La Unión Europea y China celebran este jueves en Pekín su segundo encuentro en lo que va de año. El epicentro, una vez más, vuelve a ser la cuestión comercial. Los europeos se sienten en desventaja y asimetría desde hace años. Por ello, el mensaje principal que Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, transmitirán al mandatario chino Xi Jinping es que el déficit comercial de 400.000 millones de euros no es una opción aceptable ni sostenible para el futuro.
Fuentes europeas plantean la cita como una «cumbre de toma de decisiones», que tiene por objetivo «nivelar» el desequilibrio actual que impera en la balanza comercial. El status quo no puede seguir imperando. La prioridad es trasladar el mensaje inequívoco de que la relación bilateral debe asentarse en los principios de transparencia y de confianza mutua bajo las reglas fijadas por la Organización Mundial del Comercio. Pero también se quieren tender puentes a la hora de establecer alianzas en la lucha contra el cambio climático y en asuntos geopolíticos, desde Indochina hasta Gaza.
La relación entre Bruselas y Pekín atraviesa un momento complicado y lo hace en medio de un mundo crecientemente volátil, competitivo y proteccionista. Durante los últimos años, las diferentes gafas con las que ambos miran el contexto económico y geopolítico han desencadenado la congelación del acuerdo bilateral de inversiones, un choque directo con Lituania y sanciones por parte del gigante asiático a varios eurodiputados.
Con este telón de fondo, los coletazos que fueron llegando en forma de la peor pandemia del siglo y del regreso de la guerra a Europa han echado más gasolina a la asentada desconfianza entre ambos bloques. Los europeos nunca confiaron del todo en la información que salía de las autoridades chinas en torno al coronavirus. Y su equidistancia tras la invasión rusa a Ucrania generó frustración y algún enfado en la capital comunitaria. Acercar posturas y generar confianza es el objetivo utilitarista de un encuentro del que no saldrá comunicado conjunto.
Una de cal y otra de arena en Ucrania
Desde el 24 de febrero de 2022, inicio de la guerra en Ucrania, los europeos pusieron negro sobre blanco su línea roja: la relación entre la Unión Europea y China dependería de la posición que Pekín adoptase en la contienda. Si es cierto que, en los últimos meses, Xi y su homólogo ruso Vladimir Putin se han reunido en alguna ocasión para escenificar «su amistad sin límites», también lo es que China no ha apoyado con armas o financiación directa para la guerra al Kremlin. Y a ello se agarran en Bruselas. Pekín no se ha alineado con la condena o las sanciones europeas contra Rusia, pero tampoco ha atravesado la línea roja de apoyar con material bélico. «Necesitamos que China utilice su influencia sobre Moscú para parar la guerra», afirman fuentes europeas, que ven a Xi en un actor clave para ejercer presión sobre Putin y al que quieren convencer para que apoye el plan de paz de diez puntos diseñado por Volodimir Zelenski.
Tras la invasión, la posición de la Unión Europea ha sido tajante y contundente con Rusia. Ha cortado de raíz los vínculos energéticos, diplomáticos y económicos con Moscú, pero con China se quiere apostar por la cooperación. En la jerga comunitaria, el lema que se impone para definir la relación actual es el de desrinking, no decoupling. Partiendo de la base de que Bruselas definió al gigante asiático a la vez como «socio, competidor económico y rival sistémico», la estrategia que impera es la de evitar una relación basada en el conflicto directo, en la línea dura y en el desacoplamiento total. En su lugar, se busca por apostar por un entendimiento que minimice los riesgos y que abra líneas de comunicación leales.
En esta lealtad entra en juego el conocido como level playing field, reglas de juego justas. En los últimos tiempos, la preocupación de los europeos por las ayudas de estado chinas y el desequilibrio de acceso a sus mercados ha aumentado exponencialmente. En Bruselas sienten que no existe reciprocidad en su relación comercial, que deja a las firmas europeas en situación de desventaja. En la pandemia de la covid-19, Europa se dio cuenta a la fuerza de que era incapaz de producir por sí sola un solo gramo de ibuprofeno. En la actualidad quiere aprender de sus errores para evitar quedarse descolgada en la transición verde y en la revolución ecológica. Por ello, todos los esfuerzos están concentrados en proteger a las empresas comunitarias y al mercado interior de la bazuca de subsidios que deja China con los microchips, las energías eólicas o los coches eléctricos.
En el fuego cruzado de China y EEUU
La batalla por la hegemonía global entre China y Estados Unidos está alentando un repliegue proteccionista. Los dos gigantes libran su gran pulso con subsidios millonarios que riegan a sus firmas e intentan generar incentivos para atraer la inversión extranjera. Europa teme quedarse en medio de este fuego cruzado, político y comercial, que libran Washington y Pekín.
Contrarrestar el auge de China en el tablero de ajedrez internacional fue la prioridad número uno del expresidente Donald Trump en política exterior. Y con la Administración Joe Biden este enfriamiento de las relaciones se ha tornado patente, evidenciando que la competencia con China es asunto de Estado en el país norteamericano para el presente y para el futuro. Además, este futuro cercano pasa por elecciones presidenciales en Estados Unidos el próximo año. Y la posibilidad de un nuevo triunfo de Donald Trump hace que los europeos quieran contar con pilares sólidos y predecibles en sus relaciones con el resto del mundo.
Con todo este jeroglífico, la estrategia dibujada en Bruselas es transmitir a los homólogos chinos que una buena relación está en el interés de ambos, especialmente en un momento en el que las inversiones extranjeras en el gigante asiático también están dejando señales de debilitamiento. En el ángulo ucraniano, en los pasillos de la capital comunitaria defienden que una victoria rusa tampoco está en los intereses de China, que en la actualidad está aprovechando el ostracismo internacional de Rusia para acrecentar sus cuentas nacionales y su poder en el ámbito internacional. «China no tiene interés en tener un actor cambiando unilateralmente fronteras e invadiendo un país. Si tomas el ángulo de China esta no es una guerra sobre la que se sientan cómodos», zanjan fuentes europeas.
*María Zornoza, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.es
Foto de portada: Reunión virtual entre la UE y China en Bruselas, el 1 de abril de 2022. —Olivier Matthys/Pool/REUTERS