Este libro destaca no sólo por la personalidad de su autor, que vivió en carne propia los estragos del golpe militar contra el gobierno de Evo Morales en noviembre de 2019, por lo que tuvo que permanecer en calidad de asilado en la residencia del Embajador de México en La Paz, durante casi un año, junto con un grupo de personalidades vinculadas al MAS.
El libro de Hugo Moldiz pone sobre el tapete la cuestión de la democracia en los países latinoamericanos a la luz de los recientes acontecimientos de la historia continental. Sus reflexiones constituyen un valioso aporte a las luchas liberadoras y emancipadoras de los pueblos de la Patria Grande, en momentos en que en el seno del imperialismo yanqui comienzan a ponerse en práctica nuevas amenazas para contener las luchas liberadoras de los pueblos.
LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA
La democracia como sistema político de gobierno ha evolucionado en el continente desde la última posguerra mundial, cuando la izquierda y los movimientos sociales que luchaban por avances democráticos y mayor participación social emergieron con renovado prestigio. En los últimos años de la década del 40 y en los 50 se producen significativos avances democráticos, caen las viejas dictaduras militares, en cierta forma se da una suerte de primavera democrática, que culmina con la inesperada victoria de la Revolución Cubana.
Ante el riesgo de que esta ola democratizadora pudiera poner en cuestión la dominación norteamericana, a favor del ejemplo cubano, desde el gobierno de Kennedy se impulsó la Alianza Para el Progreso (AP). Este ambicioso programa continental financiado por Estados Unidos, tenía el propósito de promover las reformas agraria, empresarial, educativa y otras, para mejorar las condiciones de vida de la población y sentar las bases del funcionamiento del sistema democrático.
Como todos conocemos, la AP fracasó en toda la línea, rebasada por las exigencias populares y la resistencia de los sectores económicos más retardatarios. El caso peruano lo conocemos muy bien. El gobierno belaundista, cuyas siglas incluso coincidían con la AP de Kennedy, naufragó en la “superconvivencia” con la derecha apro – odriista en el Congreso, asumiendo la represión contra las masas campesinas. Lo remplazó el gobierno militar encabezado por el Gral. Velasco Alvarado, en 1968, que efectivamente realiza importantes reformas, en principio para contener el peligro de un estallido revolucionario. Dos años más tarde, en Chile triunfaba la Unidad Popular, con Salvador Allende al frente, con la propuesta del tránsito al socialismo por la vía pacífica.
Así, a nivel continental, se ingresa en una nueva fase caracterizada por las dictaduras militares del Cono Sur: el Chile sangriento de Pinochet; la Argentina de Videla; Bolivia, con Banzer; Uruguay; Perú, con la dictadura de Morales Bermúdez. El pretexto de tan groseras violaciones del ordenamiento jurídico y de los derechos humanos no era otro, por supuesto, que la defensa de la democracia y de los valores del sistema.
Con el gobierno de Carter en USA (1977 – 1981), se inicia una nueva fase de democratización en Latinoamérica. Los militares vuelven a sus cuarteles y la política queda nuevamente en manos de los partidos. En este período comienza a implementarse el modelo neoliberal en la región, a partir del gobierno pinochetista. Los siguientes gobiernos de Reagan (1981 – 1989), Busch (1989 –1993) y Clinton (1993 – 2001) continúan este proceso, generalizándose el neoliberalismo y el funcionamiento formal dentro de los límites de la democracia institucional.
Desde finales del siglo XX y los primeros años del XXI se produce una primera ola de gobiernos de izquierda en el continente. Con el ejemplo precursor de la Revolución Cubana, el iniciador fue Chávez, en Venezuela (1999); al que siguieron Lula, en Brasil, y Néstor Kirchner, en Argentina (2003); Evo Morales, en Bolivia (2006); y Rafael Correa, en Ecuador (2007). Después de una breve fase de recuperación de los gobiernos afines a Estados Unidos en la segunda década, tanto por golpes de estado de nuevo tipo como por campañas electorales, nos encontramos ahora en la segunda ola de gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina y el Caribe.
No cabe duda de que el debilitamiento de la hegemonía norteamericana a escala planetaria, ante el crecimiento económico y militar de las llamadas potencias emergentes (China, Rusia, India, Sudáfrica y otras), ha favorecido este avance de los movimientos populares y gobiernos progresistas en el continente. Quedó en evidencia en el reciente fracaso de la Casa Blanca en la Cumbre de las Américas (la Cumbre de la Exclusión), efectuada en Los Ángeles, a principios de junio último.
