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Rusia frente a China: ¿Caperucita Roja o Cenicienta?

Por Andréi Kortunov*- Podemos establecer una analogía entre la trama de este cuento de terror para niños y las interpretaciones occidentales de las actuales relaciones entre Rusia y China.

Cada vez que leo un nuevo informe occidental sobre las perspectivas de las relaciones entre Rusia y China, me viene involuntariamente a la mente el viejo cuento infantil Caperucita Roja. En esta conocida historia, una niña atraviesa un denso bosque para llevar pasteles a su abuela enferma, tropezando inesperadamente con un lobo hambriento y furioso. La niña, de corazón ligero, habla con el astuto Lobo, sólo para exponer el propósito de su paseo por el oscuro bosque. Ni que decir tiene que esta peligrosa aventura no puede acabar bien para Caperucita Roja: el insidioso Lobo Gris acaba comiéndose tanto a la anciana enferma como a la protagonista del cuento.

Haciendo un pequeño esfuerzo de imaginación, podemos establecer una analogía entre la trama de este cuento de terror para niños y las interpretaciones occidentales de las actuales relaciones entre Rusia y China. Está claro que a Moscú le toca hacer de Caperucita Roja, estúpida e ingenua, mientras que Pekín es un villano gris, feroz y despiadado. La incipiente amistad entre ambos conlleva inevitablemente las más trágicas consecuencias para la niña. Es decir, la dependencia económica, tecnológica, militar y de otro tipo de Rusia respecto a China crecerá con el tiempo hasta el punto de que Pekín podrá aprovecharse de esta creciente dependencia convirtiendo a Moscú en su obediente y sumiso vasallo.

Mientras que el cuento de hadas termina con la desventurada Caperucita Roja liberada del vientre del lobo por los cazadores que habían llegado justo a tiempo, la Rusia de la vida real no puede confiar en un rescate milagroso. Moscú tendrá que aceptar el desagradable estatus de «ulus periférico» del Reino del Medio, con las consiguientes consecuencias para las ambiciones internacionales del Kremlin. Como dijo el presidente Vladimir Putin en una ocasión ligeramente distinta, «te guste o no te guste, es tu deber, guapa». A no ser que unos cazadores puntuales (¿tal vez, los nobles estadounidenses y sus fieles aliados de la OTAN?) acaben por restablecer la justicia, llevando esta historia a un final feliz.

Sin embargo, cuando me encuentro con las numerosas publicaciones rusas sobre el mismo interesante tema de las relaciones bilaterales con China, no puedo evitar pensar en otro conocido producto de la fantasía popular, el cuento de hadas Cenicienta. También cuenta la historia de una joven que es sistemáticamente maltratada y abusada en todos los sentidos por su fea madrastra y sus desalmadas hermanastras.

Afortunadamente, la pobre Cenicienta es salvada por su hada madrina, que aparece en el momento justo, vistiendo generosamente a Cenicienta para el próximo baile real. Con un movimiento de su varita mágica, el hada buena convierte una calabaza en un carruaje dorado, los ratones en caballos, una rata en cochero y las lagartijas en lacayos. Los trapos sucios de Cenicienta se transforman milagrosamente en un hermoso vestido tachonado de joyas. Como regalo adicional, Cenicienta recibe unas zapatillas de cristal que la hacen absolutamente irresistible a los ojos del príncipe local, que está buscando una novia adecuada.

Un gran número de analistas, políticos y periodistas rusos parecen percibir a China como la encarnación moderna del hada madrina, dispuesta con su varita mágica a resolver todos los numerosos problemas de la Rusia moderna, de forma rápida e indolora. Esperan que Pekín se oponga enérgicamente a las sanciones antirrusas de Estados Unidos y la UE, que aumente las compras de hidrocarburos y alimentos rusos a precios favorables para Moscú, que proporcione a Rusia tecnologías críticas y que apoye sistemáticamente al Kremlin en todas las organizaciones internacionales y foros multilaterales. La cooperación multifacética con China debería permitir a Rusia evitar el aislamiento internacional, así como mejorar su estatus e influencia en los asuntos internacionales. Así, a pesar de todas las maquinaciones e intrigas de los parientes envidiosos y maliciosos, Cenicienta llega al baile real con un esplendor y una magnificencia deslumbrantes.

Siguiendo con esta analogía de cuento de hadas, podemos discutir sobre quién es el Príncipe Azul en este caso, y qué justo castigo les espera al final a los familiares de Cenicienta. Este último debe entenderse, obviamente, como el famoso «Oeste Colectivo». Al final, todos estos detalles no son tan importantes. Lo que sí es importante es la comprensión de China. Mientras que en Caperucita Roja aparece como el mal puro absoluto, Cenicienta presenta más bien a China como la encarnación de un bien puro igualmente absoluto.

