El último ejemplo palpable es la caída de Lehman Brothers, en septiembre del 2008, generada por la extremada financiarización de la economía global y la consecuente precaria sustentabilidad del sistema. Ese evento ocasionó que, en los años venideros, los distintos actores de la economía global se den una estrategia de blanqueamiento de activos, incorporándolos paulatinamente en la economía real, las propiedades y la inversión productiva. Como consecuencia visible de lo mencionado, se puede destacar el boom de las criptomonedas (una forma global de blanqueo de capitales) y el crecimiento de magníficas ciudades, otrora absolutamente inviables, como Qatar.
En los años siguientes, ese exceso de liquidez abrió las puertas a créditos productivos que fomentaron el crecimiento de las potencias económicas. Sin dudas, el país que mejor utilizó esta oportunidad que le ofreció el contexto geopolítico, fue China. El extraordinario crecimiento del gigante asiático se vio potenciado por su exitosa política de inversión extranjera, que hace parte del negocio al país de destino, y la posición de no injerencia sobre las cuestiones de la política local, que lo diferenciaron claramente de los Estados Unidos; que hasta el momento ostentaba el predominio absoluto sobre la inversión internacional.
Seguidamente se comenzó a desatar una guerra comercial, entre ambas naciones, dado que el avance del bloque China (al que se le fueron sumando otros países) significaba una pérdida de mercados para los Estados Unidos y, por lo tanto, una decadencia de su hegemonía global.
Como aquel que se sabe derrotado, Estados Unidos abandonó la disputa económica / productiva y comenzó a reaccionar utilizando su fuerza de gendarme internacional para aplacar el avance de un multipolarismo naciente. Sanciones, bloqueos, financiamiento de golpes de Estado, lawfare, ataques mediáticos, campañas en redes… etc., a todo aquel que se atreva a virar sus negocios a otras latitudes y dar la espalda a sus designios.
Como era de esperarse, estas reacciones violentas de un imperio en urgencia tuvieron a la precaución como respuesta generalizada. Los países no alineados, aquellos que no son directa o indirectamente gobernados por los Estados Unidos, comenzaron a cambiar sus reservas en dólares en bancas centrales por una canasta de divisas incorporando la de otros países (yenes, yuanes, rublos, euro) para tener la posibilidad de comerciar ante eventuales reacciones coercitivas no deseadas.
Lo anteriormente explicado generó un exceso de dólares líquidos que volvieron a su país de origen generando presión sobre los precios internos (inflación superior al 2% anual desde el 2017 y subiendo desde el 2020). Desde ese instante, y como otra medida reaccionaria para intentar contener el avance del multipolarismo (que ya lo encarnan más países que solo China en el grupo de los BRICS ampliado) los Estados Unidos reparten dólares financiando distintos mecanismos de intervencionismo. Ampliación de los créditos externos a fin de controlar políticamente al país deudor (ejemplo, la brutal deuda otorgada a la Argentina en el 2018 que determinó un plan de saqueo en plena vigencia), promoción y participación en golpes de estado (Bolivia, Paraguay, Ecuador, intentos en Venezuela), financiamiento de la guerra en Ucrania para frenar el gasoducto Nord Stream 2 e invasión continua sobre Palestina mediante su base militar llamada Israel, solo para mencionar las más destacadas.
Sin embargo, todas estas acciones no pudieron paralizar, ni debilitar, el avance del multipolarismo y, por el contrario, el exceso de gasto para la intervención en operaciones externas y la creciente pérdida de mercados, provocaron que ya se empezaran a notar índices de estancamiento económico en varios sectores de la economía norteamericana.
Justamente, el índice VIX (índice de volatilidad en tiempo real) es uno de los indicadores tenidos en cuenta por los mercados para pronosticar un contexto recesivo. El pasado lunes, esta estadística direccionada a los EEUU, tocó máximos en décadas y disparó el miedo sobre grandes grupos inversores que optaron por desprenderse masivamente de herramientas financieras dolarizadas directa o indirectamente (caso de la bolsa de Japón).
Esto generó la crisis del lunes, pero, como se puede ver, no es un hecho aislado ni un acontecimiento fortuito. Se trata de una señal de mercado que marca una realidad inocultable: la caída hegemónica de los Estados Unidos y el debilitamiento del dólar como moneda global.
Al mismo tiempo, toda esta cadena de sucesos también muestra huellas del futuro. Un imperio en decadencia que exprimirá al máximo a todo aquel que aun domine; y un multipolarismo creciente que exhibe una oportunidad extraordinaria de desarrollo para todas aquellas naciones que se atreven a romper cadenas con el opresor mundial.
Un momento oportuno para el fortalecimiento de las monedas y las economías locales; y el peor momento histórico para llevar adelante planes de dolarización o apertura comercial sin planificación nacional.
Un escenario excepcional para trazar una estrategia regional de industrialización y posicionarse en el nuevo mapa global como un nuevo polo de poder; un atroz momento para aliarse y someterse al imperio en decadencia y confrontar con la región.
Las finanzas, la economía y la geopolítica son una sola cosa. Analizar el mundo con perspectivas de desarrollo nacional es lo que se encuentra totalmente ausente en la política argentina. Trabajar a sol y sombra para que una organización política popular, nacional y revolucionaria, ocupe ese espacio vacante, es nuestro deber histórico.
Rodolfo Pablo Treber* Analista económico que trabaja para el Banco Central de Argentina.
Foto de portada: Bolsa de Madrid. Ana Bornay (EFE)