Desde su fundación en 1948, Israel lleva a cabo una política expansionista de colonización, apartheid y limpieza étnica tanto sobre los territorios ocupados de Palestina como sobre otros países árabes de la región de Oriente Medio. Sin embargo, desde el 7 de octubre de 2023, el Estado sionista está perpetrando un genocidio sobre la población palestina de la Franja de Gaza.
Dicho genocidio no podría contar con el apoyo, o al menos la aquiescencia, de gran parte de los gobiernos y poblaciones occidentales si, paralelamente a la campaña de guerra y exterminio que lleva a cabo, no existiese también una campaña de propaganda y desinformación para justificar la muerte de más de 75.000 personas en apenas dos años.
De este proceso de persuasión de masas vamos a hablar en este artículo, pero para analizar el papel clave que juega en la estrategia política israelí, debemos primero comprender qué es la propaganda.
Propaganda, desinformación y guerra psicológica
Si la guerra es la lucha por conquistar los territorios y los recursos, la propaganda es la lucha por conquistar las mentes y los corazones. Debido a ello, el fenómeno propagandístico ha existido desde los albores de la humanidad, siendo consustancial a la política, la guerra o al nacimiento del propio Estado.
Podemos definir la propaganda como el proceso de diseminación de ideas y valores a través de manipulaciones psicológicas para lograr obtener en el receptor una respuesta acorde con los objetivos del emisor, según la clásica definición de Violet Edwards.
Sus estrategias y tácticas han ido evolucionando con el paso del tiempo, desde la retórica de la Grecia clásica hasta la propaganda científica de la Primera Guerra Mundial, que surgió gracias a la aplicación del psicoanálisis freudiano y a los estudios de opinión pública.
Posteriormente, alemanes, soviéticos y estadounidenses la perfeccionaron, y en la actualidad, la irrupción de la neurociencia y de la inteligencia artificial para potenciar e individualizar los mensajes han llevado la persuasión de masas hasta cotas inimaginables, aunque sus principios fundamentales –teorizados y aplicados por el ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels– siguen siendo los mismos: la simplificación del mensaje, la construcción de un enemigo y la transfusión a través de mitos.
Pero la propaganda siempre va acompañada de dos centinelas: la censura y la desinformación. La censura podemos definirla como el control del flujo informativo. Puesto que la propaganda no es solo un fenómeno de persuasión, sino también de información, dicha información siempre debe de estar controlada y restringida en función de los intereses del propagandista, para que en ningún caso puedan filtrarse mensajes contraproducentes.
En cuanto a la desinformación, se trata del uso deliberado de la mentira como estrategia propagandística. En la actualidad, suele quedar camuflada dentro de la denominada “postverdad”: las medias verdades o ejemplos sacados de contexto, ya que en muchos casos, resultan mucho más efectivos que la burda mentira, que podría ser desmontada fácilmente.
Como una ramificación de la desinformación aparece también la llamada “propaganda negra” o acción de falsa bandera, que se define como la ocultación o falsificación deliberada de la fuente. Es decir, transmitir un mensaje propagandístico en el que el emisor se hace pasar por neutral o incluso por el propio enemigo, con el objetivo de sembrar la discordia entre sus filas.
En lo que respecto a los tiempos bélicos, el fenómeno de la propaganda tampoco es nuevo en absoluto y se remonta a la propia génesis de la racionalización de la violencia. A lo largo de la historia, desde las guerras de las primeras civilizaciones fluviales hasta los conflictos híbridos de nuestros días, líderes políticos y militares se han servido de la propaganda de guerra –también llamada “guerra psicológica”– para manipular a diferentes grupos sociales.
Su objetivo ha sido activar emociones como la ira, el miedo o la esperanza, pues esta no se dirige únicamente contra el enemigo, sino también hacia actores neutrales, aliados e incluso la propia población.
El político británico Lord Ponsonby, horrorizado por la destrucción provocada por la primera contienda mundial, teorizó los principios elementales de la propaganda de guerra: eludir la responsabilidad del conflicto, culpar al enemigo de las atrocidades cometidas, obtener el apoyo de la vanguardia cultural y acusar de traidor a cualquiera que ponga en duda el discurso oficial.
En este sentido, es muy importante destacar que las propias realidades de la guerra y de la violencia amplifican los mecanismos de censura, desinformación y propaganda. La teoría del “terror management” del psicólogo Jeff Greenberg ha demostrado como la exposición de los seres humanos a situaciones de pánico, y en última instancia, a la inminente amenaza de la muerte, favorecen el cierre de filas hacia sus líderes políticos y el apoyo a que estos adopten medidas extraordinarias.
Dicho de otra manera, si el propagandista logra inocular la idea –sea real o ilusoria– de que nos encontramos solos y encerrados en el interior de una fortaleza asediada y que afuera acechan los enemigos más brutales y despiadados, podrá lograr plenos poderes en el interior de dicha fortaleza.
