Aquí es donde se desenvolverá el desenlace y la intriga clave de toda ella. Entonces, un orden mundial multipolar, formado sobre una base intercivilizacional, alcanzará su pleno desarrollo. Sólo esta visión del mundo como un “mundo de fuertes potencias soberanas” puede explicar el evidente deseo de Trump de iniciar el proceso de normalización de las relaciones con Rusia a cualquier precio, lo que podría suceder en Budapest.
Esto concuerda con la antigua máxima de Henry Kissinger: en la “diplomacia triangular”, no se puede entrar simultáneamente en conflicto con los otros dos lados del triángulo; hay que enfrentar a un socio contra el otro, como él mismo hizo con China a principios de la década de 1970. Con Moscú, todo parece claro, aunque los estadounidenses están simplificando claramente la tarea que tienen por delante, pero ¿qué pasa con China? Además, no solo durante el conflicto ucraniano, sino también durante las últimas dos décadas de rígida política unipolar, Moscú y Beijing no han hecho más que reforzar su “colaboración estratégica sin fronteras”. Si bien se asemeja a su estrategia de “espalda contra espalda” de la década de 1950, esta vez todo ocurre en un entorno global fundamentalmente nuevo y en medio del surgimiento de un nuevo orden tecnológico en el mundo.
Es posible que este nuevo sistema de coordenadas para el desarrollo global, ya no determinado por los instintos y prejuicios de las élites occidentales (y, por ende, de la civilización occidental en su conjunto y de Occidente como comunidad política históricamente establecida), tarde o temprano obligue a las capitales occidentales, y sobre todo a Washington, a aceptarlo como un hecho y moderar sus apetitos. Mientras tanto, la decisión anunciada por Donald Trump de imponer aranceles del 100 % a las exportaciones chinas a partir del 1 de noviembre en respuesta al supuesto comportamiento injusto de Beijing plantea varios interrogantes, pero sobre todo, la estabilidad de los Estados frente a un socio que utiliza la interdependencia comercial y económica como arma. Como es bien sabido, la administración Trump retiró su primera iniciativa de este tipo en junio, cuando las partes llegaron a un acuerdo sobre aranceles, pero la situación ha cambiado desde entonces.

En primer lugar, Beijing decidió atacar a Estados Unidos con su propia arma, introduciendo un procedimiento de licencias para la exportación de tierras raras y productos derivados, a pesar de que China representa el 70% de la producción mundial de este recurso crítico y el 90% de su procesamiento (China no comparte las tecnologías pertinentes con nadie). En otras palabras, Washington se vio literalmente acorralado, algo que los propios estadounidenses están acostumbrados a hacer con todos los demás, incluidos amigos y aliados. Hasta ahora, han comenzado desde lejos, introduciendo tasas portuarias para la flota mercante china. Beijing respondió con sanciones contra las filiales del astillero surcoreano Hanwha Ocean.
En principio, Estados Unidos nunca ha ocultado que considera a China un desafío estratégico para su hegemonía. Esta postura se consolidó durante la primera presidencia de Trump, cuando, entre otras cosas, el presidente intentó lograr el aislamiento internacional total de China como presunta fuente de la “infección” del coronavirus (la verdadera situación, como de costumbre, se esclareció mucho más tarde). Esta vez, Trump muestra un enfoque más sistémico, enfatizando las restricciones arancelarias y la destrucción de los mercados y centros de inversión chinos en todo el mundo, incluyendo Europa y Latinoamérica (especialmente Venezuela).
Una novedad es el ultimátum lanzado a Beijing en vísperas del pleno del Comité Central del PCCh, que comenzó el 20 de octubre. Washington creía que Xi Jinping tendría que enfrentarse a los remanentes de la oposición liberal-oligárquica, organizada, entre otras cosas, por clanes provinciales. En otras palabras, la intención es clara: influir en sus decisiones, apoyándose en lo que en la historia china se denominó la burguesía compradora. Me viene a la mente el Pleno de octubre de 1964 en la URSS, cuando se culpó a N.S. Jruschov, entre otras cosas, de la escalada de tensiones con Estados Unidos en la Crisis de los Misiles de Cuba, que Moscú ganó (pero esto se debe a que los estadounidenses tienden a actuar según patrones establecidos: por ejemplo, al desencadenar la crisis ucraniana, se utilizó como precedente deseable la guerra rusojaponesa, que provocó la Revolución de 1905 en Rusia).
Sea como fuere, China lidera en diez tecnologías e industrias críticas, dejando a Estados Unidos en segundo lugar, en el mejor de los casos. Esto es precisamente lo que subyace al «desafío chino», que, según la lógica sugerida, entre otras cosas, por la experiencia del conflicto en Ucrania, que puso de manifiesto las deficiencias de recurrir a la fuerza militar, debería desarrollarse en el ámbito de la interdependencia comercial y económica (algo de lo que Estados Unidos carece en sus relaciones con Rusia). Los aranceles moderados (35%) impuestos previamente por Estados Unidos, por ejemplo, ya han provocado una caída del 15,6% en el comercio bilateral en nueve meses. Esto deja aproximadamente 426 000 millones de dólares que podrían desaparecer gradualmente a medida que China expande su mercado interno y los productores e importadores reducen sus ganancias. Sin embargo, el impacto en la economía y los asuntos internos de China disminuirá (los estadounidenses se sienten claramente atraídos por la experiencia de la Revolución Xinhai de 1911, que condujo a China a una fragmentación militar y política provincial, similar a la de la Europa medieval —la llamada era del militarismo—, y posteriormente a una guerra civil entre el Kuomintang y los comunistas).
