Los que siguen pensando que la nueva ultraderecha es un fenómeno nacional o limitado solo a algunos países están muy equivocados. Vale la pena aclararlo una vez más: la extrema derecha 2.0 es una gran familia global con lazos transatlánticos y un sinfín de think tanks, fundaciones, institutos y asociaciones que en las últimas dos décadas han ido tejiendo una tupida red que promueve una agenda compartida, además de mover sumas ingentes de dinero. Desde Washington a Budapest, desde Moscú a Bruselas, desde Brasilia a Lisboa, desde Roma a París, desde Madrid a Lima, desde Varsovia a Liubliana. Existe una especie de Internacional reaccionaria que reúne a la crème de la crème de las formaciones del conservadurismo radical y del ultraderechismo a escala global. Eso sí, hay divergencias entre varios de sus miembros, no faltan roces y fricciones, a veces chocan e incluso algunos no se pueden ni ver, pero al final colaboran, intercambian informaciones, discursos, prácticas y conocimientos porque es más lo que comparten que lo que les diferencia.
En Bruselas se cuecen habas
No es nada fácil trazar un mapa a nivel internacional de estas redes, también por su opacidad, pero podemos intentar apuntar un primer esbozo. Empecemos por el ámbito europeo porque es en Bruselas donde se cuecen muchas habas. Las conexiones facilitadas por la presencia en la capital comunitaria de los diputados de las formaciones de extrema derecha de prácticamente todos los países de la UE ha permitido, paulatinamente, desde finales de los ochenta, la construcción de unas relaciones que hoy en día son más que estables. La existencia de los grupos parlamentarios de Identidad y Democracia (ID) y de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) ofrece unos lugares donde compartir ideas y experiencias, además de elaborar una agenda común. Sin contar la financiación de la cual disponen. ID está liderado por la Liga –el presidente es el salviniano Marco Zanni– y cuenta, entre otros, con la Agrupación Nacional de Le Pen, Alternativa para Alemania y los Partidos de la Libertad austriaco y holandés, mientras que ECR está liderado por los polacos de Ley y Justicia y tiene entre sus miembros a muchas formaciones del este, además de Vox, los Demócratas de Suecia y Hermanos de Italia, cuya líder, Giorgia Meloni, ocupa actualmente la presidencia del grupo.
Es cierto que ni en el pasado ni en la actualidad la extrema derecha ha conseguido unificarse en un solo grupo en el Europarlamento, ni en un solo partido de ámbito comunitario, pero, aunque es difícil, no lo podemos descartar en el futuro. La reciente expulsión de Fidesz del Partido Popular Europeo, sumada a la salida de los eurodiputados británicos, tanto los del brexit Party de Nigel Farage como de los Toriesultraderechizados de Boris Johnson, ha removido las aguas. Llevamos meses donde unos más que otros –empezando por el líder de la Liga, Matteo Salvini– intentan llegar a un acuerdo para convertir a los euroescépticos en el tercer grupo de la Eurocámara, justo por detrás de los socialdemócratas. En julio pasado, una buena parte de estas formaciones, con Orbán, Le Pen, Abascal y Salvini a la cabeza, firmaron un manifiesto en defensa de una Europa cristiana donde la soberanía nacional debería prevalecer sobre la comunitaria, que apuntaba maneras.
Conservadores con la camisa parda
Ahora bien, más allá de las relaciones entre los diferentes partidos de la galaxia ultraderechista en Bruselas o de forma bilateral –Abascal visitó a Orbán en mayo, Meloni estuvo en la fiesta de Vox en Madrid hace unas semanas, Salvini participó en el congreso de los portugueses de Chega en primavera–, cobran más importancia las redes globales tejidas por fundaciones y think tanks que se presentan, en muchos casos, como independientes. Una de estas es la renombrada Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), que reúne el Gotha del mundo conservador norteamericano y que, además de invitar cada año a algún líder europeo (Marion Maréchal-Le Pen en 2018, Giorgia Meloni en 2020), tiene tentáculos en Australia, Japón y Brasil. En el país latinoamericano, por ejemplo, organiza desde 2019, gracias al apoyo que le ofrece el presidente Jair Bolsonaro, una conferencia anual.
