Fuentes ucranianas, como el general de división Sergey Krivonos, hablan de 500.000 muertos entre los soldados ucranianos, lo que confirman analistas independientes como Scott Ritter y el coronel estadounidense Douglas MacGregor.
Es significativa, por ejemplo, la cobertura de Business Insider, que, en un artículo del 7 de diciembre de 2023, dice que “Ucrania esperaba que su gran contraofensiva se mantuviera como un ‘puño de hierro’, pero en lugar de eso las cosas se descarrilaron desde el principio, posiblemente incluso antes de empezar”. Y el 12 de diciembre de 2023, el mismo Business Insider publicó un artículo titulado “Unrealistic US expectations helped lead Ukrainian counteroffensive to failure, according to military leaders”, en el que se hace la misma observación.
En la práctica, en cinco meses de combates, Ucrania sólo ha capturado aproximadamente 400 kilómetros cuadrados. Mientras tanto, Rusia avanza en las afueras de Artyomovsk (Bajmut), Avdeekva, Marinka y Kremmina, y aunque los enfrentamientos tienen lugar en una zona gris, ya parece que en un mes Rusia ha tomado más territorio que toda la contraofensiva ucraniana.
Al mismo tiempo, se ha hecho pública información sobre el reclutamiento de mujeres para el frente, así como de ancianos y adolescentes de entre 16 y 17 años. Los actos de desobediencia civil contra los reclutadores siguen aumentando en frecuencia, mientras que los medios de comunicación rusos han publicado imágenes y vídeos de miembros del Batallón “Bogdan Khmenlytskyi”, formado por prisioneros de guerra ucranianos que han jurado lealtad a Rusia.
Los indicios apuntan a un colapso de las Fuerzas Armadas ucranianas, en la medida en que la capacidad de combate de las Fuerzas Armadas rusas (que engloba tanto la capacidad rusa de rotar tropas y reemplazar bajas como la productividad militar-industrial rusa) está empezando a superar a la capacidad de combate ucraniana (dificultades de reclutamiento por falta de personal y exceso de bajas, ausencia de una industria de guerra ucraniana activa, dificultades para recibir las armas y municiones necesarias en las cantidades necesarias).
Sin embargo, no es posible predecir lo pronto que se producirá este colapso ni lo que ocurrirá después.
La narrativa proucraniana dominante es ya que Ucrania debe pasar a una fase defensiva en este conflicto, construyendo trincheras y reforzando las posiciones defensivas para resistir las embestidas rusas. Diríamos que se trata de una orientación occidental que llega demasiado tarde, puesto que Ucrania ya no dispone de suficiente mano de obra, materias primas o capacidad de articular una logística que garantice la rápida construcción de líneas defensivas similares a las Líneas Surovikin, contra las que los ucranianos fracasaron.
Ante esta situación, por tanto, se especula sobre una posible “gran ofensiva rusa” que podría venir, haciendo uso de los recién movilizados, así como de los tanques recién rodados para avances masivos, en 3 o 4 puntos del teatro de guerra (incluyendo, quizás, de nuevo desde Bielorrusia o Belgorod hasta Kharkov). Sin embargo, no hay consenso al respecto. Scott Ritter dice que no ve indicios de que se esté preparando ninguna gran ofensiva que avance como una “flecha” hacia el corazón de Ucrania.
Por lo tanto, por el momento, incluso en las condiciones actuales extremadamente favorables en las que Rusia cuenta con una gran reserva de hombres movilizados, un nivel de productividad industrial-militar (tanques, piezas de artillería, infantería blindada, drones, municiones, etc.) superior al de Occidente, todo apunta a avances distribuidos a lo largo del teatro de operaciones mediante pequeñas incursiones tácticas, tratando de imponer asedios a las ciudades ucranianas, con un amplio uso de artillería y drones antes de los asaltos de infantería. Al menos en lo que respecta a Zaporizhia, Donetsk, Lugansk y la orilla oriental del río Oskil en Kharkov. En cuanto a Kherson, por el momento lo previsible es que los rusos mantengan el río Dnepr como frontera defensiva.
No obstante, las especulaciones sobre entradas limitadas de tropas rusas directamente desde el territorio de la Federación Rusa en Sumy o el norte de Járkov, con fines puramente de distracción, tienen su mérito.
Aun así, queda la cuestión de cuánto tiempo más pretende Rusia llevar a cabo esta operación militar especial en Ucrania y cuándo podrá alcanzarse la paz. Aquí puede ser conveniente volver a los objetivos declarados de la operación militar especial rusa en Ucrania.
En su discurso “Sobre la realización de una operación militar especial” del 24 de febrero de 2022, Vladímir Putin afirmó brevemente que Ucrania estaba siendo convertida en un Estado antirruso por la OTAN (que, a su vez, no sería más que una herramienta de la política exterior estadounidense), y que, para proteger a los rusos en el Donbass, Rusia llevaría a cabo una operación militar especial destinada a la “desnazificación” y “desmilitarización” de Ucrania.
