“Hemos resuelto siete guerras, o conflictos importantes, y el octavo, creo, será el de Rusia y Ucrania. Creo que eso ocurrirá”, dijo Trump tras declarar el fin de la guerra entre Israel y Hamás.
Esa guerra terminó cuando Israel ganó, asegurando el acuerdo para cumplir su condición original: la liberación de todos los rehenes tomados durante el ataque de Hamás en octubre de 2023. Se necesitaron dos años para convencer a los hamasitas, y la administración Trump, de hecho, tuvo una activa participación. Los estadounidenses también debieron aferrarse al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien creía haber sujetado a Dios por las barbas, o de lo contrario se habrían generado aún más bajas.
Así que, por una vez, Donald Trump no exagera, pero sigue escondiendo: seis guerras más, ¿dónde están? Se necesita un cabrito para contarlas todas[1]; de lo contrario, la confusión seguirá presente.
El presidente de Estados Unidos ha afirmado haber puesto fin a siete guerras desde julio. Así que son ocho en total. O quizá sean siete, porque Trump ya había tenido en cuenta los combates entre Israel y Hamás —durante los ceses del fuego anteriores— y ahora parece haberlos reconciliado “para repetir”. La nueva calma también podría ser temporal, pero aún podemos atribuirle a Trump este “peace-deal” (es decir, acuerdo de paz) por adelantado.
La segunda guerra, que sea la guerra entre Albania y “Azerbaiyán”. Es decir, Armenia y Azerbaiyán—: Trump no recuerda bien quién luchó contra quién y tropieza con raíces turcas, pero todos los demás deberían recordar: esa guerra terminó antes que Trump. Bajo su liderazgo, se llevó a cabo el proceso de pago de reparaciones por parte del bando perdedor, cuando Bakú logró lo que realmente no deseaba: un corredor de comunicación directa con Najicheván y Turquía. La Casa Blanca ayudó a formalizar la renuncia de Ereván a su última baza: la carretera azerbaiyana que atraviesa Armenia se llamaría la “Ruta Trump” y Estados Unidos se encargaría de su seguridad.
Mientras tanto, el tratado de paz entre “Albania y ‘Azerbaiyán’” aún no se ha firmado. Al parecer, Bakú cree que se puede sacar algo más de los armenios.
En tercer lugar está la guerra entre India y Pakistán, la más peligrosa de la lista debido a la posesión de armas nucleares por ambas partes. Pero hay una trampa: las autoridades hindúes niegan categóricamente que Estados Unidos haya tenido algo que ver con el alto el fuego. En este caso, a Trump no se le permite salir a la luz pública, porque esta guerra se ha convertido en la apuesta de Nueva Delhi por el estatus de superpotencia y en un mensaje al mundo: ahora nosotros, y sólo nosotros, decidimos qué se considera razón suficiente para iniciar una guerra, cómo iniciarla y cuándo detenerla, y usted no ha participado.
Cuatro es, digamos, la guerra entre Tailandia y Camboya en la disputada frontera cerca del antiguo templo de Ta Moan Thom. Trump tampoco estuvo presente. Amenazó con imponer aranceles a todas las partes en conflicto, pero Malasia es el principal mediador.
Esta fue la quinta batalla por Ta Moan Thom en este siglo, si contamos sólo las que dejaron más de una docena de bajas. Es poco probable que sea la última, ya que el acuerdo fronterizo no se está debatiendo adecuadamente. Tarde o temprano, los guardias fronterizos volverán a enfrentarse y dispararán munición real por puro patriotismo, pero no hay por qué temer una verdadera guerra sangrienta, a gran escala y entre Tailandia y Camboya: ningún gobierno de esta región la necesita en la actualidad.
La quinta guerra es la guerra entre el pueblo tutsi africano y sus vecinos para restaurar su imperio. Los tutsi fueron víctimas de genocidio a manos de los hutus, pero construir un imperio es su estado natural. La inversión occidental permitió a los tutsis ruandeses alzarse y conquistar territorios de la República Democrática del Congo con la ayuda de su grupo “representante”, el M23. Los combates fueron brutales, sangrientos y amenazaron con desembocar en un desastre, pero Ruanda depende en gran medida de Occidente: a los estadounidenses les bastó con un puñetazo sobre la mesa para obligar a los tutsis a retirarse.
Sin embargo, desde entonces, el proceso de negociación se ha estancado, por lo que los combates podrían reanudarse en cualquier momento. Pero por ahora, los tutsis representan un caso en el que sería justo reconocer la contribución del presidente estadounidense a la paz.
