En los últimos días Estados Unidos ha dado un paso más hacia su cada vez más inminente colapso como hegemón. El Comité Nacional del Partido Republicano calificó de “discurso político legítimo” la invasión del Capitolio del 6 de enero de 2021, donde al menos cinco personas murieron y 140 resultaron heridas luego de que el derrotado Donald Trump exigió a sus partidarios que debían detener la certificación de la elección.
La decisión del comité llegó de la mano de una moción de censura para los representantes Liz Cheney y Adam Kinzinger, que forman parte del grupo que investiga los hechos y a quienes el partido acusó de estar «participando en una persecución liderada por los demócratas contra los ciudadanos de a pie que participan en un discurso político legítimo».
Días antes, Donald Trump insinuó en un acto que de ser reelecto en 2024 indultaría a los implicados en los hechos en cuestión, lo cual parece haber motivado a las autoridades del partido a abrazar lo sucedido y embarcar de vez en la carrera personal que encabeza el ex presidente hacia la presidencia.
Dicha postura, destacada por los principales medios de comunicación nacionales e internacionales, no resulta extraña si se observa detenidamente el clivaje que ha adoptado el partido tras su última derrota electoral. Según una encuesta reciente de la Universidad de Maryland y The Washington Post, los republicanos son los únicos que se oponen a la democracia y a una transición pacífica del poder.
El 40% de los partidarios del GOP dijo que la violencia contra el gobierno estaba a veces justificada, mientras que el 62% dijo que había pruebas de fraude electoral generalizado en 2020. A su vez, el 58% de los encuestados piensa que el presidente Biden no fue elegido legítimamente, y el 36% dijo que los insurrectos del 6 de enero fueron mayoritariamente pacíficos.
Una encuesta separada de ABC News e Ipsos encontró que el 71% de los republicanos cree que Donald Trump ganó las elecciones de 2020, y que el 58% de los republicanos cree que los insurrectos del 6 de enero estaban “protegiendo la democracia». En ese contexto, donde las mentiras divulgadas por el ex presidente lograron engañar a la gran mayoría de los votantes republicanos, no es de extrañar que el propio partido, en pos de una pronta victoria en las legislativas de este año, haya adoptado el discurso trumpista y a Trump como su figura de culto.
Ante el cada vez más evidente fracaso de la administración de Joe Biden por resolver los problemas esenciales que afectan al país, a lo cual se le suma los índices de inflación más altos en los últimos 40 años, la adopción de la violencia como “discurso político legítimo” evidencia la necesidad del partido republicano de alcanzar la victoria a cualquier precio.
Si bien ya existe una articulación nacional en estados claves como Arizona, Georgia y Wisconsin para establecer las condiciones de una victoria republicana que pueda devolverle al partido la mayoría en ambas cámaras, la adhesión de movimientos de supremacía blanca y discursos de odio a la teoría del fraude que hoy abraza el propio partido, anticipa un escenario de violencia tanto si se alcanzan los resultados esperados como si no.
Si sucede lo primero y se logra reconquistar la mayoría en el Congreso y el Senado, estarán dadas las condiciones para pavimentar la vuelta de Trump en 2024 y, con ello, se habrá institucionalizado la violencia. No porque hasta ahora Estados Unidos no lo haya hecho ya, principalmente contra minorías, sino porque pasará a ser justificada, legislada y hasta premiada también contra opositores políticos. El indulto propuesto por Trump para los violentos del 6 de enero sería un regalo para los valientes que pusieron el cuerpo y la persecución contra las disidencias podría ser justificada como prevención para el terrorismo interno.
Ya si se da el segundo escenario y el partido no alcanza sus objetivos electorales (algo difícil de imaginar en un contexto de inmenso desgaste para la administración demócrata), los republicanos tendrá a su disposición un ejército de hombres y mujeres enfurecidos que volverán a abrazar la teoría del fraude para hacer justicia por mano propia.
Mientras todo esto sucede dentro de las fronteras del propio Imperio, el gobierno demócrata lucha por recuperar el lugar de Estados Unidos como hegemón mientras se debate entre las facciones antichina y antirusa de las burocracias militares, de inteligencia y diplomáticas permanentes -lo que el analista político Andrew Korybko denomina como “Estado profundo”- para llevar adelante su estrategia de política exterior de contención de las potencias con las que hoy disputa su hegemonía.
Ante este panorama, que el partido republicano considera los hechos del seis de enero de 2021 como un “acto político legítimo” y las investigaciones como “una persecución liderada por los demócratas” debe ser entendido como sintomático del evidente y cada vez más acelerado declinacionismo norteamericano. Como están dadas las circunstancias, será cuestión de (poco) tiempo hasta que ello definitivamente ocurra.
*Ana Dagorret es periodista de PIA Global con sede en Río de Janeiro. Es coautora del Manual breve de Geopolítica.