El mantra sobre el que se sostiene la Unión Europea es que avanza y se construye a golpe de crisis. La guerra en Ucrania ha sido una de esas. Y ya ha cambiado el proyecto comunitario para siempre. Lo afirmaba el propio Josep Borrell, Alto Representante de Exteriores de la UE: «Cuando me despertaron la madrugada del 24 de febrero para decirme que la guerra había comenzado supe de inmediato que estábamos ante un momento tectónico en la historia de Europa».
Durante estos seis meses, el bloque comunitario ha actuado con contundencia y severidad con medidas destinadas a asfixiar la economía rusa, por un lado, y a apoyar al Ejército ucraniano, por el otro. Y lo ha hecho de forma inusualmente unida. Pero no por ello su respuesta a la guerra en Ucrania está exenta de contradicciones.
La Unión Europea ha perdido la ingenuidad del soft power ante un mundo crecientemente inestable, hostil e impredecible. Pero en paralelo se ha desprendido de su gran valor añadido que es ser un proyecto de paz, de mediación y de diplomacia. Por primera en su historia, financia el envío de armas a un país en guerra. Un movimiento prohibido por los tratados que se han sorteado sacando del cajón una herramienta ajena a los presupuestos europeos. El paradójicamente bautizado como Mecanismo Europeo para la Paz cuenta con 2.500 millones de euros para trasladar material bélico a Kiev.
Para más inri, Borrell presentará la próxima semana a los 27 ministros de Defensa, en una propuesta para entrenar y formar al Ejército ucraniano en países fronterizos vecinos. El exministro de Asuntos Exteriores español ha asegurado esta semana en el marco de los cursos de verano de la escuela Internacional Menéndez Pelayo en Santander que la sociedad debe abrir el debate de «la necesidad de un rearme» en territorio europeo. «Es poco popular especialmente entre la izquierda porque todo el mundo prefiere la mantequilla a los cañones», ha aseverado.
Además, la guerra en Ucrania también ha echado por tierra la ilusión europea de desvincularse de la tutela de Estados Unidos. Tras el desastre de Afganistán o el huracán de Donald Trump, en Bruselas creció la urgencia para articular una política de seguridad y defensa común. Pero la invasión rusa ha reorientado la brújula de un Washington, que miraba hacia la región Indo-Pacífica, de nuevo hacia el Viejo Continente. La OTAN está saliendo de esta crisis fortalecida, incrementando la presencia de bases y activos militares estadounidenses en este lado del Atlántico. En paralelo, EEUU está saliendo beneficiado tras vender importantes sumas de gas natural licuado (GNL) a los europeos, que buscan desconectarse a toda prisa de los hidrocarburos rusos.
El GNL es mucho más contaminante. Llega a Europa a través del medio más dañino para el medioambiente: los buques. El dilema ecológico es la tercera pata de las contradicciones de Bruselas en esta guerra. La UE ha calificado al gas y a la energía nuclear como energías limpias y renovables, etiqueta que les permitirá obtener jugosas subvenciones. Así, una de las estrategias de países miembros como Francia o Bélgica para reducir su dependencia del gas ruso es prolongar la vida de las centrales nucleares. Todo ello a expensas de los retrocesos en la transición ecológica, que era el buque insignia de la Comisión Von der Leyen antes de la irrupción de la pandemia y la guerra.
La extrema derecha se sube al barco
Los europeos han impuesto durante estos meses de contienda sanciones sin precedentes. Su maquinaria punitiva contra Rusia es la más fuerte de su historia en el fondo y en las formas. En la capital comunitaria siempre han defendido que las medidas restrictivas contra Moscú tardarán tiempo en hacerse notar y han reconocido que tendrían también impacto en Bruselas.
Pero las consecuencias para los bolsillos de los ciudadanos están siendo enormes. La inflación registra sus peores cifras de los últimos 25 años, el Banco Central Europeo estudia otra subida de medio punto en los tipos de interés, la economía europea se ralentiza y las crisis energética, financiera y alimentaria podrían quedarse durante mucho tiempo. La inestabilidad económica amenaza ya con convertirse en inestabilidad política, como ha ocurrido en Sri Lanka.
Y es en este escenario de tensión social donde la extrema derecha europea está extendiendo sus tentáculos. Marine Le Pen, Alternativa para Alemania (AfD), Matteo Salvini o Víktor Orbán ya han sacado la bandera de los defensores del pueblo contra la maquinaria punitiva que Bruselas impone a Moscú. El primer ministro húngaro carga con frecuencia contra la estrategia de sanciones europea y se presenta como el gran protector de los hogares magiares. Su pulso al resto de capitales le sirvió para obtener una exención en el embargo del petróleo ruso.
«Estas sanciones tienen que terminar. No tienen sentido. Todo lo que hacen es dañar a los europeos (…) Los europeos están sufriendo las consecuencias más que los rusos», alegó la francesa Marine Le Pen, líder de Reagrupamiento Nacional, hace unos días. Unos comentarios que ya había deslizado en Italia el líder de la Lega, Matteo Salvini. Ambos políticos han mostrado en el pasado su admiración por el inquilino del Kremlin.
La unidad europea afronta en esta fase su gran examen. Italia celebra elecciones en septiembre. Y la opción que más fuerza toma es la de una coalición de los ultraderechistas Hermanos de Italia y la Lega con el conservador Forza Italia de Salvini. Dentro del bloque comunitario, Orbán puede ganar aliados en su afrenta con Bruselas. En Bulgaria, el Gobierno del presidente en funciones Rumen Radev busca seguir los pasos de Budapest para asegurarse el suministro de gas ruso. Será difícil encontrar el consenso para aprobar próximos paquetes de sanciones, tras un ritmo de un paquete cada mes de guerra.
A todas las crisis que están brotando con la guerra en Ucrania y que amenazan con perpetrarse en el futuro cercano, Borrell añade una más: «Las democracias siguen en recesión. Los regímenes autoritarios se manifiestan cada vez más con una voluntad de demostrar su fuerza. Hay países como Rusia, China o Turquía que tienen una vieja ambición imperial que ahora resucita».
*María G. Zornoza, periodista.
Artículo publicado en Público.
Foto de portada: Giorgia Meloni , líder del partido de extrema derecha Hermanos de Italia, en Florencia, Italia, el 18 de septiembre de 2020. — Alberto Lingria / REUTERS