En la que se ha celebrado a principio de septiembre en Brasilia, además de las élites bolsonaristas, estaba también una delegación estadounidense. La lideraban Donald Trump junior, Jason Miller, exportavoz de Trump y actual CEO de Gettr, la nueva plataforma social lanzada por el expresidente norteamericano tras su exclusión de las redes sociales tradicionales, y Matthew Tyrmand que, tras sus pinitos en Breitbart News de la mano de Steve Bannon, es una de las figuras clave del Proyecto Veritas, una ONG ultraderechista que acosa a periodistas y docentes difundiendo vídeos fake grabados con cámaras escondidas.
Asimismo, encontramos la Fundación Edmund Burke, fundada en 2019 y vinculada a sectores ultraconservadores israelíes, estadounidenses y europeos. Una de las figuras clave es el filósofo israelí Yoram Hazony, autor del libro La virtud del nacionalismo y presidente del Instituto Herzl. En uno de los primeros encuentros organizados por la fundación –la Conferencia Nacional de Conservadurismo celebrada en Roma en febrero de 2020 y dedicada, no se lo pierdan, a Juan Pablo II y Ronald Reagan–, Hazony consiguió reunir, entre otros, a Meloni, Orbán, Abascal y Marion Maréchal.
Atención: no se trata aquí solo de sacarse la foto de rito, ni de estrechar lazos, que también, sino de elaborar una propuesta ideológica compartida y construir hegemonía. Que se le cite o no, la extrema derecha ha aprendido la lección de Gramsci, como explicó y puso en práctica con éxito hace décadas Alain de Benoist para revitalizar y transformar el neofascismo galo y, a la postre, europeo. Y la izquierda, en eso, debería aprender ahora de la ultraderecha. Evitemos malentendidos: no debería aprender en el sentido de copiar sus ideas como defienden los rojipardos o algún izquierdista despistado, sino en el sentido de reforzarse ideológicamente y entender que la batalla cultural es crucial ahora más que nunca.
Gladiadores y guerreros culturales
Lo mismo puede decirse para las escuelas de formación. Ya se sabe, los partidos no son lo que eran. Cierto. Pero la ultraderecha parece haber entendido que sin unas escuelas donde se forman cuadros –o, como los llaman ellos, líderes del futuro– no se va muy lejos en política. Y la extrema derecha 2.0 lo está haciendo ya a escala nacional y también global. Este es, por ejemplo, el objetivo del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política fundado por Marion Maréchal en 2018: después de su sede francesa, ubicada en Lyon, hace un par de años se ha abierto también una sede en Madrid, presidida por Miguel Ángel Quintana Pérez y vinculada estrechamente, por más que lo desmientan, al entorno de Vox, a través de figuras como Kiko Méndez Monasterio y Gabriel Ariza, hijo del presidente de Intereconomía.
Sin embargo, ya antes, en los tiempos del gobierno nacionalpopulista italiano formado por la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, el exconsejero de Donald Trump, Steve Bannon, había intentado algo similar en el monasterio de Trisulti, en las afueras de Roma. Con la colaboración del Instituto Católico Dignitatis Humanae, presidido por Benjamin Harnwell, Bannon se proponía crear una escuela populista que tenía como objetivo formar unos “guerreros culturales” y unos “gladiadores” para defender la cultura occidental judeo-cristiana. El caso de Trisulti, por más que haya fracasado, nos muestra la porosidad de estos ambientes: acérrimos ultraderechistas, miembros de la Alt-Right estadounidense, conservadores post-reaganianos, católicos integristas y un largo etcétera colaboran superando sus divergencias en proyectos transatlánticos, en este caso en la formación de nuevos cuadros.
