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Las líneas rojas de Rusia y la expansión de la OTAN

Por Branko Marcetic*-
El historial diplomático de Estados Unidos respecto a la expansión de la OTAN sugiere los peligros de ignorar o cruzar abiertamente las líneas rojas de otra potencia militar y la conveniencia de una política exterior más comedida que trate las esferas de influencia de otras potencias con el mismo cuidado con el que tratan a Estados Unidos.

Casi un año después, la guerra en Ucrania ha costado cientos de miles de vidas y ha llevado al mundo al borde del, en palabras del propio presidente Joe Biden, “Armagedón”. Junto al campo de batalla literal, ha habido una batalla intelectual igualmente amarga sobre las causas de la guerra.

Los comentaristas se han apresurado a declarar que la política de expansión de la OTAN, criticada desde hace mucho tiempo, es irrelevante para el estallido de la guerra, o una mera hoja de parra utilizada por el Presidente ruso Vladimir Putin para enmascarar lo que la ex Secretaria de Estado Condoleezza Rice y el ex Secretario de Defensa Robert Gates denominaron recientemente “su misión mesiánica” de “restablecer el Imperio ruso”, en un artículo de opinión publicado en el Washington Post. Fiona Hill, asesora presidencial de dos administraciones republicanas, ha considerado que estas opiniones no son más que el producto de una “guerra de información y operación psicológica rusa”, que ha provocado que “masas de la opinión pública estadounidense culpen a la OTAN, o culpen a Estados Unidos de este resultado”.

Sin embargo, una revisión de los registros públicos y docenas de cables diplomáticos puestos a disposición del público a través de WikiLeaks muestran que los funcionarios estadounidenses eran conscientes, o se les dijo directamente en el transcurso de los años, que la expansión de la OTAN era vista por los funcionarios rusos mucho más allá de Putin como una gran amenaza y provocación; que su expansión a Ucrania era una línea roja particularmente brillante para Moscú; que tal acción inflamaría y daría poder a las partes nacionalistas de línea dura del espectro político ruso; y que en última instancia podría conducir a la guerra.

En una serie de advertencias especialmente proféticas, se dijo a los funcionarios estadounidenses que presionar para que Ucrania ingresara en la OTAN no sólo aumentaría las posibilidades de que Rusia se inmiscuyera en el país, sino que también corría el riesgo de desestabilizar la dividida nación, y que Estados Unidos y otros funcionarios de la OTAN presionaron a los dirigentes ucranianos para que, en respuesta, modificaran esa opinión pública hostil. Todo esto se lo contaron a funcionarios estadounidenses, tanto en público como en privado, no sólo altos funcionarios rusos que llegaban hasta la presidencia, sino también aliados de la OTAN, diversos analistas y expertos, voces rusas liberales críticas con Putin e incluso, en ocasiones, los propios diplomáticos estadounidenses.

Esta historia es especialmente relevante ahora que los funcionarios estadounidenses ponen a prueba la línea roja que China ha trazado en torno a la independencia de Taiwán, arriesgándose a una escalada militar que tendrá como principal objetivo el Estado insular. El historial diplomático de Estados Unidos respecto a la expansión de la OTAN sugiere los peligros de ignorar o cruzar abiertamente las líneas rojas de otra potencia militar y la conveniencia de una política exterior más comedida que trate las esferas de influencia de otras potencias con el mismo cuidado con el que tratan a Estados Unidos.

Una temprana excepción

La expansión de la OTAN había sido problemática desde el principio. El entonces Presidente ruso Boris Yeltsin, prooccidental, le había dicho al entonces Presidente norteamericano Bill Clinton que “[no veía] nada más que humillación para Rusia si ustedes siguen adelante” con los planes de incumplir las promesas verbales hechas años antes de no extender la OTAN hacia el este, y le advirtió que esta medida “sembraría las semillas de la desconfianza” y “sería interpretada, y no sólo en Rusia, como el comienzo de una nueva división en Europa”. Tal y como había predicho el arquitecto de la contención George Kennan, la decisión de seguir adelante con la expansión de la OTAN contribuyó a inflamar la hostilidad y el nacionalismo rusos: La Duma (el parlamento ruso) la declaró “la mayor amenaza militar para nuestro país en los últimos 50 años”, mientras que el líder del opositor Partido Comunista la calificó de “Tratado de Versalles para Rusia”.

