Con el historial más sangriento entre los grandes genocidios de los últimos dos siglos. Así lo demuestra pacientemente el académico camerunés Charles Onana en su libro “Holocausto en el Congo”, publicado en marzo de 2023.
Las palabras fallan. En los múltiples informes suprimidos de la ONU, en los sucesivos trabajos de las comisiones europeas de investigación, en las declaraciones de las estrellas de la escena, Passy, Roga Roga, recientemente en TV5 Monde< a i=2>, no hay palabras para describir estas masacres repetidas, estas violaciones brutales y sangrientas, estos asesinatos colectivos y el silencio que reina, la impunidad que triunfa. Sin embargo, el horror de la Shoah y sus seis millones de muertes es superado en Kivu, ya que el número de víctimas supera los diez millones de muertos, sin contar las poblaciones desplazadas, los traumas que afectan a varias generaciones, los cientos de miles de mujeres destruidas desde dentro que el doctor Denis Mukwege, premio Nobel de la Paz, nunca podrá reparar.
Un holocausto que tuvo que permanecer en silencio
¿Por qué este silencio resuena de un extremo al otro de la tierra? Silencio globalizado, ¿cómo es posible? Simplemente porque quienes se benefician de los crímenes son los grupos industriales americanos, los más poderosos del siglo XXI, los que controlan los mercados informáticos y digitales, Microsoft, Apple, en primer lugar, y los mercados de la telefonía móvil, Estos miles de millones de teléfonos móviles se difunden a precios elevados por todo el mundo, generando servicios cada vez más lucrativos para consumidores cada vez más esclavizados a estas tecnologías. Y la guinda del pastel, los fabricantes de automóviles eléctricos, encabezados por Tesla, el nuevo amo de Twitter. Los líderes de la economía estadounidense, los valores que impulsan a Wall Street y el capitalismo global han decretado que este holocausto debe permanecer en silencio.
“Y a nadie sorprende que un país sin coltán ni níquel sea el principal proveedor del mundo”
Pero ¿por qué? Porque la masacre de los congoleños de Kivu no tiene otra justificación que el control de los minerales extraídos en esta región del Congo por parte de estos actores económicos que dominan el mundo postindustrial y nuestra civilización digital. Desde la colonización belga los industriales estadounidenses explotan los minerales de Kivu: es el uranio de Kivu el que permitió a Oppenheimer fabricar las bombas atómicas que explotaron en Nagasaki e Hiroshima. Asimismo, fue el coltán congoleño comprado entonces a Bélgica el que fue declarado, desde la Segunda Guerra Mundial, “material estratégico para el sistema de defensa de Estados Unidos”. Hoy es aún más “estratégico” para todo el sistema de economía digital globalizada organizado en torno a Silicon Valley. Y entre el 60 y el 80% de los recursos conocidos de coltán están enterrados en Kivu, en el este de la República Democrática del Congo.
Expropiación de millones de congoleños
10 millones de muertes, ¿qué se compara esto con las capitalizaciones de mercado de los grupos económicos más grandes del mundo? ¿Y eso no justifica enterrarlos en silencio? Teléfonos móviles, ordenadores portátiles, cámaras digitales, videoconsolas, circuitos integrados… La prosperidad, en el siglo XXI, bien vale una masacre organizada y la expropiación de millones de congoleños, para explotar en paz, a través de Ruanda, las fabulosas riquezas de su sótano.
De hecho, incluso si son empresas a menudo controladas directamente por el ejército ruandés o el gobierno ruandés las que venden estas toneladas de minerales congoleños a las multinacionales mineras que los refinan y comercializan, todo el mundo hace la vista gorda ante el origen primario. Es más simple. Y a nadie sorprende que un país sin coltán ni níquel sea el principal proveedor del mundo. Sigue adelante, no hay nada que ver.
Alpaca y alpaca teñidas de sangre
Y, sin embargo, habría sido tan sencillo explotar estas riquezas en beneficio de los ciudadanos de la República Democrática del Congo, que eran sus legítimos poseedores, sin pasar por la guerra, el exterminio, la «profanación de vaginas» denunciada en 2005 por el talentoso escritor congoleño Désiré Bolya Baenga, murió demasiado pronto, consumido por el silencio que ya envolvía el horror.
Un día, a pesar de todos los obstáculos acumulados, los criminales tendrán que dar explicaciones, ya sean estadounidenses, ruandeses, europeos, militares, políticos o empresarios. La alpaca y el coltán están manchados con tanta sangre que acabará quemando las manos que mal se lo ganaron…
*Charles Onana, es un politólogo, periodista de investigación, ensayista y editor franco-camerunés
Artículo publicado originalmente en AFRIK.COM