La Unión Europea parece irremediablemente inmersa en un enfrentamiento con Rusia. Tras haber desplegado nueve oleadas sucesivas de sanciones desde el 22 de febrero de 2022, sin contar las sanciones ya aplicadas desde 2014, se prepara para una décima oleada. Pero, ¿cuáles son las consecuencias reales? ¿Tiene alguna posibilidad de producir efectos esta dura política, que incluso puede calificarse de agresiva, contra Rusia?
Muy claramente, en el conflicto entre Ucrania y Rusia, la Unión Europea se ha puesto del lado de Ucrania. Lo ha hecho sobre una base más emocional que racional. Se comprometió sin reservas con este último país y emitió sanciones sin precedentes contra Rusia. Diplomáticamente, la Unión Europea se alineó no sólo con Estados Unidos sino, internamente, con los países que expresaban más sentimientos antirrusos, como Polonia y los países bálticos. ¿Qué resultados dio esto?
Desde el punto de vista político, estas sanciones pretendían inicialmente convencer a Rusia de que pusiera fin a sus operaciones en Ucrania. Desde este punto de vista, y como cabía esperar, fueron un completo fracaso. Hay que recordar que, a lo largo del siglo pasado, nunca se ha demostrado satisfactoriamente la capacidad de las sanciones económicas para detener las operaciones militares entre dos países.
En general, el apoyo político de la UE a Ucrania ha tenido una eficacia cuestionable. Detrás de los grandes discursos de apoyo inquebrantable a este país, existen profundas diferencias dentro de la UE. Los países europeos no tienen ni los medios militares ni industriales para apoyar lo que se ha convertido en una guerra de «alta intensidad» en Ucrania. Incluso el Secretario General de la OTAN, el Sr. Stoltenberg, tuvo que reconocerlo. ¿Qué han ganado los países de la UE con este compromiso unilateral? Esta pregunta habrá que planteársela algún día.
Desde el punto de vista económico, el objetivo de estas sanciones era privar a Rusia de la capacidad de proseguir sus operaciones militares y enfrentarla a un colapso económico, de modo que no hubiera tenido más remedio que poner fin a lo que denomina «Operación Militar Especial». Recordemos la calamitosa declaración del Ministro de Economía y Finanzas de Francia, Sr. Bruno Le Maire, según la cual, declarando una guerra económica total a Moscú, la Unión Europea provocaría el colapso de la economía y del sector financiero de Rusia. Sin embargo, no ocurrió nada.
El impacto de las sanciones en la economía rusa ha sido moderado, o más exactamente se ha concentrado en unos pocos meses. Tras las previsiones bastante apocalípticas realizadas por la OCDE o el Banco Mundial, previsiones que en abril y junio anunciaban una caída del PIB de entre el 9% y el 12%, los distintos expertos tomaron conciencia de la resistencia de la economía rusa y de su capacidad de adaptación. De hecho, en su actualización de datos publicada el 30 de enero, el Fondo Monetario Internacional estimó la caída del PIB ruso en un -2,2% para 2022, con una previsión para 2023 y 2024 de + 0,3% y + 2,1%, respectivamente.
Es cierto que estas sanciones, y en particular las diversas medidas que restringen las importaciones de petróleo y gas, han tenido poco efecto. El comercio de gas sí se ha visto afectado, pero más por el sabotaje del gasoducto Nord Stream que por las sanciones. Este sabotaje, en el que Rusia fue exonerada, fue atribuido posteriormente por el periodista estadounidense Seymour Hersh a los propios Estados Unidos. La Unión Europea sigue importando gas a gran escala de Rusia, pero en forma de gas licuado o GNL. Sigue importando, aunque por rutas tortuosas, petróleo y sobre todo gasóleo. Pero, claro, los precios ya no son los mismos…
Sin embargo, las sanciones provocaron una caída del comercio entre Rusia y la UE. Esta caída se estimó, en octubre de 2022 en comparación con octubre de 2021, en -4.500 millones de dólares. Sin embargo, las exportaciones de la UE a Rusia ascendieron a 4.200 millones de dólares ese mismo mes. Además, se pudo comprobar que las sanciones habían provocado sobre todo una reorientación del comercio exterior ruso, en beneficio de China e India, pero también (y esto es menos conocido) de Turquía, Bielorrusia y Kazajstán.