Cuando Putin llegó a la presidencia, un día antes del nuevo milenio, “las esperanzas y planes iniciales de principios de los 90 [estaban] muertos”, declaró un destacado político liberal ruso. Tras la primera ronda de ampliación de la OTAN, la organización bombardeó Yugoslavia en 1999, lo que se hizo sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, y provocó que Rusia cortara el contacto con la alianza. En 2000, la estrategia de seguridad nacional rusa revisada advertía de que el uso de la fuerza por parte de la OTAN más allá de sus fronteras se consideraría “una amenaza de desestabilización de toda la situación estratégica”, mientras que oficiales militares y políticos empezaron a afirmar “que si la OTAN se expande más, ‘creará una base para intervenir en la propia Rusia'”, informó el Washington Post.

Irónicamente, habría una excepción a las dos décadas siguientes de crecientes tensiones por la expansión de la OTAN hacia el este: los primeros años de la presidencia de Putin, cuando el nuevo presidente ruso desafió a la clase dirigente rusa para intentar acercarse a Estados Unidos. Bajo el mandato de Putin, Moscú restableció sus relaciones con la OTAN, ratificó por fin el tratado de control de armamentos START II e incluso planteó públicamente la idea de que Rusia acabara uniéndose a la alianza, lo que provocó los ataques de sus rivales políticos por hacerlo. Aun así, Putin siguió planteando las tradicionales preocupaciones de Moscú sobre la expansión de la Alianza, y en febrero de 2001 le dijo al Secretario General de la OTAN que era “una amenaza para Rusia”.

“[S]i un país como Rusia se siente amenazado, esto desestabilizaría la situación en Europa y en el mundo entero”, dijo en un discurso pronunciado en Berlín en 2000.

Putin suavizó su oposición al tratar de hacer causa común con la administración del entonces Presidente George W. Bush. “Si la OTAN adquiere una forma diferente y se convierte en una organización política, por supuesto que reconsideraríamos nuestra postura con respecto a dicha expansión, si queremos sentirnos implicados en los procesos”, declaró en octubre de 2001, provocando los ataques de sus rivales políticos y otras élites rusas.

Cuando en 2002 la OTAN concedió por primera vez a Rusia un papel consultivo en su proceso de toma de decisiones, Putin trató de contribuir a su expansión. El entonces presidente italiano, Silvio Berlusconi, hizo una “petición personal” a Bush, según un cable de abril de 2002, para que “comprendiera los requisitos internos de Putin”, que “necesita ser visto como parte de la familia de la OTAN”, y que le diera “ayuda para crear una opinión pública rusa que apoye la ampliación de la OTAN”. En otro cable, un alto funcionario del Departamento de Estado estadounidense instaba a celebrar una cumbre OTAN-Rusia para “ayudar al Presidente Putin a neutralizar la oposición a la ampliación”, después de que el dirigente ruso dijera que permitir la expansión de la OTAN sin un acuerdo sobre una nueva asociación OTAN-Rusia le resultaría políticamente imposible.

Esta sería la última vez que cualquier apertura rusa hacia la expansión de la OTAN se registró en el registro diplomático publicado por WikiLeaks.

La opinión de los aliados

A mediados de la década de 2000, las relaciones entre Estados Unidos y Rusia se habían deteriorado, en parte debido a las críticas de Putin a su creciente autoritarismo en su país y a la oposición estadounidense a su intromisión en las elecciones ucranianas de 2004. Pero como explicaba en un cable de septiembre de 2007 el entonces presidente de la Fundación Nueva Eurasia, Andrey Kortunov, ahora director general del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales -que ha criticado públicamente tanto la política del Kremlin como la guerra actual-, los errores de Estados Unidos también tuvieron su parte de culpa, incluida la invasión de Irak por Bush y la sensación general de que había dado poco a cambio de las concesiones de Putin.

