“Fuera las fuerzas de ocupación!”, grita desde el escenario un hombre mayor vestido con casaca militar y boina con la estrella roja al estilo del Che. Y casi dos mil personas rugen las consignas mientras decenas de policías con chalecos antibala les observan con aprobación. Dos semanas antes, el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), aliado con Al Qaeda, atacó la base militar de Kati, la más importante del país, emplazada a 15 kilómetros de la capital. Allí vive el presidente. Posteriormente, Abou Yahya, uno de los miembros más destacados de esta organización yihadista, difundía un vídeo en el que anunciaba la inminencia de ataques a Bamako. Pero pese a que la ciudad de 2,5 millones de habitantes se encontraba, por todo ello, en máxima alerta de seguridad, el Gobierno de Transición autorizó este acto multitudinario en el Palacio de la Cultura, convocado por Werewolow, el movimiento que exige una intervención inmediata del Ejército ruso en la guerra maliense.
“Desde que hace un año llegó el coronel Assimi Goïta al Gobierno de Transición nuestra situación es mucho mejor. Pero el pueblo maliense está agotado de tanta guerra. Necesitamos que venga el Ejército ruso y que nos ayude a acabar con los yihadistas”, explica Tenema Touré. Tiene 45 años, seis hijos y, como la mayoría de los asistentes, por su vestimenta y actitud, parece claro que pertenece a una clase media absolutamente minoritaria en Mali, uno de los países más pobres del mundo –ocupa el puesto 184 de 189 en cuanto a Índice de Desarrollo Humano–. Como la mayoría de las mujeres, una minoría del público, está sentada a la izquierda del patio de butacas.
A la derecha, junto al escenario, los organizadores han colgado una bandera rusa, y muchos de los presentes portan pancartas contra el presidente francés Emmanuel Macron, contra la misión francesa Operación Barkhane, contra la de la ONU, llamada MINUSMA, y a favor de Vladimir Putin y del presidente Goita.
Protestas continuadas
“Se acabó el colonialismo, el imperialismo, Mali tiene que recuperar su soberanía”, vocea otro militante de Werewolow en el escenario. Un discurso que empasta con el del excomandante de las Fuerzas Especiales malienses Assimi Goïta, quien llegó al poder mediante un golpe de Estado en junio de 2021 que acabó con el Ejecutivo resultante de otra asonada, que él mismo había promovido, en agosto de 2020. Fue el tercero en la última década y resultado del descrédito de los distintos gobiernos ante el avance de los grupos yihadistas y del resto de actores armados que controlan buena parte del territorio del país. Las continuas manifestaciones de grupos civiles y sindicales que precedieron a los alzamientos clamaban también contra la corrupción que gangrena el país y la falta absoluta de mecanismos de gobernanza.
“Hemos conseguido que se marche Francia. Y ahora haremos lo mismo con la MINUSMA”, grita sobre el escenario otro de los líderes de Werewolow, un movimiento que ha adquirido protagonismo en el último año gracias a la cercanía con Goïta de su líder, Ben Diarra, alias Le Cerveau, miembro del Consejo Nacional de Transición. Una hora después, es él quien aparece sobre el escenario, vestido con el gorro blanco y azul con el que se identifican sus seguidores. El bonnet blue, un complemento vinculado con figuras revolucionarias malienses que en este caso han elegido de ese color en oposición a los casque blue, los cascos azules de la ONU. De hecho, en la entrada del recinto, una mujer sentada en el suelo vende imitaciones de estos últimos, tejidos con lana, y con las palabras ONU NO. Rápidamente se queda sin ninguno.
“Si el 22 de septiembre, día de la independencia de nuestro país, la MINUSMA no se ha ido, nos encargaremos de echarla”. Y la masa vuelve a aplaudir, a tocar las bocinas y a gritar. Es un acto festivo, con más teatralización que rabia genuina. Y que resume el cambio de rumbo que se está viviendo no solo en Mali, sino en parte del Sahel, donde Rusia lleva años tramando con sus élites políticas para alzarse como una aliada alternativa a los países occidentales.
