Más de un siglo después del primer congreso celebrado en Londres en 1900, el proyecto de unidad africana vuelve a colocarse en el centro del debate geopolítico, impulsado por un contexto regional e internacional que exige repensar las formas de dominación y dependencia que persisten desde el colonialismo. En un mundo sacudido por tensiones globales, el Congreso busca ofrecer respuestas africanas, construidas desde abajo, articulando las experiencias de gobiernos soberanistas, movimientos sociales, intelectuales, militantes de base y comunidades de la diáspora.
La elección de la República Democrática del Congo (RDC) como sede del evento no es casual ni neutra. Este país sintetiza como pocos las contradicciones históricas de África: una tierra inmensamente rica en recursos estratégicos —cobalto, coltán, cobre, oro— pero desgarrada por guerras internas, conflictos armados alimentados desde el exterior y un prolongado proceso de desestabilización cuyo trasfondo es el saqueo sistemático de su riqueza. La RDC es, en muchos sentidos, una metáfora viva del colonialismo contemporáneo: un territorio explotado por multinacionales occidentales, donde se libra una guerra permanente por el control de minerales críticos para la economía digital y verde global.
En este contexto, el Congreso Panafricano se propone como una respuesta política, ética y estratégica a esa situación de sometimiento. Convocado por el gobierno de Félix Tshisekedi, con el apoyo de la Comisión de la Unión Africana, la Alianza de Estados del Sahel (AES) y numerosas organizaciones sociales y culturales, el evento reunirá en Kinshasa a figuras clave del pensamiento descolonizador contemporáneo: Kemi Seba, Mandla Mandela, Fortifi Lushima, así como los presidentes de Burkina Faso, Malí y Níger. También se han sumado delegaciones de Argelia, Sudáfrica, Etiopía y representantes afrodescendientes del Caribe, América Latina y Estados Unidos. Como expresó Fortifi Lushima: “África no puede esperar a que el mundo la salve. Debe salvarse a sí misma, construyendo soberanía sobre sus ruinas, memoria sobre sus heridas y futuro sobre su dignidad”.
Entre los ejes más importantes del Congreso se encuentran la creación de una arquitectura financiera autónoma —incluyendo bancos africanos soberanos y monedas alternativas al franco CFA—, la articulación de una política común de defensa y seguridad que reemplace la injerencia de fuerzas extranjeras como AFRICOM, y el fortalecimiento de redes de intercambio Sur-Sur. Kemi Seba ha sido enfático en su diagnóstico: “Mientras nuestros países usen monedas coloniales y dependan de préstamos del FMI, no habrá liberación posible. El combate panafricanista comienza por la ruptura financiera”.
Pero el Congreso no se limita a la esfera de los Estados. Una de sus características distintivas es la participación protagónica de movimientos juveniles, redes de mujeres, organizaciones campesinas y colectivos culturales. El espíritu de Accra en 1958 y de Mánchester en 1945 —donde confluyeron líderes independentistas con artistas e intelectuales de vanguardia— vuelve a renacer en Kinshasa. Mandla Mandela, nieto del histórico líder sudafricano, ha señalado que “no se trata solo de conmemorar el pasado, sino de asumir el presente como una urgencia histórica. La unidad africana no es una consigna, es una necesidad vital”.
Además del contenido político, el Congreso tendrá una dimensión cultural intensa: debates sobre epistemologías africanas, resistencias simbólicas, pedagogías descolonizadoras y memoria de las luchas. Se realizarán foros sobre afrodescendencia y diáspora, feminismos africanos, juventudes insurgentes y alternativas al modelo de desarrollo extractivo. Se espera también una declaración conjunta con propuestas concretas, plazos de implementación y mecanismos de seguimiento.
Kinshasa, centro del conflicto y del renacer panafricano
La elección de Kinshasa tiene también una carga simbólica y geopolítica que no puede subestimarse. En el momento en que el este de la RDC se encuentra bajo ocupación de facto del grupo armado M23 —respaldado por Ruanda—, con millones de desplazados y una población civil expuesta a violaciones masivas de derechos humanos, realizar el Congreso en la capital congoleña representa una afirmación soberana. Es una manera de decir que el futuro de África se discutirá desde el corazón del dolor, sin ceder ante las lógicas de fragmentación impuestas desde el exterior.