“Putin se había embarcado claramente en una política exterior ‘integracionista’ al comienzo de su segundo mandato presidencial, que fue alimentada por los ataques terroristas del 11-S y las buenas relaciones con líderes clave como el presidente Bush” y otros importantes aliados de la OTAN, dijo Kortunov según el cable. “Sin embargo”, dijo, “una serie de iniciativas percibidas como antirrusas”, que incluían la retirada de Bush del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) y “una mayor expansión de la OTAN”, acabaron por “frustrar las esperanzas de Putin”.

Lo que siguió fue un constante bombardeo de advertencias sobre la expansión de la OTAN, especialmente en relación con las vecinas Ucrania y Georgia, en gran parte por parte de los aliados de Washington en la OTAN.

“Gourdault-Montagne advirtió que la cuestión de la adhesión de Ucrania a la OTAN seguía siendo extremadamente delicada para Moscú, y concluyó que si quedaba una causa potencial de guerra en Europa, era Ucrania”, se lee en un cable de septiembre de 2005. “Añadió que algunos en la administración rusa sentían que estábamos haciendo demasiado en su zona central de interés, y uno podría preguntarse si los rusos podrían lanzar un movimiento similar al de Praga en 1968, para ver qué hacía Occidente”.

Esta fue sólo una de las muchas advertencias similares de funcionarios franceses de que admitir a Ucrania y Georgia en la OTAN “cruzaría los ‘cables trampa’ rusos”, por ejemplo. Un cable de febrero de 2007 recoge el relato del entonces Director General francés de Asuntos Políticos, Gérard Araud, de “una arenga de media hora contra Estados Unidos” por parte de Putin en la que “unió todos los puntos” del descontento ruso con el comportamiento de Estados Unidos, incluyendo “el unilateralismo de Estados Unidos, su negación de la realidad de la multipolaridad, [y] la naturaleza anti-rusa de la ampliación de la OTAN”.

Asimismo, Alemania planteó en repetidas ocasiones su preocupación por una posible mala reacción rusa ante un Plan de Acción para la Adhesión (MAP) a la OTAN de Ucrania y Georgia, y el entonces Viceconsejero de Seguridad Nacional, Rolf Nikel, subrayó que la entrada de Ucrania era especialmente delicada. “Mientras que Georgia era ‘sólo un bicho en la piel del oso’, Ucrania estaba inseparablemente identificada con Rusia, remontándose a Vladimir de [Kiev] en 988”, relató Nikel, según el cable.

Otros aliados de la OTAN repitieron preocupaciones similares. En un cable de enero de 2008, Italia afirmaba ser un “firme defensor” de la entrada de otros Estados en la alianza, “pero le preocupa provocar a Rusia con una integración precipitada de Georgia”. El entonces Ministro de Asuntos Exteriores de Noruega (que ahora es el Primer Ministro), Jonas Gahr Støre, hizo una observación similar en un cable de abril de 2008, al tiempo que insistía en que Rusia no debía poder vetar las decisiones de la OTAN. “Al mismo tiempo, dice que comprende las objeciones de Rusia a la ampliación de la OTAN y que la Alianza necesita trabajar para normalizar la relación con Rusia”, reza el cable.

Consenso casi total

Los pensadores y analistas con los que se entrevistaron los funcionarios estadounidenses también dejaron claras las preocupaciones de las élites rusas respecto a la OTAN y su expansión, y lo lejos que podrían llegar para contrarrestarla. Muchos de ellos fueron transmitidos por el entonces embajador de EEUU en Rusia, William Burns, actual director de la CIA de Biden.

Relatando sus conversaciones con varios “observadores rusos” de grupos de reflexión tanto regionales como estadounidenses, Burns concluía en un cable de marzo de 2007 que “la ampliación de la OTAN y los despliegues de defensa antimisiles estadounidenses en Europa juegan con el clásico miedo ruso al cerco”. La entrada de Ucrania y Georgia “representa un predicamento ‘impensable’ para Rusia”, informaba seis meses después, advirtiendo que Moscú “causaría bastantes problemas en Georgia” y contaba con “la continua desorganización política en Ucrania” para detenerla. En un conjunto de cables especialmente premonitorios, resumía la opinión de los académicos de que la emergente relación Rusia-China era en gran medida “el subproducto de las ‘malas’ políticas de Estados Unidos” y era insostenible, “a menos que la continua ampliación de la OTAN empujara a Rusia y China a acercarse aún más”.