Sin embargo, el mundo de los cuentos y el de la política internacional tienen poco en común. Digan lo que digan de Vladimir Putin, no parece ni la ingenua y frívola Caperucita Roja, ni la maltrecha y trabajadora Cenicienta. El Presidente ruso sigue siendo uno de los líderes estatales más experimentados del mundo. Durante más de dos décadas, ha insistido constantemente en la importancia primordial de los esfuerzos para reforzar la soberanía nacional y la independencia de Rusia. Si la soberanía nacional fuera una religión, el Kremlin podría reclamar con razón ser la catedral de esa religión. Es difícil imaginar una situación en la que Vladimir Putin, o incluso uno de sus probables sucesores, sacrificaría voluntariamente la soberanía e independencia del país, incluso en aras de promover la cooperación con China.

Y lo que es aún más importante, la China moderna no se adapta al papel del lobo malvado hambriento o del hada madrina generosa. Los personajes del hada infantil son inevitablemente unidimensionales, grotescos y de cartel. De hecho, representan el mal absoluto o el bien igualmente absoluto, que es el valor intrínseco de los cuentos de hadas transmitidos de generación en generación. Ayudan a los niños a distinguir claramente el bien del mal, el blanco del negro y la justicia de la injusticia. Estas diferencias fundamentales, fijadas en las mentes de los niños, llegan a constituir la propia orientación moral, sin la cual una persona no puede actuar en la edad adulta.

Ilustración cooperación China-Rusia. Fuente: Getty Images

En política, sin embargo, este tipo de unidimensionalidad es algo raro. La China real, en contraste con la imaginaria, es un país vasto y bastante complejo, con sus numerosos y variados intereses, aspiraciones y prioridades nacionales. Algunos coinciden con los de Rusia, otros se solapan sólo parcialmente, mientras que otros son totalmente divergentes. Por tanto, no sería justo definir la política exterior de Pekín como «pro» o «antirrusa», ya que siempre ha sido y será principalmente «prochina».

No cabe duda de que Rusia y China convergen actualmente en sus planteamientos sobre una serie de cuestiones críticas de seguridad y desarrollo internacionales. Esta unidad está históricamente justificada, ya que refleja el actual panorama geopolítico del sistema internacional. La convergencia de intereses constituye una base sólida para una cooperación mutuamente beneficiosa a largo plazo entre ambos países. Es de esperar que las relaciones entre los países sigan siendo dinámicas, adquiriendo nuevas e importantes dimensiones con el paso del tiempo.

Lejos de nuestros dos países solamente, es el sistema internacional en general el que se beneficia de una asociación ruso-china estable, predecible y sostenible. Los numerosos profetas que esperan una crisis inminente en las relaciones entre Moscú y Pekín, y que llegan a predecir un conflicto entre ambos, deberían pensar en las diversas y graves consecuencias de tales acontecimientos, no sólo para Rusia y China, sino también para el resto del mundo. Desde el punto de vista táctico, muchos países podrían aprovechar una ruptura ruso-china. Sin embargo, desde el punto de vista estratégico, otra ruptura tectónica en el sistema internacional no serviría a los intereses de ninguno de los actores responsables de la política mundial.

Sin embargo, los analistas y periodistas rusos no deberían halagarse, porque nadie resolverá los problemas de Rusia por ella. Ningún buen mago puede convertir una calabaza en un carruaje, los ratones en caballos y los trapos empapados de ceniza en un precioso vestido de baile. Ninguna hada generosa calzará a Rusia con brillantes zapatillas de cristal, y ningún príncipe azul espera a Moscú en el mágico baile real.

Rusia debe luchar por sí misma contra la corrupción y la mala gestión, la extralimitación de los funcionarios y la opresión de las pequeñas empresas. El país debe invertir en capital humano, promoviendo su sector de la innovación, introduciendo un federalismo de pleno derecho y una gobernanza local, aumentando la eficacia del sistema judicial a todos los niveles y liberando al máximo el potencial creativo de la sociedad rusa.

Cuanto más rápido y más lejos avance Rusia en estos objetivos, más valiosa será como socio, tanto para China como para otros países extranjeros. Esto, a su vez, significa que la actual crisis en las relaciones entre Rusia y Occidente debería convertirse en otro incentivo para acelerar la modernización socioeconómica del país, en lugar de aflojarla o congelarla.

*Artículo publicado originalmente en el Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia (RIAC).

Andréi Kortunov es Doctor en Historia, Director General del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales (RIAC).

Foto de portada: Stringer/Reuters

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