Nuestra América

Reflexiones sobre Cuba. Un año después

Por Luis Emilio Aybar*
Las ideas expuestas en este trabajo constituyen una síntesis de lo compartido por el autor en la entrevista «El 11 de julio se enfrentaron dos proyectos de país», publicada en el blog Letra joven.

Ese día vi los videos de las protestas en San Antonio de los Baños a eso de las 11 de la mañana. Una manifestación por demandas ciudadanas, a secas, hubiera parecido normal y hasta saludable para alguien que, desde la investigación y el activismo político, ha reivindicado el papel del conflicto dentro de la Revolución. Sin embargo, al constatar que las consignas enarboladas eran las de Miami, comprendí que los vacíos de hegemonía acumulados habían permitido que el bloque pro-imperialista impregnara aquellas protestas con sus símbolos, sus métodos y sus salidas. De inmediato supe cuál sería mi posición en las calles de La Habana.

Comencé a comunicarme con los compañeros más cercanos, del Proyecto Nuestra América y de La Tizza, del Centro Martin Luther King y otros. Cuando Díaz-Canel convocó, ya estábamos movilizados por iniciativa propia. No podía suceder que nadie saliera a defender al socialismo y a la patria –que era lo que se estaba atacando, acéptenlo o no– y que los órganos policiales quedaran completamente acorralados, con todos los riesgos que eso implicaba para el manejo de los acontecimientos. Teníamos que estar ahí para impedir con nuestra voz y nuestros cuerpos que hicieran «leña con todo y la palma», en momentos en que lo que hace falta es sembrar.

Nunca estuvo la violencia en nuestro ánimo. Más bien quedamos bastante vulnerables mientras caminábamos hacia la masa congregada por los CDR, la CTC y otras organizaciones, cuando nos cruzamos con el bando protestante lleno de rabia. Fue un día confuso y triste, pero a mi juicio contribuyó a despertar esencias dormidas, y a retomar principios y métodos de trabajo que nunca debieron abandonarse.

Presidente Díaz Canel

Los días posteriores fueron muy intensos, digamos que en tres direcciones fundamentales: organizarnos y articularnos mejor por si ocurrían nuevas manifestaciones, participar o coordinar debates sobre el significado de los acontecimientos en el seno de organizaciones como la AHS, el PCC, la UJC, a las que pertenecemos, y difundir nuestras visiones y propuestas para contribuir a lo que considerábamos la única manera de sobrevivir: pasar a la ofensiva creadora.

Así surgieron varios editoriales de La Tizza, que cumplieron un importante papel, a nuestra escala, durante esos meses. «Tendremos que volver al futuro»[1] y «El día después no podrá ser el mismo»[2] fueron los dos textos de La Tizza más leídos el año pasado. Salieron poco después del 11 de julio, los días 15 y 20 de ese mes, respectivamente. Demuestran la importancia de una actitud proactiva hacia el contexto, que demandaba visiones críticas desde la izquierda, como las que ahí cristalizan.

Nuestra interpretación fue la siguiente:

Los que salieron a protestar contra el Estado y el socialismo en Cuba eran pueblo.

Actuaron como agentes de un programa que no era suyo.

El enfrentamiento no fue solo con el Estado, sino entre dos partes del pueblo: una siente que ya no tiene nada que perder ni que ganar y se ha rendido, y la otra no está dispuesta a renunciar a lo conquistado ni a los nuevos caminos por abrir. Fue, por tanto, una disputa entre dos proyectos de país.

Las desigualdades y otras prácticas lesivas a la justicia social han producido una desconexión.

Reducir las causas a la guerra no convencional, o a la «delincuencia» y la «marginalidad», induce a creer que solo estamos en presencia de un problema de seguridad del Estado o de mezquindad de un grupo social.

Si no reconocemos las deudas con los más humildes hacia lo interno de nuestra sociedad, nunca vamos a entender lo que ocurrió ese domingo.

Nuestro diagnóstico, por tanto, incluyó la interpelación de las prácticas acumuladas por el campo político al que pertenecemos:

Lo sucedido este 11 de julio también se explica porque los comunistas y revolucionarios no combatimos con suficiente fuerza y eficacia las prácticas nocivas del Estado, defendimos la unidad de una manera que en realidad la perjudica, nos conformamos con plantear las cosas en el lugar correcto, aunque la solución no llegara, acompañamos acríticamente a los líderes en lugar de rectificar el camino y nos dejamos disciplinar cuando lo que tocaba era pensar y actuar con cabeza propia.

Estas tareas y actitudes que fallaron forman parte de nuestro estrecho margen de maniobra como proyecto de nación en un ambiente internacional hostil. En otras palabras, frente al bloqueo, a la guerra no convencional, al poder totalizador del capitalismo en el mundo y a las audaces metas de una revolución, lo decisivo somos nosotros mismos.

Desde esa mirada hacia dentro, planteamos algunas ideas generales que podían tributar a las salidas posibles:

Regenerar el tejido social de esta Revolución que ha buscado ser de los humildes, por los humildes y para los humildes.

Desterrar el vicio de huirle al conflicto, que luego explota en la cara. Asumir la contradicción, y liderarla.

Ampliar las formas de democracia directa.

Combatir con la fuerza popular a la contrarrevolución institucional, patente en fenómenos como la corrupción, el burocratismo, el autoritarismo y el privilegio.

Tensar la cuerda desde abajo y a la izquierda («los descontentos e inconformes también estamos del lado de los que salimos aquel domingo a defender la patria»).

Alivia constatar, mirando las cosas desde hoy, que varias de estas líneas coinciden con los diagnósticos y los caminos enrumbados por la máxima dirección del país después del 11 de julio. No obstante,

han resultado insuficientes los cambios, a juzgar por el hecho de que una parte significativa de la frustración popular se sigue expresando en un sentimiento opositor alineado con formas de legitimación de las alternativas capitalistas y pro-imperialistas. Existen posibilidades políticas no explotadas para solventar la crisis económica de una manera tal que los principios socialistas no pierdan validez en la conciencia popular, sino que, por el contrario, las personas se vean interpeladas y envueltas en prácticas transformadoras que desarrollen sus convicciones.

Este ha sido siempre el núcleo de la hegemonía revolucionaria, de ahí que el problema principal del socialismo en Cuba sea, a mi juicio, de naturaleza política y cultural. En él radica, junto al bloqueo, la otra cara de las causas de la crisis económica, y la única vía para superarla sin traición.

Hay tendencias hegemónicas que identifican mecánicamente la defensa de la Revolución con la defensa del Estado cubano. Piensan que cuando se dice ¡abajo el burocratismo!, ¡abajo la corrupción!, ¡abajo la desigualdad!, eso no significa ¡viva la Revolución! Olvidan que la Revolución es un proyecto, un sistema de valores y una fuerza social que incluye, pero trasciende la institucionalidad construida. Esos principios, para ser coherentes, nos deben llevar a combatir todo lo que afecte los intereses del pueblo, y todo lo que impida el avance de la Revolución. Los comunistas debemos liderar esa lucha. Intensificarla y convertirla en motivo de victoria popular ‒y no de vergüenza y omisión‒ será la única manera de ganar para el socialismo a la franja de los apáticos y reacios, la mayor parte de los cuales llevan adentro, sin embargo, las promesas de la Revolución.

Notas:

*Investigador del Instituto Cubano de Investigación y ex vicepresidente de la Asociación de los Hermanos Saíz

Referencias:

[1] Editorial de La Tizza.

[2] De mi autoría

Fuente: https://boletindelatizza.substack.com/

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