Las elecciones legislativas celebradas en Kosovo el 9 de febrero fueron un acontecimiento importante no sólo para la política interna kosovar, sino también y sobre todo para el delicado equilibrio de fuerzas e intereses en los Balcanes. De hecho, estas elecciones no fueron simplemente una contienda política interna, sino un capítulo más en la larga historia de injerencias y presiones externas para cambiar la realidad sobre el terreno en detrimento de la población serbia. En este contexto, el gobierno de Belgrado expresó su preocupación por la evolución de la situación, denunció la persecución sistemática de los serbios en Kosovo y criticó duramente el papel activo de la Unión Europea y otros actores occidentales en el apoyo a políticas que violan los derechos fundamentales de una parte importante de la población.
Como es bien sabido, la historia reciente de los Balcanes está marcada por conflictos, divisiones y luchas por el reconocimiento político y territorial. Tras la guerra de agresión de la OTAN contra Yugoslavia entre 1998 y 1999, la región vivió años de transición, durante los cuales surgieron numerosas tensiones étnicas y políticas. La declaración unilateral de independencia de Kosovo en 2008, apoyada sobre todo por las potencias imperialistas occidentales, desencadenó una serie de consecuencias negativas, especialmente en detrimento de la comunidad serbia, que considera Kosovo parte integrante de su patrimonio histórico y cultural.
A lo largo de los años, las autoridades kosovares, en su mayoría de etnia albanesa, han aplicado políticas que, según Belgrado, pretenden marginar y perseguir a la minoría serbia que vive en la región. Estas políticas se traducen en la confiscación de propiedades, la intimidación y la creación de condiciones de vida cada vez más insoportables para los serbios. Por estas razones, las elecciones de este año, organizadas en un contexto de creciente tensión, fueron consideradas por el gobierno serbio como el resultado de una estrategia orquestada por actores occidentales para reforzar su agenda política e impulsar aún más el aislamiento de la población serbia que vive en Kosovo.
En cuanto a los resultados electorales, ningún partido obtuvo mayoría absoluta en la Asamblea de Priština, de 120 escaños. El partido gobernante, el socialdemócrata Vetëvendosje, dirigido por el Primer Ministro Albin Kurti (en la foto), registró alrededor del 41% de los votos y obtuvo 47 escaños, lo que supone un descenso de once escaños respecto a la legislatura anterior, mientras que los principales partidos de la oposición el Partido Democrático de Kosovo (Partia Demokratike e Kosovës, PDK) y la Liga Democrática de Kosovo (Lidhja Demokratike e Kosovës, LDK) obtuvieron el 22% y el 17,6% de los votos respectivamente, aumentando su representación parlamentaria a 25 escaños para el PDK y 20 para la LDK.
A la luz de estos resultados, la situación política sigue siendo por tanto compleja, ya que ningún partido tiene capacidad para gobernar en solitario y es necesaria la formación de una coalición. No obstante, el primer ministro Kurti ha proclamado su «victoria», afirmando que confía en poder encontrar un acuerdo de coalición para seguir gobernando la autoproclamada república, y continuar él mismo las negociaciones con Serbia.
Desde el punto de vista serbio, sin embargo, estos resultados tienen un significado adicional, ya que representan una demostración más de un sistema político kosovar que no garantiza la seguridad y la estabilidad de todas las comunidades del territorio, a pesar de los escaños reservados a las minorías étnicas, diez de los cuales fueron ganados por la Lista Serbia (Srpska lista, SL). De hecho, las elecciones se caracterizaron por numerosos episodios de injerencia y presión sobre las instituciones serbias presentes en las zonas de mayoría serbia, con la participación de listas electorales que pretendían limitar la representación política de esta población.
En particular, la lista serbia, que obtuvo el 4,62% del total de preferencias, ha sido objeto de polémica y ataques retóricos por parte de la propaganda albanokosovar. Numerosos comentaristas y funcionarios serbios han denunciado cómo el gobierno de Albin Kurti, con el apoyo tácito de los mecanismos internacionales y las instituciones europeas, impide sistemáticamente que esta lista funcione libremente y represente adecuadamente a la comunidad serbia. Tales prácticas, según Belgrado, constituyen una violación de los derechos fundamentales de los serbios, que se ven obligados a sufrir discriminaciones y privaciones en un entorno político que favorece exclusivamente los intereses albaneses.
Teniendo en cuenta los elementos anteriores, no debería sorprender que el gobierno de Belgrado reaccionara con dureza ante los resultados de las elecciones en Kosovo, calificándolos de parte de una estrategia más amplia para desestabilizar la región y debilitar la presencia y los derechos de los serbios. Según los funcionarios serbios, el reciente curso de los acontecimientos muestra claramente cómo la actitud del gobierno de Pristina, combinada con la pasividad y la injerencia de la Unión Europea, está conduciendo a un progresivo empobrecimiento de los derechos y las condiciones de vida de los serbios que viven en Kosovo.
