La administración de Joe Biden necesitó mucho tiempo una razón para cambiar la estrategia de presión frontal sobre el gobierno de Nicolás Maduro. La guerra relámpago lanzada por Donald Trump fracasó, pero la geopolítica y la geoeconomía no han desaparecido. La crisis de gran envergadura en las relaciones internacionales y el enfrentamiento entre Occidente y Rusia, provocado en gran medida por las acciones de Moscú en Ucrania, también afectaron la estrategia latinoamericana de Washington.
Altos funcionarios de la Casa Blanca y representantes de una compañía petrolera estadounidense han viajado a Venezuela para mantener conversaciones a puerta cerrada con el presidente Maduro. Maduro, cuya legitimidad Washington no reconoce, dijo que no estaba en contra de la reanudación de los suministros de hidrocarburos venezolanos, porque esto «no es política, sino economía». Juan Guaidó, a quien Estados Unidos todavía llama el jefe legítimo de Venezuela, se enteró de lo que estaba pasando casi por los medios.
¿Qué significa todo esto?
No hay duda de que el gobierno de Maduro puede intentar negociar una relajación de las sanciones de Estados Unidos a la industria petrolera venezolana. El presidente Maduro no tiene ningún principio ideológico especial (contrario a todas sus declaraciones públicas). Y si el difunto presidente Hugo Chávez se tomó en serio su “revolución bolivariana”, y aún podía pensar en la “lealtad a un aliado” (en este caso, Rusia), entonces Maduro no estará tan decidido a defender a un Moscú debilitado. Ninguna gratitud por el apoyo anterior y por salvar al régimen funcionará aquí. De una forma u otra, la economía venezolana está asentada firmemente sobre la “aguja del petróleo”. Es necesario restaurar la producción y las exportaciones para sacar al país de la crisis sistémica. Además, Caracas también ha sufrido sanciones antirrusas debido a las restricciones a los bancos rusos. En realidad, incluso bajo Chávez los Estados Unidos fueron el principal comprador de petróleo venezolano. Es Washington quien tiene la responsabilidad principal por la reducción del suministro de «oro negro» de Venezuela.
Venezuela, desde 2019, ha enfrentado una reducción en la producción y exportación de petróleo de más del 90 por ciento. Con posterioridad, el régimen de Maduro pudo restablecer levemente la producción y hoy Venezuela se acerca al millón de barriles diarios. Esto no se compara con los millones de barriles anteriores. Es técnicamente difícil expandir en realidad la producción de petróleo venezolano. En primer lugar, una parte importante de ese petróleo va inmediatamente a China como pago de préstamos anteriores. La industria petrolera venezolana necesita inversiones multimillonarias para modernizarse, desarrollar nuevos pozos y restaurar los volúmenes de producción. No es muy realista pensar en obtener este petróleo rápidamente (para compensar por completo la caída de los volúmenes de suministro de Rusia) o compensar el aumento de los precios. Es posible cierto aumento en la producción, hasta ese millón de barriles por día ya anunciado por Maduro. Pero esperar un regreso a gran escala de Caracas a los mercados mundiales en los próximos meses no tiene sentido.
¿Se puede enviar este crudo a Europa en lugar de a los EE. UU.? La Unión Europea, sumamente interesada en reducir la dependencia de los hidrocarburos de Rusia, lo necesita como el aire. Este placer no será barato: la logística de entrega de petróleo pesado venezolano deberá reconstruirse en gran medida, además se requerirá asistencia técnica estadounidense (o iraní) para aligerar el petróleo a los estándares requeridos. Pero es probable que Bruselas esté dispuesta a pagar. Las autoridades estadounidenses podrían ayudar a Europa emitiendo licencias especiales para sacar de las sanciones parte de los suministros petroleros venezolanos (los producidos por empresas estadounidenses). El problema es que Europa necesita mucho más petróleo del que Venezuela podría proporcionar ahora.
¿Estados Unidos realmente necesita el petróleo venezolano? La prohibición de importar hidrocarburos rusos para los estadounidenses (a diferencia de la Unión Europea) es notable, pero no crítica, estos pequeños porcentajes pueden reemplazarse en teoría por petróleo canadiense, colombiano y ecuatoriano.
Aquí está lo más interesante. Washington necesita no sólo obtener petróleo de Maduro, sino distanciarlo lo más posible de Moscú, al menos mientras dure la actual crisis internacional. Y a largo plazo, privar por completo a Rusia de uno de los aliados clave en América Latina.
La liberación de dos ciudadanos estadounidenses en Venezuela parece una especie de gesto que confirma la disposición de Maduro a negociar. Este gesto no lo obliga a nada: el presidente de Venezuela no ha cedido en nada todavía, sino que solo ha «mostrado humanismo». Acorralado por las sanciones, Maduro resultó tener una posición negociadora inesperadamente buena: no es él quien peticiona, fueron los representantes de Washington quienes vinieron a inclinarse ante él. Luego, en Turquía, la Unión Europea también inició negociaciones con Venezuela.
Además, todo puede ser más complicado. Maduro necesita garantías de que el asunto no se limitará al levantamiento parcial de sanciones y que Venezuela no sea utilizada simplemente como una gasolinera. No puede dejar de entender que, si Estados Unidos logra sacar a Rusia de Venezuela y América Latina, entonces nadie realmente necesitará del propio Maduro. Ni él ni otros altos líderes del país están ansiosos por repetir el destino de Muammar Gaddafi. El presidente de Venezuela y el grupo dirigente chavista necesitan además de palabras sobre los suministros, también el reconocimiento de las autoridades como legítimas y, muy probablemente, el consentimiento tácito de la Unión Europea y Washington a la reelección de Maduro como jefe de Estado. Diosdado Cabello, uno de los líderes del PSUV, ya subió la apuesta al decir que los «bolivarianos» están de acuerdo en retomar las negociaciones con la oposición, pero no en México sino «dentro del país». Es decir, en los términos del propio Maduro.
Es algo más fácil para la Unión Europea pactar con Maduro la reducción del número de sanciones que para los estadounidenses. Bruselas, aún sin reconocer la legitimidad del actual jefe de Venezuela, dejó el año pasado de considerar a Guaidó como presidente. El presidente Biden podría dar algunas garantías serias a Maduro sólo si tuviera un apoyo serio para esto en el Congreso. A propósito, tanto el ultraconservador Marco Rubio como el demócrata Bob Menéndez, titular de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado, ya han dicho que no se puede “cambiar el petróleo de un dictador por el de otro dictador” y que “no se puede hacer la vista gorda al sufrimiento del pueblo venezolano a causa de varios miles de barriles de petróleo”.
A juzgar por la alineación de hoy, no será fácil ponerse de acuerdo. Pero también hay mucho en juego. Si Washington logra iniciar el distanciamiento de Venezuela de Moscú, entonces será más fácil dar un nuevo paso: comenzar a negociar con Cuba, cuya economía ha estado en condiciones críticas durante mucho tiempo. No sólo Rusia puede ser víctima de esta situación. Juan Guaidó bien puede recordar las líneas de Shakespeare: “El moro ha hecho su trabajo. El moro puede irse». En política, cambiar de pareja no es raro. Estados Unidos también tiene una gran experiencia en esto.
Notas:
*Doctor en Ciencias Históricas, profesor de la cátedra de Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales en Universidad de San Petersburgo, jefe de redacción de la revista “América Latina”, del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia.