Los ministros de Defensa de los países bálticos y Polonia emitieron el martes una declaración conjunta en la que anunciaban que sus países se retiraban de la Convención sobre la Prohibición de Minas Antipersonal (Convención de Ottawa) en respuesta a lo que calificaron de nuevas amenazas de Rusia. Ni Rusia, ni Estados Unidos, ni China, ni India, et al. son signatarios de este pacto que prohíbe el uso de estas municiones. Ucrania, a pesar de ser signataria, recibió minas antipersona de la Administración Biden a finales de noviembre.
El acontecimiento de esta semana se produce después de que el Primer Ministro polaco, Donald Tusk, declarara a principios de mes que su país «debe alcanzar las capacidades más modernas también en relación con las armas nucleares y las armas modernas no convencionales», entre las que se incluyen las minas antipersona. También se produjo menos de una semana después de que el Parlamento Europeo «declarara que el Escudo Oriental y la Línea de Defensa del Báltico deben ser los proyectos emblemáticos de la UE para fomentar la disuasión y superar las posibles amenazas del Este».
El análisis hipervinculado precedente analiza esos proyectos complementarios de defensa que discurrirán a lo largo de sus fronteras con Rusia y Bielorrusia, y que se espera que desempeñen un papel clave en el programa de militarización previsto por la UE. Es probable que sólo se gaste en este megaproyecto de defensa fronteriza una fracción de los 800.000 millones de euros que anunció la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Van der Leyen, pero de todos modos encarnará los planes del bloque y funcionará como un nuevo Telón de Acero entre la UE y Rusia.
Las sociedades de los Estados bálticos y de Polonia han sido convencidas en gran medida por sus gobiernos de que Rusia podría invadirlos en el futuro sin más razón que la sed de sangre imperial, pero también temen que Estados Unidos pueda dejarlos colgados, ergo por eso ahora están dando prioridad a sus defensas fronterizas. En línea con ese objetivo, decidieron retirarse de la Convención de Ottawa para legitimar su obtención de minas antipersonales con fines disuasorios, al menos desde su perspectiva frente a Rusia.
Dado que Rusia no tiene ningún interés en poner a prueba la adhesión de Estados Unidos al Artículo 5, y mucho menos en ocupar poblaciones extranjeras que literalmente la odian y cuyos países no tienen nada que necesite de todos modos, su megaproyecto de defensa fronteriza (reforzado con minas antipersona) no cambiará mucho las cosas. La única consecuencia práctica de que construyan esas fortificaciones y coloquen esas municiones a su alrededor es el coste de oportunidad de invertir las finanzas públicas en esos empeños en lugar de en otros socioeconómicos.
Sin embargo, se trata de una cuestión interna y, por mucho que su prioridad en materia de defensa frente a las cuestiones socioeconómicas pueda molestar a algunos observadores extranjeros, sus ciudadanos no parecen oponerse a ello, salvo quizá las minorías rusas de los países bálticos y un puñado de disidentes polacos. El hecho es que estas políticas son populares en su país, sus ciudadanos están dispuestos a pagar los costes de oportunidad que conllevan y esto hace que sus sociedades en su conjunto se sientan más seguras a su manera.
Del mismo modo, Rusia y Bielorrusia también podrían hacer algo parecido a lo largo de las fronteras del Estado de la Unión con esos cuatro países y con Ucrania, es decir, desarrollar su propio megaproyecto de defensa fronteriza que también podría reforzarse con minas antipersona (aunque Bielorrusia tendría que retirarse primero de la Convención de Ottawa). Desde el punto de vista de sus intereses, la OTAN utilizó a Ucrania como su representante para tratar de infligir una derrota estratégica a Rusia que habría obligado a Bielorrusia a convertirse en vasallo, algo que podrían intentar hacer de nuevo.
Aunque la incipiente «nueva distensión» ruso-estadounidense inspira un cauto optimismo en Moscú, no puede descartarse que su guerra por poderes en Ucrania continúe indefinidamente o se reanude dentro de unos años, y en el peor de los casos la OTAN libraría una guerra directa contra Rusia. Esta última podría permanecer por debajo del umbral nuclear debido al concepto de «destrucción mutua asegurada», en cuyo caso predominarían los medios convencionales, lo que haría inestimables las defensas fronterizas del Estado de la Unión.
Aunque es probable que cualquier guerra caliente entre la OTAN y Rusia se vuelva nuclear poco después de comenzar, de los dos escenarios que se han discutido en este análisis (Rusia invadiendo a la OTAN y la OTAN invadiendo a Rusia pero sin que los dos conflictos resultantes dejen de ser convencionales), sólo el segundo es semiplausible, mientras que el primero es inverosímil. Eso se debe a que la OTAN ya tiene un historial de seguir expandiéndose hacia la frontera rusa a expensas de los legítimos intereses de seguridad nacional de esta última y de provocar después una guerra por poderes con ella en Ucrania.
En cambio, la huella militar rusa en Bielorrusia es mucho menor que la regional de la OTAN y además empezó a adoptar su forma más reciente mucho después de que la OTAN llegara a las fronteras rusas, por lo que el registro histórico atestigua en consecuencia las intenciones agresivas de la OTAN, no las de Rusia. En cualquier caso, ni los planes de defensa de Polonia y los Estados bálticos ni los especulativos de Rusia y Bielorrusia como respuesta cambiarán mucho, y los últimos acontecimientos sólo demuestran lo tenso que se ha vuelto este frente de la Nueva Guerra Fría.
*Andrew Korybko, analista geopolítico internacional.
Artículo publicado originalmente en substack del autor.
Foto de portada: Logo de la Convención sobre la prohibición de minas antipersonales