En su mandato del 2018, Trump renunció al Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) realizado con Irán y otros países, que buscaba moderar y controlar la actividad nuclear de Teherán. Sin embargo, lo que el presidente estadounidense no divisó, era la utilidad del PAIC para poder manipular las acciones de la República Islámica en su desarrollo productivo, el cual ha crecido potencialmente en los últimos años. Por ello, este año la Casa Blanca reanudó las conversaciones con Irán a fin de poder lograr un nuevo acuerdo.
Los representantes estadounidenses e iraníes ya se han encontrado dos veces en lo que va del mes, y se espera una tercera reunión este sábado, en la cual se reunirán equipos técnicos para comenzar a redactar condiciones en común que sirvan al ansiado tratado.
Las dos primeras reuniones se realizaron a puertas cerradas, y lo expuesto posteriormente fueron comentarios positivos en cuanto a la disposición mutua de poder concluir en el desarrollo de un pacto en conjunto.
Aún así, la confianza entre ambas partes tiende de una cuerda floja que se evidencia en los intereses desiguales que poseen, así como en las declaraciones realizadas por sus funcionarios. Mientras Trump asegura y grita al mundo que Irán está fabricando armas nucleares, el gobierno persa deja en claro que sus intenciones se enfocan en el desarrollo de energía.
¿Un beneficio para quién?
El contexto actual de la región Occidental asiática supone una cuestión clave en el avance de las conversaciones. Ambas partes representan polos enemistados en este momento, tal vez de una forma no directa desde el costado iraní, pero sí comprendiendo la cercanía y la inestabilidad que puede generar cualquier otra nueva tensión.
Para Estados Unidos, que invierte en un asedio diario desde octubre de 2023 tanto en Palestina como en Yemen (sumado a sus inversiones en el desequilibrio libanés y sirio), un nuevo conflicto armado con una potencia como Irán, representaría una financiación millonaria que su mercado no está en condiciones de patrocinar (aunque no significa que no estén dispuestos a atravesarla).
Así mismo, una guerra armada contra Irán representaría una guerra contra sus aliados, entre ellos países como Rusia y China, que compiten hoy con Estados Unidos por la hegemonía mundial. Verse débiles ante la respuesta de las potencias asiáticas, sería una imagen totalmente devastadora para la supremacía atlantista, y destruiría cualquier estrategia económica del gobierno de Trump en el continente oriental.
En el mismo cauce circula Irán, comprendiendo que un enfrentamiento militar no sería lo deseado por la administración de su presidente, Pezeshkian.
Este acuerdo le proporcionaría a la República Islámica un cese en los hostigamientos constantes que recibe por la aplicación de su programa nuclear, pudiendo así contener las amenazas y sanciones que le llegan desde Occidente en relación al mismo.
De igual forma, el estado persa tiene una ventaja clave, y es, que estas conversaciones y el posible proyecto en común, no modificarían su industria nuclear, dado que el país ha confirmado que su intención no es la producción militar, que sería el tipo de mercado que Estados Unidos querría controlar en mayor medida ya que teme enfrentarse a un enemigo con semejante poder.

El acuerdo podría ayudar al cese de las sanciones impuestas a Teherán, generando una apertura económica a la cual hoy en día no puede acceder. Colaboraría en darle reconocimiento internacional, pudiendo permear su mercado y sus relaciones exteriores en otros campos.
Después de las primeras conversaciones celebradas el 12 de abril en Omán, los mercados cambiarios iraníes tuvieron una respuesta positiva: en solo tres días el rial iraní se apreció un 20%, luego de haber atravesado importantes caídas en los últimos meses. Esto significó una aceptación del mercado bursátil iraní, que conlleva a una perspectiva favorable en el crecimiento económico si el acuerdo llegara a concretarse.
Distinta es la situación de Washington, que luego de anunciar los altos aranceles a China y otros países, se autogeneró un fuerte conflicto económico con tendencias inflacionarias. Por este dilema, Trump intenta controlar los precios del petróleo, así como de otras fuentes energéticas mundiales.
Cuáles son las condiciones
La línea roja de Irán sería el cese del enriquecimiento de uranio, ya que significaría la finalización de su industria nuclear. De igual forma, podría llegar a aceptar cierto monitoreo sobre sus actividades, siempre y cuando estas no interfieran en el desarrollo productivo.
La República Islámica no cederá a las promesas occidentales, y hará foco en la letra chica de cualquier inciso que pudiera utilizar Trump a su favor, o al favor de sus aliados, en cuanto a la actividad militar. Teherán ha demostrado saber defenderse en caso de ataques de países como Israel, y no dejará en manos yankees la seguridad de su población.
Además, el estado iraní reconoce que sigue siendo un enemigo para Estados Unidos, y el presidente Trump no deja de recordárselo. Este martes el Departamento del Tesoro anunció nuevas sanciones contra ciudadanos persas y hacia doce empresas relacionadas con la exportación de petróleo y gas iraní.
Dentro del gobierno estadounidense, circulan dos tendencias diferentes respecto a las condiciones que desean desarrollar en el acuerdo. Por un lado, un comité propone llegar a un pacto constructivo, en el que la República Islámica pudiera continuar con su producción de uranio para generar combustible, aceptando rigurosos controles bajo el ala de la Casa Blanca. Esta corriente está representada por funcionarios como Vitkoff y Vance, que consideran también que el país no está en condiciones de enfrentarse a una nueva pugna armada. Para ellos, el gobierno no debería presionar por el desarme del programa nuclear iraní, sino imponer ciertas restricciones y verificaciones.
Por otro lado, una línea más hermética considera inadmisible cualquier actividad relacionada a la energía nuclear, y propone un desmantelamiento de toda la industria nuclear iraní, a fin de asegurarse que el país no genere armamentos con dichas tecnologías. Este temor, subyace en el poder que podría otorgarle contar con equipamiento atómico a Pezeshkian, así como a sus aliados asiáticos, por sobre Estados Unidos.
De esta vereda se encuentra el Secretario de Estado, Marcos Rubio, quien asegura que se debería detener por completo la producción nuclear.
Esta tendencia, busca debilitar a Irán, a fin de detener su crecimiento e influencia en la región, cediendo ese lugar al Estado sionista, protegido predilecto de Washington, de quien en 2024 se filtraron documentos que mostraron preparativos para ataques contra instalaciones nucleares iraníes.
Esta opción sería inadmisible para el gobierno de Irán, y provocaría la desestimación definitiva del acuerdo.
Lo cierto es que, si las conversaciones continúan desarrollándose, es porque los representantes han podido sortear la corriente más extremista, y ambas partes han acordado en principio la continuidad de la producción energética.
Sin embargo, sabemos la predisposición de Donald Trump para provocar inestabilidad y enfrentamiento, así como su ego de no ceder poder ante otras naciones, especialmente a una como Irán. Aún los encuentros continúan, y las partes se declaran bastante satisfechas luego de cada uno de ellos.
Gianna Rosciolesi* Técnica en Relaciones Públicas y Ceremonial, periodista junior del equipo de PIA Global
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