El presidente francés Emmanuel Macron pronunció un discurso, enmarcado dentro de la visita oficial a Ruanda, en el que pidió el perdón de los sobrevivientes del genocidio de 1994 contra los tutsi, por lo que admitió era la responsabilidad histórica y política de Francia con el país africano. El Memorial del Genocidio de Kigali, es el lugar de descanso final de más de 250.000 víctimas del Genocidio contra los Tutsi y el lugar elegido por Macron para pedir un perdón que llegó tarde. Tarde como todos los perdones.
Según Macron, Francia tiene el deber de afrontar la historia y reconocer el sufrimiento que ha infligido al pueblo ruandés durante demasiado tiempo, guardar silencio en lo que respecta a afrontar y examinar la verdad. «Al estar con humildad y respeto a su lado en este día, reconozco la magnitud de nuestras responsabilidades», expresó el presiente galo durante su discurso. Además señaló que reconocer el pasado es también y sobre todo continuar el trabajo de la justicia, al comprometer que ningún sospechoso de genocidio puede escapar a la justicia.
Más allá de las palabras del presidente francés, Francia es el hogar de al menos 47 sospechosos de genocidio acusados y cientos de negadores y revisionistas del genocidio. Durante y después del genocidio contra los tutsis, hace 27 años, en lugar de arrestar a los líderes de los asesinatos en masa, las tropas francesas los ayudaron a huir, y muchos finalmente fueron bienvenidos para quedarse en Francia, donde permanecen hasta ahora. Una contradicción entre lo dicho y lo hecho por Francia ante un mismo acontecimiento.
Comienzo de la historia, 27 años antes
Fueron solamente 100 días. Pero en ese lapso el país africano sufrió una ola de asesinatos que acabó con casi el 11% de la población de Ruanda, al oriente del continente africano, donde vivían 7 millones de personas en 1994. De abril a julio de aquel año, miembros de la etnia Tutsi fueron víctimas de asesinatos de forma planificada, sistemática y metódica, a manos de sectores radicales de la etnia Hutu.
La historia y los escribas de la misma dirán que la muerte del presidente ruandés, Juvénal Habyarimana, la noche del 6 de abril de 1994, dio inicio al genocidio. Pero olvidan decir que ya existía un conflicto más profundo, cuyas causas se remontan al periodo colonial del siglo XIX, cuando los belgas tenían el control del país y empezaron a clasificar a la población de acuerdo a su etnia. La inequidad en los beneficios entregados a cada una de estas ocasionó las tensiones, que a la postre derivarían en sangrientos enfrentamientos.
Durante la colonización belga a los Tutsis, que conformaban en 14% de la población, les fueron otorgados mejores empleos, por considerar que eran más parecidos a los europeos (aquí dejamos al libre albedrio del lector para que piense en esos “parecidos”). Mientras que los hutus, mayoría en Ruanda, fueron relegados a tareas menos cotizadas.
La hora de la ¿independencia?
A finales del SXIX, los alemanes conquistaron Ruanda y luego de la Primera Gran Guerra quedó en manos belgas, gracias a las gestiones de la Sociedad de Naciones. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial la ONU, junto a Bélgica pasaría a dominar el territorio. Los belgas agudizaron las diferencias de clase señalando a un Tutsi con menos de diez vacas como un Hutu y consecuentemente imponiéndole trabajos forzados. Hasta 1950 la educación estaba disponible solo para los Tutsi.
El reinado de Mutara III Rudahigwa fnalizó con su muerte, casi tres décadas gobernando. A partir de allí los Tutsi obtuvieron el poder. Esto contribuyó a una serie de rebeliones de los Hutu, que demandaban igualdad de derechos, en las cuales decenas de miles de Tutsi perecieron. Ya en 1961, con el apoyo de los colonos belgas, la mayoría Hutu tomó el control del gobierno, aboliendo la monarquía Tutsi y declarando la república de Ruanda. Pero la independencia de Ruanda no fue reconocida internacionalmente hasta el primero de julio de 1962, cuando Ruanda y su vecino Burundi lograron formalmente su independencia.
