El espectro de la guerra fría recorre de nuevo Europa. El pasado 25 de enero los medios informaban de que Alemania está diseñando un nuevo plan de defensa federal, el primero desde la desintegración de la Unión Soviética y el campo socialista. El teniente general del Bundeswehr André Bodemann, al mando de la organización de la defensa territorial (TFK), detalló a la agencia de noticias Dpa las líneas maestras del Plan Operativo Alemania (OPLAN DEU), que estará terminado el próximo mes de marzo.
Como explicó Bodemann, la República Federal Alemana (RFA) ya no se encontraría en un eventual conflicto con Rusia en la primera línea del frente —»no espero batallas de tanques en las tierras bajas del Norte”—, sino que el país se convertiría en un nudo de transporte de tropas y equipos de defensa hacia Europa oriental. Mientras los soldados profesionales del Bundeswehr combatirían, el resto de militares, cuerpos y fuerzas de seguridad del país y la población civil adulta movilizada deberían encargarse de la protección de infraestructuras clave —puertos, vías de transporte, centrales productoras de energía— y la lucha contra el sabotaje y el espionaje.
Días atrás, el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, ya había declarado en una entrevista con el diario Tagesspiegel que la sociedad alemana había de “despertar”, ya que “nuestros expertos calculan un espacio de tiempo de cinco a ocho años” para que se produzca un ataque de Rusia contra la OTAN. Karl-Theodor zu Guttenberg, exministro de Defensa (2009-2011), respaldaba a Pistorius desde las páginas del tabloide Bild asegurando que “con Putin debe tenerse en cuenta todo”, en referencia a un conflicto militar que sería “el siguiente paso del revisionismo” que atribuía al mandatario ruso.
Más tanques y menos escuelas
Alemania no es el único país que parece prepararse para un choque militar con Rusia. Suecia ha desplegado un programa de defensa civil y el ministro responsable del mismo, Carl-Oscar Bohlin, ha llegado a afirmar que “podría haber una guerra” en el país nórdico. De manera similar, entrevistado por la BBC, el secretario de Defensa de Reino Unido, Grant Shapps, presentó un futuro sombrío en el que “nuestros adversarios están ahora más conectados los unos con los otros”, lo que obliga al país a estar “preparado para la guerra”. Reino Unido, añadió, está “desplazándose de un mundo postbélico a uno prebélico”. El jefe de las fuerzas armadas británicas, el general Patrick Sanders, ha alertado por su parte que un incremento de la reserva a 120.000 soldados “no sería suficiente” en caso de guerra y que el Reino Unido necesita crear un “ejército ciudadano”.
El Ministerio de Defensa de Austria ha calificado de “muy alta” la probabilidad de una confrontación entre Rusia y la Unión Europea que adoptaría la forma de una “guerra híbrida” y ha llamado a elevar la capacidad de respuesta militar del Bundesheer. Mientras, desde la prensa liberal, algunos articulistas hacen tronar los tambores de guerra especulando con un ataque a las tres repúblicas bálticas o incluso un escenario de ocupación rusa de todo el territorio ucraniano, seguido por el paso de las tropas rusas por Hungría autorizado por su primer ministro, Viktor Orbán, hasta alcanzar las puertas de Viena, cuyo gobierno capitularía y se convertiría en un estado vasallo del Kremlin. El presidente del Comité Militar de la OTAN, el holandés Rob Bauer, no escondió en una de sus últimas comparecencias ante los medios que la Alianza Atlántica se está “preparando para un conflicto con Rusia” y que sus planes contemplan movilizar no solamente a los ejércitos, sino a la base industrial y las poblaciones de sus estados miembro.
Aquí deberían plantearse toda una serie de preguntas que ni los políticos ni los medios de comunicación de masas hacen ni se hacen a sí mismos, a saber: ¿Dispone Rusia de los recursos necesarios para sostener un conflicto militar con uno o varios estados miembro de la Unión Europea –que también lo son de la OTAN– de manera simultánea? ¿Y para su ocupación posterior? Y sobre todo, ¿con qué objetivo? Las preguntas quedan orilladas cuando llegan al público general gracias, en buena medida, a las producciones, sobre todo estadounidenses, de una industria cultural que ha conseguido hacer calar la imagen de Rusia entre la población como el principal adversario de Occidente.