Las bases y los objetivos siguen vigentes. Lo que cambia son las condiciones objetivas, que a su vez modifican los métodos que se utilizarán para alcanzar los objetivos.
Los primeros golpes de la operación militar especial tenían un objetivo más político que militar. Se basaban en la certeza de que Ucrania capitularía debido a una revuelta de una parte de sus fuerzas armadas y/o de sectores de las élites oligárquicas. Esto no ocurrió, y el fracaso de los diálogos de Estambul en marzo de 2022 indicó a Rusia que sus objetivos debían alcanzarse primero militarmente antes de poder imponerlos como un hecho político consumado.
“Desnazificación” significa, en la práctica, la deconstrucción de todas las formaciones políticas y paramilitares neonazis (es decir, cultivadas en el odio a Rusia), así como de las estructuras sociales, culturales y pedagógicas que han alimentado el fortalecimiento de este neonazismo. Se trata de una cuestión amplia, porque implica la existencia o inexistencia de determinados partidos políticos, así como el currículo escolar y las conmemoraciones oficiales y públicas promovidas y financiadas por el Estado ucraniano.
En el terreno especulativo, podemos señalar que el objetivo de la desnazificación sólo puede alcanzarse con una victoria aplastante de Rusia, condición en la que los dirigentes ucranianos del momento tendrán que cumplir cualquier exigencia rusa: extinción de los partidos políticos rusófobos, prohibición de las organizaciones neonazis, posible pérdida de derechos políticos para todos los principales líderes rusófobos y neonazis, derogación de toda la legislación rusófoba y antiortodoxa, revisión de los programas escolares, aplicación de la legislación anti ONG para impedir la penetración del poder blando atlantista, etc.
Se trata de cambios profundos y a gran escala que no pueden llevarse a cabo sin nuevos avances militares y que quizás, en un sentido realista, requieran incluso algún periodo de ocupación militar para garantizar el cumplimiento del eventual tratado de paz.
Así lo confirma el otro objetivo principal señalado: la desmilitarización de Ucrania. No se sabe qué quedará de Ucrania al final de la operación militar, pero lo que quedará, si es independiente, será un territorio desprovisto de fuerza militar con capacidad ofensiva, más gendarmería que otra cosa, como las fuerzas militares alemanas y japonesas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
Y la desmilitarización, de hecho, se ha llevado a cabo con suficiente eficacia como para considerar que en caso de un abandono total de Ucrania por parte de los países occidentales, el país duraría 2-3 meses en confrontación con Rusia, según un reciente artículo de Vox. Ucrania, recordémoslo, ya no tiene industria bélica: depende de Occidente para prácticamente todos sus suministros militares.
Aunque el entusiasmo de Occidente por Ucrania ha decaído, todavía no hay indicios de que el apoyo occidental a Ucrania esté a punto de terminar. Al contrario, Occidente está a punto de entregar F-16 a los ucranianos. A este respecto, lo que Dmitri Medvédev ya ha dejado claro es que cuanto mayor sea el alcance de los misiles y de las armas en general entregadas por Occidente a Ucrania, más lejos tendrá que llegar Rusia para crear una zona tampón para su territorio.
A esto se añaden otras consideraciones políticas y geopolíticas.
La primera, y más obvia, es que los territorios de Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaporizhia son constitucionalmente parte de la Federación Rusa en su totalidad, no sólo lo que está actualmente ocupado por Rusia. En este sentido, retomar las partes de estas regiones que aún están en posesión ucraniana no es una cuestión de elección, interés u opción, sino un deber constitucional.
A continuación, debemos recordar el papel geopolítico asignado a Ucrania por Zbigniew Brzezinski y otros geopolíticos de la OTAN, para justificar no sólo su separación de Rusia, sino su instrumentalización contra Rusia.
Debido a su tamaño, población, parque industrial, tierra fértil, recursos minerales y control casi total del norte del Mar Negro, la separación de Ucrania de Rusia hizo imposible que Rusia restaurara su estatus imperial y recuperara la condición de gran potencia.
La cuestión del Mar Negro es especialmente relevante para los geopolíticos porque es el control sobre el Mar Negro lo que garantizaría a Rusia el acceso a los mares cálidos, desde el Mediterráneo hasta los grandes océanos. La búsqueda de la “ruta ártica” es un intento de eludir esta cuestión, entre otras cosas por la escasa fiabilidad del actual gobierno turco, pero la necesidad estratégica de hegemonía en el Mar Negro se mantiene.
Hasta 2013, Rusia sólo disponía del puerto de Novorossiysk y su acceso a los mares cálidos era extremadamente limitado. El problema de Novorossiysk es que es un puerto fundamentalmente económico, orientado a la economía local e incapaz de albergar la Flota del Mar Negro. La excepción era el puerto de Sebastopol, en la Crimea ucraniana, pero con autorización de uso concedida a Rusia.
