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Revolución Verde y la agroindustria propuesta por la ONU dos grandes fracasos en África

Por Beto Cremonte*
El 23 de septiembre de 2021, se llevó a cabo la Cumbre de Naciones Unidas sobre los Sistemas Alimentarios. La agenda estuvo centrada en sensibilizar y establecer compromisos y medidas mundiales que transformen los sistemas alimentarios, con el objetivo de erradicar el hambre, reducir las enfermedades relacionadas con la alimentación y proteger el planeta. A priori se puede decir que es un temario ambicioso, pero con desafíos que, en África, ya se hicieron añicos tiempo atrás.

En la actualidad, a pesar de producir más alimentos que nunca antes, todavía hay 690 millones de personas que pasan hambre y cerca de 2.000 millones sufren sobrepeso u obesidad, lo que contribuye, en gran medida a la creciente incidencia de enfermedades relacionadas con la alimentación. Es sabido que muchos problemas de salud tienen directa relación con hábitos alimenticios poco saludables, en muchos de esos casos porque no se tiene acceso a alimentos adecuados y aceptables.

Además, el cambio climático dificulta la producción de alimentos como consecuencia de las condiciones meteorológicas extremas. Y a su vez, los sistemas alimentarios son parte del problema: el 29% de las emisiones de gases de efecto invernadero proceden de la cadena de suministro de los alimentos.

Es fundamental mejorar los sistemas alimentarios y la producción de los mismos, para construir un futuro sostenible. Mejores sistemas alimentarios deben dar lugar a un mundo de ecosistemas y biodiversidad crecientes, de eso no hay dudas pero los sistemas que se proponen o garantizan los resultados esperados, más aún, muchas de esas “soluciones” mágicas están ligadas a megaempresas que son más parte del problema que de la solución, por ejemplo aquel sueño de la “Revolución verde para África” financiada y propuesta por la Fundación de Bill y Melinda Gates.

Está más que claro que se necesitan ideas nuevas, asociaciones sólidas y un diálogo inclusivo, equitativo y descentralizado a nivel mundial. Se necesita uno o varios modelos (según las posibilidades y las culturas de cada rincón del mudo) que permitan asumir el compromiso necesario para transformar el sistema de producción sustentable de alimentos. Ya hay muchos ejemplos de comunidades, organizaciones de agricultores, empresas, líderes indígenas y particulares que están tomando la iniciativa para transformar los sistemas alimentarios y caminan hacia un cambio positivo, sostenible en el tiempo y amigable con el medio ambiente.

Una agenda a largo plazo

La Cumbre de los Sistemas Alimentarios de Naciones Unidas marca lineamientos internacionales para los próximos años, pensando en una agenda global para 2030. Organizaciones de todo el mundo cuestionaron que la cumbre haya sido liderada por la Alianza para la Revolución Verde en África, entidad ligada al agronegocio transgénico que no consiguió paliar el hambre y profundizó la brecha entre ricos y pobres en este continente. Cabe recordar que esta entidad está relacionada a empresas que directa o indirectamente responden a los intereses económicos de Bill Gates y la Fundación Rockefeller.

El rumbo de las políticas alimentarias a nivel mundial para los próximos años se discutió en Nueva York, en la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de la ONU.  La “gran manzana” fue el escenario en el que se produjo un rechazo generalizado de parte de miles de organizaciones de la sociedad civil y también por parte de muchos funcionarios de la mismísima ONU. Las denuncias se fundamentan en que la convocatoria de la cumbre responde a intereses de empresas multinacionales, en especial a las de insumos químicos y tecnológicos para el agronegocio.

En ese sentido, uno de los mayores cuestionamientos radicaron en el nombramiento, por parte del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, como enviada especial para la cumbre a Agnes Kalibata, presidenta de la Alianza para la Revolución Verde en África (AGRA), quien nada más y nada menos estará a cargo del diseño y la coordinación de los grupos de trabajo.

Agnes Kalibata, presidenta de AGRA

El rol de AGRA en la agroindustria africana

AGRA es una institución que fue creada por la Fundación Bill y Melinda Gates y la Fundación Rockefeller, lanzada en 2006 con un claro objetivo en el horizonte, “duplicar el rendimiento de la producción agrícola”.  Y como objetivo subyacente, incrementar en la misma medida los ingresos de 30 millones de pequeños productores, y reducir a la mitad el hambre y la pobreza en 20 países africanos.

A decir verdad y ya pasados 15 años, y pese a una millonaria inversión tanto en el sector público como privado, eso no sucedió y estuvo lejos de que así ocurra. Por el contrario, AGRA se ocupó de ejercer, de forma directa o indirecta, influencia sobre los gobiernos de países como Nigeria, Uganda, Kenia o Tanzania, por ejemplo, en favor de empresas multinacionales, que como hemos dicho, son una gran parte el problema actual más que una solución.