Los cables recogen las declaraciones de intelectuales rusos de todo el espectro político. Un cable de junio de 2007 recoge las palabras de un “experto liberal en defensa Aleksey Arbatov” y del “editor liberal” de una importante revista rusa de política exterior, Fyodor Lukyanov, en el sentido de que después de que Rusia hubiera hecho “todo lo posible por ‘ayudar’ a Estados Unidos tras el 11-S, incluida la apertura de Asia Central a los esfuerzos antiterroristas de la coalición”, esperaba “respeto por los ‘intereses legítimos’ de Rusia”. En lugar de ello, dijo Lukyanov, se había visto “confrontada con la expansión de la OTAN, la competencia de suma cero en Georgia y Ucrania, y las instalaciones militares estadounidenses en el patio trasero de Rusia”.

“Ucrania era, a largo plazo, el factor más potencialmente desestabilizador en las relaciones ruso-estadounidenses, dado el nivel de emoción y neuralgia desencadenado por su búsqueda de la adhesión a la OTAN”, afirmaba el consejero de Dmitri Trenin, entonces subdirector de la rama rusa de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, con sede en Estados Unidos, en un cable de febrero de 2008 firmado por Burns. Para Ucrania, dijo proféticamente, significaría “que se animaría a elementos dentro del establishment ruso a entrometerse, estimulando el fomento abierto por parte de Estados Unidos de fuerzas políticas opuestas, y dejando a Estados Unidos y Rusia en una postura clásica de confrontación”.

De hecho, oponerse a la ampliación de la OTAN hacia el este, especialmente en Ucrania y Georgia, era “una de las pocas áreas de seguridad en las que existe un consenso casi total entre los responsables políticos rusos, los expertos y la población informada”, afirmaba un cable de marzo de 2008, citando a expertos en defensa y seguridad. Ucrania era la “línea de último recurso” que completaría el cerco de Rusia, dijo un experto en defensa, y su entrada en la OTAN era vista universalmente por la élite política rusa como un “acto inamistoso”. Otros expertos advirtieron “que Putin se vería obligado a responder a los sentimientos nacionalistas rusos contrarios al ingreso” de Georgia, y que ofrecer el MAP a Ucrania o a Georgia provocaría un recorte en el auténtico deseo de los militares rusos de cooperar con la OTAN.

De los liberales a la línea dura

Estos analistas estaban reiterando lo que los cables muestran que los funcionarios estadounidenses escucharon una y otra vez de los propios funcionarios rusos, ya fueran diplomáticos, miembros del parlamento o altos funcionarios rusos hasta la presidencia, registrado en casi tres docenas de cables como mínimo.

La ampliación de la OTAN resultaba “preocupante”, dijo un miembro de la Duma, mientras que los generales rusos “desconfiaban de las intenciones de la OTAN y de Estados Unidos”, según consta en los cables. Al igual que los analistas y los funcionarios de la OTAN, los funcionarios del Kremlin calificaron los planes de la OTAN sobre Georgia y Ucrania como especialmente objetables, y el embajador ruso ante la OTAN de 2008 a 2011, Dmitry Rogozin, subrayó en un cable de febrero de 2008 que ofrecer el MAP a cualquiera de los dos “tendría un impacto negativo en las relaciones de la OTAN con Rusia” y “aumentaría la tensión a lo largo de las fronteras entre la OTAN y Rusia”.

El entonces Viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Grigory Karasin, “subrayó la profundidad de la oposición rusa” a su adhesión, afirmaba otro cable de marzo de 2008, subrayando que la “élite política cree firmemente que la adhesión de Ucrania y Georgia representa una amenaza directa para la seguridad de Rusia”. El futuro, decía Karasin, dependía de la “elección estratégica” que hiciera Washington sobre “‘con qué tipo de Rusia'” quería tratar: “una Rusia estable y dispuesta a debatir tranquilamente cuestiones con Estados Unidos, Europa y China, o una que esté profundamente preocupada y llena de nerviosismo”.