El M23, reactivado en 2021, ha tomado control de vastas zonas en Kivu del Norte y Kivu del Sur, con el claro objetivo de controlar corredores mineros estratégicos. Ruanda, a pesar de las negativas oficiales, ha sido acusada sistemáticamente por Naciones Unidas y organizaciones de derechos humanos de apoyar logística y militarmente a este grupo armado. La comunidad internacional, mientras tanto, ha mantenido una actitud ambigua o cómplice. La realización del Congreso en estas condiciones es una toma de posición: no se trata solo de discursos, sino de una afirmación política concreta frente al intervencionismo.
La conexión entre el conflicto del este congoleño y el resto del continente es directa. Como lo ha explicado la filósofa camerunesa Achille Mbembe: “El Congo es la herida abierta del mundo. Lo que ocurre allí no es una excepción, sino el espejo más crudo del sistema internacional. Si África no resuelve el Congo, no resolverá su propia descolonización”. De allí que Kinshasa sea más que una sede: sea también un grito, un acto de memoria y un punto de partida.
Entre alianzas globales y luchas locales: la complejidad del renacer panafricano
A medida que África retoma la iniciativa para definir su propio destino, el Congreso Panafricano se inscribe en un momento crítico en el tablero geopolítico global. La irrupción de los BRICS como bloque alternativo —formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y con la intención de expandirse— ofrece a muchos países africanos una plataforma para diversificar sus alianzas y escapar del tradicional dominio occidental. En particular, China ha fortalecido sus vínculos económicos y políticos con numerosos países africanos a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, inversiones en infraestructura y comercio bilateral, mientras Rusia, en sintonía con varios gobiernos regionales, ha incrementado su influencia a través de la cooperación militar y tecnológica.
Este realineamiento multipolar no es ajeno a las discusiones del Congreso. Las delegaciones presentes son conscientes de que construir un continente africano soberano pasa por posicionarse estratégicamente en el tablero global, evitando convertirse en un simple campo de competencia para potencias externas. El reto es, por tanto, el de articular una voz africana unificada que dialogue con todos los actores, pero desde la autonomía y los intereses propios. Como apuntó recientemente Mandla Mandela: “Nuestra unidad será nuestra fuerza, y sólo desde esa fuerza podremos negociar sin ceder nuestra dignidad ni soberanía”.
Paralelamente, la diáspora africana emerge como un actor indispensable en esta nueva etapa. Desde las comunidades afrodescendientes en América, Europa y el Caribe, hasta las nuevas generaciones de africanos migrantes, se multiplican las iniciativas de cooperación política, económica y cultural con el continente. Organizaciones internacionales, fundaciones, redes empresariales y colectivos artísticos aportan no solo recursos, sino también conocimiento, propuestas innovadoras y una perspectiva global. Este Congreso es también un espacio para fortalecer esos lazos, superar la histórica fragmentación y hacer de la diáspora un puente activo y solidario. Como recuerda Kemi Seba, “la unidad africana trasciende las fronteras territoriales, es una cuestión de identidad, historia y futuro compartido”.
Sin embargo, los desafíos para llevar a la práctica las metas del Congreso son formidables. La heterogeneidad cultural, lingüística, política y económica del continente dificulta la conformación de consensos amplios y estables. Además, los intereses creados —internos y externos— generan resistencias que pueden sabotear avances. La debilidad institucional, la corrupción y la falta de voluntad política en algunos sectores son obstáculos reales que exigen no solo acuerdos, sino mecanismos efectivos de implementación y control popular. Aquí, la participación activa de las bases sociales, la transparencia y la rendición de cuentas se presentan como condiciones indispensables para evitar que el Congreso quede reducido a un mero evento diplomático.
Finalmente, es fundamental destacar el vínculo del Congreso con las luchas por la justicia social y ambiental en África. En un continente que enfrenta las consecuencias del cambio climático, la desertificación, la explotación indiscriminada de recursos y las desigualdades profundas, el debate sobre un modelo de desarrollo sostenible, inclusivo y justo será central. Las mujeres africanas, protagonistas clave en estas luchas, han logrado imponer la agenda de equidad de género como prioridad política y social. El Congreso, con la presencia de movimientos feministas y juveniles, apunta a ser un espacio donde estas demandas se articulen con las grandes definiciones políticas y económicas, para construir un panafricanismo integral que no deje a nadie afuera.