Es por ello que el resultado primario de la cumbre fue la denuncia de más de 170 organizaciones de 83 países, a través de una carta enviada al Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, para que revoque de forma urgente su decisión de nombrar a Kalibata como “su” enviada especial a la Cumbre. “AGRA y la doctora Kalibata, quien también forma parte de la junta del Centro Internacional de Desarrollo de Fertilizantes (IFDC) son marionetas de las multinacionales de la agroindustria y sus accionistas. Dirigida por Kalibata, la Cumbre no será más que una herramienta para una mayor depredación de las empresas sobre las personas y los sistemas naturales. Por lo tanto, le pedimos que revoque inmediatamente su nombramiento”, expresaron en un párrafo que se desprende de la cara de intención enviada a Guterrés.

Productos agrícolas en el almacén de Igodikafu, en la aldea de Mbuyuni, en el centro de Tanzania. Con base en los recibos de las cosechas entregadas a esta instalación, la Sociedad Cooperativa de Ahorro y Crédito de Mahanje puede otorgar a los agricultores préstamos personales y específicos, por la mitad de su producción. Foto: Isaiah Esipisu / IPS

El fracaso de AGRA en África

Como hemos señalado anteriormente, para cumplir su objetivo, AGRA recibió mil millones de dólares de la fundación Bill y Melinda Gates, pero también de los gobiernos de Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania. Esto se deprende de un informe titulado: “Falsas promesas: La Alianza para la Revolución Verde en África”, que fue publicado en medio de la pandemia, en julio de 2020. En el mismo participan diferentes organizaciones de Mali, Kenia, Tanzania y Zambia junto a otras de Alemania.  Según datos que se desprenden del informe, “Además del apoyo financiero, AGRA tuvo gran apoyo político de los gobiernos de Alemania y Estados Unidos, así como de Ghana y Zambia, entre otros”, señalan los autores del mismo.

Las organizaciones autoras del informe entre las que se encuentran la  Asociación por la Biodiversidad y la Bioseguridad, de Kenia; la Alianza por la Biodiversidad, de Tanzania; Pelum, de Zambia; y FIAN, de Alemania, entre otras muchas, denuncia que AGRA no sólo falló en cumplir sus objetivos sino que está muy lejos de alcanzarlos.

Este informe y el análisis del mismo está basado en una serie de estudios que fueron llevados a cabo por investigadores de la Universidad de Tufts, de Estados Unidos, como así también de evaluaciones propias de AGRA.  Los principales puntos que se desprenden del mismo son:

  • Los rendimientos agrícolas en los países en los que AGRA implementó sus programas no se duplicaron, sino que se incrementaron un 18 por ciento, al mismo nivel que venían haciéndolo antes de la aparición de AGRA. Echando por tierra aquel anhelo primario de garantizar la duplicidad en la producción agroindustrial.
  • En muchos casos, los programas de AGRA no lograron que los agricultores alcancen ingresos superiores a la línea de pobreza, uno de los principales objetivos de “la alianza”. Uno de esos casos es la promoción del paquete tecnológico de maíz híbrido con herbicidas y fertilizantes, ligados a las multinacionales Monsanto y Bayer, en Tanzania. Según el informe y los estudios dicen que al vender ese maíz, una familia agricultora tanzana gana aproximadamente el 15 por ciento de los ingresos necesarios para alcanzar la línea de pobreza.
  • AGRA promueve leyes y subsidios favorables a las industrias de semillas transgénicas y de agrotóxicos. “Lo hace mediante el despliegue de personal o el apoyo financiero directo a ministerios u órganos consultivos de gobiernos”, dice el informe. En Uganda, por ejemplo promovió la plataforma nacional de fertilizantes, presidida por el Ministerio de Agricultura, que habilitó que el sector privado se haga cargo del control de calidad de los fertilizantes. “Las corporaciones internacionales, como la empresa de fertilizantes Yara (socia de AGRA), son los principales beneficiarios”, señalan los autores del informe.
  • Una cuestión cultural y generacional, como guardar semillas de la propia cosecha para la siguiente siembra, que además es una práctica muy extendida entre los agricultores africanos y que brinda independencia y contribuye a su soberanía alimentaria, sin embargo AGRA promueve la abolición de esta práctica a través de nuevas leyes (de protección de propiedad intelectual) y el uso de semillas híbridas, que pierden capacidad de reproducción.
  • Según AGRA, al usar más tecnología e insumos, los pequeños productores duplicarían su producción. Sin embargo, muchos agricultores lo consideran riesgoso porque cuando la cosecha falla, se endeudan y ponen en peligro la propiedad de su tierrra. “Los agricultores entrevistados dijeron que, incluso con buenos rendimientos, gastan más del 80 por ciento de los ingresos de la cosecha en pagar a los proveedores por las semillas y fertilizantes”, señala el informe. El rendimiento de los cultivos básicos había crecido sólo un 18% en 12 años de programación de la Revolución Verde, que incluía hasta 1.000 millones de dólares anuales en subvenciones de los gobiernos africanos a los agricultores para la compra de semillas comerciales, fertilizantes y pesticidas. Esto está muy lejos de la prometida duplicación de los rendimientos, un aumento del 100%.
  • La pobreza siguió siendo endémica, sobre todo en las zonas rurales, ya que los rendimientos prometidos se quedaron cortos y los agricultores a menudo se esforzaron por cubrir los costos de los nuevos insumos, incluso con las subvenciones.
  • Las subvenciones a los cultivos favorecidos, como el maíz, hicieron que se abandonaran otros alimentos básicos nutritivos y resistentes al clima, como el mijo y el sorgo. La producción de mijo se redujo en un 24% bajo el programa AGRA.
  •  El hambre crónica, medida por la ONU como «subnutrición», aumentó drásticamente en lugar de reducirse a la mitad. El número de personas desnutridas en los países del AGRA aumentó un 30% entre 2006 y 2018. (Véase mi informe político del IATP para un resumen de los resultados).