De hecho, numerosos funcionarios -entre ellos el entonces Director para la Seguridad y el Desarme, Anatoly Antonov, que actualmente ejerce como embajador ruso en Estados Unidos- advirtieron que seguir adelante provocaría una Rusia menos cooperativa. Extender las fronteras de la OTAN a los dos antiguos Estados soviéticos “amenazaba la seguridad de Rusia y de toda la región, y también podría afectar negativamente a la voluntad de Rusia de cooperar en el [Consejo OTAN-Rusia]”, advirtió un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, mientras que otros señalaron esta política para explicar las amenazas de Putin de suspender el Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE). “Las FACE no sobrevivirían a la ampliación de la OTAN”, rezaba una amenaza rusa en un cable de marzo de 2008.

Tal vez lo más pertinente fueran las palabras del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, en aquel momento un veterano diplomático respetado en Occidente, y que sigue ocupando el cargo en la actualidad. Al menos ocho cables -muchos de ellos, aunque no todos, escritos por Burns- registran las expresiones de oposición de Lavrov a la ampliación de la OTAN a Ucrania y Georgia en el transcurso de 2007-2008, cuando la decisión de Bush, por encima de las objeciones de los aliados, de afirmar públicamente su futura adhesión provocó un repunte de las tensiones.

“Aunque Rusia pudiera creer las declaraciones de Occidente de que la OTAN no iba dirigida contra Rusia, cuando se observaban las recientes actividades militares en los países de la OTAN había que evaluarlas no por sus intenciones declaradas sino por su potencial”, decía el resumen de Burns de la revisión anual de la política exterior de Lavrov en enero de 2008. Ese mismo día, escribió, un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores advirtió que la “probable integración de Ucrania en la OTAN complicaría seriamente las múltiples relaciones ruso-ucranianas” y llevaría a Moscú a “tener que tomar las medidas oportunas”.

Además de ser una forma fácil de conseguir el apoyo interno de los nacionalistas, escribió Burns, “la oposición rusa a la integración en la OTAN de Ucrania y Georgia es tanto emocional como basada en la percepción de preocupaciones estratégicas sobre el impacto en los intereses de Rusia en la región.”

“Mientras que la oposición rusa a la primera ronda de ampliación de la OTAN a mediados de los noventa fue fuerte, Rusia se siente ahora capaz de responder con mayor contundencia a lo que percibe como actuaciones contrarias a sus intereses nacionales”, concluyó.

Las críticas de Lavrov fueron compartidas por otros muchos funcionarios, no todos de línea dura. Burns relató una reunión con el ex Primer Ministro Yevgeny Primakov, un protegido de Gorbachov que había negociado la primera ampliación de la OTAN con la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright, quien años más tarde le elogió calurosamente por su pragmatismo. Según Burns, Primakov había dicho que la presión de Estados Unidos en favor del MAP para Georgia y Ucrania “enfurecía” a los rusos y amenazaba otras áreas de la cooperación estratégica ruso-estadounidense, mencionando que ese mismo día le preguntaron en televisión si debía replantearse el estatus de Crimea como territorio ucraniano. “Este es el tipo de debate que produce el MAP”, dijo, lo que significa que inflamó los sentimientos nacionalistas y de línea dura.

Primakov dijo que Rusia nunca volvería a la época de principios de la década de 1990 y que sería un “error colosal” pensar que las reacciones rusas de hoy serían similares a las de su época de debilidad estratégica”, decía el cable de Burns.

Esto llegó hasta la cúspide, como señalaron funcionarios estadounidenses en cables que reaccionaban a un famoso y estridente discurso pronunciado por Putin en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero de 2007, en el que Putin atacó la expansión de la OTAN y otras políticas como parte de un abuso más amplio y desestabilizador por parte de Estados Unidos de su condición de única superpotencia. Puede que el tono de Putin fuera “inusualmente agudo”, dijo Primakov a Burns, pero su contenido “reflejaba quejas rusas bien conocidas anteriores a la elección de Putin”, como demuestra el hecho de que “los tertulianos y los miembros de la Duma apoyaran casi unánimemente” el discurso. Un año después, un cable de marzo de 2008 informaba de la reunión de despedida de dos horas de la entonces canciller alemana Angela Merkel con Putin, en la que “argumentó enérgicamente” contra el MAP para Ucrania y Georgia.