El día anterior al mítin, Ben Diarra se reunió con un centenar de seguidores en una emisora del extrarradio de Bamako. Los hombres, y unas pocas mujeres, fueron interviniendo en un programa en directo para pedir, fundamentalmente, la salida de la MINUSMA. Tras finalizar la emisión, La Marea entrevistó a Diarra, quien admitió que prepara la transformación de la asociación de movimientos sociales que es Werewolow en un partido político con el que presentarse a las elecciones presidenciales que el Gobierno de Transición ha prometido celebrar en febrero de 2024 –tras tomar el poder, Goïta prometió convocar comicios democráticos a principios de 2022–.
Y en el inicio estuvo Libia
“Si Gadafi hubiese pedido ayuda a Rusia él seguiría en el poder, Libia se mantendría en paz y en Mali no llevaríamos diez años de guerra. Fue Francia la que desató la crisis de Libia. Por eso, puede intervenir en Mali en 2012, pero no para combatir a los terroristas, sino para tomar nuestros recursos naturales: el hierro, el oro, el gas, el petróleo y el uranio. Los necesita para seguir siendo una potencia mundial, recolonizando”, sostiene Ben Diarra, mientras cinco miembros de su equipo transmiten la entrevista en vídeo por Facebook. Un fenómeno habitual en sus mítines: muchos asistentes difunden en sus redes el evento.
Tras la intervención en Libia de una coalición internacional, que rápidamente fue sustituida por la OTAN, y la consecuente caída del régimen de Gadafi en 2011, los tuaregs integrados en las fuerzas extranjeras libias retornaron al norte de Mali para iniciar una ofensiva militar por la independencia de las tres provincias que conforman la región Azawad. Poco después, distintos grupos yihadistas se incorporaron al conflicto y, previa solicitud del Gobierno de Mali, se aprobó la intervención de la Misión Internacional de Apoyo a Mali bajo Liderazgo Africano (AFISMA), la Misión de Entrenamiento Militar de la UE (EUTM Mali) y, paralelamente, la intervención de las tropas francesas para frenar el avance yihadista con la Operación Serval que, después, se denominaría Barkhane.
Diez años después, una pléyade de actores armados controla el norte y el centro del país. Los que dominan más territorio, cuentan con más efectivos y causan mayor número de víctimas y desplazamientos son los de yihadistas, divididos entre los leales a Estado Islámico (ISGS), y a Al Qaeda (JNIM). Pero, además de estos y de los grupos árabe-tuaregs, combaten milicias comunitarias y de autodefensa, y son crecientes y cada vez más mortíferos los enfrentamientos entre las comunidades étnicas dedicadas, respectivamente, a la agricultura, el pastoreo y la caza. Aunque siempre habían competido por los escasos recursos existentes en el desierto, los cambios provocados por la crisis climática han agudizado la conflictividad.
En medio de este polvorín, desde al menos 2021, cuando se hizo público el acuerdo, Rusia despliega más de 1.000 efectivos en el país para cooperar con su Ejército. Según distintas fuentes, pertenecen a la milicia privada rusa Wagner, creada por un oligarca cercano a Putin y cuyo comandante es conocido por no ocultar su ideología nazi.
El referente sirio
Cada vez son más habituales las banderas rusas en campos de población desplazada por la guerra, en las carreteras –donde incluso las venden– o, como comprobó esta periodista, que se pinten con sus colores las fachadas de edificios, como una gasolinera en Kayés, en la frontera con Senegal.
En definitiva, en Mali son cada vez más quienes, como Ben Diarra, exigen que el Kremlin despliegue a sus tropas en el país: “Bashar Al Assad consiguió vencer al Estado Islámico gracias al apoyo de Putin. En Venezuela sigue Maduro gracias a Putin, en la República Centroafricana lo mismo. Rusia jamás ha colonizado ningún país, por eso es nuestro aliado, como China. Nosotros necesitamos recuperar nuestra independencia. La misión de la ONU llegó, supuestamente, para proteger a la población civil y ha quedado demostrado que lo único que ha hecho es proteger a las tropas francesas. Con Rusia tendríamos paz porque formaría a nuestro Ejército, le daría armamento y tiene técnicas muy eficaces sobre el terreno. En cambio, Naciones Unidas lo que hace son informes criticando nuestras victorias alegando que los terroristas que mata nuestro Ejército con Wagner son civiles”.
