Historia y guerra
De ese modo introductorio, el sitio oficial del frente político salvadoreño que tuviera una centralidad determinante en el panorama político desde los años 80, describe sus objetivos y valores fundamentales. El FMLN, surgió como una necesidad organizativa ante una coyuntura determinada por la represión que se agudizaría a partir del golpe de estado de octubre de 1979 y que se expresaría con mayores niveles de persecución a las organizaciones sociales del pueblo.
La confluencia de diferentes organizaciones político militares que operaban en el país fue un proceso que no estuvo exento de constantes contratiempos, pero que al mismo tiempo recibió el impulso que significó el victorioso proceso revolucionario nicaragüense, donde la unidad de las fuerzas insurgentes fue un factor determinante para poner fin a la dinastía de los Somoza.
La conformación de estructuras cada vez más sofisticadas, permitió al FMLN transformarse en un verdadero ejército que jaqueó al poder salvadoreño y el cual solo pudo resistir gracias a la ayuda financiera y militar que el gobierno norteamericano le proporcionó buscando evitar un nuevo estallido revolucionario como el del sandinismo en Nicaragua en julio de 1979.
El crecimiento de la organización insurgente y su ligazón con las masas hizo que todos los intentos por desmantelar sus estructuras fueran en vano. El Frente, con amplia experiencia en el trabajo clandestino logró conformar diferentes espacios desde donde articular acciones, no solo militares sino también de organización popular en las regiones más postergadas del país.
La experiencia militar adquirida sería fundamental para poder desarrollar acciones de una envergadura tal que incluso pusieron en asedio a la capital del país durante la ofensiva de 1981 y que significó una muestra del poderío y organización operativa para forzar al gobierno de la junta militar a abrir un espacio de negociación que pusiera fin a una guerra que a todas luces se mostraba como en un estado de “empate” entre las fuerzas contendientes.
A partir de octubre de 1979 se registró un quiebre importante en la forma en que los militares enfrentarían la amenaza guerrillera. Después del fracaso de la junta revolucionaria (conocida también como la primera junta), se llevó adelante una serie de acciones de gobierno que pudieran neutralizar la conflictividad y quitarles peso argumental a las fuerzas guerrilleras. Una precaria reforma agraria o la nacionalización bancaria entre las principales medidas no sólo pretendían contender la movilización social, sino terminar con las bases del poder de la oligarquía de dicho país. Posteriormente se inició la reconstrucción del sistema político a partir de la realización de una Asamblea Nacional Constituyente y la convocatoria a elecciones presidenciales en las que tanto el ejército como los el gobierno de los Estados Unidos de América apoyaron la opción demócrata cristiana de Duarte antes que la posición ultraderechista de D’aubisson.
En ese marco de abierto conflicto y ante la imposibilidad de derrotar al ejército salvadoreño, el FMLN comenzó a modificar su estrategia y abrir sendas negociadoras que permitieran poner fin a una guerra que presagiaba prolongarse indefinidamente y que, sin dudas, debilitaría la red de organizaciones de base que el Frente había logrado extender en amplios territorios y que mostraban el cansancio propio de un enfrentamiento generalizado.
Como parte de la estrategia general, el Frente lanzó operaciones militares de gran envergadura que, por un lado, mostraron su capacidad operativa y por otro buscaban presionar al gobierno para avanzar en un plan de paz, pero sin que ello significara una rendición armada, sino una manera de posicionarse con firmeza y autoridad para avanzar en las conversaciones.
Todo este proceso de paz tuvo diferentes momentos y en muchos casos la violencia armada fue parte de las presiones para arribar a acuerdos. Una década después se firmará la paz mediante los Acuerdos de Chapultepec, en México en 1992 que pondrán fin al conflicto y abrirán una serie de instancias que permitirán la participación legal en la vida política salvadoreña del FMLN bajo otras formas.
Organizarse para vencer en otros escenarios
Comenzó así el período en el que el Frente debió adaptar su organización para participar en la vida democrática bajo otras lógicas en las cuales se carecía de experiencia concreta transformando al Frente en un partido político que intervenga abiertamente en todos los asuntos, intentando extender la capacidad de influencia y con ello generar una mayor cuota de participación ciudadana para afianzar una propuesta de transformación social democrática.
En 1994 sería la primera experiencia electoral del Frente y los resultados obtenidos significaron un importante impulso a la organización, que consiguió expresar en las urnas gran parte de la influencia que su militancia había alcanzado en los sectores populares durante la guerra y en el transcurso del proceso de paz.
Los desafíos del Frente cambiaron la perspectiva de la dirigencia que debió rápidamente adaptarse a la lógica parlamentaria y de gestión de los espacios comunales donde comenzó a ejercer funciones ejecutivas. El crecimiento de la organización se expresaba en el apoyo de amplios sectores en las diferentes contiendas electorales en las que el FMLN acrecentó su incidencia tanto en el parlamento como en el acceso a la administración de centros urbanos.
En las elecciones nacionales de 2009, todo el trabajo desarrollado facilita la llegada del Frente al gobierno nacional que lo encabezaría Mauricio Funes. La estrategia elaborada por la dirigencia del FMLN tuvo una importante dosis de pragmatismo que permitió romper ciertas barreras y superar los límites que la propia sociedad ponía en su camino. Sin dudas ello también implicaba un riesgo que podría expresarse en un debilitamiento, tanto del mensaje como de los objetivos centrales del Frente como fuerza política transformadora.
