Mozambique, situado en el sureste de África, es un país que ha estado marcado por su pasado colonial, su lucha por la independencia y las tensiones internas que persisten hasta hoy. A pesar de su potencial económico y sus ricos recursos naturales, enfrenta numerosos desafíos que ponen en evidencia las herencias del colonialismo y el impacto de las injerencias extranjeras.
Un pasado marcado por el colonialismo
La colonización portuguesa configuró la estructura política y económica de Mozambique, consolidando una economía extractiva al servicio de los intereses europeos. Durante más de cuatro siglos, los recursos naturales y humanos del país fueron explotados para enriquecer a las potencias extranjeras, dejando tras de sí una economía dependiente y profundamente desigual. Esta dinámica consolidó una estructura social basada en la marginalización de las mayorías, especialmente las comunidades rurales.
En 1975, tras una lucha armada liderada por el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), el país obtuvo su independencia. El FRELIMO, un movimiento inspirado en ideologías socialistas y de liberación africana, enfrentó el difícil reto de reconstruir un país devastado por siglos de explotación. Sin embargo, el sueño de una nación autónoma y próspera se vio pronto truncado por una guerra civil que duró desde 1977 hasta 1992. Este conflicto, financiado y exacerbado por intereses externos durante la Guerra Fría, enfrentó al FRELIMO contra la Resistencia Nacional Mozambiqueña (RENAMO), un movimiento respaldado por Sudáfrica y otras potencias occidentales con el objetivo de frenar la influencia socialista en la región.
La guerra civil dejó más de un millón de muertos y desplazó a millones de personas. Las infraestructuras fueron devastadas, y el conflicto profundizó las divisiones étnicas y regionales que persisten hasta hoy.

Las elecciones de 2024: continuidad o cambio
Las elecciones generales de 2024 se realizaron en un clima de tensión política y social. El FRELIMO, que ha gobernado el país desde la independencia, enfrentó una oposición cada vez más organizada, encabezada por la RENAMO y el Movimiento Democrático de Mozambique (MDM).
El FRELIMO, liderado por el presidente Filipe Nyusi, buscaba consolidar su poder destacando los avances en infraestructura y los acuerdos de explotación de gas natural. Nyusi, originario de la provincia de Cabo Delgado, ha enfrentado críticas tanto por su manejo del conflicto en esa región como por los recurrentes escándalos de corrupción durante su mandato. Entre sus promesas electorales se encontraba la expansión de proyectos de infraestructura y el desarrollo de la industria energética para atraer inversiones extranjeras. Sin embargo, sectores de la oposición lo acusan de perpetuar una política centralista que favorece a las élites urbanas en detrimento de las comunidades rurales.
La RENAMO, bajo el liderazgo de Ossufo Momade, centró su campaña en la descentralización administrativa, buscando otorgar mayor autonomía a las provincias, especialmente a aquellas históricamente marginadas. Momade, proveniente de la provincia de Nampula, representa una voz que busca reconciliación tras años de conflicto interno dentro del partido. Su estrategia incluyó llamados a una redistribución más justa de los beneficios provenientes del gas natural y un compromiso con reformas democráticas para garantizar elecciones más transparentes en el futuro.
El Movimiento Democrático de Mozambique (MDM), ahora liderado por Lutero Simango tras la muerte de Daviz Simango, se presentó como una opción para las nuevas generaciones, con un discurso enfocado en la innovación tecnológica, la educación y el desarrollo urbano sostenible. Aunque su influencia es menor en comparación con los dos partidos principales, el MDM ha ganado popularidad en áreas urbanas gracias a su enfoque en la descentralización y la transparencia en la gestión pública. Lutero Simango destacó la necesidad de modernizar el sistema educativo y crear empleos para los jóvenes en sectores tecnológicos y agrícolas.
En cuanto a las estrategias de campaña, el FRELIMO se apoyó en su maquinaria política consolidada, incluyendo acceso a recursos estatales y medios de comunicación, mientras que la RENAMO intentó movilizar el descontento popular en las provincias del norte y centro, donde las tensiones históricas y económicas son más agudas. El MDM, con una presencia más limitada, buscó reforzar su base en las ciudades, apelando especialmente a jóvenes profesionales y estudiantes.
Aunque los resultados confirmaron la continuidad del FRELIMO en el poder, las denuncias de fraude electoral y la falta de transparencia debilitaron la confianza de la población en el sistema democrático. Las protestas posteriores a las elecciones reflejan el creciente descontento de una población que se siente marginada por un sistema que perciben como controlado por una élite política.

Filipe Jacinto Nyusi “Chapo” presidente para la continuidad o el cambio
Filipe Jacinto Nyusi, conocido popularmente como “Chapo”, nació el 9 de febrero de 1959 en Mueda, provincia de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, una región históricamente marginada y actualmente epicentro de conflictos armados y proyectos extractivos. Nyusi pertenece a la etnia maconde, un grupo que desempeñó un papel destacado en la lucha por la independencia del país.
Nyusi comenzó su carrera política como miembro del Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), al cual se unió a una edad temprana, siguiendo los pasos de su familia, que participó activamente en la guerra de independencia contra Portugal. Tras la independencia, completó su educación en Mozambique y en el extranjero, graduándose en ingeniería mecánica en Checoslovaquia y más tarde cursando estudios de gestión en el Reino Unido y Sudáfrica.
En 2008, Nyusi fue nombrado Ministro de Defensa, cargo desde el cual reforzó su presencia dentro del FRELIMO y fortaleció su red de aliados políticos. Su gestión se caracterizó por la modernización parcial del ejército y su implicación en las negociaciones de paz con la RENAMO durante los años posteriores al conflicto armado.