Ben Diarra se refiere a Moura, una población en la que el Ejército maliense, con mercenarios de Wagner, asesinó a 300 de sus habitantes en abril, según Human Rights Watch. El Gobierno de Goïta no autorizó a la ONU que inspeccionara la zona de la matanza y sostiene que eran “terroristas”.
Mali logró su independencia de Francia en 1960, pero las suspicacias hacia la excolonia siguen muy vivas porque su influencia e injerencia económica y política no han cesado en estas décadas. Y, sobre todo, porque se le responsabiliza de la caída de Gadafi, quien sigue siendo considerado por muchos “el rey de los reyes de África” y, como opina Ben Diarra, “una figura inspiradora para quienes nos definimos como panafricanistas, revolucionarios, antiimperialistas y anticolonialistas”. De hecho, el legado del líder libio sigue muy visible en Bamako, donde radicó una empresa estatal de inversiones con la que construyó algunos de los hoteles más lujosos de la ciudad, los edificios en los que están ubicados las oficinas ministeriales y uno de los hospitales más importantes.
Ninguneo de Macron
Sin embargo, según distintos analistas entrevistados en Mali que prefieren salvaguardar su identidad por temor a represalias, han sido algunas de las decisiones y pronunciamientos de Emmanuel Macron los que han provocado el mayor rechazo entre la población: la falta de cooperación de la Operación Barkhane –que llegó a tener desplegados 5.500 soldados– con el Ejército maliense, al que se ha excluido de importantes batallas; las acusaciones y el rechazo del Elíseo a que los gobiernos malienses negocien con los grupos yihadistas, que cuentan con apoyo entre parte de la población del norte y centro del país, y a los que difícilmente se les puede vencer por la vía de la guerra.
Boris G. Karve, autor del libro La resolución de los conflictos y las personas desplazadas en Mali (Éditions Universitaires Européens, 2021), consultor jurídico y responsable de un proyecto de reconciliación entre comunidades, sostiene que lo primero que no se entiende desde el Europa y Estados Unidos es que “no estamos ante una radicalización ideológica, sino económica. Salvo en Bamako, la gente no tiene ninguna oportunidad de mejorar sus condiciones de vida. En zonas como Kidal, no hay ni árboles que den sombra. La crisis climática ha agravado mucho la situación y está empeorando la guerra. Estas personas, si se incorporan a un grupo armado o a las redes de narcotráfico pueden ganar hasta 6.000.000 de cefas al año (unos 9.000 euros) en lugar de los 300.000 (unos 600 euros) que pueden reunir, como máximo, con la agricultura o el pastoreo”.
Este joven de 30 años se dedica a viajar por el interior del país para organizar encuentros interétnicos e intergeneracionales para sentar las bases de posibles negociaciones de paz comunitarias. Sin excluir a nadie por su ideología, pertenencia a grupo armado o trayectoria previa. “La guerra es en Mali y son los malienses los que sufren sus consecuencias. Así que sí, hay que negociar con todos los actores armados”, afirma. “Hay jefes de grupos terroristas que son malienses, como Iyad ag Ghali, un tuareg que ha terminado dirigiendo JNIM, la rama de Al Quaeda en el país. Es con ellos con quien hay que negociar. Eso no significa promover la impunidad y que caigan en el olvido los crímenes cometidos contra quienes fueron asesinados. Pero la prioridad tiene que ser evitar que los que están vivos terminen igual. Y si piensan que les vamos a condenar a cadena perpetua no van a dejar las armas. Son crímenes imprescriptibles, porque son de lesa humanidad. Hay que elaborar buenos dossiers para el futuro, pero ahora, la prioridad es parar la violencia”, añade este hombre bien formado e implicado en el devenir de su país que representa bien a toda una red de asociaciones juveniles que persiguen también la paz.
El investigador Iván Navarro destaca en el Informe Sahel. Una década marcada por la inestabilidad en la triple frontera, de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad de Barcelona, que aunque la respuesta al conflicto ha sido, fundamentalmente, militar y securitaria, también se han desarrollado procesos de paz desde 2012. Los más importantes han tenido a los independentistas tuaregs como protagonistas. Tras varios intentos, firmaron el Acuerdo de Argel en 2015, lo que rebajó el conflicto en la región del norte, pero mantuvo la guerra al excluir a los grupos yihadistas. Desde entonces han sido varios los eventos organizados por la sociedad civil en los que se ha pedido al Ejecutivo que negocie con organizaciones yihadista como Ansar Dine y Katiba Macina.