Este es un punto importante, si se recuerda que la UE era el principal socio comercial de Rusia, tanto para las importaciones como para las exportaciones. Las consecuencias del pivote económico de Rusia hacia Asia serán de gran alcance.
Aunque las sanciones impuestas por la Unión Europea han tenido escaso impacto en Rusia, sí han tenido un impacto evidente en la propia UE. El primer impacto ha sido una subida de los precios de la energía, que ha obligado a los países de la UE y a Gran Bretaña a gastar 785.000 millones de euros, según explica una nota del think tank Bruegel, para apoyar a hogares y empresas.
La suma es considerable, más amplia que lo gastado para combatir el Covid-19. Alemania ha gastado así cerca del 7% de su PIB para proteger a los consumidores de energía. Francia, mucho menos expuesta a los flujos energéticos procedentes de Rusia, ha tenido que gastar cerca del 3,25% de su PIB en diversos «escudos energéticos». Estos gastos sólo afectan al invierno de 2022-2023. Sin embargo, los países de la UE habían podido acumular reservas de gas antes de la interrupción de los gasoductos. El impacto global sólo puede estimarse realmente para el invierno 2023-2024.
Este gasto extra y el proceso de inflación provocado por la subida de los precios de la energía también han dañado gravemente la competitividad económica de los países de la UE. Tomemos el ejemplo de Alemania. Este país, que tenía un superávit comercial de alrededor del 6% de su PIB, puede encontrarse pronto con una balanza comercial negativa, lo que supondría un auténtico terremoto económico.
La situación que acabamos de describir demuestra que aparentemente no hubo ganador, al menos a corto plazo. Por supuesto, Rusia sufrió las sanciones de la UE, principalmente en los primeros meses, de abril a junio de 2022. Pero, cuanto más tiempo pase, más fácil será soportar este sufrimiento. Sobre todo, las sanciones se han mostrado incapaces de producir el efecto político deseado y el deterioro de las relaciones entre los países europeos y Rusia condena a los primeros a un incómodo cara a cara con Estados Unidos.
Por otra parte, los efectos de retroalimentación de las sanciones sobre las economías europeas aún no se han revelado plenamente. La suma de estos efectos, los llamados «efectos boomerang», no se conocerá hasta dentro de un año. Podría resultar mucho mayor que los efectos sobre Rusia. A largo plazo, puede que a Rusia le vaya bien, mientras que la UE, sumida en un apoyo irreflexivo a Ucrania, tenga que pagar un precio prohibitivo.
Si, en lugar de ponerse en pie de guerra sin disponer de los medios, la UE se hubiera posicionado como una fuerza de paz; si hubiera impulsado un verdadero diálogo, habría podido conservar su independencia estratégica y económica frente a Estados Unidos. Ciertamente, con el «si» probablemente podamos meter «París en una botella», por utilizar un dicho francés, pero no jugar a la política. El hecho es que la pérdida de autonomía e incluso de independencia (tanto estratégica como económica) de los países de la Unión Europea es un precio desorbitado a pagar por apoyar a Ucrania.
Probablemente no habrá un ganador claro e indiscutible en este enfrentamiento entre los países de la Unión Europea y Rusia. Pero habrá un perdedor indiscutible: La autonomía estratégica europea. Con esta última, sin duda, es la idea misma de la UE la que tendrá que morir en los próximos años, porque se basaba en la idea de la autonomía estratégica de los países europeos.
Si a esto añadimos el giro estratégico de Rusia hacia Asia, habrá que constatar que la Unión Europea y su apoyo a Ucrania habrán sido, por tanto, el instrumento decisivo de la salida de Europa de la Historia.
*Jacques Sapir, Francia. Director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París y director del Centre d’Étude des Modes d’Industrialisation (CEMI-EHESS).
Artículo publicado originalmente en Club Valdai.
Foto de portada: Reuters.