En este contexto, con una “independencia” en ciernes, más de la mitad de los Tutsi de Ruanda huyeron del país entre 1959 y 1964. El general Juvenal Habyarimana, de la etnia Hutu, tomó el poder en un golpe de estado en el año 1973 y en medio de otro período de conflicto étnico, que dio como triunfador a Habyarimana que tras este hecho permaneció como presidente. Además de ser presidente del país, dirigía al partido político hegemónico y era el jefe supremo de las fuerzas armadas. Pese a su irrupción antidemocrática en la escena política, el gobierno del general realizó una buena gestión del país hasta la segunda mitad de los 80, contando con el apoyo logístico y militar de Francia.
En octubre de 1990 ruandeses exiliados, opositores al régimen de Habyarimana, organizados en el Frente Patriótico Ruandés (FPR) y su brazo armado, el Ejército Patriótico Ruandés (APR, Armée Patriotique Rwandaise), invadieron el país con el apoyo de Uganda, iniciando una guerra civil para derrocar al régimen. Habyarimana fue flexible e inició una serie de reformas políticas que derivaron en la redacción de una nueva constitución en 1991. Lejos de calmar las aguas, el régimen de Habyarimana incrementaría la represión a la población en una guerra de baja intensidad para acabar con la oposición Tutsi, utilizando el racismo como eje, e instigando y encubriendo las masacres masivas de dichas poblaciones.
Cronología de un final anunciado
El 6 de abril de 1994, en un atentado contra el avión en el que viajaban, mueren el presidente Habyarimana y Cyprien Ntaryamira, presidente de Burundi. Un misil hizo blanco en la nave mientras aterrizaba en el aeropuerto de Kigali, capital de Ruanda. Esa noche será marcada como el comienzo del final, allí surgieron las primeras muertes. Luego, el 7 de abril, es asesinada la primera ministra, Agathe Uwiligiyimana junto a diez soldados belgas acrecentó la ira de extremistas Hutus, quienes dieron inicio a una campaña que invitaba a matar a los Tutsis y a quienes los protegieran.
Se estima que un millón de personas fueron asesinadas y al menos 250.000 mujeres fueron violadas. 95.000 niños fueron ejecutados y cerca de 400.000 quedaron huérfanos.
Los medios de comunicación, y en especial la reconocida emisora Radio Mil Collines, sirvieron como instrumento oficialista al trasmitir llamados a matar a todo aquel que fuera miembro de la etnia Tutsi, a quienes se referían como “cucarachas”.
Otra masacre que dio continuidad a los hechos que comenzaron en los primeros días de abril, fue la del 9 del mismo mes. Lo que hoy se recuerda como la masacre de Gikondo, en la que fueron asesinados más de cien Tutsis refugiados en una iglesia católica. El 18 de abril, la Masacre de Kibuye sumó 12.000 Tutsis a las estadísticas de muertes, fueron asesinados en el estadio de Gatwaro donde buscaban protección.
Para el 21 de abril, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad retirar a sus tropas del territorio, reduciendo el número de efectivos de su misión de paz en Ruanda, de 2.500 a 250 aproximadamente. Los últimos días de abril marcan el éxodo de miles de refugiados que huyeron a países vecinos como Tanzania, Burundi y Zaire.
El 23 de junio, la Organización de Naciones Unidas activó la «Operación Turquesa», con el fin de restablecer el orden en el país y mantener una zona de protección humanitaria ubicada al suroeste de Ruanda. Esta responsabilidad fue entregada a Francia, un dato que no vamos a perder de vista, ya que años después, fue señalada de dar apoyo logístico a los Hutus en la masacre y de proteger al gobierno mediante la operación.
Finalmente, en Julio de 1994, el Frente Patriótico Ruandés derrotó a las tropas gubernamentales conformadas por extremistas Hutus y toma el control del país dando fin al genocidio. Fue formado un gobierno de unidad nacional con Pasteur Bizimungo, miembro de la etnia Hutu, como presidente, y Paul Kagame, representante del pueblo Tutsi, como vicepresidente.
¿El perdón? 27 años después
Macron en su discurso en la capital ruandesa expresó: «Reconocer este pasado, nuestra responsabilidad, es un gesto no correspondido. Exigir de nosotros mismos y para nosotros mismos y una deuda a las víctimas después de tantos silencios pasados. Un regalo para los vivos cuyo dolor podemos, si lo aceptan, aliviar aún». A lo que agregó, «Este camino de reconocimiento, a través de nuestras deudas, nuestras donaciones, nos ofrece la esperanza de salir de esta noche y caminar juntos de nuevo. En este camino, solo aquellos que han pasado la noche quizás puedan perdonar, darnos el regalo de perdonarnos a nosotros mismos…»
Macron también hizo un llamamiento a la juventud de Ruanda a la que le dedico un párrafo de su discurso, diciendo que “Incluso sin borrar nada de nuestro pasado», señaló, “existe la oportunidad de una alianza respetuosa, lúcida, solidaria y mutuamente exigente entre los jóvenes ruandeses y franceses.” En otro apartado el presidente galo expresó, «Este es el llamado que estoy haciendo aquí en Gisozi. Este es el sentido homenaje que quiero rendir a aquellos cuya memoria recordaremos, que se han visto privados de un futuro y a quienes debemos inventarlo».