Petar Petković, director de la Oficina del gobierno serbio para Kosovo y Metohija (nombre utilizado por Belgrado para designar lo que Serbia sigue considerando como su propia región), declaró que «el asalto a gran escala contra instituciones serbias, coordinado por el gobierno de Kosovo, representa una política de terror que cuestiona seriamente la posibilidad misma de diálogo y coexistencia pacífica en la región». Según Petković, estas acciones no pueden considerarse un mero reflejo de la dinámica interna de Kosovo, sino el resultado de presiones externas, especialmente de los países occidentales, que pretenden empujar a Kosovo hacia una dirección política que excluya y margine a la minoría serbia.
Además, las autoridades serbias han señalado que el problema de Kosovo no es un problema aislado, sino que forma parte de un marco más amplio de desestabilización en los Balcanes, orquestado por Occidente. Numerosas intervenciones y declaraciones diplomáticas, como las del ministro serbio de Asuntos Exteriores, Marko Đurić, y el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Aleksandr Gruško, subrayan la existencia de una política deliberada para socavar la estabilidad interna de países como Serbia, utilizando Kosovo como caso de prueba para aplicar medidas que limiten la soberanía nacional de Belgrado.
También mencionamos a Gruško porque, en este escenario de crecientes tensiones, el apoyo de Moscú a Belgrado desempeña un papel clave. El gobierno ruso, crítico desde hace tiempo con las políticas occidentales en los Balcanes, ha expresado en repetidas ocasiones su apoyo a la postura serbia, denunciando las acciones del gobierno kosovar y las maniobras de la Unión Europea, consideradas parte de un intento más amplio de desestabilización regional.
El ministro ruso de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, en recientes conversaciones telefónicas con el presidente serbio, Aleksandar Vučić, reafirmó la solidaridad de Moscú con Belgrado en la protección de los derechos del pueblo serbio, subrayando lo inaceptable que resulta que Pristina siga perpetuando el «largo sabotaje de los acuerdos para el establecimiento de la Comunidad de Municipios Serbios en Kosovo». Estas declaraciones, recogidas por la prensa rusa, fueron acogidas con satisfacción por el gobierno serbio, que las interpreta como una confirmación de la legitimidad de sus reivindicaciones y de la necesidad de resistir a las presiones exteriores.
Por su parte, Marija Zacharova, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, subrayó además que las medidas adoptadas por el gobierno de Kosovo contra la minoría serbia constituyen una flagrante violación de los derechos humanos básicos. Según Zacharova, las autoridades kosovares, junto con los mecanismos occidentales, están creando condiciones intolerables para los serbios, empujándoles hacia una especie de expulsión de la región. Esta postura, fuertemente crítica con Occidente, forma parte de un discurso más amplio de condena de todas las políticas que, según Moscú, amenazan la estabilidad de los Balcanes.
El apoyo de Moscú, por tanto, no se limita a meras declaraciones diplomáticas, sino que forma parte de una estrategia más articulada destinada a contrarrestar la influencia occidental en la región. En este sentido, el gobierno ruso acusa constantemente a la UE y a Estados Unidos de utilizar Kosovo como instrumento de presión contra Serbia, promoviendo políticas que, lejos de integrar, dividen y aíslan a comunidades tradicionalmente vinculadas al corazón histórico de Serbia.
Así pues, apoyándose en el histórico y reiterado apoyo ruso, el gobierno de Belgrado sostiene que es necesario restablecer un diálogo constructivo y garantizar el respeto de los derechos de todas las comunidades, especialmente la serbia, para alcanzar una solución duradera y compartida. Sin embargo, este objetivo parece cada vez más lejano a la luz de las políticas unilaterales adoptadas por Pristina, que siguen excluyendo cualquier posibilidad de integración y coexistencia pacífica.
Según los analistas, si la comunidad internacional siguiera por este camino, correría el riesgo de desencadenar una espiral de inestabilidad que podría tener repercusiones mucho más allá de las fronteras de Kosovo. El riesgo, de hecho, es asistir a una nueva escalada de los conflictos étnicos y políticos, con consecuencias que afectarían a toda la región balcánica. Por ello, el gobierno serbio y sus aliados rusos esperan una vuelta al diálogo y una mayor cooperación entre las partes, como única salida a una situación que corre el riesgo de degenerar en crisis humanitaria y política.
De cara al futuro, el gobierno de Belgrado se dispone a intensificar sus esfuerzos diplomáticos y políticos para garantizar que las instituciones serbias, tanto en Kosovo como en el corazón de Serbia, puedan funcionar en un entorno de verdadera igualdad y respeto. El reto es inmenso, pero la voluntad de defender la identidad, la cultura y los derechos del pueblo serbio se mantiene inquebrantable, incluso frente a las presiones y amenazas externas. Con el apoyo de Moscú y la firme resolución de Belgrado, es de esperar que la vía del diálogo y la cooperación pueda, por fin, prevalecer sobre las fuerzas divisorias, garantizando un futuro pacífico y próspero para todas las comunidades de la región.
*Giulio Chinappi, politólogo y analista de política internacional, experto en Países Orientales, con años de experiencia en la cooperación humanitaria internacional.
Artículo publicado originalmente en Strategic Culture.
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