Bannon, muchas veces presentado como una especie de genio del mal, ha estado a menudo vinculado con muchos de estos proyectos. Dejando de lado la capacidad para venderse a los medios de comunicación como un titiritero que mueve los hilos del guiñol, algo lejos de ser verdad, el exdirector de Breitbart News había también lanzado, allá por 2018, The Movement, una plataforma que se proponía unificar a la extrema derecha del viejo continente de cara a las elecciones europeas del año siguiente. O, como mínimo, ofrecerle apoyos y ayudas en análisis, estudios y propaganda. Es cierto que a Bannon la mayoría le cerró la puerta en la cara, excluidos Salvini, Meloni, Bolsonaro y el partido de oposición de Montenegro, pero no cabe duda de que a “Sloppy Steve” –“Steve el torpe”, como lo definió Trump en un memorable tuit– no le faltan ni recursos ni know-how. De hecho, más en la sombra que hace unos años, Bannon ha viajado recientemente a Madrid –no sabemos si para reunirse con Vox– y se ha movilizado para conseguir el éxito de la CPAC-Brasil (Conservative Political Action Conference).
Parece que en el último año Bannon ha ido reconduciendo sus desavenencias con Trump que, de hecho, le amnistió a última hora antes de dejar la Casa Blanca, imputado por defraudar a donantes para la construcción del muro en la frontera de México. Además, Bannon, siguiendo la voluntad del expresidente, se ha negado a comparecer ante el comité legislativo que está investigando el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, obligando a la Cámara de Representantes estadounidense a declararlo en desacato con la posibilidad –remota, pero existente– de que sea condenado a un año de cárcel.
Las lobbys integristas cristianas
De cara a las elecciones de finales de 2022, en las que Bolsonaro se juega la reelección, Brasil se ha convertido en una de las principales preocupaciones de la extrema derecha que quiere conservar uno de sus más importantes bastiones a nivel mundial. Asimismo, el interés en América Latina ha ido en aumento con el avance de una nueva ultraderecha en la región, entre el giro ultra de Keiko Fujimori en Perú; la aparición de un libertarismo de extrema derecha en Argentina, de la mano de Javier Milei; o la candidatura de José Antonio Kast en las presidenciales chilenas de este mes de noviembre. No es casualidad que Vox, a través de la Fundación Disenso, haya lanzado el Foro de Madrid, una comunidad que denomina Iberosfera y que se propone como la alternativa ultra a los progresistas Foro de Sao Paulo y Foro de Puebla. De ahí el activismo de Santiago Abascal y Hermann Tertsch que han visitado México y Perú para establecer contactos que han atraído también a políticos antes vinculados con el PP, como el exmandatario colombiano Andrés Pastrana.
El caso latinoamericano nos lleva a hablar de una de las más poderosas redes globales que sirven a la extrema derecha 2.0 para entablar relaciones, elaborar una agenda común y encontrar financiación: la integrista cristiana. Hablamos en este caso de un verdadero lobby, comparable al de las armas, representado en Estados Unidos por la Asociación Nacional del Rifle y con tentáculos también en Europa. El mundo integrista cristiano ha ido creando foros de debate, fundaciones, think tanks y asociaciones desde finales de los años noventa, como mínimo. Además, supera las fronteras de las diferentes iglesias existentes, englobando o, por lo menos, poniendo en relación tanto a católicos como a ortodoxos y evangélicos.