La salida de Putin

Cualquier ilusión de que esta postura se evaporaría con la salida de Putin de la presidencia se disipó rápidamente. Esas advertencias continuaron y, en todo caso, se intensificaron después de que Putin fuera sustituido por su sucesor liberal, Dmitri Medvédev, como presidente de Rusia, cuyo ascenso despertó esperanzas de una Rusia más democrática y de una mejora de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia.

Bajo el mandato de Medvédev, funcionarios como el embajador ruso ante la OTAN, varios funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores o el presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales de la Duma hicieron prácticamente las mismas advertencias, según muestran los cables. En algunos casos, como en el de Karasin y Lavrov, fueron los mismos funcionarios los que formularon estas antiguas quejas.

El propio Medvédev “reiteró las conocidas posiciones rusas sobre la ampliación de la OTAN” a Merkel en su primer viaje a Europa en junio de 2008, aunque evitó hablar específicamente del MAP para Ucrania y Georgia. “Detrás del cortés comportamiento de Medvédev, la oposición rusa a la ampliación de la OTAN seguía siendo una línea roja, según observadores tanto conservadores como moderados”, se lee en un cable de junio de 2008, opinión compartida por un destacado analista liberal. Incluso los críticos de su derecha interpretaron las palabras de Medvédev como “un compromiso implícito de utilizar los resortes económicos, políticos y sociales rusos para elevar los costes de Ucrania y Georgia” si se acercaban a la alianza. El autor del cable, el entonces Jefe de Misión Adjunto de la Embajada de Estados Unidos en Moscú, Daniel Russell, concluyó que “estaba de acuerdo con la opinión general”.

En agosto de 2008, tras la guerra con Georgia, Medvédev empezó a parecerse mucho más a su predecesor, amenazando con cortar los lazos con la alianza y reafirmando sus quejas sobre el cerco. Un cable de después del final de la guerra de cinco días entre Rusia y Georgia -de cuyo inicio culparía más tarde al gobierno georgiano un informe encargado por la UE- afirmaba que “incluso los expertos políticos más prooccidentales” estaban “señalando con el dedo a Estados Unidos” por poner en peligro las relaciones ruso-estadounidenses, siendo la desestimación por parte de Estados Unidos de las preocupaciones de Rusia sobre, entre otras cosas, la expansión de la OTAN, una parte clave de su análisis. Haciéndose eco de Burns, un analista argumentó que Rusia se sentía por fin “lo bastante fuerte como para plantar cara a Occidente” cuando éste ignoraba sus preocupaciones.

Esas preocupaciones fueron centrales en una mesa redonda de analistas rusos meses después -según mostró un cable de enero de 2009- que explicaron a un grupo de congresistas estadounidenses de visita el “profundo disgusto” de Rusia con el gobierno estadounidense, y subrayaron que el “amargo divorcio” entre Rusia y Georgia sería aún más feo con Ucrania. Impulsar el MAP para el país “ayudó a los ‘que odian a Estados Unidos a llegar al poder’ en Rusia y dio legitimidad a la visión de los partidarios de la línea dura de una ‘Rusia fortaleza'”, dijo un analista ruso.

Cada vez más, según muestran los cables, esas advertencias procedían de liberales, incluso de aquellos que antes no consideraban a la OTAN y a Estados Unidos como las principales amenazas para Rusia. Un cable de agosto de 2008 describía una reunión con el embajador ruso Vladimir Lukin, Defensor de los Derechos Humanos -descrito como “un liberal en la escena política rusa, alguien dispuesto a cooperar con Estados Unidos”-, quien explicó el reconocimiento por parte de Medvédev de la independencia de las regiones separatistas de Georgia tras la guerra, al que se había opuesto en un principio, como una respuesta de seguridad a la deriva de la OTAN hacia las fronteras rusas. Dado que escaladas como el acuerdo de defensa antimisiles entre Estados Unidos y Polonia de 2008 demostraban que las acciones antirrusas “no se detendrían”, dijo, “Moscú tenía que demostrar que, al igual que Estados Unidos, puede tomar y tomará las medidas que considere necesarias para defender sus intereses”.