Las organizaciones señalan que no hay ningún motivo para considerar que AGRA es competente en la reducción del hambre y el fortalecimiento de sistemas alimentarios sostenibles. Y advierten que es muy preocupante su liderazgo en la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios: “AGRA incorpora intereses del sector privado a los procesos de toma de decisiones de las Naciones Unidas. Los Estados, obligados a rendir cuentas al público, cederán su influencia y su responsabilidad a actores ilegítimos pero poderosos. Paradójicamente, muchos de estos gobiernos financian instituciones de las Naciones Unidas y eventos como esta cumbre.”

“Creemos en un mundo en el que sistemas alimentarios saludables, sostenibles e inclusivos permitan a las personas y al planeta prosperar. Un mundo sin pobreza ni hambre, un mundo de crecimiento inclusivo, sostenibilidad ambiental y justicia social, un mundo resiliente en el que nadie se quede atrás” dice Kalibata. Los hechos y la realidad del continente con mayor superficie cultivable del mundo, también el de mayor desigualdad y pobreza, desdicen los deseos de la presidenta de AGRA.

Más recaudación para sostener el fracaso

La Alianza para una Revolución Verde en África está preparando una campaña para recaudar 1.000 millones de dólares en los próximos meses para financiar su promoción de la agricultura industrializada hasta 2030. La organización, que como hemos mencionado, ya ha gastado 1.000 millones de dólares desde su fundación en 2006, cuenta al parecer con la Cumbre del Sistema Alimentario de las Naciones Unidas como plataforma clave para la recaudación de fondos claves en su ambicioso horizonte.

La campaña de financiación de AGRA seguramente intensificará los llamamientos de las organizaciones agrícolas, medioambientales y comunitarias africanas para exigir a los donantes que cambien su financiación de los costosos programas de la Revolución Verde a enfoques más asequibles y sostenibles como la agroecología. La agricultura ecológica recibió otro voto de confianza a principios de este mes, cuando el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de la ONU aprobó una serie de recomendaciones políticas en apoyo de tales medidas.

La receta sigue siendo la agricultura familiar

Históricamente los pequeños agricultores han desarrollado y conservado la agro- biodiversidad, reproduciendo semillas, intercambiándolas y adaptándolas a los cambios del clima, garantizando la continuidad de la agricultura y el abastecimiento a nivel local, así como la seguridad y soberanía alimentaria.

Frente a la dramática crisis alimentaria global, los intereses corporativos están abogando por una revolución verde en África como estrategia para incrementar la productividad. Sin embargo, aunque utilicen conceptos como “sustentabilidad”, “metodologías participativas” y “manejo de la biodiversidad”, las bases son las mismas que hoy generan esta crisis y la creciente pérdida de la biodiversidad y aumenten la desigualdad  la pobreza de los productores agropecuarios.

La revolución verde fue implementada en los últimos 50 años en America Latina y Asia generando una extrema dependencia de insumos químicos derivados del petróleo, la degradación progresiva de la biodiversidad, los suelos y el agua; la concentración de la tierra y la expulsión de los campesinos, indígenas y pequeños agricultores. El proceso de industrialización de la agricultura a su vez intensificó del uso de combustibles fósiles tanto en la producción como en el transporte de mercancías. Este proceso ya conocido, es el que también está fracasando en África, empobreciendo a los países yy enriqueciendo a las multinacionales relacionadas con el agro. Este fracaso demuestra que en ese camino no encontramos respuesta al hambre y al cambio climático, ni a corto ni a largo plazo.

Por el contrario, son los pequeños agricultores quienes tienen la capacidad de alimentar al mundo, en tanto la agricultura campesina promueve la diversificación de alimentos, sustenta las culturas tradicionales y no daña el medio ambiente. Es más, las producciones a pequeña escala, ecológica y local es una acción inmediata y efectiva para reducir las emisiones de carbono y enfriar el planeta.

Por lo tanto la alternativa para África, así como para una respuesta efectiva a la crisis global de alimentos, no es una nueva revolución verde, sino la construcción de la soberanía alimentaria, que significa el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de producción y distribución de alimentos, con tecnologías locales y de una forma cultural y ambientalmente adecuada, poniendo a los pequeños agricultores, los pescadores artesanales, los pastores y comunidades indígenas y originarias en el centro de los sistemas alimentarios.

*Beto Cremonte es periodista y docente de Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)