La crisis ucraniana, que comenzó tras la revolución de color del “euromaidan” en el 2014, continuada con la guerra en el Donbas y profundizada con el despliegue criminal del regimen ucraniano que obligó a Rusia a comenzar la operación militar especial en febrero de 2022, ha reconfigurado las alianzas globales y puesto en jaque los mecanismos tradicionales de resolución de conflictos.
En este escenario Donald Trump a pesar de su estilo cambiante y hasta cierto punto contradictorio, ha abierto una ventana de oportunidad para el diálogo directo entre Moscú y Washington, dos potencias que, pese a sus profundas diferencias, reconocen la necesidad de encontrar fórmulas que eviten una escalada mayor del conflicto.
Sin embargo, las declaraciones del viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, revelan una postura que dista mucho de la flexibilidad. Moscú ha establecido límites claros, son bienvenidos los esfuerzos estadounidenses, pero no se avanzará con ninguna concesión que comprometa los objetivos estratégicos de Rusia. Esta aparente contradicción entre apertura al diálogo y rigidez en las condiciones define el actual momento de las negociaciones y requiere un análisis profundo de las motivaciones, capacidades y objetivos del Kremlin.
Principios rectores de Moscú
La posición rusa en las negociaciones puede resumirse en una frase del viceministro Riabkov: “No se puede hablar de ningún tipo de concesiones, de retroceder en nuestra postura en lo que se refiere a detalles clave”. Esta declaración, lejos de ser retórica diplomática, refleja una doctrina de Estado que se sustenta en varios pilares fundamentales.
En primer lugar, Rusia entiende que cualquier concesión prematura, cese al fuego inmediato o confiar a ciegas como con los acuerdos Minsk I y Minsk II, debilitaría su posición no solo en Ucrania sino en el conjunto de sus relaciones con Occidente. El Kremlin ha invertido recursos militares, económicos y políticos considerables en la operación militar especial, y retroceder sin garantías sólidas equivaldría a validar las sanciones occidentales y la política de contención que ha sufrido durante más de una década. Para los estrategas rusos, negociar desde una posición de fortaleza percibida es esencial para obtener resultados que reflejen sus intereses de seguridad nacional.
En segundo lugar, es imposible ignorar la dimensión interna que hoy refuerza la posición de Moscú. El presidente Vladimir Putin ha sostenido —con hechos más que con discursos— que la operación en Ucrania constituye una respuesta existencial destinada a garantizar la seguridad estratégica de Rusia frente al cerco occidental. Y lo cierto es que, tras casi tres años de guerra híbrida total, Occidente en su conjunto, con todos sus recursos combinados —financieros, militares, tecnológicos y mediáticos—, no ha logrado quebrar ni a Rusia ni a su liderazgo.
En este sentido, cualquier acuerdo que pretenda presentarse como una “derrota” rusa carece de sentido, la correlación de fuerzas muestra lo contrario. Moscú llega a la mesa de negociación fortalecido, con cohesión interna, con una economía reorientada hacia Eurasia y con un sistema político que ha resistido sin fracturas la mayor ofensiva occidental desde la Guerra Fría. La propia historia rusa demuestra que las derrotas militares pueden precipitar crisis de régimen; sin embargo, este no es el caso. El Kremlin conoce perfectamente esos precedentes y ha actuado para evitar repetirlos, consolidando una narrativa y una realidad en la que Rusia emerge como el actor que resistió —y superó— la presión total de Occidente.
Finalmente la doctrina de la no concesión se vincula con la concepción rusa del orden internacional. Moscú busca reafirmar su estatus como potencia global con capacidad de veto sobre decisiones que afecten su esfera de influencia. Ceder en Ucrania sin obtener contrapartidas significativas en términos de arquitectura de seguridad europea sería, desde esta perspectiva, renunciar a ese estatus y aceptar un papel subordinado en el sistema internacional.

Anchorage y los entendimientos estratégicos
Las referencias de Riabkov a la cumbre de Anchorage del 15 de agosto como punto de partida para un posible arreglo político-diplomático resultan particularmente llamativas y dignas en tener en consideración. Aunque los detalles específicos de estos entendimientos permanecen en el ámbito de la confidencialidad diplomática, su mención sugiere que existió un marco inicial de acuerdos o al menos de comprensiones mutuas entre Putin y Trump.