Una de las ironías de esta historia que no debería escapar a nadie es que los mismos políticos, especialistas y medios de comunicación que nos advierten ahora muy seriamente de la posibilidad de una invasión rusa del Báltico y Europa oriental son los mismos que hace unos meses pronosticaban, con la misma seriedad, una derrota inminente y sin paliativos de Rusia en Ucrania, su degradación a Estado paria en el orden internacional y hasta su desintegración territorial en un proyecto de “descolonización”. La Unión Europea ha aprobado hasta 12 paquetes de sanciones contra Rusia, aunque los que vieron la luz en 2022 habían dejado, en palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a la industria rusa “hecha trizas”. Rusia, decían, se está quedando sin soldados. Rusia es incapaz de producir nuevo armamento, según analistas consultados por la CNN. Rusia se está quedando sin munición. Rusia se está quedando sin misiles. Rusia se está quedando sin tanques. La moral de las tropas rusas se ha desplomado. A sus soldados se les ordena cargar contra las trincheras ucranianas armados con palas por la falta de armamento. Su operación militar es un “fracaso” y una “derrota histórica”, de acuerdo con Anders Åslund en un artículo del mes de junio para el Atlantic Council. Hay decenas de textos, análisis y declaraciones de este tenor, disponibles para quien quiera consultarlos.
Como ha escrito Dan Sabbagh para The Guardian, parece como si la histeria militar –de la que también forman parte los incrementos en los presupuestos de Defensa– se hubiese apoderado de los dirigentes europeos. Los motivos, según Sabbagh, son diversos –no en último lugar figuran los intereses de una industria armamentística que se ha visto reforzada por el conflicto en Ucrania–, pero entre ellos el periodista destaca que la victoria de Donald Trump en las primarias de Iowa y New Hampshire y su posible retorno a la Casa Blanca han hecho que cunda el pánico en los pasillos del poder en Europa si el nuevo presidente apuesta, esta vez en serio, por una política aislacionista (“América First”) y deja a la UE sola en el apoyo a una Ucrania a la que se le acumulan los problemas militares y económicos frente a Rusia. Se despliegan ahora a nivel continental las mismas tácticas de shock que se usaron en Suecia y Finlandia para convencer a su población de la idoneidad de entrar en la OTAN, apelando a la urgencia del momento para bloquear cualquier tipo de debate racional. Quizá nadie lo haya expresado con más crudeza que la experta del Instituto de Relaciones Internacionales de Finlandia Minna Ålander en una entrevista con el diario Süddeutsche Zeitung: “Construir tanques o escuelas es un debate que tensará a la sociedad.” Dando por hecho, claro está, que habrá que sacrificar necesariamente lo segundo para tener más de lo primero.
Autonomía estratégica y más armas nucleares
En una entrevista con Politico, el jefe de filas de los conservadores europeos, el alemán Manfred Weber, expresaba a las claras este temor compartido. “Queremos la OTAN, pero también queremos ser lo suficientemente fuertes para defendernos sin ella”, afirmó. “Independientemente de quien sea elegido en Estados Unidos, Europa debe ser capaz de sostenerse por sí misma en términos de política exterior y de defenderse de manera independiente”, añadió. En esa misma entrevista, Weber se mostraba partidario de que otros países europeos, y no solo Francia, dispusiesen de sus propias armas nucleares como parte de una estrategia de disuasión. A comienzos de enero, el ministro de Asuntos Exteriores italiano, Antonio Tajani, retomó la idea de crear un ejército europeo, una necesidad, según él, en un mundo dominado por grandes potencias como “Estados Unidos, China, India y Rusia”.