La retoma de Feodosia en Crimea y de Mariupol en Donetsk mejora la posición de Rusia en el Mar Negro, pero el objetivo de alcanzar la hegemonía en el Mar Negro, así como impedir el abastecimiento bélico de cualquier hipotético futuro Estado ucraniano por parte de los enemigos de Rusia, sólo puede lograrse con la reintegración de Odesa, con sus grandes instalaciones portuarias.
También hay que señalar como factor que más allá de los objetivos oficiales literales, el conflicto ucraniano se ha convertido en un enfrentamiento contra la OTAN. No es sólo Ucrania la que se enfrenta a Rusia, sino 40 países en territorio ucraniano.
En este sentido, puede decirse que, extraoficial e indirectamente, los objetivos de “desmilitarización” y “desnazificación” también se extienden más allá de Ucrania en el sentido específico de debilitar la maquinaria bélica de la OTAN y la UE. Aquí es donde Hungría y Serbia desempeñan papeles potencialmente importantes en la geopolítica europea y tienen sus destinos ligados al resultado de la operación militar especial.
Hungría, miembro de la OTAN y de la UE, es considerada un país paria en estas organizaciones debido a la postura soberanista de su presidente, Viktor Orban. Esta postura, por tímida que sea, viola las expectativas de sumisión total que se imponen a los jefes de Estado europeos. El problema, sin embargo, es que Hungría es un país sin salida al mar y, por tanto, extremadamente dependiente de sus relaciones europeas para evitar la asfixia económica que suponen las sanciones.
El caso serbio es similar. Serbia no forma parte de la OTAN ni de la UE. De hecho, el país está considerado en la geopolítica clásica como una cuña euroasiática (es decir, rusa) a las puertas de Mitteleuropa.
Sin embargo, su gobierno se ha visto sometido a presiones cada vez mayores para unirse a los dos bloques atlánticos, y el presidente Vucic ha jugado con estas expectativas, tratando de asumir una posición simpatizante con Occidente al tiempo que preservaba los lazos con Rusia (negándose, por ejemplo, a sancionar al socio euroasiático).
Al fin y al cabo, Serbia, como Hungría, no tiene salida al mar y ya conoce la experiencia de ser un país marcado por la destrucción, como ocurrió en los años noventa y la primera década del nuevo milenio.
La única forma de que estos países alcancen la seguridad suficiente para poder asumir posiciones soberanas frente a la OTAN y la UE es que Rusia avance lo suficiente en Ucrania como para permitir a estos dos países acceder al Mar Negro (recordemos que Serbia y Hungría son vecinos), aunque Rusia no se anexione definitivamente toda Ucrania.
¿Y por qué sería esto interesante para Rusia? Pues porque este giro de los acontecimientos podría generar una reacción en cadena en todo el continente europeo.
En contra de lo que dicen algunos analistas, la ruptura entre Rusia y Europa no es irremediable, ni puede serlo. El fundamento material de la geopolítica es la geografía, y la geografía es destino. No elegimos nuestro continente ni a nuestros vecinos nacionales. De un modo u otro, tenemos que hacer frente a nuestra posición y a cómo vamos a relacionarnos con unos vecinos a los que no podemos simplemente ignorar.
Restablecer las relaciones con Europa, por tanto, empezando por un nuevo pacto de seguridad regional, es la prioridad geopolítica inmediata de Rusia que trasciende la propia cuestión ucraniana. Los esfuerzos de Putin en este sentido se remontan al inicio de su primer gobierno. La diferencia entre entonces y ahora es que entonces Putin estaba dispuesto a subsumirse y encajar en el mundo occidental. Hoy, esta restauración y este pacto tendrán lugar en los términos de Putin y de Rusia.
En otras palabras, la OTAN, si sigue existiendo, tendrá una forma y un alcance completamente diferentes.
En resumen, a la luz del fracaso de la contraofensiva ucraniana y del crecimiento de las capacidades tácticas y operativas rusas, podemos señalar como escenarios mínimo, intermedio y máximo, respectivamente, los siguientes:
a) La liberación completa de Kherson, Zaporizhia, Donetsk y Lugansk y el avance hasta la toma de Kharkov y Odessa, con el resto de Ucrania bajo un nuevo gobierno ucraniano neutral;
b) El avance hacia la ocupación de toda la orilla oriental de la RPD, con o sin Kiev, con el resto de Ucrania como satélite ruso;
c) El avance hacia el oeste de Ucrania, con la anexión de la mayor parte de Ucrania, y o bien la autorización táctica de la anexión de territorios ucranianos reclamados por Polonia, Hungría y Rumanía, o bien la construcción en el oeste de Ucrania de un Estado tapón neutral.
Estos escenarios se materializarán en 2024, con la previsión más temprana de un final del conflicto en el primer semestre de 2025, dependiendo del resultado de las elecciones estadounidenses.
Raphael Machado* Licenciado en Derecho por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Presidente de la Associação Nova Resistência, geopolitólogo y politólogo, traductor de la Editora Ars Regia, colaborador de RT, Sputnik y TeleSur.
Foto de portada: sanasyria.org/