La memoria de los sobrevivientes
Antes de su discurso, los sobrevivientes del genocidio de 1994 contra los Tutsi estaban «ansiosos» por escuchar lo que diría Macron. Hubo una sensación de alivio, y algunos lo describieron como un discurso que «disminuye la ira».
Egide Mutabazi, de 45 años, que vive en el distrito de Ngoma, dijo: «Es un discurso para reducir la ira; reconociendo la responsabilidad con un objetivo claro de iniciar una nueva era de relaciones entre los dos países. Admitió que presionará para que todos los sospechosos de genocidio llevado ante la justicia. Esto es algo por lo que agradecerle si se hace»
«Para mí, como superviviente, lo que más se necesita ahora no es pedir o dar perdón, sino reconocer el papel (desempeñado por Francia) y luchar contra los negadores del genocidio. Ahora que Francia admite su papel, esperemos a que su sistema judicial ayude en luchar contra los negadores del genocidio. Queremos confiar en que la nueva relación (Ruanda-Francia) dependerá de acciones reales que proporcionen justicia”. Dijoun asistente que no solo se quedó con el perdón sino que exigió justicia y castigo para los culpables y responsables que permanecen refugiados en la misma Francia que hoy pide perdón. «Procurará justicia en lo que respecta a los sospechosos de genocidio. Han pasado 27 años para que se produzca un discurso de este tipo. Seamos pacientes y veamos si actuará de acuerdo con lo que ha prometido hacer. Hasta ahora no ha mentido. Y no olvidemos que también está luchando contra los políticos franceses que estuvieron involucrados aquí y en otras partes de África». Con esto último, Mukagasana se refería a la vieja guardia en Francia que todavía se niega a aceptar su papel en el Genocidio de 1994. Entre esos políticos franceses se encuentran personas como Alain Juppé, que fue ministro de Relaciones Exteriores francés durante el genocidio, el ex primer ministro francés Edouard Balladur y Hubert Vedrine, secretario general de la presidencia francesa durante el genocidio
«Los asesinos que rondaban los pantanos, las colinas, las iglesias, no tenían rostro de Francia. Ella no fue cómplice», afirmó Macron en el discurso pronunciado en el Monumento del Genocidio en Kigali, donde se guardan los restos de unas 250.000 víctimas. Según Macron, «Francia no escuchó la voz de quienes le habían advertido, o bien sobrestimó su fuerza al pensar que podía detener lo peor. Francia no entendió que, al querer prevenir un conflicto regional o una guerra civil, estaba de hecho al lado de un régimen genocida».
La política exterior francesa, entonces bajo la presidencia de François Mitterrand, cometió errores «abrumadores» y estuvo «ciega», pero no fue cómplice de la matanza que sufrió el pequeño país africano, claramente el perdón no reconoce responsabilidades de la potencia europea muy lejs de su frontera pero muy cerca de sus intereses.
Actualmente, Francia carece de embajador en Ruanda, si bien su delegación diplomática funciona con normalidad y tiene previsto designar pronto a un embajador para concluir esta «etapa final en la normalización» de las relaciones bilaterales.
El último presidente francés que viajó a Ruanda fue Nicolás Sarkozy en febrero de 2010, en una visita en la que ya admitió «graves errores políticos» de su país antes y durante la masacre, aunque no visitó el Monumento del Genocidio.
Francia y Ruanda reanudaron sus relaciones diplomáticas a finales de 2009 tras una ruptura de tres años después de que París acusara a Kagame y nueve funcionarios de su gobierno del derribo, el 6 de abril de 1994, del avión que transportaba al entonces presidente ruandés Juvenal Habyarimana.
Nota:
*Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, Licenciado en Comunicación social, UNLP, Miembro del Equipo de PIA Global
Fuentes consultadas: https://www.dw.com/ https://actualidad.rt.com/