Contexto histórico y la vigencia del panafricanismo en el siglo XXI
El Congreso Panafricano de Kinshasa retoma una tradición centenaria que ha marcado la lucha por la emancipación de los pueblos africanos y afrodescendientes. Desde los primeros congresos de Londres y París hasta la fundación de la Organización de Unidad Africana en 1963, el ideal de unidad continental ha atravesado etapas de esperanza, retrocesos y resistencias. Hoy, esa llama se aviva en un contexto global profundamente transformado, donde las amenazas coloniales persisten bajo nuevas formas, pero donde también emergen nuevas fuerzas sociales, políticas y culturales que reclaman un panafricanismo renovado y pragmático. Este renacer no solo reivindica la memoria histórica sino que busca dotar a África de herramientas concretas para enfrentar los desafíos contemporáneos, desde la dependencia económica hasta la fragmentación política.
La energía juvenil y la perspectiva feminista constituyen los pilares esenciales de este nuevo ciclo panafricano. Organizaciones como las redes juveniles panafricanas y los colectivos feministas han marcado la agenda política con demandas concretas de justicia social, derechos humanos y protección ambiental. La diáspora, en tanto, no solo aporta recursos, sino también experiencias de lucha contra el racismo y la exclusión que enriquecen el debate y fortalecen la articulación transnacional. Estos movimientos colectivos desafían estructuras tradicionales de poder, impulsando una participación democrática y horizontal que busca evitar la concentración de la voz en las élites políticas. Así, el Congreso se convierte en un espacio plural y dinámico, donde convergen luchas interseccionales que amplifican la fuerza del proyecto panafricano.
El Congreso debe navegar en un escenario geopolítico complejo, donde las potencias tradicionales no han renunciado a sus intereses y mecanismos de control. La presencia militar de fuerzas extranjeras como AFRICOM, las presiones económicas del FMI y el Banco Mundial, y la influencia de actores europeos en las antiguas colonias constituyen obstáculos persistentes para la autonomía africana. Al mismo tiempo, la alianza con países del bloque BRICS abre posibilidades estratégicas, aunque también implica riesgos de dependencia y nueva fragmentación si no se construyen acuerdos equitativos y soberanos. En este sentido, el reto es doble: resistir la injerencia externa y al mismo tiempo fortalecer la integración y coordinación interna para potenciar el peso político y económico del continente en la arena internacional.
El proceso revolucionario en el Sahel: motor del renacer panafricano
Un capítulo fundamental en este resurgimiento de las ideas panafricanistas es el proceso revolucionario que atraviesa el Sahel. Desde las sucesivas insurrecciones y cambios de gobierno en países como Malí, Burkina Faso y Níger, emerge una nueva generación de liderazgos que cuestionan abiertamente los modelos coloniales y neocoloniales heredados. Estas revoluciones, aunque con desafíos y contradicciones, representan un puntapié inicial decisivo para recuperar la soberanía política y económica africana. El impulso de la Alianza de Estados del Sahel (AES) y la creciente voluntad de romper con organismos y acuerdos impuestos desde fuera ilustran cómo las luchas locales y regionales se inscriben en un proyecto continental de emancipación. Así, el Sahel se convierte no solo en un escenario de conflicto, sino también en un laboratorio de alternativas políticas, económicas y sociales que alimentan el debate panafricano y fortalecen su proyección.
Más allá del simbolismo y la fuerza política del encuentro, el Congreso aspira a convertirse en un motor real de transformación. Entre las expectativas concretas se incluyen la creación de una moneda panafricana, la consolidación de mecanismos conjuntos para la defensa y seguridad regional, y la implementación de políticas económicas basadas en la justicia social y ambiental. Para ello, se prevé la conformación de comités de seguimiento con participación de la sociedad civil, garantizando transparencia, rendición de cuentas y vínculo directo con las bases sociales. Esta perspectiva busca evitar que el Congreso quede reducido a un mero evento diplomático y asegurar que las propuestas se traduzcan en acciones concretas que impacten en la vida cotidiana de los pueblos africanos.
