Esto es una característica más de su forma de gobernar, autoritaria y totalitaria, y demuestra que el presidente se cree con el poder de autorizarle a la ciudadanía en qué creer y sobre qué pensar. La manipulación que hace el presidente de los acontecimientos históricos, sobre todo lo referente a las causas y consecuencias de la guerra, tiene que ver con su interés por distraer la atención de otros temas candentes de la vida nacional, en un momento en que una franja amplia de la población lo percibe como la cabeza de un Gobierno corrupto e incapaz.
Sin embargo, el presidente y sus asesores también quieren comenzar a generar un cambio cultural y una ruptura generacional con el pasado de lucha de quienes enfrentaron las dictaduras militares y democratizaron el país. Se trata de imponer una visión de derecha ajena a los intereses de los sectores populares.
Es importante destacar que apenas en el siglo XIX empieza a vislumbrarse la historia como ciencia, que estudia el pasado para explicar los cambios económicos, sociales y políticos, los cuales se rigen por leyes, y entender el presente, superando el positivismo o historicismo alemán, que solo indaga la veracidad de documentos.
La memoria es la vida misma, siempre acarreada por los grupos de personas con vida en la actualidad. Es un fenómeno actual, justamente porque es vida, es dialéctica, está en evolución permanente; la memoria puede ser afectada por la amnesia de las personas y por las manipulaciones y deformaciones. Mientras que la historia es la reconstrucción siempre incompleta de lo que ya no es, una representación del pasado, la historia con su método se fundamenta en el análisis y hace uso del discurso crítico respecto del impacto del pasado en el presente, entendiendo el presente como producto de ese pasado. No por nada algunas culturas antiguas aconsejaban a sus jóvenes: no olvidar de dónde vienen, para saber siempre a dónde van.
La historia como ciencia es historia social y tiene unas funciones determinadas, entre ellas la de “salvaguardar la memoria”. De allí que la memoria histórica permita recuperar el pasado, pero no para sacralizarlo y menos para subordinar el presente al pasado. Se trata, ante todo, aplicando el método histórico, de trasladarnos al pasado elaborando una exposición racional de acontecimientos para comprender el presente resultante de aquel pasado, vislumbrando a su vez el futuro.
Sin embargo, los estados capitalistas suelen utilizar la historia como un recurso ideológico para legitimar una realidad que no puede ni debe ser cuestionada por nadie, con la intención de “inventar” un pasado adecuado a sus intereses de dominación y control total. Esa manipulación es mucho más pronunciada en los estados totalitarios. Controlar la versión oficial sobre el pasado legitima y da un fondo más glorioso a un presente que no tiene mucho que mostrar por sí mismo. No es raro entonces el relato de Nayib Bukele, en su saludo navideño como alcalde de San Salvador, en 2017, contando que su abuela había nacido en Belén.
Así surge la manipulación histórica, inventando hechos o explicaciones para justificar las actuaciones que las clases dominantes, y sobre todo los gobernantes totalitarios y autoritarios, pretenden realizar sin cuestionamientos, pues están respaldados y legitimados por ese pasado que han inventado a su medida. Para que esta manipulación funcione, es fundamental que la gente “olvide” de dónde viene, que olvide el pasado y pierda interés y compromiso con la memoria histórica, que no solo le permite comprender su presente, sino cuestionar esas actuaciones totalitarias que pretenden mantenernos estancados en ese pasado falso.
Esa es justamente la apuesta del presidente Bukele con la estrategia discursiva iniciada mucho antes de convertirse en presidente de El Salvador, llevada a su máxima expresión el 16 de diciembre con el espectáculo publicitario montado en el centro escolar de la comunidad El Mozote, en Morazán, donde aspira a sepultar bajo capas de cemento y asfalto la exigencia de justicia y reparación de algunos de sus pobladores, mientras distrae al resto con ofertas de internet gratis y con la promesa de que el dinero llegará a manos llenas al convertir la comunidad en un destino turístico.
La misma actuación de Bukele contradice su discurso y su insistencia de que todo fue una farsa: tanto la guerra de 1981-1992, como los Acuerdos de Paz firmados en 1992. Si las cosas hubiesen sido como Bukele cuenta ¿por qué su necesidad de ir a la comunidad El Mozote a dar semejante discurso? ¿Acaso la matanza cometida por el Ejército en esa comunidad no expresa que la lucha del pueblo contra la dictadura militar se justificaba? ¿No fue la dirigencia y la militancia del FMLN la que encabezó la lucha del pueblo para ponerle fin al dominio militar y democratizar el país?