Un ejemplo de los más conocidos es el Congreso Mundial de las Familias (WCF), organización fundada en Estados Unidos en 1997. El último congreso, hace dos años, se celebró en Verona – cuando Salvini era ministro del Interior–, mientras que en 2012 se realizó en Madrid. El WCF defiende una agenda provida y pro-familia tradicional y se opone al aborto y los derechos al colectivo LGTBI, tanto que el South Poverty Law Center la ha incluido en su listado de grupos de odio anti-gay. Y no se trata solo de los sectores críticos con Bergoglio dentro de la Iglesia católica: hay una parte del mundo ortodoxo, especialmente cercano a Vladimir Putin, como el oligarca ruso Konstantin Malofeev, promotor de la fundación San Basilio el Grande, que es parte integrante de esta red. Estamos hablando de un laberinto infinito de decenas y decenas de pequeñas y grandes asociaciones, a veces vinculadas directamente con las otras, a veces solo indirectamente, como, la española HazteOír, fundada en 2001 por Ignacio Arsuaga y muy cercana a Vox, que en 2013 ha lanzado su lobby internacional, CitizenGo.
Budapest y Varsovia, los centros de operaciones europeos
En esta como en otras cuestiones, el mundo ultraconservador ruso y de la Europa oriental ha estado muy activo desde el minuto uno. Por un lado, Putin se ha convertido en un referente para muchos ultraderechistas europeos, empezando por Marine Le Pen o Matteo Salvini, que han incluso recibido o, como mínimo, buscado financiación en las latitudes del Kremlin. Por el otro, la existencia de dos gobiernos ultraderechistas en Varsovia y Budapest ha permitido tener dos bases desde donde actuar. Para mencionar solo dos de las iniciativas más recientes, en mayo se ha inaugurado en Varsovia la nueva universidad de los ultras polacos, el Colegio Intermarium, promovida por el think tank católico Ordo Iuris. En el acto inaugural participaron una numerosa delegación húngara, otra estadounidense –con el ya citado Matthew Tyrmand, el director del Acton Institute, Alejandro Chafuen, o el escritor católico ultraconservador Rod Dreher– y el joven meloniano Francesco Giubilei, presidente de la Federación Tatarella y del think tank Nazione Futura, vinculados a Hermanos de Italia.
A finales de septiembre también se celebró en Budapest la Cumbre Demográfica, organizada por el gobierno magiar de Viktor Orbán, que reunió al exvicepresidente norteamericano Mike Pence, a los presidentes de diferentes países de la Europa del este que miran con interés al modelo húngaro –el esloveno Janša, el checo Babiš, el serbio Vučić, el serbio-bosnio Dodik–, a los franceses Éric Zemmour y Marion Maréchal, al salviniano Lorenzo Fontana o Jaime Mayor Oreja, presidente de la Federación Europea antiaborto One of Us y vinculado en la actualidad al instituto fundado por la nieta de Jean-Marie Le Pen en Madrid. El tema de la demografía, que la ultraderecha y el mundo cristiano conservador conectan con la inmigración y las políticas favorable a los derechos civiles, es justamente una de las estrategias que permite a la extrema derecha salir de sus fronteras ideológicas y entablar relaciones con sectores de por sí no tan radicales.
La extrema derecha 2.0 lleva tiempo rearmándose a nivel discursivo e ideológico. Y para hacerlo ha ido creando un sinfín de asociaciones, fundaciones, organizaciones, think tanksy revistas. Las que he mencionado en este artículo son solo la punta del iceberg. Debajo de las olas del océano, sin que nos demos cuenta, hay una red inmensa, poderosa y bien financiada. Si no queremos que el mundo progresista acabe como el Titanic, al descubrir la entidad real de esta red, hay que hacer dos cosas: investigar más cómo se mueve la nueva extrema derecha a nivel internacional y rearmarse mejor que ellos para frenar su avance y vencerlos. El tiempo apremia. Pongámonos las pilas.
*Steven Forti, profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de ‘Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla’ (Siglo XXI de España, 2021).
Artículo publicado en Contexto.
Foto de portada: Novák Katalin, ministra húngara de Familia, y Viktor Orban conversan con Janez Janša en la Cumbre demográfica de Budapest. BDS