LA DEMOCRACIA DEL PUEBLO
También es importante señalar que al interior de varios de los procesos políticos más avanzados del continente se han producido en los últimos lustros desarrollos imprevistos, que constituyen aportes y avances notables. Es el caso de Venezuela, Ecuador y Bolivia, en los albores del siglo XXI, a través de la acumulación de fuerzas de los sectores explotados y oprimidos y la masiva participación en las respectivas asambleas constituyentes.
De esta forma los procesos populares han avanzado, han cuestionado las formas tradicionales de poder de las burguesías intermediarias, los pobres y explotados han logrado el reconocimiento de muchos de sus derechos, han acumulado fuerzas y han logrado conquistas significativas.
Estos avances se han logrado a través de la lucha democrática, la ampliación de la participación directa y la democracia comunitaria. Quedan en evidencia las diferencias abismales entre la democracia formal institucional y la democracia participativa popular, comunitaria y de base. Nos enseñan a revalorar la importancia de construir poder popular democrático en el seno del pueblo pobre y explotado.
Es cierto que en sí mismos estos avances no constituyen un cambio revolucionario, pero expresan un gran avance en la conciencia y organización de los pueblos, imprescindibles para llevar adelante una revolución auténtica.
LAS LÍNEAS DE ACCIÓN DEL IMPERIO
Los últimos cuatro golpes de estado contra gobiernos de izquierda y progresistas en América Latina – Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016) y Bolivia (2019) – han sido golpes seudo legales con participación de poderes del Estado y de las FFAA, los medios de comunicación y las redes sociales. En dos de ellos (Honduras y Bolivia), la intervención militar ha sido más notoria.
El último golpe militar, en 2019, en Bolivia, por ejemplo, se produce ante un gobierno con amplio respaldo ciudadano que venía desafiando en los últimos años las principales orientaciones de la política norteamericana en la región.
Surge la crisis con el pretexto de un supuesto fraude electoral denunciado por la derecha, los medios de comunicación, las redes sociales y la Organización de Estados Americanos (OEA), entidad estrechamente vinculada a la defensa de los intereses norteamericanos. El golpe se produce a través de manifestaciones callejeras de grupos de civiles armados, que asaltan y queman locales electorales, y desatan acciones terroristas selectivas, en momentos en que las fuerzas policiales se declaran en huelga y abandonan las calles. La intervención de los jefes militares obliga a la renuncia del presidente Evo Morales y da paso a la formación ilegal en el Congreso de un nuevo gobierno.
Todo indica que el empleo del aparato del Estado, desde las Fuerzas Armadas y la Policía, hasta la Justicia y el Parlamento, con el respaldo de los medios de comunicación y las redes sociales, se ha vuelto una constante. Es lo que se denomina “guerras híbridas” o “de cuarta generación”.
Esto tiene que ver con el rol de las FFAA. Son inútiles para la seguridad externa pero decisivas para la seguridad interna. Las FFAA se convierten en un poderoso instrumento para resguardar la democracia que quiere mantener el imperio. Sigue siendo válida la antigua doctrina de la seguridad nacional, con algunos ajustes acordes a los nuevos tiempos. El “comunismo”, el enemigo externo de la época de la guerra fría, hoy es el “terrorismo” o el “narco – terrorismo”.
La organización militar puede desempeñar el rol de árbitro en las crisis o de apoyo a la gestión gubernamental y también, en ciertos casos, puede asumir la jefatura del Estado. No es de extrañar que los sucesivos gobiernos norteamericanos destinen ingentes recursos a armar, entrenar y adoctrinar las FFAA de la región.
El mayor problema que enfrenta Estados Unidos en su relación con América Latina es el fracaso de lo esencial de su propuesta política. No funciona la combinación del neoliberalismo con la democracia formal. El neoliberalismo se ha mostrado incapaz de satisfacer las demandas de las mayorías pobres y explotadas del continente y en las elecciones democráticas los candidatos del sistema son derrotados una y otra vez. En nuestro país, hace un año, por primera vez a lo largo de la República, ganó las elecciones Pedro Castillo, un desconocido maestro provinciano, derrotando a la corrupta candidata de la reacción, Keiko Fujimori. Y hace un mes, en la misma Colombia, el país privilegiado por su estrecha relación con la política norteamericana, triunfaron los candidatos populares Gustavo Petro y Francia Márquez.