En suma, quienes detentan el poder en la UE apuestan por recuperar la vieja idea de “autonomía estratégica” o Europa como “segundo pilar de seguridad” (el primero sería Estados Unidos). La idea dista de ser nueva: Winston Churchill propuso un ejército europeo con mando común en 1950, una ambición que recogió el ministro de Defensa francés René Pleven, quien reformuló la idea como Comunidad Europea de Defensa (CED), aunque el proyecto quedó pospuesto por el voto contrario de la Asamblea Nacional francesa. Con todo, la integración de la política de defensa común ha ido avanzando en los últimos años, aunque no a la misma velocidad que en otros ámbitos. Otra de las ironías de esta tendencia es que unos EE UU cada vez más enfocados en centrarse en su rivalidad comercial con China podrían estar interesados en que la Unión Europa promueva esa misma “autonomía” para contener en solitario a Rusia.
Con todo, el objetivo último de este plan, que aparece de manera recurrente en los documentos oficiales del bloque, podría ser menos defensivo que agresivo, en contra de lo que sostienen públicamente los defensores del mismo, como Weber. Es el bloqueo de los hutíes en el Mar Rojo en protesta contra las acciones militares de Israel en Gaza, y no la guerra en Ucrania, lo que permite ver este proyecto bajo una luz muy diferente y mucho menos favorable. El control de las rutas comerciales y el acceso a hidrocarburos y otras materias primas –cada vez más escasas y enterradas en el subsuelo de países que no mantienen en su mayoría precisamente relaciones amistosas con Bruselas– son clave para la supervivencia de un bloque comercial como la UE, una preocupación que ya no se esconde, como demuestra el discurso del año pasado en el Foro Económico Mundial de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
A la hora de la verdad, pues, un ejército europeo para el control neocolonial de África –si se llega a ello y su plan de inversiones en el subcontinente Global Gateway (‘Puerta Global’) no consigue desplazar a la hasta ahora más atractiva nueva Ruta de la Seda china– parece un resultado mucho más probable que el de un enfrentamiento apocalíptico con Rusia en territorio propiamente europeo.
Resuenan las palabras de Rosa Luxemburg en Utopías pacifistas (1911):
“Sólo cuando se pierden de vista estos procesos y desplazamientos y se recuerdan los bienaventurados tiempos del concierto europeo puede decirse que hemos vivido cuarenta años de paz ininterrumpida. Este punto de vista, para el cual los procesos no existen más que en el continente europeo, no se da cuenta de que justamente no tenemos ninguna guerra en Europa desde hace décadas porque las contradicciones internacionales se han desarrollado más allá de los estrechos límites del continente europeo. […] No los partidos socialdemócratas, sino la burguesía propone cada cierto tiempo la idea de una federación europea. Ésta siempre se presentó, no obstante, con una clara tendencia reaccionaria. Personas como el profesor Julius Wolf un conocido antisocialista, son quienes propagaron la idea de una comunidad económica europea, que no significa otra cosa que una unión aduanera para la guerra comercial contra los Estados Unidos de América, y así fue percibida y criticada por los socialdemócratas. Y cada vez que los políticos burgueses enarbolaron el estandarte del europeísmo, de la federación de los estados europeos, fue en referencia explícita o tácita contra el “peligro amarillo”, contra “la parte negra del mundo”, contra “las razas inferiores”, en pocas palabras, fue, en todo momento, un aborto imperialista. […] Las cosas tienen su propia y objetiva lógica. Y la solución de la federación europea sólo puede significar objetivamente en el seno de la sociedad capitalista una guerra aduanera contra los Estados Unidos en el terreno comercial y una lucha racial, colonial y patriótica en el terreno político. La campaña china de los regimientos europeos unidos con el mariscal mundial Wanldersee y el evangelio de los hunos como bandera: ésta es la expresión real y fantástica, la única posible, de ‘la federación de estados europea’ en la sociedad actual”.
El siglo XXI avanza por un túnel cada vez más oscuro.
*Ángel Ferrero, periodista.
Artículo publicado originalmente en El Salto Diario.
Foto de portada: Kremlin.