El cable concluía que las opiniones de Lukin “reflejan el pensamiento de la mayoría de la élite de la política exterior rusa”.

Vender la OTAN a Ucrania

Aparte de Burns -cuyos memorandos de la era Bush advirtiendo de la amplitud de la oposición rusa a la expansión de la OTAN y de que provocaría una intensificación de la intromisión en Ucrania se han hecho famosos desde la invasión rusa-, los funcionarios estadounidenses reaccionaron en gran medida con desdén.

Las objeciones rusas a esta política y a otras cuestiones largamente debatidas se describieron una y otra vez en los cables como “repetidas”, “viejas”, “nada nuevo” y “en gran medida predecibles”, una “letanía familiar” y un “refrito” que “aportaba poca sustancia nueva”. Incluso la postura de Noruega, aliada de la OTAN, de que comprendía las objeciones rusas aunque se negara a permitir que Moscú vetara los movimientos de la alianza, fue tachada de “repetir como un loro la línea de Rusia”.

Los funcionarios estadounidenses se mostraron igualmente indiferentes ante las advertencias explícitas -de funcionarios del Kremlin, aliados de la OTAN, expertos y analistas, e incluso dirigentes ucranianos- de que Ucrania estaba “dividida internamente respecto al ingreso en la OTAN” y que el apoyo público a la adhesión “no estaba totalmente maduro”. La división este-oeste dentro de Ucrania respecto a la idea del ingreso en la OTAN la hacía “arriesgada”, advirtieron los responsables alemanes, y podría “romper el país”. Los tres principales políticos ucranianos “adoptaron posturas de política exterior basadas en consideraciones políticas internas, sin tener apenas en cuenta los efectos a largo plazo sobre el país”, afirmó uno de ellos.

Esos mismos políticos también dejaron claro que la opinión pública no estaba allí, ya fuera el ex ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania Volodymyr Ogryzko, antirruso, o el ex primer ministro Víktor Yanukóvich, más favorable a Rusia -después pintado engañosamente como una marioneta del Kremlin y derrocado como presidente en las protestas de Maidan de 2014-, que se jactó ante un diplomático estadounidense de que el apoyo a la OTAN había aumentado durante su mandato. En respuesta, muestran los cables, los funcionarios de la OTAN presionaron a los líderes ucranianos para que adoptaran una postura pública firme a favor de la adhesión, y discutieron cómo persuadir a la población de Ucrania “para que fueran más favorables [hacia] ella.” Más tarde Ogryzko reveló a Merkel “que ya se está llevando a cabo una campaña de educación pública”, y que Ucrania “había discutido la cuestión de las campañas de educación pública con Eslovaquia y otras naciones que se habían unido a la OTAN recientemente”.

Todo ello a pesar de los riesgos reconocidos. Los cables recogen las advertencias de analistas rusos liberales “de que [el entonces presidente ucraniano Viktor] Yushchenko estaba utilizando el ingreso en la OTAN para apuntalar una identidad nacional ucraniana que requería poner a Rusia en el papel de enemigo”, y que “como el ingreso seguía siendo divisivo en la política interna ucraniana, creaba una apertura para la intervención rusa”.

“Los expertos nos dicen que a Rusia le preocupa especialmente que las fuertes divisiones existentes en Ucrania en torno a la adhesión a la OTAN, con gran parte de la comunidad étnico-rusa en contra de la adhesión, puedan provocar una gran división, que implique violencia o, en el peor de los casos, una guerra civil”, escribió Burns en febrero de 2008. Rusia, escribió además, tendría entonces “que decidir si interviene; una decisión a la que Rusia no quiere tener que enfrentarse”.