El presidente Bukele repite un pasado vergonzoso, pues emula al ex embajador de El Salvador en Washington, Ernesto Rivas Gallont, quien, siguiendo instrucciones de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por José Napoleón Duarte, negó por años a periodistas de The Washington Post y The New York Times que entre el 9 y el 13 de diciembre de 1981, militares salvadoreños hubiesen arrasado ocho poblados de los municipios de Meanguera y Arambala, en Morazán.
El ex embajador Rivas Gallont pidió perdón públicamente el 31 de octubre de 2014, mediante una publicación colgada en su blog “Conversaciones con Neto Rivas” a la que tituló: “La masacre de El Mozote, pido perdón; no debí obedecer instrucciones”, justamente cuando el Gobierno de El Salvador presidido por Mauricio Funes había reconocido que lo acontecido en El Mozote fue real y pidió perdón.
Para el presidente Bukele es urgente convencer a la opinión pública de la irrelevancia actual de las declaraciones de Rufina Amaya, cuyo testimonio sigue resonando a pesar de que ella falleció en 2007. Esas declaraciones, que le dieron la vuelta al mundo, denunciaban que entre el 9 y 13 de diciembre de 1981, más de mil personas civiles, en su mayoría niños y niñas, murieron producto de la horrenda masacre perpetrada en El Mozote y lugares aledaños por integrantes del Batallón Atlacatl, entrenado por el Gobierno de Estados Unidos en la “Escuela de las Américas” y que en 1981 operaba bajo las órdenes de Domingo Monterrosa, a quien la nombrada embajadora de El Salvador en Washington llama “héroe de la patria”.
Para avanzar en sus intenciones totalitarias, el presidente Bukele necesita que la población “olvide” que el Estado salvadoreño conducido por el ex presidente Mauricio Funes reconoció públicamente la veracidad de los hechos denunciados por Rufina Amaya. No solo pidió perdón con “lágrimas de cocodrilo”, como afirma Bukele, sino que, además, durante su gestión y la de Sánchez Cerén se aplicó un programa de desarrollo integral, con 33 medidas de reparación, atención y resarcimiento a familiares de las víctimas de El Mozote, quienes 39 años después siguen demandando verdad, reparación y justicia ante la negativa del presidente Bukele de cumplir con el requerimiento judicial de abrir archivos militares relacionados con la peor matanza de civiles cometida en el hemisferio occidental durante la segunda mitad del Siglo XX.
Con su discurso en el Mozote, el presidente Bukele procura deslegitimar la búsqueda de la verdad y la justicia, un proceso cimentado sobre la sangre de las víctimas de la guerra, tal como fue analizado y documentado en el informe de la Comisión de la Verdad, creada como parte de los Acuerdos de Paz.
Lo acontecido en El Mozote hace 39 años, y la manipulación que hace el presidente Bukele de la historia, reitera la importancia de conjugar la memoria con la historia para comprender el presente; pero, además, para sentar las bases para un futuro de estabilidad, donde logremos la consolidación del proceso de construcción de paz iniciado en 1992, con justicia y dignidad para todas las personas que vivimos en este pequeño territorio, entregado por el presidente Bukele al control del crimen organizado.
Tanto el conflicto salvadoreño como el proceso de negociación pacifica que logró ponerle fin con los Acuerdos de Paz, forma parte de la historia universal y es ejemplo de solución política negociada de conflictos armados, mediado con éxito por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), gracias a lo cual está documentado y registrado en sus archivos internacionales.
De allí la importancia de escuchar, respetar y atender a las personas desde sus vivencias, recuerdos, emociones y particularidades, para comprender la herida profunda que aún no sana, de ese conflicto armado que no fue una farsa, como tampoco es una farsa el pésimo Gobierno que nos ofrece un futuro vacío de rumbo, precisamente para eliminar la posibilidad de soñar propia de los pueblos que reconocen su historia, que no olvidan de dónde vienen, para no perder el rumbo y tener claridad de para dónde van.
San Salvador, 22 de diciembre de 2020
Notas:
*PROES es una organización social que aglutina a un amplio espectro de profesionales de El
Salvador, con la finalidad de promover el desarrollo académico, la investigación y la defensa
de los derechos e intereses de las personas profesionales, para contribuir activamente con las
transformaciones del país desde una visión de izquierda. Surgimos el 26 de enero de 2018 por
medio de un evento público realizado en el Centro de Ferias y Convenciones de El Salvador.
Con la publicación en el Diario Oficial de la Escritura de Constitución y los Estatutos. PROES
cuenta con personería jurídica.