Ayer en Londres, el primer ministro británico Starmer y los dirigentes de la UE -Ursula von der Leyen, António Costa y Kaja Kallas- alcanzaron un entendimiento fundamental para la evolución de las relaciones post-Brexit entre el Reino Unido y la UE. No todos los expedientes fueron fáciles de resolver dados los intereses contrapuestos, pero la tendencia a la guerra acabó por acercar a los dos actores de la escena internacional.
En realidad, son tres los textos acordados ayer por la mañana por los sherpas y luego aprobados por los políticos recién mencionados. El primero es una declaración conjunta, el segundo es una asociación de defensa y seguridad, el tercero expresa una nueva agenda de cooperación entre Bruselas y Londres. Resumamos brevemente su contenido.
La declaración conjunta tiene el sabor de un encuadre estratégico de lo que pretenden los países europeos. Enseguida se afirma la importancia del libre comercio -una crítica a Trump-, seguida del reconocimiento de la ineludible cooperación transatlántica y del papel de la OTAN como pilar de la defensa colectiva.
Luego, por supuesto, está el apoyo a Ucrania, las acusaciones contra Rusia e Irán, la búsqueda de estabilidad entre India y Pakistán y en los Balcanes, y la promoción de una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí. Lo de siempre, lo que estamos acostumbrados a oír de los gobernantes occidentales, pero sin esbozar iniciativas concretas de ningún tipo.
También se mencionan los esfuerzos de colaboración, que volverán en los demás textos, pero sobre todo es importante mencionar que se ha decidido una consulta semestral entre los ministros británicos de Defensa y Asuntos Exteriores y el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, papel recordado hoy por Kallas.
Precisamente la asociación en materia de defensa y seguridad constituye el núcleo de los acuerdos. Inteligencia y lucha contra las amenazas híbridas, espacio, IA y tecnologías avanzadas, diálogo sobre misiones marítimas como las del Mar Rojo, lucha contra los flujos migratorios irregulares, movilidad militar a través de la participación del Reino Unido en el programa conexo de la PESCO, la iniciativa europea de defensa común.
Por último, el mantenimiento y crecimiento de las participaciones conjuntas en la industria militar, y la inclusión de Londres en el horizonte Readiness 2030. «Este es el primer paso hacia la participación del Reino Unido en el programa europeo de inversión en defensa SAFE», declaró von der Leyen, citando el que fue entonces el gran tema de la reunión.
Por último, la nueva agenda de cooperación sienta las bases para un futuro diálogo sobre diversos temas, y toma ya algunas decisiones al respecto. Se suavizan los controles aduaneros sobre alimentos y productos vegetales, una decisión que, según Downing Street, aportará más de 10.000 millones de euros a las arcas londinenses de aquí a 2040.
Se expresa la voluntad de trabajar en la facilitación de los controles fronterizos, sobre todo en lo que respecta a los turistas. A continuación, el texto menciona la integración del Reino Unido en el espacio universitario europeo a través del programa Erasmus+, criticado por el anterior Gobierno de Londres hace apenas un año.
Se fomenta la futura cooperación en energía y tecnología, se trabajará en la vinculación de los mercados de emisiones y el Reino Unido podrá evitar los aranceles a su acero. Por último, en cuanto al polémico acuerdo pesquero, se establece el pleno acceso recíproco a las aguas de la otra parte hasta el 30 de junio de 2038, prorrogando 12 años el acuerdo actual.
El tema de los derechos de pesca había sido ampliamente abordado por los partidarios del Brexit, por lo que, aunque sólo representa el 0,4% del PIB, tiene un significado simbólico y político nada desdeñable. Ya anticipando este resultado de la reunión, se leyó más de una vez en los periódicos que se suponía que estas negociaciones representaban una especie de reinicio del Brexit. Pero esto es una simplificación.
Sin duda, el acuerdo de ayer marca un fuerte acercamiento entre Londres y Bruselas, y esta es probablemente una de las razones por las que el inquilino de Downing Street había expresado su deseo de evitar el revuelo mediático en torno a las negociaciones. Pero en esencia se trata de un acuerdo de asociación estratégica global entre realidades ya profundamente interconectadas, más que de una admisión del fracaso del Brexit.
Al menos, no en el sentido que quieren propagar los ultras proeuropeos. Por ejemplo, a ambos lados del Canal de la Mancha varias voces han recordado en los últimos días una encuesta publicada por The Independent a principios de 2025 sobre los costes del Brexit. Sólo el acuerdo de «divorcio» de la UE habría costado más de 30 millones de libras, a lo que habría que añadir las pérdidas en el capítulo de exportaciones, inversiones, etcétera.