Este encuentro representa, en la visión rusa, el único fundamento legítimo sobre el cual construir un proceso de paz. La insistencia de Riabkov en que Moscú permanece comprometida con los resultados de Anchorage y seguirá actuando dentro de ese marco indica que Rusia considera cualquier desviación de esos principios fundamentales como inaceptable. Es más, el viceministro ha señalado explícitamente que la cuestión central es “la presencia o ausencia de voluntad política para implementar estrictamente los entendimientos alcanzados por los líderes de ambos países”.
Esta referencia constante a Anchorage cumple múltiples funciones en la estrategia negociadora rusa. Por un lado, establece un punto de referencia que limita el margen de maniobra de los negociadores estadounidenses, obligándolos a trabajar dentro de parámetros previamente definidos al más alto nivel. Por otro, permite a Moscú responsabilizar a Washington de cualquier fracaso en las negociaciones, argumentando que fue Estados Unidos quien se apartó de los compromisos presidenciales.
Además el énfasis en los acuerdos de Anchorage refleja la preferencia rusa por negociaciones de líder a líder, minimizando el papel de las burocracias diplomáticas y los actores multilaterales. Esta personalización del proceso negociador es coherente con el sistema político ruso, donde el poder está altamente concentrado en la figura presidencial, pero también responde a un cálculo estratégico, es más fácil obtener concesiones de un líder con autoridad plena que navegar laberintos burocráticos donde múltiples actores pueden ejercer poder de veto.
Las contradicciones de la política estadounidense
Uno de los aspectos más críticos señalados por el viceministro Riabkov es la persistencia de acciones estadounidenses que contradicen el espíritu de las negociaciones. La continuación de envíos de armamento a Kiev, aunque ahora financiados con fondos europeos, el suministro de inteligencia estadounidense a las fuerzas ucranianas, y la imposición de nuevas sanciones a gran escala contra compañías rusas como Rosneft y Lukoil en octubre representan, desde la perspectiva de Moscú, señales contradictorias que dificultan la construcción de confianza mutua.
Esta dualidad en la política estadounidense no es necesariamente resultado de una incoherencia o falta de coordinación. Más bien refleja la compleja realidad política de Estados Unidos, donde el poder ejecutivo debe lidiar con un Congreso y con un estado profundo que mantiene posiciones marcadamente más hostiles hacia Rusia sumado a una comunidad de inteligencia y defensa que desconfía profundamente de Moscú, y aliados europeos que presionan por mantener una línea dura.
El proyecto de ley aprobado por el Comité de Asuntos Exteriores del Congreso para transferir a Ucrania los ingresos provenientes de activos rusos congelados, calificado por Riabkov como “saqueo descarado”, ejemplifica estos límites estructurales a la capacidad de maniobra de la administración Trump.
Para Rusia, estas contradicciones validan su enfoque cauteloso. Si Washington no puede garantizar el cumplimiento de los acuerdos debido a divisiones internas o presiones de terceros actores, entonces cualquier concesión rusa podría resultar en pérdidas unilaterales sin contrapartidas efectivas.
Esta percepción refuerza la postura de intransigencia y explica por qué Riabkov enfatiza que las relaciones ruso-estadounidenses “todavía están en una fase inicial del proceso de normalización y el éxito no está garantizado”.
La cuestión del START III y la seguridad estratégica
Un elemento fundamental en las negociaciones, aunque frecuentemente relegado en el debate público, es el futuro del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas Ofensivas. Las declaraciones de Riabkov sobre este tema revelan tanto las prioridades rusas como sus líneas rojas en materia de seguridad estratégica.
Moscú ha suspendido su participación en el START III a nivel legislativo, argumentando que existen problemas concretos sin resolver. El viceministro es claro al señalar que no se trata simplemente de preservar el tratado en su formato inicial, sino que cualquier acuerdo futuro requeriría “creatividad y mucho trabajo”, incluyendo conversaciones separadas y ratificación en ambos países.
Más importante aún, Riabkov advierte que en la situación actual no existen condiciones adecuadas para estos esfuerzos, y que la eliminación completa de los problemas identificados es prácticamente imposible sin la formación de una base sólida en las relaciones bilaterales.
Esta postura debe entenderse en el contexto más amplio de la seguridad estratégica rusa. El Kremlin no considera el control de armamentos como un objetivo en sí mismo, sino como parte de un equilibrio más amplio que incluye garantías sobre la expansión de la OTAN, sistemas de defensa antimisiles, armas convencionales de largo alcance y la militarización del espacio. Desde esta perspectiva, discutir el START III en aislamiento carece de sentido si persisten amenazas en otros ámbitos de la seguridad nacional rusa.
