Aunque nunca ha desaparecido el dilema planteado al inaugurarse la era nuclear tras el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, hoy se ha puesto más que nunca antes en los últimos 80 años, sobre el tapete de la preocupación de los ciudadanos en diversas latitudes y longitudes del planeta,
Lo cierto es que aquel viejo adagio de que no se conoce como empezará la tercera guerra mundial, pero si se sabe que la cuarta comenzará con palos y piedras, cobra plena validez. La racionalidad que ha indicado -desde 1945- que una nueva guerra mundial, necesariamente conducirá a la utilización de armas atómicas, significando muy probablemente el fin de la especie humana sobre el planeta, ha inducido a una racionalidad que ha compelido a evitar tal tipo de conflagración. Durante la guerra fría primó una lógica de contención mutua que permitió mantener al mundo alejado de tal posibilidad.
Pero el fin de esa atapa, la desaparición de la Unión Soviética y del mundo bipolar y el desenfrenado triunfalismo desatado en Occidente tras aquella idea de que “la historia había finalizado”, ha llevado al mundo a una fase de escepticismo que ha ido escalando en la medida del fracaso del capitalismo como instrumento para generar estabilidad y desarrollo en el planeta. Por el contrario, se ha encaminado a la humanidad a una era en la que parecieran estar manifestándose los prolegómenos del final de la hegemonía occidental y de Estados Unidos, su principal representante.
Todo ello expone una situación de elevada incertidumbre en la medida que Estados Unidos -como ha sido natural en el pasado con otras potencias- resiste su declive y lo hace con los instrumentos que tiene a su alcance, el principal de los cuales es su poderío militar utilizado como herramienta de amenaza, chantaje, agresión, intervención, guerra, conflicto, asesinato y muerte.
Uno puede suponer que finalmente se impondrá la racionalidad y el fantasma destructivo de una guerra termonuclear no llegue a ocurrir. Lamentablemente, las señales que se envían desde Occidente en ese sentido no son alentadoras. En el horizonte del liderazgo estadounidense y europeo, se observa un panorama de mediocridad, estulticia e ignorancia que a veces asusta. Estas “cualidades” vistas en su conjunto son las que el profesor Sergei A. Karaganov, presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, denomina “parasitismo estratégico”, caracterizado por la pérdida de las élites occidentales de los sentidos de la historia y de la autopreservación.
Los hechos apuntan en esa dirección. Cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó un presupuesto de casi 100 mil millones de dólares para escalar los conflictos a nivel mundial, estaban apuntando a la necesidad de salvaguardar su economía -en crisis desde hace más de 40 años- de la única manera que pueden hacerlo: tratando de reflotar su principal industria, la de armamento, para lo cual necesitan que en el mundo haya guerras o cuando menos, conflicto. Algunos se preguntarán de cuál crisis estoy hablando cuando, al contrario, lo que se observa es una maravillosa realidad de alfombras rojas, vestidos largos, lujosos yates y costosas joyas que transmiten los medios de comunicación imperiales como expresión del éxito del sistema. Al respecto, me estoy refiriendo a que todo eso ayuda a tapar el aprieto de una economía que desde la década de los 80 del siglo pasado se sostiene a través de la emisión de dólares inorgánicos que han inundado al mundo
Clausewitz apuntó que: “La guerra es la continuación de la política por medios violentos”. A su vez, Lenin dijo que «la política es la expresión concentrada de la economía», de ello se puede deducir claramente que toda guerra persigue objetivos económicos. En este caso, repito, se trata de salvar a Estados Unidos y a la economía capitalista del colapso.
Ese paquete de alrededor de 100 mil millones de dólares, de forma patente está orientado a generar conflictos y desatar guerras: US$61.000 para Ucrania (contra Rusia), US$26.400 para Israel (contra Irán) y US$8.100 para Taiwán (contra China). Tres conflictos que Occidente ostensiblemente está perdiendo sin que se observen posibilidades ciertas de reversión.
En el caso de Ucrania, cuando a todas luces, Rusia está avanzando en sus planes, “sin prisas pero sin pausas”, no es posible pensar que lo que Kiev no pudo hacer cuando recibió 200 mil millones de dólares en dos años y tenía 500 mil combatientes más, lo pueda realizar con 61 mil millones de dólares (que en realidad son 25, porque el resto se quedará en Estados Unidos) y cuando ya no cuenta con la principal masa de combatientes, oficiales y soldados experimentados, jóvenes y con fervor patriótico que hoy ya no tiene. 500 mil combatientes ha enviado Zelenski a la muerte, solo para satisfacer al Complejo Militar Industrial estadounidense y a la estupidez europea.
Cuando de irracionalidad se habla, me refiero precisamente a eso, a los 500 mil jóvenes ucranianos sacrificados sin sentido, aunque también se pueden poner otros ejemplos. Veamos:
- Alemania renunció a sostener su economía basada en la energía barata que le proporcionaba Rusia. Prefirió destruir su industria y someter a sus ciudadanos a un enorme incremento en sus gastos en combustible. Mientras tanto, se hizo cómplice de la destrucción del gasoducto Nord Stream 1 (construido por una empresa alemana) para después seguir pagando la cobertura de los seguros de ese gasoducto, toda vez que está obligado contractualmente.
