Los sollozos y quejas de Francia quedan ya en el olvido. Y también caen en el olvido las promesas hechas a París después de la anulación, repentina y unilateral, de la compra australiana de submarinos convencionales franceses: Finlandia tampoco comprará los aviones Rafale franceses y la presencia militar de Francia en el Sahel parece a punto de terminar. Para colmo, esta semana la OTAN anunció que invertirá 1 000 millones de euros para financiar la investigación con fines militares… pero en Estados Unidos.
La OTAN ha terminado en el armario de los trastos viejos», escribían hace un mes los comentaristas políticos de la prensa escrita, luego de que Francia llamara para consultas a su embajador en Washington, el 16 de septiembre.
París protestaba con ese gesto por su exclusión de la asociación estratégico-militar entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS), anunciada la víspera, y por la anulación de un lucrativo contrato para la compra, por parte de Australia, de submarinos franceses convencionales, que ahora serán reemplazados por submarinos nucleares vendidos por Estados Unidos y Reino Unido. Pero una semana después del estruendoso choque diplomático, el general francés Philippe Lavigne era designado para encabezar el Mando Aliado de la Transformación, cuyo cuartel general está en Norfolk (Estados Unidos), y los presidentes de Estados Unidos y Francia, Joe Biden y Emmanuel Macron, publicaban un comunicado conjunto [1].
Biden subrayaba en ese comunicado «la importancia estratégica del compromiso francés y europeo en la región Indo-Pacifico», que según la geopolítica de Washington se extiende desde la costa occidental de Estados Unidos hasta el litoral de la India. El Comité Militar de Jefes de Defensa de los 30 países miembros de la OTAN lo explicaba de la siguiente manera:
«Mientras que las acciones agresivas de Moscú amenazan nuestra seguridad, el ascenso de China está desplazando el equilibrio de fuerzas, con consecuencias para nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestro modo de vida.»
Y concluía afirmando que, ante esas «amenazas»:
«necesitamos que Europa y Norteamérica se mantengan fuertes, vinculadas juntas.»
¿«Vinculadas» de qué manera? Biden lo reafirma en su comunicado conjunto con Macron:
«Estados Unidos reconoce igualmente la importancia de una defensa europea más fuerte y más capaz, que contribuya positivamente a la seguridad global y transatlántica y que sirva como complemento de la OTAN.»
O sea, Estados Unidos quiere una Europa militarmente fuerte… pero como complemento de la OTAN, alianza asimétrica a la que pertenecen 21 de los 27 países miembros de la Unión Europea, una alianza en la cual el cargo de Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa siempre está en manos de un general estadounidense mientras que los generales de Estados Unidos siempre detentan también todos las demás jefaturas claves en Europa –como la del Mando Conjunto de Fuerzas (JFC-Naples), cuyo cuartel general está en Lago Patria (Italia).
Con ese telón de fondo se realizó, el 21 y el 22 de octubre, en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, la reunión de los 30 ministros de Defensa. Se creó allí un «Fondo para la Innovación», con la asignación inicial de 1 000 millones de euros, suma que aportarán 17 países europeos –Estados Unidos no pondrá ni un centavo–, para el desarrollo de las tecnologías más avanzadas con vista a su uso bélico.
En esa misma reunión se presentó la «Estrategia para la Inteligencia Artificial», un programa todavía más costoso para que la OTAN conserve la ventaja en ese sector, que «está cambiando el entorno mundial de la defensa», o sea la manera de hacer la guerra. Se decidió también mejorar «la rapidez y la eficiencia de nuestra disuasión nuclear», o sea el despliegue en Europa de nuevas armas nucleares, por supuesto para defenderla de la «creciente amenaza de misiles de Rusia».
El día antes de esa reunión de la OTAN, el ministro de Defensa de la Federación Rusa, general Serguei Choigu, advirtió que «Estados Unidos, con el pleno apoyo de sus aliados de la OTAN, ha intensificado el trabajo para modernizar sus armas nucleares tácticas y sus depósitos de armas en Europa» y resaltó que Rusia considera particularmente preocupante el hecho que «pilotos de países no nucleares de la OTAN estén implicados en maniobras para el uso de armas nucleares tácticas».
Ese mensaje va dirigido especialmente a Italia, donde Estados Unidos prepara el reemplazo de sus bombas nucleares B61 con las nuevas B61-12 mientras que los pilotos italianos se entrenan para utilizar ese armamento nuclear con los nuevos aviones estadounidenses F-35.
«Nosotros consideramos eso una violación directa del Tratado de No Proliferación de armas nucleares», concluyó el ministro de Defensa de Rusia, mensaje dirigido igualmente a Italia a los demás miembros europeos de la OTAN que, a pesar de haber ratificado el Tratado de No Proliferación como países no nucleares, aceptan el despliegue de ese tipo de armamento en sus territorios y entrenan a sus militares en el uso de esas armas.
El mensaje implícito en las declaraciones del ministro ruso de Defensa es muy claro: Rusia considera a esos países como fuente de amenaza y está adoptando contramedidas.
Como de costumbre, los gobiernos y los parlamentos europeos han ignorado ese mensaje. Y también prefieren ignorarlo los mismos medios de prensa que afirmaron que la OTAN había pasado al armario de los trastos viejos.
*Manlio Dinucci, geógrafo y politólogo.
Artículo publicado en Voltaire.
Foto de portada: El 22 de octubre, acompañado de los ministros de Defensa de Alemania, Bélgica, la República Checa, Eslovaquia, Estonia, Grecia, Hungría, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos, Polonia, Portugal, Rumania y Reino Unido, el secretario general de la OTAN presenta el Fondo para la Innovación que esos países acaban de financiar.