El Congreso Panafricano de Kinshasa se presenta como una cita histórica, no solo para reafirmar la unidad y la soberanía del continente, sino para trazar un camino colectivo hacia un futuro de justicia, dignidad y desarrollo sustentable. En un mundo marcado por viejas y nuevas formas de dominación, África retoma la palabra y la iniciativa, poniendo en el centro la participación activa de sus pueblos y la defensa de sus intereses. Este renacer panafricano, alimentado por los procesos revolucionarios del Sahel, la fuerza de los movimientos sociales y las articulaciones transnacionales, abre una ventana de esperanza y desafío que podría transformar radicalmente el destino del continente y su relación con el resto del mundo.
Con respecto a las expectativas sobre este Congreso Panafricano, el parlamentario, activista y nieto de Nelson Mandela, Mandla Mandela compartió de forma exclusiva, con PIA Global, una carta declaratoria sobre el panafricanismo y este Congreso haciendo hincapié en la figura de Patrice Lumumba como mayor represntante del panafricanismo.
Tras la muerte de su abuelo en 2013, Zwelivelile “Mandla” Mandela ha intentado seguir con el legado del expresidente sudafricano y nobel de la Paz. Desde 2009 forma parte del Parlamento por el Congreso Nacional Africano (CNA), partido con el que Nelson Mandela asumió como Presidente en 1994 y que ha gobernado el país en sus 30 años de democracia. Además de su labor parlamentaria, Mandla Mandela ha abogado por distintas causas humanitarias mundiales.
Aquí sumamos el texto completo de la carta del compañero panafricanista.
Declaración de prensa de Nkosi ZMD Mandela sobre el Congreso Panafricano en Kinshasa, República Democrática del Congo, que se celebrará del 30 de junio al 2 de julio de 2025.
Mvezo Komkhulu (El Gran Lugar), viernes 27 de junio de 2025: Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Patrice Lumumba, primer presidente de un Congo democrático, el 2 de julio de 1925.
Para honrar su memoria y conmemorar su vida, la organización “Jóvenes por un Renacimiento Patriótico” y el Gobierno de la República Democrática del Congo (RDC) organizan el Congreso Panafricano en Kinshasa, RDC, del 30 de junio al 2 de julio de 2025.
Lumumba dedicó su vida a la liberación del Congo del poder colonial belga y a la lucha contra el imperialismo occidental.
Lumumba fue un defensor intrépido y feroz del panafricanismo. Esto lo convirtió en el enemigo número uno del imperialismo occidental, especialmente de Bélgica y Estados Unidos. Esto fue lo que finalmente condujo a su brutal asesinato.
Patrice Lumumba fue una figura clave tanto en la independencia congoleña como en el movimiento panafricano en general. Abogó por un África unificada e independiente, convencida de que la liberación del Congo estaba intrínsecamente ligada a la emancipación general del continente del colonialismo. Fue un auténtico luchador por la libertad y se convirtió en un símbolo de la resistencia contra el colonialismo y el neocolonialismo, y en un mártir de la causa panafricana.
Lumumba imaginó un África unida, libre del dominio colonial, donde las naciones africanas pudieran cooperar y apoyarse mutuamente. Asistió y participó en conferencias panafricanas, como la Conferencia Panafricana de los Pueblos en Accra, Ghana, en 1958, durante la cual inspiró a muchos a defender también el panafricanismo en sus respectivos países y los instó a trabajar juntos para lograr la verdadera independencia.
Honremos a este gran líder africano cuyo sueño fue convertir a la República Democrática del Congo (RDC) en “el orgullo de África” y motivar a otros líderes africanos de su época. Su mensaje de unidad y autosuficiencia es tan relevante hoy como lo fue hace décadas.
La Casa Real de Mandela (RHoM) se dedica a honrar la vida y el legado del presidente Nkosi, Nelson Rolihlahla Mandela, y a defender las causas que él defendió.
FIN
Nkosi Zwelivelile
Casa Real de Mandela
Mvezo Komkhulu
Apartado Postal 126
Viedgesville 5102
Provincia del Cabo Oriental
Sudáfrica
*Beto Cremonte es docente, profesor de Comunicación Social y Periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.