En 2017, los ministros de Exteriores de Francia y Alemania se apresuraron a rechazar públicamente la posibilidad de “negociar con terroristas”. Pero, como explica Navarro, en 2020, el año más mortífero de la guerra -más de 2.200 víctimas- el grupo JNIM y el Gobierno de Mali acordaron un intercambio de prisioneros, “hecho que fue saludado por el Comisionado de Paz y Seguridad de la Unión Africana, Smail Chergui, y por el Secretario General de la ONU, António Guterres, expresando su apertura al diálogo con militantes yihadistas en el Sahel”. La retirada de la Operación Barkhane allana ahora el camino que se pueda seguir esta senda. El presidente Goïta ha manifestado su predisposición a abrir negociaciones con JNIM.
“Las autoridades locales y de las subprefecturas llevan años mandando cartas, públicamente a la ONU y al Gobierno para que no entre la MINUSMA en su territorio porque hasta que llegan los soldados internacionales están bien y entonces dejan de estarlo”, explica una cooperante internacional, con amplia experiencia en el país y que no puede hacer público su nombre para no perjudicar el trabajo humanitario de su organización. “Los convierten en objetivo militar de otros grupos”, concluye quien no ha podido salir de Bamako por el alto riesgo que hay para los extranjeros de ser secuestrados.
Jugando a dos bandas
Durgesh era periodista hasta que en 2015 llegó a una aldea en la que que un grupo yihadista acababa de realizar una matanza. “Había muchos cuerpos calcinados, mutilados. Empezaron a llamarme todos los medios, todas las agencias internacionales mientras estaba allí. Me sobrepasó y lo dejé”, explica durante una visita a un campo de personas desplazadas por el conflicto a las afueras de Bamako. En su opinión, la mayoría de la población de Mali no apoyaría la salida de la MINUSMA porque sus más de 18.000 efectivos suponen miles de empleos para los locales. “Pero también es verdad que más del 60% apoya la intervención del Ejército ruso. No ven otra salida para salir de esta guerra”, añade.
Un alto mando del Ejército español que ha pasado importantes temporadas destinado en la misión europea para el entrenamiento de las Fuerzas Armadas Malienses (EUTM Mali), de la que España ha sido su principal contribuidor, comparte su opinión. “Cuando estábamos en sus bases, hacían para que no coincidiéramos con los rusos. Está claro que están jugando a dos bandas para ver qué les funciona mejor. Ha sido evidente cómo iban creciendo su apoyo a Rusia en los últimos años”, explica vía telefónica en una conversación con La Marea.
“Barkhane llegó a Mali con un mandato militar para combatir a los grupos terroristas y rápidamente se convirtió en un actor político y diplomático que intentaba influir en el gobierno de nuestro país. Barkhane no ha clarificado cuál es su objetivo real y eso ha gnerado mucho rechazo entre la población. MINUSMA era una misión de paz de la ONU que los malienses sintieron que terminó convertida en un apoyo de Barkhane. Pero Mali sigue necesitando una misión de paz”, concluye Ben G. Karve.
Mientras, el presidente Goïta ha hecho público que ha mantenido conversaciones telefónicas con Putin para seguir estrechando lazos en la lucha contra el yihadismo. En Mali, Moscú aprovecha el resorte humano de convertir cualquier signo en esperanza: las banderas rusas representan el ansia por que esta guerra pueda ver su final. Mientras, la UE y la ONU solo les recuerda su origen, que atribuyen al desastre geoestratégico generado por la intervención internacional en Libia. Rusia juega con la ventaja de que su papel en este polvorín acaba de empezar.
*Patricia Simón es reportera especializada en derechos humanos y enfoque feminista. Fue cofundadora y subdirectora de Periodismo Humano. Ha realizado coberturas en más de 25 países.
Artículo publicado en La Marea, editado por el equipo de PIA Global