La advertencia de Riabkov sobre el deterioro drástico de la situación de seguridad global si Estados Unidos rechaza la propuesta rusa debe tomarse seriamente. No se trata de una amenaza vacía, sino de una proyección realista de las consecuencias de una nueva carrera armamentística estratégica sin los mecanismos de transparencia y verificación que proporcionaban los tratados de control de armas. La pérdida de previsibilidad y el aumento de las tensiones que menciona el viceministro podrían crear condiciones propicias para malentendidos peligrosos y escaladas no intencionadas.
Belarus como plataforma neutral
La oferta del presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko de convertir a Minsk nuevamente en plataforma para las negociaciones sobre Ucrania añade una dimensión interesante al proceso en marcha. Bielorrusia jugó este papel en las etapas iniciales del conflicto, y su disposición a retomarlo sugiere tanto la continuidad de su rol como aliado estratégico de Rusia como la búsqueda de una mayor relevancia geopolítica.
Para Moscú, contar con Minsk como sede de negociaciones ofrece ventajas operativas y simbólicas. Operativamente, garantiza un entorno controlado donde Rusia puede ejercer mayor influencia sobre las condiciones logísticas y de seguridad del proceso. Simbólicamente, subraya que cualquier acuerdo sobre Ucrania debe tener en cuenta los intereses del espacio postsoviético y no puede ser impuesto unilateralmente por Occidente.
La reunión entre Putin y Lukashenko donde se discutió esta posibilidad también señala la importancia que Rusia otorga a mantener la cohesión con sus aliados más cercanos durante el proceso negociador. A diferencia de Occidente, donde existen tensiones evidentes entre Estados Unidos y algunos países europeos sobre cómo manejar la crisis ucraniana, Moscú busca proyectar unidad con Minsk y otros miembros de su esfera de influencia.

La estrategia de comunicación: silencio táctico y firmeza pública
Un aspecto notable de la postura rusa es su negativa a debatir públicamente las diversas versiones del plan de paz de Trump. Riabkov ha sido explícito: “No estamos preparados para discutir públicamente algunos de los detalles de lo que está sucediendo, incluidas las diversas versiones de este plan de paz”. Esta reserva contrasta con la tendencia occidental de ventilar propuestas y contrapropuestas en los medios, y responde a una lógica estratégica clara.
Al mantener el contenido de las negociaciones en confidencialidad, Rusia preserva su margen de maniobra y evita que actores externos puedan ejercer presión o influir en el proceso. Cada propuesta o plan que se hace público genera expectativas, activa grupos de interés y crea dinámicas difíciles de controlar. Manteniendo el silencio sobre los detalles específicos, Moscú puede explorar opciones sin comprometerse prematuramente con ninguna línea de acción.
De igual manera esta reserva sobre los detalles contrasta con la firmeza pública sobre los principios. Las declaraciones de Riabkov son inequívocas respecto a que no habrá concesiones en asuntos fundamentales, que Rusia permanece comprometida con los objetivos de la operación militar especial, y que cualquier acuerdo debe construirse sobre los entendimientos de Anchorage. Esta combinación de silencio táctico sobre lo negociable y firmeza pública sobre lo no negociable caracteriza la diplomacia rusa en este proceso.
Mirando hacia la mayoría global
Una dimensión frecuentemente subestimada de la estrategia rusa es su énfasis en la opinión de la “mayoría global”, término que Moscú utiliza para referirse a los países de Asia, África, América Latina y otras regiones que no se han alineado con las sanciones occidentales contra Rusia. Riabkov menciona explícitamente que Rusia dirige su voz a estos representantes, quienes “en la inmensa mayoría de los casos, demuestran un enfoque sensato, equilibrado y razonable”.
Esta orientación hacia el Sur Global no es meramente retórica. Rusia busca legitimar su posición mostrando que la narrativa occidental sobre el conflicto no es universalmente aceptada y que existe un considerable apoyo internacional para posturas más equilibradas.
En foros multilaterales como la Asamblea General de la ONU, los BRICS y otras instituciones, Moscú ha trabajado para construir una coalición de países que, sin necesariamente apoyar la operación militar, se oponen a la imposición de sanciones unilaterales y abogan por soluciones negociadas.
Este enfoque tiene implicaciones prácticas para las negociaciones con Washington. Al demostrar que cuenta con respaldo significativo fuera de Occidente, Rusia reduce la presión para hacer concesiones apresuradas y fortalece su narrativa de que el conflicto no es simplemente entre Rusia y Ucrania, sino entre diferentes visiones del orden internacional.
