África se enfrenta a una inestabilidad generalizada. El año pasado hubo golpes de estado en Malí, Chad, Sudán, Burkina Faso y Guinea, e intentos de derrocar gobiernos en la República Centroafricana (RCA), Etiopía y Guinea-Bissau.
El extremismo violento también se ha extendido debido a la marginación política y económica de algunas comunidades, las dificultades de la transición a la democracia y la incapacidad de los gobiernos para modernizar sus sectores de defensa y seguridad.
Resolver estos conflictos violentos ha sido problemático, principalmente debido a la ineficacia de los instrumentos existentes y los cambios geoestratégicos. Como resultado, continúan los debates sobre la utilidad de las operaciones de mantenimiento y apoyo a la paz en varios países, incluidos la República Democrática del Congo, Malí, Sudán, la República Centroafricana y Somalia.
Y mientras los gobiernos buscan preservar su integridad territorial a toda costa, los actores internacionales a menudo priorizan una visión humanitaria centrada en la defensa de las minorías. Estos diferentes enfoques conducen a desacuerdos sobre cómo resolver los conflictos.
Varios instrumentos de la llamada caja de herramientas de gestión civil de crisis también están luchando por mostrar resultados en África. Uno de ellos, la alerta temprana, se enfrenta a un doble desafío. El primero es la ubicuidad de la información, que requiere que los sistemas de alerta temprana adopten un enfoque diferente, centrándose en identificar y analizar datos relevantes. El segundo es la falta de voluntad y capacidad de los gobiernos para actuar sobre la información que pueda prevenir las crisis.
La falta de acción rápida en respuesta a la alerta temprana se ve exacerbada por la resistencia de los estados africanos a la injerencia en sus asuntos internos. Esto ha obstaculizado constantemente las iniciativas de prevención de conflictos de la Unión Africana (UA) en varias crisis, como Camerún, Guinea y Mali.
La mediación también se enfrenta a problemas. Si bien las disputas entre estados van en aumento, por ejemplo, Etiopía-Sudán-Egipto, Argelia-Marruecos, Kenia-Somalia, Sudán-Sudán del Sur, los países rara vez piden a la UA que facilite, lo que impide que desempeñe un papel significativo. En el caso de conflictos entre gobiernos y grupos armados, por ejemplo en la República Centroafricana, la mediación ha fracasado debido a los intereses cada vez más divergentes de las partes en conflicto.
Además, muchos grupos rebeldes tienen agendas políticas poco claras que son difíciles de traducir en un acuerdo de paz. Los grupos extremistas violentos como al-Shabaab y Boko Haram, los principales responsables de la inestabilidad en Somalia y el Sahel, se oponen ideológicamente a cualquier arreglo con sus enemigos estatales ‘seculares’. Pueden tener una visión de la sociedad pero no tener intereses políticos claros.
Las respuestas de seguridad dirigidas por el estado a las crisis no han tenido mejores resultados que la alerta temprana y la mediación. Las operaciones de apoyo a la paz se encuentran con una creciente insatisfacción por parte de las poblaciones y autoridades locales en lugares como Malí y la República Centroafricana. Y el reciente fracaso de Estados Unidos tras dos décadas en Afganistán ha reavivado el viejo debate sobre si una respuesta militar es la mejor forma de abordar el conflicto yihadista y la consolidación de la paz.
La misma crítica se aplica a la operación francesa Barkhane en el Sahel, a pesar de sus logros iniciales al detener la invasión de los insurgentes a Malí en 2012. Una inquietud similar impregna la Misión de la UA en Somalia, que ha estado oponiéndose a al-Shabaab durante casi 15 años. Esto explica en parte por qué países como la República Centroafricana y Malí, cuyas transiciones complejas cuentan con el apoyo de las Naciones Unidas (ONU), han recurrido a empresas militares privadas para hacer frente a las amenazas a la seguridad.
Sin embargo, el peligro de tal acción militar no regulada es que niega las dimensiones políticas de los conflictos. Si bien las actividades militares sólidas pueden nivelar el campo de juego, como en Somalia o Cabo Delgado en Mozambique, tienen poco impacto en la dinámica del conflicto a lo largo del tiempo. Estas respuestas externas parecen congelar los conflictos en un estado intermedio sin transformarlos y mucho menos erradicarlos.
El informe del Panel Independiente de Alto Nivel sobre Operaciones de Paz de la ONU trató de abordar los problemas que enfrenta el mantenimiento de la paz y ha ayudado a construir un consenso internacional sobre la importancia de las soluciones políticas. Sin embargo, esas soluciones han resultado difíciles de diseñar e implementar en el contexto de marcadas divisiones internacionales y nacionales.
Si bien la paz es el producto de dinámicas locales, nacionales y regionales, es cada vez más difícil racionalizar estos muchos intereses divergentes. Incluso las percepciones generales sobre algunos conflictos difieren, particularmente aquellos caracterizados por movimientos basados en la identidad que se oponen a un gobierno central como en Etiopía o Camerún.
La tensión entre la necesidad de un estado fuerte y la protección de las poblaciones civiles cuestiona la esencia misma de la construcción del estado en los países africanos. La dicotomía se ve exacerbada por la competencia entre las potencias occidentales tradicionales y las potencias emergentes como China y Turquía en suelo africano. Como muestra la guerra en Ucrania, las divisiones en la comunidad internacional probablemente afectarán las estrategias para estabilizar los estados africanos a corto y mediano plazo.
Si bien algunos países creen que esta competencia crea opciones para la seguridad y el desarrollo económico, sigue existiendo un riesgo. Más allá de su retórica panafricanista, los actores políticos africanos evitan con demasiada frecuencia una evaluación interna de los problemas asociados con la construcción de órdenes políticos estables. Prefieren las soluciones extrovertidas ya preparadas que ofrecen los paradigmas de desarrollo dominantes.
Resolver los diversos conflictos de África requiere diagnósticos revisados de inestabilidad que no están determinados por intereses o ideologías particulares. Es crucial una investigación más profunda sobre el extremismo violento y los movimientos secesionistas. Esto podría ayudar a revisar las soluciones a las crisis a largo plazo y llevar la paz a África.