Era mitad en octubre cuando Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, desataba la polémica comparando a Europa con un jardín y al resto del mundo con jungla. Muchos entendieron la metáfora como una referencia a Rusia y China. Tan solo un mes después, ante el Pleno de Estrasburgo, el Alto Representante evocaba al «realismo» para enfocar las relaciones con el gigante asiático.
La relación entre Bruselas y Pekín había enrarecido en los últimos meses tras la represión en Taiwán o contra minorías como los uigures. Pero terminó de implosionar con la posición ambigua de China —aunque más cercana a Rusia— en el marco de la guerra en Ucrania. A todo ello se ha unido en las últimas semanas la consolidación de Xi Jinping como líder con más poder desde la era de Mao. Y en las últimas horas se suman las protestas más importantes que vive el país en los últimos treinta años, cuando se produjo la masacre de la plaza de Tiananmén. En esta ocasión, la población china se ha levantado contra la política de covid cero del Gobierno de Xi, que ha respondido con más vacunas y más represión ante los que piden su dimisión.
En esta difícil coyuntura se enmarca el viaje de Charles Michel a la capital china. El presidente del Consejo Europeo se embarca en una visita que arranca el jueves y que es casi más de cuestión personal, pero que ha tomado tintes diferentes tras los acontecimientos de las últimas horas. El belga esperaba dar con esta visita de alto nivel un golpe sobre la mesa tras los recelos y lucha de poder desatados con Borrell y, sobre todo, con la presidenta de la Comisión Europea, con la que es sabido que no tiene la mejor relación.
Michel viaja sin ellos. Pero las importantes protestas que vive el país asiático le posicionan en una situación complicada. Silenciarlas desatará enormes críticas en torno a las dobles varas de medir de los europeos en materia de derechos humanos. Y hablar de ellas públicamente le expone a vivir un momento tenso, como ya le ocurrió a Borrell en su viaje al Kremlin en una incómoda rueda de prensa con Sergei Lavrov, ministro de Exteriores ruso.
Pragmatismo vs. Mano dura
Los países europeos, por su parte, están divididos sobre cómo afrontar las relaciones con un socio comercial tan importante. El intercambio diario entre ambos sobrepasa la barrera de los 2.000 millones de dólares diarios. Un vínculo especialmente estrecho con Alemania. Hace unos días, el propio canciller alemán Olaf Scholz se embarcó en una visita a Pekín, que fue mal vista en otras capitales como París que abogan por enfriar la relación con China.
En Bruselas asumen que uno de los retos más «desafiantes» que tienen los europeos de cara al futuro es hacer frente a su relación con China. La UE ve al país asiático como un socio imprescindible en materias globales como el cambio climático, pero también como un competidor y rival sistémico en el ámbito económico. Cerrar esta cuadratura del círculo en tiempos de guerra es uno de sus principales desafíos geopolíticos de UE en los próximos años.
Presión estadounidense
La otra variante de la ecuación es Estados Unidos. La Administración estadounidense actual, comandada por Joe Biden, identificó al comienzo de su mandato a China como la mayor preocupación en la arena internacional. Una doctrina que ya comenzó con Obama y se consolidó con Trump. Tras un crecimiento astronómico e imparable, Washington siente la respiración de Pekín para destronarle como principal potencia económica global. En 2020, cuando la UE y Estados Unidos atravesaban los peores momentos de su guerra arancelaria, China se convirtió en el principal socio comercial de los europeos. La presión de Estados Unidos a Bruselas para que se alinee con los postulados de la Casa Blanca no es nueva, pero se está redoblando con el trasfondo de la guerra en Ucrania.
El influyente rotativo Financial Times recoge que EEUU lleva semanas haciendo lobby a los países aliados de la OTAN para que adopten un lenguaje más severo contra China y para que dibujen un plan de acción para frenar su presencia en el Indo-Pacífico y otras regiones del globo. Un mensaje que está calando. En la cumbre de la Alianza celebrada el pasado junio en Madrid, los aliados pusieron por primera vez a China en el centro de su brújula estratégica al considerar que su crecimiento militar y tecnológico de China es un «desafío sistémico» para la Alianza. Washington quiere ahora capitalizar el apoyo que está dando a Ucrania para que Europa le devuelve este favor adoptando una posición más asertiva con su principal rival.
La UE por su parte navega en el difícil equilibrio de no quedar empantanado en el fuego cruzado de Pekín y Washington por la hegemonía global. Y con la presión de fondo de desarrollar una autonomía estratégica que le permita desvincularse de la tutela estadounidense para defender sus propios intereses. Fuentes aliadas subrayan, no obstante, que China es un «competidor desleal» en términos de acceso a sus mercados y que las cuestiones de derechos humanos, de la «cara oculta de su tecnología» y su asertividad generen poco espacio para la confianza.
*María Zornoza, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.es
Foto de portada: El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas, Bélgica, en una imagen de archivo de 1 de enero de 2022. — Olivier Matthys / REUTERS