- Mientras sostiene un discurso profundamente anti ruso y asume como estandarte las sanciones contra Moscú, España importa hoy casi el doble del gas que le enviaba ese país antes de febrero de 2022. Es decir, mientras en 2021 llegaron a España, 37.027 gigavatios hora de gas natural ruso, en el año 2023 obtuvieron 72.690 GWh, o sea, prácticamente el doble.
- En 2022, el entonces primer ministro de Letonia Krisjanis Karins, país de 64,5 mil Km² y 1,8 millones de habitantes que tiene unas fuerzas armadas de 5.500 efectivos regulares y 8.500 en la reserva, envalentonado por su membresía en la OTAN, hizo un llamado a derrotar militarmente a Rusia como único camino para lograr la paz.
- En el mismo momento (entre el domingo 26 y el martes 28 de mayo) que en Gaza, Israel realizaba nuevas matanzas causantes de casi 200 muertos y 500 heridos para sumarse a los más de 36 mil fallecidos y 81 mil heridos que la invasión nazi sionista ha producido desde el 7 de octubre pasado, el vocero del Pentágono John Kirby opinó que no había ocurrido nada que impulsara a Estados Unidos a retirar la ayuda militar estadounidense a Israel porque este país aún “no había cruzado la línea roja”.
- Cualquiera que tenga un mínimo de conocimientos militares, sabría que sostener una minúscula cabeza de playa en el asentamiento de Krynky en la margen izquierda del río Donets, bajo soberanía rusa y defender a ultranza las ciudades de Avdiivvka y Artemivsk (antes Bajmut), eran una total locura desde el punto de vista táctico y operativo. La decisión de la dirigencia ucraniana de hacerlo, solo se puede entender como la necesidad de obtener objetivos de propaganda a costa de la muerte innecesaria de decenas de miles de jóvenes soldados ucranianos.
- Finalmente, carente de explicaciones que permitieran refutar las acciones de Rusia en defensa de su soberanía, el presidente Biden concluyó que su homólogo ruso Vladimir Putin “era un loco hijo de puta”. Ese es el nivel argumentativo del líder de la nación más poderosa del planeta. En sus manos estamos.
Estos son solo algunos ejemplos de lo que denomino “mediocridad, estulticia e ignorancia” del actual liderazgo occidental. En el mundo de hoy, estos ingredientes son gasolina para el fuego de la guerra. Vuelvo al profesor Karaganov: “El delirio de masas está impidiendo que la razón regrese a Occidente”. A continuación, el destacado académico ruso se pregunta “¿Cómo puede el resto del mundo lidiar con esta locura? ¿Y qué puede esperar el resto del mundo?”
Durante la segunda guerra mundial, antagónicamente enfrentados desde el punto de vista ideológico, los líderes de la Unión Soviética José Stalin; de Estados Unidos, Franklin Roosevelt (Harry Truman tras el fallecimiento del anterior) y Winston Churchill del Reino Unido se reunieron varias veces y se articularon para derrotar al nazi fascismo.
Hoy, eso es imposible, al contrario, ante la posibilidad de que se llegara a una pronta negociación y un acuerdo que hubiera evitado la pérdida de centenares de miles de vidas, fue el propio líder británico Boris Johnson quien abortó esa contingencia tras la ilusoria idea de obtener una victoria militar contra Rusia. Cerrando toda posibilidad al diálogo y la negociación, en Ucrania fue aprobada una ley que considera esa alternativa como alta traición, dejando el camino para Kiev, solo abierto a una guerra que no tiene ninguna posibilidad de ganar.
De ahí que, volviendo a la pregunta inicial, en medio de tanta irracionalidad y tanta mediocridad, se tengan dudas en torno a la posibilidad o no de que se desate una tercera guerra mundial. De hecho, varios líderes occidentales, en Estados Unidos, Europa e Israel han hecho un llamado a la utilización de armas nucleares en los conflictos de Ucrania y Gaza, de manera tal, que no estamos ante una quimera irrealizable.
Solo queda apelar a la sensatez que emana de la necesidad de evitar la destrucción de la vida en el planeta. Se ve difícil pero no imposible. Contra ello, atenta que, como dice Karaganov: “…el nivel intelectual de la mayoría de las élites ha caído bruscamente debido a los cambios en los estándares morales y al deterioro de su sistema de educación superior, especialmente en Europa”.
Por lo pronto, la tarea es resistir, resistir y vencer. Finalizo una vez más con el profesor Karaganov: “Debemos aprender unos de otros a vivir en paz, respetar y apoyar las culturas de los demás, desarrollar nuestra propia cultura y promoverla en todo el mundo. Pero, sobre todo, debemos respetar la singularidad de cada pueblo y fomentar el enriquecimiento intercultural positivo”. Al igual que él, soy optimista respecto del futuro, aunque debemos ser capaces de evitar una Tercera Guerra Mundial. “Esta es nuestra tarea común”.
Sergio Rodríguez Gelfenstein*. Analista internacional. Exdirector de Relaciones Internacionales de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela.
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