En 2014, Nyusi fue elegido presidente de Mozambique, convirtiéndose en el primer líder del país proveniente de Cabo Delgado. Durante su mandato inicial, impulsó grandes proyectos de infraestructura y promovió acuerdos con multinacionales para la explotación del gas natural en el norte del país. Sin embargo, su gobierno también fue criticado por escándalos de corrupción, incluyendo el caso de la “deuda oculta”, en el cual altos funcionarios estuvieron involucrados en la adquisición de préstamos secretos que comprometieron la estabilidad económica del país.
Nyusi ha sido reelegido en medio de acusaciones de manipulación electoral y críticas por la gestión del conflicto en Cabo Delgado, donde la violencia de grupos armados y la militarización de la región han profundizado las tensiones sociales. A pesar de esto, sus seguidores destacan su papel en atraer inversiones extranjeras y su visión de Mozambique como un actor clave en el mercado energético global.
El liderazgo de Nyusi está marcado por un discurso de unidad nacional y desarrollo, pero enfrenta el reto de gobernar un país profundamente dividido y con grandes expectativas de cambio por parte de su población. Su capacidad para manejar los ingresos del gas natural de manera transparente y redistribuirlos equitativamente será crucial para definir su legado político.
Conflictos internos y las injerencias extranjeras
El norte de Mozambique, particularmente la provincia de Cabo Delgado, ha sido escenario de un violento conflicto desde 2017. Grupos armados vinculados al extremismo islámico, conocidos localmente como Al Shabaab (sin relación directa con el grupo somalí del mismo nombre), han desestabilizado la región. Este conflicto, además de haber desplazado a más de un millón de personas y causado miles de muertes, refleja tensiones históricas derivadas de la exclusión económica y la marginación social de las comunidades locales.
Cabo Delgado es una región rica en recursos naturales como gas natural, grafito y rubíes, lo que ha atraído a grandes multinacionales, entre ellas TotalEnergies y ExxonMobil. Sin embargo, las comunidades locales a menudo no han visto los beneficios de esta riqueza, lo que ha exacerbado el resentimiento hacia el gobierno central y las empresas extranjeras. El conflicto también se ha alimentado de disputas sobre el acceso a la tierra y la falta de oportunidades económicas para los jóvenes, quienes son particularmente vulnerables al reclutamiento por parte de los grupos armados.
El gobierno ha respondido al conflicto con una estrategia principalmente militar, apoyada por tropas extranjeras de países como Ruanda y Sudáfrica, así como de la Unión Europea. Aunque estas intervenciones han logrado recuperar algunos territorios clave, las críticas señalan que no han abordado las causas estructurales del conflicto. Además, se han reportado abusos de derechos humanos tanto por parte de las fuerzas de seguridad como de los insurgentes, lo que ha complicado los esfuerzos para lograr una paz duradera.
Indicadores económicos y sociales: un retrato desigual
Mozambique se encuentra entre los países más pobres del mundo, con un PIB per cápita de aproximadamente 500 dólares y más del 60% de la población viviendo en la pobreza. Las desigualdades son profundas, particularmente entre las zonas rurales y urbanas. Mientras que las ciudades como Maputo muestran signos de modernización y desarrollo, las zonas rurales carecen de acceso a servicios básicos como agua potable, electricidad y atención sanitaria.
La tasa de alfabetización en el país ronda el 60%, con marcadas diferencias entre hombres y mujeres. Solo el 46% de las mujeres sabe leer y escribir, en comparación con el 72% de los hombres, reflejando disparidades de género que también se manifiestan en el acceso a oportunidades económicas. En términos de salud, Mozambique enfrenta altos índices de mortalidad materna e infantil, y el sistema de salud público sigue estando subfinanciado y mal distribuido.
En cuanto al empleo, la economía informal domina, proporcionando ingresos para la mayoría de la población, especialmente en sectores como la agricultura, que emplea al 70% de los trabajadores. Sin embargo, el desempleo juvenil es alarmantemente alto, y muchos jóvenes recurren a trabajos precarios o migran a las ciudades en busca de mejores oportunidades, a menudo sin éxito.
El descubrimiento de vastos yacimientos de gas natural en la región norte podría transformar la economía del país. Según estimaciones, Mozambique tiene el potencial de convertirse en uno de los principales exportadores de gas natural del mundo. Sin embargo, el desafío radica en garantizar que los ingresos generados se utilicen para reducir la pobreza y mejorar la infraestructura nacional, en lugar de beneficiar exclusivamente a una élite política y empresarial.
Desde una perspectiva anticolonial, es crucial analizar cómo las estructuras de poder globales perpetúan la dependencia de Mozambique. Las instituciones financieras internacionales, como el FMI y el Banco Mundial, imponen condiciones que limitan la soberanía económica del país, mientras que las multinacionales explotan sus recursos sin una redistribución equitativa de los beneficios. Estas dinámicas perpetúan un modelo neocolonial que impide el desarrollo sostenible y soberano.
La narrativa occidental, que presenta a Mozambique como un estado fallido necesitado de intervención extranjera, también debe ser cuestionada. Los problemas del país no pueden entenderse sin considerar el impacto del colonialismo, la Guerra Fría y las políticas neoliberales impuestas desde el exterior. Además, es importante destacar los esfuerzos locales y regionales para construir soluciones que prioricen las necesidades de las comunidades por encima de los intereses extranjeros.
El futuro de Mozambique depende de su capacidad para superar los desafíos internos y redefinir su relación con el sistema global. Esto implica fortalecer las instituciones democráticas, abordar las desigualdades económicas y sociales y garantizar que los recursos naturales del país se gestionen de manera sostenible y en beneficio de toda la población. La clave radica en empoderar a las comunidades locales, romper con las dinámicas de dependencia externa y construir un modelo de desarrollo que priorice la justicia social y la soberanía nacional.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.