Funes no representaba cabalmente la tradición del Frente al no provenir de la militancia activa, sino por ser un comunicador social comprometido con las causas democráticas y de amplio sentido progresista. Ello permitió ensanchar la visión panorámica, pero al mismo tiempo abrió las puertas de un espacio que hasta ese momento se había mantenido con una considerable rigidez ideológica, lo que supuso que tanto Funes como otros aliados cercanos al presidente comiencen a intervenir en el trazado de las políticas de un gobierno que no dejaba de ser una coalición coyuntural.
Ya en 2014 el frente apostó a la continuidad y profundización de sus políticas ubicando como candidato a la presidencia al ex comandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén, alias Leonel González en su vida clandestina y militar. Si bien los resultados electorales no fueron tan contundentes como en la elección de 2009, y se debió recurrir a una segunda vuelta, el FMLN renovó el mandato y retuvo muchos de los espacios que ya venía administrando, aunque el desgaste de la gestión se hacía notar y comenzaba a mostrar las dificultades que se avecinaban.
El Frente declaraba que “La unidad, cohesión y coherencia del FMLN han sido indispensables para su avance en la lucha por la revolución democrática: tanto en la victoria política lograda en la guerra, el exitoso desenlace de acuerdos políticos negociados, su ejecución, y el impulso de luchas sociales con desenlaces electorales, siempre con la mirada puesta en la revolución democrática de orientación socialista”[1]
A pesar de ello, las dificultades por liderazgos que perdían iniciativa y consenso, sumados a la crisis económica y la incapacidad para resolver problemas como los de la violencia de pandillas abrió un espacio donde se comenzaron a manifestar las voces discordantes y a construir la sucesión desde una perspectiva totalmente adversa a las pretensiones frentistas.
Millennials al poder
En las elecciones de 2019, el candidato Nayib Bukele arrebató la presidencia de manera rotunda, tras una campaña en la que priorizó novedosas estrategias de marketing político a través de redes sociales y diferentes plataformas que le permitieron llegar a capas de la sociedad que se encontraban ausentes de los debates establecidos en los canales tradicionales de la comunicación. La juventud de Bukele y su modo de comunicarse lo convirtió en un personaje de atracción para una franja juvenil cansada de los políticos tradicionales y, que, al mismo tiempo, vio en este nuevo exponente a un candidato “millennials” adaptado a los tiempos postmodernos.
Su mensaje de lucha contra la corrupción estuvo matizado con sus constantes diatribas contra los gobiernos populares y de perspectiva socialista como los de Nicaragua, Ecuador, Venezuela o Bolivia. Claramente hacía un llamamiento a evitar que las naciones latinoamericanas deban “caer en las manos de gobiernos populistas” y que el camino era avanzar en el sentido opuesto estableciendo alianzas estratégicas con las naciones centrales, fundamentalmente los Estados Unidos de América.
Las elecciones legislativas de febrero de 2021 ratificaron la tendencia, e incluso la profundizaron, acrecentando el poderío de Bukele y su espacio político denominado Nuevas Ideas, y al mismo tiempo, desplazando de los diferentes espacios legislativos tanto a la oposición derechista como a la que representa al FMLN.
¿Qué hacer? para el FMLN
La situación actual que atraviesa el FMLN configura uno de los momentos de mayor complejidad desde su propio nacimiento. Los 40 años de intensas luchas que desarrolló, desde las primeras acciones armadas a su participación en la vida política-democrática, son un cúmulo de experiencias que debieran servir para replantear la estrategia en las circunstancias que el momento histórico exige, como modo de retomar las sendas de confluencia con los diferentes sectores sociales y mantener en alto las banderas históricas de los sectores revolucionarios que luchan por transformar la realidad en la búsqueda de construir una sociedad más justa y solidaria.
La necesidad de generar una autocrítica certera que permita comprender los errores y las falencias en la gestión, debieran ser instrumento para comprender y revertir el desencanto de amplios sectores sociales hacia el Frente como opción de cambio real. Junto a ello, revitalizar las direcciones con una renovación de cuadros y generando espacios para la juventud que en gran medida se ha alejado del Frente al observarlo como un instrumento político del pasado.
El autoritarismo creciente del gobierno de Bukele y su búsqueda de erradicar cualquier oposición, en consonancia con determinados discursos que recorren todo el continente y que tienen su verdadera usina generadora en la geopolítica norteamericana, deberán permitir que el debate interno se agudice y paralelamente se afiance el acercamiento a las bases para reconfigurar herramientas de acción y volver a generar esperanza en los sectores subalternos salvadoreños.
Si bien algunos sectores internos del propio FMLN consideran que debe apuntarse hacia la constitución de una nueva herramienta política que rompa con los moldes de los cuales el Frente no ha podido apartarse, el consenso mayoritario de la dirigencia frentista es agudizar el trabajo en las masas para repeler el asedio discursivo del gobierno nacional y trabajar pacientemente para ir reelaborando las redes de confianza que permitan revalorizar la lucha política y la participación ciudadana.
El desafío está presente. La historia de lucha del FMLN ha dado muestras de heroísmo en innumerables ocasiones. Tal vez desde allí, desde las huellas que dejaron dirigentes históricos como Shafick Handal, deba cimentarse un movimiento que renueve las formas de relacionarse con la sociedad y fundamentalmente contagie expectativas de liberación y de construcción colectiva de un futuro más justo y solidario.
Notas:
* Licenciado en Historia
Fuente: Colaboración
[1] Historia del FMLN, disponible en www.fmln.org.sv