En una coyuntura mundial en que enfrenta el constante debilitamiento de su hegemonía, Estados Unidos necesita prioritariamente recuperar el control político y económico del continente. No sólo por razones históricas, sino sobre todo por el control de su inmenso territorio, la población y la diversidad de recursos naturales y materias primas con que contamos.
La tesis central del libro de Hugo Moldiz es que el imperialismo está poniendo en marcha una estrategia de recuperación del control de América Latina y el Caribe expulsando o excluyendo del sistema a las fuerzas populares, de izquierda y progresistas que propongan las mínimas reformas que obstaculicen el ciclo de rotación del capital y que pongan en riesgo su papel geopolítico regional y mundial. Ni qué decir de los gobiernos que plantean dejar atrás el capitalismo. La amenaza es la instauración de las “democracias de excepción”, que no son lo mismo que las viejas dictaduras militares de los 70.
“Para lograr eso, Estados Unidos y la derecha deben no solo desplazar a la izquierda y el progresismo del gobierno (o del poder) sino descabezar y destruir a los partidos y movimientos sociales por la vía de la combinación de lawfare (juicios políticos sin sustento legal), linchamientos mediáticos o instalación de la post verdad a través de las llamadas fake news, proscripciones de nuevo tipo —como el boicot a la implementación de los Acuerdos de Paz en Colombia, la cancelación de personerías jurídicas de los partidos de izquierda (como los intentos hacia el MAS en Bolivia y el FMLN en El Salvador)—, y, donde sea posible, mediante el asesinato selectivo de sus dirigencias y líderes de todo tipo, como sigue ocurriendo en Colombia y ha dado sus primeros pasos en Brasil.
Estamos hablando de la instauración de ‘democracias de excepción’ y la construcción de sociedades en las que se produzca una ‘elección democrática del fascismo’ como advirtió acertadamente el intelectual panameño Nils Castro a propósito de lo sucedido en el país carioca. Esta expulsión o proscripción no declarada de la izquierda del juego democrático, paradójicamente desarrollada sobre un discurso de ‘recuperación de la democracia’, de ‘los derechos humanos’ y la ‘libertad de expresión’ que el ‘populismo de izquierda’ se encargó ‘de destruir’, implicará el cierre de todos los espacios legales de lucha y participación social de ‘los de abajo’. La derecha no solo quiere recuperar el poder desplazando a la izquierda, sino que quiere destruir todo lo que huela a cambio.”
HASTA LA VICTORIA SIEMPRE
América Latina y el Caribe sigue siendo un espacio de enfrentamiento y disputa entre los intereses de Estados Unidos y los pueblos de nuestra Patria Grande. La lucha que se vislumbra en los próximos años anticipa ser mucho más encarnizada, en todos los frentes, que en el pasado.
La democracia formal fortalecida después de las dictaduras militares de los 70 ya no sirve a las burguesías intermediarias para evitar el impacto de la crisis del capitalismo ni al imperialismo para contener la insurgencia de las masas. Los millones de explotados y oprimidos de nuestros pueblos, incluso sin haber resuelto la falta de dirección, siguen combatiendo por su definitiva liberación nacional y social.
Así se están dando los primeros pasos de una nueva militarización de las sociedades latinoamericanas y de sus sistemas políticos, impulsada por Estados Unidos. Esto implica la sobre determinación del aparato de Estado respecto de la lucha política y del comportamiento de la democracia en su definición más general.
El riesgo de un retorno de los militares a la política es muy grave. Las clases dominantes se ven forzadas a recurrir, como ya lo están haciendo en distintos grados, al empleo de las fuerzas, policiales o militares, para mantener el orden capitalista. Los militares están condicionados a volcar su preparación hacia el “enemigo interno”, que sigue siendo el pueblo.
No queda otra alternativa a los trabajadores y a los pueblos, a sus organizaciones y a sus partidos políticos que prepararnos para derrotar la “democracia de excepción” en todas sus formas. Tenemos que persistir en las luchas liberadoras en cada uno de nuestros países, aprendiendo de los aciertos y de los errores, y fortaleciendo la democracia emancipadora en las bases de la sociedad.
Como bien afirma Hugo Moldiz, se trata de continuar avanzando en el camino de la emancipación y de construir políticas con una perspectiva claramente anticapitalista.
Notas:
*Escritor y periodista/cuñado de Ernesto Che Guevara
Fuente: Colaboración