Cifras que no podemos cuestionar, pero que habría que poner en el contexto de la crisis que estamos viviendo. Si pensamos en los países de la comunidad europea, ciertamente no les va bien, con una crisis industrial que no da señales de detenerse. Si hablamos de oportunidades de inversión, deberíamos preguntarnos cuántas oportunidades e inversiones ha perdido Italia al abandonar la Nueva Ruta de la Seda.
Sin duda, parte de la clase dirigente británica debió de sentir cierta preocupación si pensamos en el papel que desempeñaba en la prestación de servicios financieros a los países de la UE. Hay que recordar que la City londinense produce una parte importante del PIB del Reino Unido y era una especie de puerta de entrada de capitales a los mercados europeos.
Pero la realidad es que las ambiciones imperiales que aún representa la Corona del Rey Carlos se enfrentan a un escenario global en el que ese papel está ya perdido y es irrecuperable. El Brexit representa, si acaso, un fracaso en el sentido de que la ruptura euroatlántica practicada por Trump ha trastocado el horizonte que la política británica se había construido a partir de 2016.
«Había quien decía que el Brexit era una oportunidad para adoptar una política exterior independiente en Europa, en lugar de estar siempre alineados con Francia y Alemania. Pero hoy ya nadie dice eso», explica Ian Bond, director adjunto del Centro para la Reforma Europea, y estas palabras dan sustancia al porqué estratégico de los acuerdos firmados en Londres.
La medida del fracaso de la ruptura decisiva con la UE no se evalúa en función de las promesas incumplidas, como gastar 350 millones de libras en el sistema sanitario cada semana, ya que incluso en la búsqueda de nuevas hipótesis estratégicas era impensable que los políticos dedicados a los beneficios se embarcaran en este cambio de rumbo.
Se evalúa más bien la incapacidad de leer las tendencias subyacentes de la competencia mundial y el no haberse dado cuenta de que la posibilidad de desempeñar un papel de peso a escala internacional actuando como punto de contacto entre las dos orillas del Atlántico estaba descartada. Es, en todo caso, esta toma de conciencia la que ha impulsado ahora a Starmer a intentar ajustar su sintonía con sus vecinos europeos.
Y no sólo eso, consciente también de que se mueve en un terreno delicado, dada la vuelta de Farage a la arena electoral. Downing Street ha intentado resolver algunos nudos espinosos, tratando de no perder terreno frente al nuevo Trump europeo, al tiempo que promovía una de las campañas antiinmigración más duras de los últimos años… frente al Gobierno de «izquierdas».
Pero el verdadero interés era sentar las bases de la reconfiguración del complejo militar-industrial europeo, con sinergias mutuamente beneficiosas. Las actividades de algunos grandes gigantes británicos del armamento, como BAE Systems, ya están entrelazadas con los «campeones europeos» de la industria bélica y, en pleno programa de rearme, no hay intención de romper estos vínculos.
En cambio, en el lado londinense de la cuestión, se contempla la oportunidad de hacerse con parte de los 150.000 millones del fondo SAFE, los previstos como préstamo garantizado por el presupuesto de la UE para compras conjuntas entre varios países, destinadas a una defensa europea. Esto significaría también sancionar definitivamente el papel que Londres quiere jugar en el panorama geopolítico: de acuerdo con el imperialismo europeo.
Que ésta era la dirección que quería tomar Starmer era evidente desde hace tiempo. Queda por ver si se mantendrá -internamente en la confrontación con Farage, externamente en la capacidad de Bruselas para dar el salto militar-.
*Gigi Sartorelli, periodista en Contropiano.
Artículo publicado originalmente en Contropiano.
Foto de portada: El primer ministro británico, Keir Starmer (izq.), el ministro de Asuntos Exteriores británico, David Lammy (segunda izq.), el ministro de Hacienda y Ministro de la Oficina del Gabinete para la Constitución y las Relaciones Europeas, Nick Thomas-Symonds (tercera izq.), la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas (cuarta der.), la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (tercera der.), el presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa (segunda der.), y el comisario europeo de Comercio y Seguridad Económica, Maros Sefcovic, asisten a una reunión durante la Cumbre entre el Reino Unido y la Unión Europea en Lancaster House, Londres, el 19 de mayo de 2025. (Foto: Kin Cheung / Pool / AFP)