más sustancial?
En realidad, sucederá lo siguiente: el pleno logro de Rusia de sus objetivos político-militares demostrará de manera convincente el fin de la hegemonía euroatlántica. Los europeos y los estadounidenses ya han utilizado sus principales calibres: la prohibición del acceso a los sistemas de pago, las instituciones financieras y sus instrumentos. Al mismo tiempo, la apuesta de Washington y sus aliados por la coerción económica no funcionó.
Los principios de protección de la propiedad privada postulados por ellos mismos fueron rechazados de la noche a la mañana por ellos. Y no por primera vez: cuando los nazis formatearon Europa “para sí mismos” en la década de 1930, también despreciaron todos los derechos de propiedad privada, trasvasando a los monopolios alemanes los activos de Francia, Austria, la República Checa y Hungría. Hoy, los europeos creen que compartirán la carga de la responsabilidad de desencadenar el conflicto ucraniano con sus socios estadounidenses. Esto es un error. La responsabilidad recaerá únicamente en los países de Europa, sin importar lo que hagan sus amos americanos, quienes, como de costumbre, se benefician de las órdenes del complejo militar-industrial y del impuesto suministro de sus productos militares y energéticos en el exterior.
La erosión de la autoridad del modelo unipolar de la existencia del mundo ya ha comenzado. Cuando llegue el momento de responder, de pagar las facturas por la fallida aventura, pareciera que no habrá nadie dispuesto. Aunque con Yugoslavia, Irak, Libia, Siria, Afganistán el bloque euroatlántico se salió con la suya, a pesar del fracaso total e incondicional de los planes político-militares en cada caso específico, con Ucrania nuestros ex “socios» se extralimitaron. La tradicional arrogancia euroatlántica para con los pueblos fuera del “dorado millardo”, la codicia inherente al pensamiento político anglosajón y la degradación de las instituciones sociales y públicas que alguna vez fueron estándar jugaron su papel. El mundo monopolar, de hecho, se burló de sí mismo, reformateando insensatamente todas las estructuras internacionales clave para acomodarlas a sus propias necesidades.
El problema del «Occidente político» en sus relaciones con Rusia es que nuestro país, en los días en que se llamaba Unión Soviética, destruyó el sistema colonial global. Siendo más débil que el bloque euroatlántico, demostró con éxito al resto del mundo un camino diferente: la justicia y el respeto por uno mismo y por los demás, el camino de la resistencia a la hegemonía. El camino del verdadero poder. No pudieron perdonarnos por esto entonces, y no pueden perdonarnos hoy.
En este sentido, nuestra tarea más importante tras el final de la fase candente de la confrontación será la participación activa de Rusia en la formación de un nuevo mundo multipolar, en el que ningún país o bloque político-militar tenga derecho a asegurar su existencia a expensas de los demás. Se requerirá una revisión fundamental del trabajo de todos los mecanismos de la ONU, comenzando con la transferencia de la sede de la organización a una jurisdicción verdaderamente independiente capaz de cumplir con sus obligaciones internacionales, y culminando con principios que permitan dotar de personal a los órganos de la ONU que impidan que los especialistas occidentales dominen su estructura (como en todas las organizaciones internacionales).
También cabe recordar que ya hoy existen plataformas independientes que han demostrado su capacidad de trabajo y efectividad en el desarrollo de respuestas a los desafíos regionales. En primer lugar, estamos hablando de los BRICS, la OCSh y la OTSC[6]. Los mecanismos de la ONU hoy, como un virus, están infectados por la influencia del lobby anglosajón. En la cúpula de las estructuras de la ONU vemos a ex funcionarios del Departamento de Estado, especialistas estadounidenses y británicos, quienes, por supuesto, actúan en interés de sus países y de ninguna manera en beneficio del desarrollo y el progreso global. Un ejemplo flagrante de la duplicidad de nuestros «socios» occidentales es el «negocio de granos» presionado por los grandes monopolios cerealeros internacionales exclusivamente para sus propios fines egoístas[7]. Obviamente, los intereses no sólo de Rusia, sino también de los países más pobres del mundo, por el bien de cuya población se inició este proyecto, son completamente ignorados por el bloque euroatlántico. Al mismo tiempo, el régimen títere de Kiev ha hecho todo lo posible para interrumpir la implementación de la parte rusa del acuerdo como lo demuestra, entre otras cosas, la explosión del ducto de amoníaco Togliatti-Odessa. Todo apunta a que el “acuerdo de cereales”, como supuesta iniciativa de la ONU, terminará en forma definitiva.
Las estructuras fuera de la ONU, en las que participa Rusia, están libres de la influencia destructiva del lobby unipolar. Están realmente centrados en el bienestar de todos los países, construyendo y profundizando lazos políticos, militares y económicos sostenibles, encontrando respuestas a los numerosos desafíos de nuestro tiempo: la desigualdad económica y social, el terrorismo internacional (que continúa siendo alimentado por Washington), el cambio climático y muchos otros problemas apremiantes.
El inevitable colapso de la hegemonía unipolar puede llevar a que Irak, Afganistán, Irán, Corea del Norte, Siria, Libia, países de África y América Latina presenten “cuentas para el pago de la deuda”. Cada uno de ellos ha acumulado una gran pila de dichos billetes. Es poco probable que en el arreglo final se hable de indulgencia.