A pesar de la actitud desdeñosa de muchos funcionarios estadounidenses, partes del establishment de seguridad nacional de Estados Unidos comprendieron claramente que las objeciones rusas no eran meras “flexiones musculares”. Las ansiedades del Kremlin sobre un “ataque militar directo contra Rusia” eran “muy reales”, y podrían llevar a sus líderes a tomar decisiones precipitadas y contraproducentes, afirmó un informe de 2019 de la Corporación RAND, financiada por el Pentágono, que exploró estrategias teóricas para sobreextender a Rusia.

“Proporcionar más equipo y asesoramiento militar estadounidense” a Ucrania, afirmaba, podría llevar a Moscú a “responder montando una nueva ofensiva y apoderándose de más territorio ucraniano”, algo no necesariamente bueno para los intereses de Estados Unidos, y mucho menos para los de Ucrania, señalaba.

Advertencias ignoradas

Sin embargo, en los años, meses y semanas que condujeron a la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, las sucesivas administraciones estadounidenses siguieron por el mismo camino.

La cooperación de Ucrania con la OTAN “se ha profundizado con el tiempo”, según afirma hoy la propia alianza. Al estallar la guerra, el país acogía con frecuencia a tropas occidentales en una base militar, los soldados ucranianos recibían entrenamiento de la OTAN, planeaba dos nuevas bases navales vinculadas a la OTAN y ha recibido sumas sin precedentes de ayuda militar estadounidense, incluidas armas ofensivas -una política del ex presidente Donald Trump que su predecesor liberal había rechazado explícitamente, por temor a provocar una respuesta desastrosa de Moscú-. Tres meses antes de la invasión, Ucrania y Estados Unidos firmaron una Carta de Asociación Estratégica actualizada “guiada” por la controvertida declaración de Bucarest de Bush, que profundizaba la cooperación en materia de seguridad entre ambos países y apoyaba las aspiraciones de adhesión de Ucrania, vistas como una escalada en Moscú.

A medida que la actividad militar de Estados Unidos ha aumentado en la región desde 2016, a veces involucrando a Ucrania y Georgia, las tensiones entre la OTAN y Rusia también han aumentado. Aunque Moscú se opuso públicamente a las misiones estadounidenses en Europa que los expertos temían que fueran demasiado provocativas, las fuerzas de la OTAN y Rusia han experimentado miles de peligrosos encuentros militares en la región y en otros lugares. En diciembre de 2022, con el temor a una invasión en aumento, Putin dijo personalmente a Biden que “la expansión hacia el este de la alianza occidental era un factor importante en su decisión de enviar tropas a la frontera de Ucrania”, informó el Washington Post.

Nada de esto significa que no hubiera otros factores que influyeran en el estallido de la guerra, desde las presiones internas rusas y la escasa opinión del propio Putin sobre la independencia ucraniana hasta las numerosas y bien conocidas quejas rusas contra la política estadounidense que también aparecen con frecuencia en los informes diplomáticos. Tampoco significa, como argumentan los halcones, que esto “justifique” de algún modo la guerra de Putin, como tampoco lo hace comprender cómo la política exterior estadounidense ha alimentado el terrorismo antiamericano que “justifica” esos crímenes.

Lo que sí significa es que las afirmaciones de que el descontento ruso por la expansión de la OTAN es irrelevante, una mera “hoja de parra” para el expansionismo puro y duro, o simplemente propaganda del Kremlin, quedan desmentidas por este largo historial. Más bien, las sucesivas administraciones estadounidenses siguieron adelante con la política a pesar de que durante años se les advirtió copiosamente -incluidos los analistas que les asesoraban, los aliados, incluso sus propios funcionarios- de que alimentaría el nacionalismo ruso, crearía un Moscú más hostil, fomentaría la inestabilidad e incluso la guerra civil en Ucrania, y podría conducir finalmente a una intervención militar rusa, todo lo cual acabó ocurriendo.

“No acepto la línea roja de nadie”, dijo Biden en los prolegómenos de la invasión, mientras su administración rechazaba las negociaciones con Moscú sobre el estatus de Ucrania en la OTAN. Sólo podemos imaginar el mundo en el que él y sus predecesores tenían.

*Branko Marcetic es redactor de Jacobin y autor de Yesterday’s Man: The Case Against Joe Biden.

Este artíulo fue publicado por Counter Punch.

FOTO DE PORTADA: AFP.

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