Estados Unidos, a su vez, debe considerar que cualquier acuerdo que se perciba como excesivamente favorable a Rusia podría ser utilizado por Moscú para consolidar alianzas alternativas y acelerar la multipolarización del sistema internacional.
Perspectivas económicas y el retorno del business estadounidense
A pesar de las tensiones políticas y militares, el vicecanciller ruso en su larga y de gran importancia intervención ha señalado que existen perspectivas positivas para la interacción económica con Estados Unidos. Las empresas estadounidenses, según el viceministro, envían señales claras de que desean regresar al mercado ruso. Esta dimensión económica de las relaciones bilaterales introduce un factor de estabilización potencial que podría facilitar avances en otros ámbitos.
Para Rusia, la posibilidad de normalización económica con Estados Unidos no implica desesperación sino oportunidad en términos mutuamente beneficiosos. Riabkov enfatiza que cada caso será considerado por separado, sobre una base igualitaria y teniendo en cuenta los intereses de la comunidad empresarial rusa. Esta postura sugiere que Moscú está dispuesta a explorar cooperación económica, pero no a cualquier precio ni bajo condiciones que impliquen subordinación.
Es necesario recalcar las pérdidas multimillonarias de las grandes empresas de Estados Unidos y de Occidente al haber abandonado un mercado estratégico como el ruso lo cual se vio reflejado en los números y cuentas de balanza.
La conexión entre la dimensión económica y la político-militar de las negociaciones es compleja. Por un lado, mayores lazos económicos pueden crear incentivos para la moderación y el compromiso. Por otro, Rusia ha demostrado durante la era de sanciones que puede adaptarse y desarrollar relaciones económicas alternativas, particularmente con China, India y otros países asiáticos. Esta resiliencia económica refuerza la postura negociadora rusa, al reducir la urgencia de llegar a un acuerdo con Occidente para aliviar presiones económicas.

Fortaleza como fundamento de la diplomacia
El posicionamiento de Rusia en las negociaciones con Washington sobre Ucrania refleja en línea general una estrategia coherente basada en principios de realismo político y una profunda desconfianza hacia Occidente forjada en décadas de interacciones difíciles.
Moscú da la bienvenida al diálogo, pero establece límites claros sobre lo que está dispuesta a negociar. Los objetivos de la operación militar especial, las garantías de seguridad estratégica y el reconocimiento del estatus de Rusia como potencia global no son negociables.
Esta postura, si bien puede parecer inflexible, responde a cálculos estratégicos racionales. Rusia cree que tiene la capacidad militar para mantener su posición en el terreno, el apoyo de una porción significativa de la comunidad internacional, y la resiliencia económica para soportar presiones prolongadas. Bajo estas condiciones, hacer concesiones sustanciales sin contrapartidas equivalentes carecería de sentido desde la perspectiva de los intereses nacionales rusos.
Las negociaciones, por tanto, se desarrollan en un contexto paradójico donde existe voluntad de diálogo pero no de compromiso, apertura a soluciones pero no flexibilidad en principios fundamentales, reconocimiento de la complejidad pero no disposición a compartir la carga de decisiones difíciles. Esta paradoja refleja realidades geopolíticas profundas y sugiere que el camino hacia un acuerdo será largo y tortuoso.
La histórica máxima sobre los únicos aliados confiables de Rusia como diría el zar Alejandro III “Rusia solo tiene dos aliados confiables, su ejército y su armada” cobra particular relevancia en este contexto. Moscú confía en su capacidad militar y su determinación estratégica más que en las promesas o garantías de interlocutores externos. Esta desconfianza fundamental, producto de experiencias históricas y de la naturaleza del sistema internacional, define los límites de lo posible en las negociaciones actuales.
El desenlace de estas negociaciones determinará no solo el futuro de lo que quede de una Ucrania que ha sido víctima de la política manipuladora, extorsiva y colonialista de Occidente, sino el marco general de las relaciones entre las grandes potencias en las próximas décadas.
La firmeza rusa en defender sus posiciones estratégicas, lejos de ser obstinación irracional, refleja una visión de largo plazo sobre el orden internacional y el lugar de Rusia en él. Comprender esta visión es el primer paso para cualquier intento serio de resolución del conflicto.
Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
*Foto de la portada: REUTERS – Kevin Lamarque