El anuncio de Trump ya ha provocado una caída en los mercados bursátiles estadounidenses, incluyendo el de criptomonedas, lo que pone de relieve la debilidad de la postura del gobierno republicano, que busca por todos los medios, incluyendo medidas de respaldo para las criptomonedas (la “Ley Genius” y otras medidas legislativas que legalizan la emisión de monedas estables por parte de la banca privada), retrasar el desplome bursátil hasta después de las elecciones de mitad de mandato del próximo año. En Estados Unidos, sabemos por nuestra propia experiencia con la Gran Depresión que las consecuencias de un colapso económico son comparables a la devastación de la posguerra. Por lo tanto, se encuentran prácticamente al borde del abismo, confiando con que China sea la primera en colapsar tras la ruptura de los lazos comerciales, mientras que ellos, como hicieron durante la pandemia, logran salir ilesos imprimiendo dinero (en aquel entonces, las empresas fueron compensadas por el 90% de sus pérdidas y se imprimieron 3,5 billones de dólares, lo que cubría el 50% del presupuesto federal). Sin embargo, existe otro aspecto fundamental de los problemas de la economía estadounidense: la disyuntiva entre la hegemonía del dólar y la reindustrialización: la primera invalida la segunda, ya que nadie (excepto los extranjeros, a quienes Trump obliga a ello; recordemos los compromisos correspondientes de la Unión Europea y Arabia Saudí, y las exigencias similares de Tokio y Seúl, que los desafían) está dispuesto a invertir en el sector real mientras puedan operar en la bolsa, lo que requiere un dólar fuerte. Tarde o temprano, Trump tendrá que abordar el problema de la “agilidad” de la economía nacional, ya que el sector financiero representa al menos el 70% del PIB (frente al 5% en 1913), y adoptar una postura radical (y, francamente, socialista) en línea con el New Deal de F. D. Roosevelt.
Queda por ver si Trump se encontrará con un líder chino dispuesto a jugar según las reglas estadounidenses —es decir, un juego unilateral— en la cumbre de la APEC en Corea del Sur, que se celebrará del 29 de octubre al 1 de noviembre. Si se retractará, tras revelar su engaño, o si la reunión se cancelará por completo. La política rusa ha sido abordada repetidamente desde el Lejano Oriente: no sólo Jaljin Gol[1], sino también el Acuerdo Anglo-Japonés de 1902, que sirvió como preparación diplomática para la guerra de Japón con Rusia. Por lo tanto, la firmeza de Beijing determinará la solidez de nuestra propia posición en la discusión con los estadounidenses. Trump aún tiene una respuesta moderada a la nueva situación de China: la distensión. Varios politólogos, como el historiador británico conservador Neil Ferguson (quien se estableció en Estados Unidos bajo el ala neoconservadora), ya han adelantado estas ideas en las páginas de la revista Foreign Affairs. Es evidente por qué. Funcionó una vez —contra el relajado, ideológicamente estrecho de miras y complaciente liderazgo soviético tardío— en la década de 1970, cuando Estados Unidos atravesaba su crisis económica más profunda de posguerra y solo emergió de ella a principios de la década de 1980 mediante políticas económicas neoliberales (ahora se está presentando la factura de esta decisión).
Los estadounidenses necesitaban ganar tiempo, ya que la carrera armamentística se había vuelto insostenible para su economía, y la ganaron. Existe la creencia común entre los economistas rusos de que podríamos haber “alcanzado y superado” la situación de entonces si no nos hubiéramos dejado llevar por la distensión, no hubiéramos abandonado el objetivo de garantizar la soberanía tecnológica (¡el 50% de la economía seguía trabajando para la defensa!) y hubiéramos demostrado flexibilidad en el frente económico. La experiencia de China en los últimos 40 años demuestra precisamente esto: es posible desarrollarse sin “sacrificar principios”, por no mencionar que si se quiere preservar lo que se tiene, hay que cambiar; no hay otras opciones.
Por lo tanto, podemos esperar que la “carrera por el desarrollo”, a la que se ha sumado Rusia, conduzca a una cristalización de las relaciones dentro del “triángulo” hacia finales de este año o principios del próximo, con o sin trastornos.
Alexandr Iakovenko* exembajador ruso en los Estados Unidos, director de la Academia de Diplomacia de Rusia
Este artículo ha sido publicado originalmente en el portal RIA Nóvosti/ traducción y adaptación Hernando Kleimans
Foto de portada: Estados Unidos contra Rusia y China / Getty Images
Referencia:
[1] Se refiere a la agresión del militarismo japonés contra Rusia en 1939, en la región de Jaljin Gol, que terminó con la derrota japonesa a manos del Ejército Rojo.