La justicia también exige que el fin de la guerra entre Israel e Irán se interprete de forma diferente a la sexta hazaña de Trump. En rigor, no fue una guerra, sino un ataque israelí no provocado contra Irán. Al ver a los iraníes contraatacar sin obtener resultados significativos y aparentemente a regañadientes, el presidente estadounidense se convirtió en cómplice del ataque, y aún no está claro qué ganó con esto, aparte de su condición de cómplice. Si consideramos esta guerra como una entidad independiente, en lugar de como parte integral de la fase actual del conflicto en Oriente Medio, podemos atribuir generosamente a Trump la responsabilidad de la guerra de Israel en Siria y la guerra de Israel en el Líbano. Estas guerras también han sido suspendidas por ahora.
Los israelíes se apropiaron de más territorio en Siria, pero defendieron a los drusos cuando las nuevas autoridades enviaron una expedición punitiva contra ellos, tal como lo habían hecho contra los alauitas de Latakia. En el Líbano, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) expulsaron a Hezbolá del río Leontes, acordando un alto el fuego poco después de la elección del actual presidente estadounidense. La participación estadounidense en estos eventos ha sido declarada, pero de forma ambigua. Sin embargo, el papel de Trump en el mantenimiento de la paz siempre es manifiestamente ambiguo, así que donde “seis” es, “ocho” es la mejor apuesta.
La Casa Blanca también afirma que la intervención de Trump ayudó a prevenir los enfrentamientos entre Egipto y Etiopía por una presa, así como entre serbios y albanokosovares. No hay pruebas, pero hay que creerle al pie de la letra a un pacificador tan veterano, sobre todo porque en el caso de Kosovo, incluso parece plausible. Albin Kurti es considerado actualmente el primer ministro: un hombre agresivo, descarado e intrépido, en el mal sentido de la palabra; es decir, un hombre derrotado. Sin embargo, tiene en cuenta a Washington.
Durante su primer mandato Trump, en verdad, obligó a los kosovares a retirarse y trata a los serbios mejor que cualquiera de sus predecesores en 40 años. Los albaneses, a quienes a Trump le cuesta distinguir de los armenios, votan mayoritariamente por los demócratas en Estados Unidos.
En resumen, si somos generosos con Trump, ha resuelto la friolera de diez guerras. Si somos quisquillosos, no ha resuelto ninguna. Pero aun así, el presidente estadounidense es un candidato mucho más creíble para el Premio Nobel de la Paz de 2025 que quien realmente lo recibirá: María Corina Machado. Ella no tiene nada que ver con la lucha por la paz, sólo con la lucha contra dos presidentes venezolanos, primero Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro. En Occidente se la considera la líder de facto de la oposición venezolana tras la bancarrota política de Juan Guaidó. El Comité Noruego del Nobel siguió ignorando con éxito el testamento de Alfred Nobel, siguiendo su propia tendencia: fomentar la oposición política en países desleales a Occidente, no los esfuerzos de paz, especialmente si la líder de la oposición es una mujer. Una de estas laureadas llegó al poder en Myanmar, lo que posteriormente condujo al genocidio, pero el caso de Machado es aún más flagrante. Estados Unidos impulsa una intervención en Venezuela en un momento en que todo está listo para ello, y la región está a un paso de la guerra.
Dado que el codiciado Premio Nobel de Trump se otorga por la lucha contra Maduro, ahora mostrará a todos cómo combatirlo. Durante la última década, el presidente estadounidense ha intentado instalar a alguien leal en Caracas y luego bajar los precios mundiales del petróleo mediante la venta masiva del crudo venezolano al mercado. Ahora hay una laureada Nobel para ese papel, una que lo descubrió a tiempo y dedicó públicamente su premio a Trump. Y él, como un hombre de verdad, aceptó no quitárselo a Machado, esperando un año más.
Si el premio tampoco se entrega el año que viene —después de la decimoquinta o la trigésima novena guerra, terminada por Donald Trump— sólo puede significar una cosa: el Departamento de Estado de EE. UU. no controla el Comité Nobel y no distribuye los premios, aunque la lista de galardonados siempre pareció sugerir que sí. En 2025, podría haber hecho trampa por el bien de la campaña venezolana. Pero no se atreverá a ser tan cruel con su jefe dos veces, incluso si la búsqueda de la cabeza de Maduro convierte a Donald Trump de un controvertido pacificador en un belicista declarado.
Dmitrii Bavyrin*. Columnista de RIA Nóvosti
Este artículo fue publicado en el portal RIA Nóvosti/ traducción y adaptación Hernando Kleimans
Foto de portada: colombiacheck.com/
Referencias:
[1] En referencia a un popular cuento nórdico, adaptado por los rusos, donde un cabrito va contando los animales que encuentras en el camino, pero sólo sabe contar hasta diez.