Y, como vamos a ver a continuación, así es como se proyecta propagandísticamente Israel tanto hacia su población como hacia el público occidental: como una fortaleza asediada y la primera línea de defensa frente a la “barbarie”.
La propaganda israelí y los orígenes de la Hasbará
La propaganda geopolítica israelí, que busca justificar ante la audiencia nacional e internacional su política de deportación, apartheid y exterminio sobre el pueblo palestino, así como su política expansionista y agresiva sobre el resto de sus vecinos libaneses, sirios y árabes en general, tiene el nombre de Hasbará.
Este concepto deriva de la raíz hebrea Lehasbir, que se puede traducir como explicación o aclaración. Se trata de un término cuyo sentido político se remonta a Theodor Herzl, el fundador del sionismo, que ya en su obra El Estado judío hablaba de la necesidad de llevar a cabo acciones de Hasbará hacia los goyim –los gentiles o no-judíos– para que entendieran los puntos de vista de los sionistas y la necesidad de disponer de un Estado propio para protegerse del antisemitismo.
Posteriormente, en 1948, una vez creado el Estado de Israel, la Hasbará comenzó a ser utilizada por los sucesivos gobiernos israelíes –tanto del Mapai como del Likud– para ir justificando sus acciones belicistas, desde la Nakba –la limpieza étnica efectuada durante la propia fundación del Estado sionista– a la ocupación de Gaza y Cisjordania, pasando por la anexión de los Altos del Golán o las sucesivas invasiones del Líbano.
Con todo, esta primera Hasbará comenzará a dar signos de flaqueza en los inicios del nuevo milenio. En el año 2000, durante el transcurso de la Segunda Intifada, Muhhammad Al-Durrah, un niño de tan solo 11 años, fue asesinado por soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que le dispararon mientras trataba de refugiarse detrás de un cilindro de hormigón en plena escaramuza entre palestinos y el ejército hebreo.
Las imágenes de la muerte del menor dieron la vuelta al mundo, pero el ejército israelí trató de negar el asesinato y defendió que todo había sido un montaje escenográfico por parte de activistas palestinos –acuñando incluso el término de Pallywood, la conjunción de Palestina y Hollywood–.
Fue una burda estrategia de desinformación de los propagandistas israelíes, y aunque dichas campañas basadas casi exclusivamente en la utilización de la mentira como arma de guerra les habían funcionado razonablemente bien hasta ese momento, la irrupción de las redes sociales, la información en tiempo real y las agencias de verificación provocaron que las fake news israelíes fuesen desenmascaradas.
Hasbará, diplomacia pública y propaganda semántica
A partir de este momento, los ideólogos de la Hasbará se darán cuenta de que silenciar, encubrir o negar las masacres ya no es suficiente por sí solo, por lo que implementarán la estrategia y crearán una Hasbara 2.0. Es decir, la puesta en marcha de toda una acción de comunicación política multinivel hacia el exterior –política, diplomática, militar, cultural e incluso religiosa– basada no ya tanto en la negación, sino en la justificación de la política belicista sionista.
Esta narrativa se desarrollará en base a un relato en el que Israel aparece como una democracia perfecta, asediada por bárbaros árabes que desean destruirla, complementando la desinformación de guerra con las relaciones públicas. Dicha propaganda servirá, entre otras cosas, para justificar que Gaza sea convertida en una cárcel al aire libre y que Cisjordanía quede sometida a un régimen de apartheid.
Será el actual primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu –formado en comunicación política durante sus diversas estancias académicas en Estados Unidos–, el que impulsará esta nueva etapa de la Hasbará, convirtiéndola en una actualizada estrategia propagandística para que el público occidental justifique los objetivos geopolíticos israelíes del siglo XXI.
Para ello, los propagandistas israelíes se servirán de todo el potencial de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC) y de la revalorización de la diplomacia pública como herramienta fundamental de las relaciones internacionales.
La diplomacia pública es una extensión de la propia propaganda que, más que manifestarse de forma estricta, aparece bajo efectos colaterales que la facilitan, multiplicando así sus emisores a través del establecimiento de relaciones entre Estados y ciudadanos extranjeros –viajes subvencionados, actividades turísticas, becas universitarias, cursos de idiomas–.
La política de Hasbará se planifica desde la oficina del primer ministro, pero cuenta con diversas ramificaciones a su vez en las carteras de Defensa, Exteriores, Cultura y Diáspora, coordinándose así con las FDI, las industrias culturales y las redes sionistas internacionales.
