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Presidenciales en Chile: una victoria previsible y una derrota anunciada

Por Daniel Martínez Cunill*. –
Cuando el fascismo regrese, no dirá soy el fascismo, dirá soy la libertad. Umberto Eco

El ultraderechista José Antonio Kast ha ganado las elecciones presidenciales chilenas al obtener el 58,18% de los votos frente al 41,82% logrado por la candidata de izquierda Jeannette Jara.

La derrota electoral de Jara – casi 20% de distancia- representa el cierre de un ciclo histórico de la vida política de Chile, plagado de claudicaciones y concesiones políticas a la derecha y con innegables costos para la izquierda y el pueblo chileno.

La génesis de este proceso político que conduce a una derrota estratégica, en nuestra opinión, tiene dos momentos:  Primero el pacto político entre las elites políticas chilenas, que abrió paso a la transición postdictadura y, segundo, el acuerdo que convocó a una Constituyente amañada que despojó de sentido de clases a las masivas manifestaciones callejeras. Ambos son los momentos precursores que darían origen a la reciente derrota electoral que cierra el ciclo señalado.

 Andrés Zaldivar (DC), Ricardo Lagos (PPD), Enrique Silva-Cimma (PR) y Luis Maira (IC), líderes de la Concertación por el No.

La Concertación, primera parada

Presionada por la creciente fuerza popular antidictatorial, las protestas callejeras, la rearticulación política de la izquierda y por el repudio internacional, la Junta Militar se vio forzada a iniciar un proceso de negociaciones en las que la Alianza Democrática participó como la contraparte más activa en acuerdo con el Movimiento Democrático Popular (1983 1987), que funcionó como instancia de coordinación de la izquierda más radical. A raíz de dicho proceso, la Junta Militar aceptó llamar a plebiscito en 1988 para ratificar o rechazar la permanencia de Augusto Pinochet en el poder hasta 1997.

En febrero de 1988 se fundó la Concertación de Partidos por el No y el 5 de octubre del mismo año se realizó el plebiscito acordado. En un universo de 7.435.913 votantes, el “No” ganó con un 55, 99%, frente al 44, 01% del ” Sí”. Dicho de otra manera, Pinochet y el pinochetismo perdían el plebiscito, pero conservaban un elevado porcentaje de respaldo.

La izquierda y la socialdemocracia chilena, ansiosos por recuperar sus espacios, negocian un acuerdo cupular con la derecha y el pinochetismo que, lejos de representar las reivindicaciones sociales y políticas antidictatoriales, establecen un entendimiento con los herederos de la dictadura y los partidos de derecha.

Así, desde sus inicios, la transición democrática nace trunca y sacrifica el papel del pueblo como sujeto de cambio. La Concertación restableció las instituciones democráticas tradicionales dejando intacta las estructuras del pinochetismo y consolidó la macroeconomía chilena manteniendo el modelo neoliberal de desarrollo económico. Las aspiraciones del campo social/popular fueron atendidas parcialmente con proyectos populistas que marginaban las verdaderas reivindicaciones del pueblo.

Un incidente en la marcha de 2021 por el aniversario de los estallidos sociales de Chile de 2019. Foto: XINHUA 

El estallido social, segunda parada

En un momento de elevada agudización de las luchas populares en Chile, entre octubre de 2019 y marzo de 2020, caracterizado como “estallido social”, un acuerdo de la elite de la clase política chilena llamado Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución derivó la ira social hacia la institucionalidad y las urnas por la vía de una Constituyente que terminó en derrota.

El estallido social fue un movimiento nacional, de composición pluriclasistas que no solo cuestionaba el modelo económico, sino el modelo de dominación en su conjunto, así como la estructura institucional heredada de la dictadura pinochetista.

Nuestra tesis es que esa claudicación reabrió la vía del fascismo chileno para aspirar a la presidencia de la república de la mano de un proyecto de nación regresivo y represivo. La vacilante gestión del gobierno de Boric no hizo más que ampliar esa posibilidad.

En nuestra opinión el neofascismo chileno intentó una modalidad de “golpe suave” en el contexto la crisis chilena que llevó a la Convención Constituyente y asaltó, con el apoyo de EE. UU y las derechas continentales, la Presidencia y el gobierno de Chile abortando la maduración de una Constituyente genuina y surgida del Poder Popular.

En resumen, el estallido social, con características insurreccionales, de manera intuitiva evidenciaba las dramáticas desigualdades imperantes en la población. Las protestas eran un reclamo inorgánico e intuitivo, pero apuntaban a un cambio en la sociedad, en medio de una crisis económica del sistema capitalista incapaz de resolverla dentro de su normatividad.

En teoría, esa crisis debería haber incrementa las posibilidades de la izquierda y las luchas populares para avanzar en un proyecto de transformaciones estructurales que pusiera fin a los remanentes del pinochetismo. Pero en ausencia de un paradigma de clases alternativo, sin un proyecto de nación que representara las verdaderas aspiraciones del pueblo, lo que se potenciaron fueron las opciones fascistas enmascaradas en un lenguaje populista de derecha.

Foto: Eduardo Ramón

Omisos e indulgentes

En las coordenadas políticas del Chile postdictadura hasta la actualidad, desde la Concertación bajo distintas modalidades, pasando por el progresismo, el conjunto de fuerzas pluriclasistas que dieron vida a la transición fueron omisos e indulgentes frente a la versión chilena del fascismo, permitiendo así que se mantuviera latente en la sociedad y en las expresiones de la nueva institucionalidad que entre todos crearon.