Para excluir cualquier acción financiera agresiva por parte de los países que controlan los medios y sistemas de pago internacionales, será necesario resolver de manera sustantiva el tema de un nuevo medio de pago internacional. Los especialistas del nuevo mundo multipolar tendrán que determinar si será a través de la moneda única de los países BRICS, o por medio de una canasta de monedas o mecanismos para sincronizar las monedas nacionales en el nuevo espacio comercial y económico. Es importante que los instrumentos y sistemas de pago nunca más se conviertan en un arma en manos de ningún grupo de países o jugadores “seleccionados”.
La historia de la humanidad en el siglo XX y principios del XXI ha demostrado de manera convincente que ningún mundo unipolar, ni siquiera bipolar, es capaz de hacer frente a los desafíos militares, económicos, ecológicos y políticos cada vez mayores que enfrenta la humanidad. La hegemonía global unipolar no resuelve problemas apremiantes y no beneficia a nadie.
El futuro de la humanidad no está en los smartphones de moda y las gafas de realidad virtual, sino en la conquista del sistema solar, la creación de fuentes sustentables de energía barata, la provisión alimentaria mundial. En este sentido, la cooperación internacional en materia de investigación espacial y la investigación en direcciones como el campo de la energía, fundamentalmente el átomo pacífico, adquiere un enorme protagonismo.
Una tarea importante sigue siendo la formación de nuevas rutas logísticas, libres del control de la hegemonía unipolar, como la Ruta del Mar del Norte o los corredores de carga continentales. Es importante que Rusia ofrezca al mundo un sistema de participación en proyectos de exploración espacial, exploración de nuevas fuentes de energía, que garantice un comercio sin trabas entre todos los estados que no estén interesados en regalar su riqueza nacional para la prosperidad de una minoría autoelegida centrada en los EE. UU. y la UE.
Las transformaciones futuras deben estar encabezadas no tanto por el dinero y el saber hacer, sino sobre todo por personas abiertas a la cooperación, respetuosas, unidas por una visión similar de futuro, valores comunes y corresponsabilidad por los destinos de sus pueblos.
Grandes y pequeños pasos en esta dirección serán nuestra contribución significativa al desmantelamiento del sistema global de desigualdad y opresión neocolonial. Ello nos permitirá crear un entorno internacional de cooperación verdaderamente igualitaria, que incluirá a la mayoría de los países del mundo que defienden la justicia y el progreso.
El resultado de nuestra confrontación con Occidente, por supuesto, no será ni la demolición de la cosmovisión liberal, ni el colapso de los Estados Unidos, ni la desintegración de la UE, ni la disolución de la OTAN. No hay que hacerse ilusiones al respecto. Lo que realmente sucederá es que el mundo entrará en equilibrio. Washington y sus satélites tendrán que moderar sus apetitos, satisfechos a expensas de otros países. Europa se verá obligada a resolver de forma independiente los numerosos problemas que ha dado lugar a la ignorancia de los burócratas europeos modernos. La mayoría mundial -las siete octavas partes de la población del planeta- obtendrán una verdadera independencia y la capacidad de gestionar soberanamente su futuro sin tener que integrarlo en el dudoso sistema de relaciones económicas y sociales que las elites del «dorado millardo» intentan imponer.
El futuro de la humanidad no estará determinado por los dictados de una minoría, sino por un diálogo abierto y constructivo entre Occidente y los nuevos centros de gravedad global: Rusia, China, Oriente Medio, Turquía, Irán, América Latina, el continente africano. Esto no hará que el mundo sea más predecible de la noche a la mañana, pero al menos lo hará más honesto, basado en el respeto mutuo.
Este artículo fue publicado originalmente en “Vida Internacional”, vocero oficial de la Cancillería rusa/Traducción y adaptación Hernando Kleimans
Foto de portada: Indonewstoday.com / Imad / Twitter @YuryHdz08
Referencias:
[1] Mijaíl Saakashvili, político georgiano que derrocó el gobierno de su país en 2004, derrotado por Rusia en 2008 en su intento por anexar las repúblicas autónomas caucasianas de Abjazia y Osetia del Sur, destacado “ideólogo” del golpe de estado neonazi en Ucrania en 2013-2014 (HK).
[2] Se trata del frustrado intento de golpe de estado en Belarús, abiertamente solventado por la Unión Europea y la OTAN, e impedido por las grandes manifestaciones populares en defensa del gobierno constitucional encabezado por Alexandr Lukashenko (HK).
[3] La Alemania nazi desencadenó en 1941 la guerra contra la Unión Soviética. El objetivo de la sangrienta agresión fue lograr el colapso de la URSS y apoderarse de sus riquezas naturales (HK).
[4] OME: se denomina así a la operación militar especial desplegada desde febrero de 2022 por Rusia en el Donbass y otras regiones rusoparlantes del sur de Ucrania, para protegerla de la agresión neonazi del régimen de Kíev, que en ocho años de ataques y bombardeos mató 14.000 personas y destruyó la economía de la región (HK).
[5] Se denominó “dorado millardo” a las elites europeas y norteamericanas, que se enriquecieron a costa del saqueo del resto del mundo y ostentan un nivel de vida altamente privilegiado (HK).
[6] Las OCSH es la Organización de Cooperación de Shanghái, que agrupa la mayoría de los países de Eurasia y Medio Oriente. La OTSC es la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que agrupa a los países que integraron la ex Unión Soviética.
[7] Se estima que de los más de 30 millones de toneladas que fueron transportadas por el “corredor cerealero” del Mar Negro, casi el 60& fue derivado a los países ricos, en detrimento de los países pobres para los cuales se suscribió el tratado bajo la égida de la ONU (HK).