Hoy, que el fenómeno renace con peligrosa vitalidad con el triunfo de Kast, es más evidente que la falta de sanción oportuna y la ausencia de condenas a sus crímenes le cuesta más caro a los ciudadanos.

En este renacer, lamentablemente, el neofascismo es un fenómeno en expansión a nivel mundial, producto de la prolongada crisis económica del capitalismo y la persistente declinación de la hegemonía de EE. UU. lo que alimenta las corrientes más agresivas y propensas a recurrir a la violencia como método de gobierno.

En la actualidad, el sustento del neofascismo es generado por una crisis sistémica más profunda e integral que todas las anteriores, en la que las clases dominantes y sus instrumentos políticos-ideológico recurren a represión, manipulación y subordinación. El sistema imperialista encabezado por EE. UU. y seguido por sus aliados, habiendo dado por agotadas todas sus opciones para dar oxígeno al modelo neoliberal, se repliega al fascismo.

La elección presidencial chilena se realizó en un marco sociopolítico disfuncional. En primerísima instancia, porque las demandas sociales de la mayoría de los ciudadanos no se han solucionado y, segundo, por la coyuntura política desfavorable que, a sus antiguas crisis estructurales, agrega nuevas, lo que terminó desvirtuando la oferta programática de Jeannette Jara porque representaba la continuidad de un proyecto fracasado y desvirtuado ante los ojos de la población.

La aguda crisis que padece la democracia chilena es por la incapacidad de los dos bloques políticos dominantes de los últimos 30 años para consensuar los dos modelos en pugna: por la centroizquierda e izquierda, un hipotético sistema de capitalismo “con rostro humano” y por la ultraderecha, uno de capitalismo salvaje o ultra neoliberal, de innegables componentes fascistas.

El presidente chileno Gabriel Boric, a la izquierda, da la bienvenida al presidente electo José Antonio Kast en el Palacio de La Moneda el día después de que Kast ganara la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Santiago, Chile, el lunes 15 de diciembre de 2025. (AP Foto/Esteban Félix)

Una campaña electoral sin sello de clase

El gobierno de Gabriel Boric, las claudicaciones del progresismo y sus decisiones políticas oscilantes y ajenas a las demandas que seguían vigentes y esperando repuesta, no hicieron más que crear condiciones para el proyecto ultraderechista. Queda por dilucidar si el progresismo renunció a sus compromisos o nunca creyó en ellos.

Por su parte, Jannette Jara y su equipo de campaña deciden desde sus inicios que la candidata tome distancia de sus orígenes y militancia en el Partido Comunista. Sin renunciar a sus filas, obtiene una suerte de licencia destinada a obtener votos en sectores de clase media, sobre el supuesto de que las bases populares eran un voto duro asegurado. Un cálculo que se demostró equivocado porque estuvieron a 10 puntos porcentuales del 30%-35% esperado.

La lectura que hacen las bases de izquierda es que Jara está renunciando a sus principios, que en lugar de radicalizar el proyecto social lo está derechizando en contra de sus intereses. La derecha fascistoide, muy hábil, la derrota en las redes diciendo que: “aunque la comunista se vista de seda, comunista se queda”, con lo cual sabotea su intento de ampliar su base social.

Llegada la segunda vuelta de las elecciones, Jara deposita sus esperanzas en los excandidatos Eduardo Artés, Harold Mayne-Nicholls, Marco Enríquez-Ominami, y en particular, a Franco Parisi. Este último convertido en objetivo principal por su sorpresiva votación cercana al 20%.

Buscar alianzas y entablar negociaciones con otros excandidatos era un paso lógico, pero reclamaba de su parte una adecuación programática (o por lo menos del discurso) y enfrentar a Kast en el terreno social, en temas de mayor sensibilidad social como el laboral y la situación económica en general. Pero eso implicaba distanciarse de Boric y su gestión gubernamental con la cual la candidata estaba claramente identificada por su gestión como ministra. Recordemos que el gobierno de Boric nació con la promesa de poner fin al neoliberalismo. Palabras más palabras menos, sostuvo: “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo también será su tumba” y terminó administrando un consenso neoliberal de restauración conservadora y de democracia tutelada.

Un intento de conclusión

El resultado de estas elecciones hay que leerlo en un contexto más general del auge de las corrientes de extrema derecha a nivel global, que refleja la crisis general del capitalismo, no sólo su forma neoliberal.

La izquierda chilena, por sus vacilaciones y debilidad ideológica facilitó el ascenso de la extrema derecha que encubría el fascismo en su versión pinochetista.

La derechización del gobierno facilitó la desmovilización popular, y la verdadera izquierda y los movimientos sociales no pudieron revertir esa tendencia.

Así entonces, una Concertación surgida de un pacto con el pinochetismo y un gobierno que firmó un acuerdo para apagar la rebelión popular de octubre de 2019 no hicieron más que crear las condiciones regresivas para el retorno del pinochetismo.

La creación de nuevos paradigmas que permitan revertir esta derrota estratégica es una labor de largo aliento y reclama renovación político-ideológica.

Daniel Martínez Cunill* Catedrático, politólogo, asesor parlamentario del Partido del Trabajo de México, PT, coordinador del Grupo de Reflexión de América Latina y el Caribe, GRALyC.

Foto de portada: directoriolegislativo.org

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