También los servicios secretos –el Mossad y el Shin Bet– participan de dicha estrategia, ya que la fase final del ciclo de inteligencia –planificación, obtención, elaboración y difusión– justamente está centrada en la difusión interesada de los operativos realizados, de cara a la obtención de ventajas estratégicas en términos no solo militares, sino también propagandísticos.
De este modo, el uso de la comunicación no-verbal –a través de la potencia de las imágenes– se convertirá en un elemento central de la nueva Hasbará sionista. Cuatro ejemplos son clarificadores a este respecto.
En primer lugar, la intervención de Netanyahu ante la asamblea de la ONU utilizando como soporte la imagen de una gigantesca bomba para crear pánico internacional y justificar así la política belicista israelí hacia Irán –a pesar de que Israel es una potencia nuclear–, dentro del contencioso que mantienen ambos Estados.

En segundo lugar, la aparición en el festival de Cannes de la ministra de Cultura israelí, Miri Regev, luciendo un vestido con un llamativo estampado de Jerusalén, justo en un momento en el que el ejecutivo israelí estaba tratando de justificar la anexión ilegal de la ciudad para que fuese aceptada como su capital por la comunidad internacional.
En tercer lugar, la presentación de pruebas falsas sobre las supuestas atrocidades cometidas por el gobierno sirio de Bashar al-Asad para justificar los constantes bombardeos sobre el país levantino que se produjeron en paralelo al conflicto civil sirio, el cuál Israel avivó apoyando a grupos opositores islamistas.
En cuarto lugar, la espectacularización de las acciones llevadas a cabo por el Mossad en Líbano –en las que murieron y resultaron heridas más de 3.000 libaneses– para descabezar a la cúpula del partido-milicia Hezbolá no se trataron de ocultar, sino que se proyectaron al exterior como hechos épicos y espectaculares, tratando de difundir la imagen del Mossad como el servicio secreto más perfecto, contundente y letal del mundo.
Por último, no podemos hablar de la Hasbará sin referirnos a la propaganda semántica que Israel lleva practicando desde el origen mismo del Estado sionista. La apropiación del arte y de la gastronomía árabes –desde el hummus hasta el falafel–, el cambio de nombres de localidades históricas para borrar la herencia histórica palestina –Tel Aviv en lugar de Yaffa– o la propia adopción de nombres hebreos por parte de la élite israelí para disimular su origen colonial –Netanyahu en lugar de Mileikowski– forman parte igualmente de la estrategia propagandística sionista.
El objetivo es vincular a la población israelí actual con ese idílico Eretz Israel de los textos bíblicos, el concepto sobre el que se articula toda la mitología política del sionismo que justifica por qué esa tierra les pertenece por derecho divino.
La Hasbará como propaganda de guerra y genocidio en Gaza
Y es en este contexto de evolución de la Hasbará cuando llegamos al 7 de octubre de 2023, el día en el que, coincidiendo con el 50 aniversario de la guerra del Yom Kippur, se produjo la sorprendente acción militar de Hamás desde Gaza contra localidades israelíes fronterizas.
Independientemente de si el Mossad y el Shin Bet eran conscientes o no de la planificación del ataque, lo cierto es que la sociedad israelí quedó conmocionada porque perdió el mito de la invencibilidad del que había gozado hasta entonces, demostrando que su política de apartheid podía no quedar impune. Desde la misma tarde del día se iniciaron los bombardeos de represalia sobre la franja, y tan solo unas semanas después, la acción militar terrestre.
Por ello, paralelamente a la ofensiva, la National Hasbara puso en marcha una acción propagandística de gigantescas proporciones, destinada no ya a negar, sino a justificar ante la opinión pública internacional la masacre en Gaza.
Netanyahu llamó “animales humanos” a los gazatíes, en lo que constituyó solo el primer paso de una propaganda de deshumanización absoluta del pueblo palestino, así como de los actores externos que empaticen con su sufrimiento. En los dos años siguientes se han sucedido innumerables acciones y mensajes propagandísticos en esta misma línea, de entre los cuales vamos a destacar los más significativos.
Mensaje I: “Bombardeamos a los palestinos porque asesinan bebés”
El 11 de octubre de 2023, tan solo cuatro días después del ataque de Hamás, la cuenta del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel difundió un vídeo de propaganda absolutamente emocional e irracional.
En esa pieza multimedia, dedicada a los bebés del mundo occidental, aparecían unicornios y arcoíris al son de una angelical nana, con unos mensajes que instaban a sus padres y madres a protegerlos apoyando las acciones bélicas de Israel en Gaza, para que a sus hijos no les sucediera en el futuro lo mismo que a los “40 bebés asesinados por Hamas”.
Esta acusación fue una de las mentiras más burdas emitidas por Israel, que citando a un supuesto testigo, trataba de acusar a la organización islamista de haber asesinado a bebés indefensos mientras dormían plácidamente en sus cunas. Posteriormente, se demostró que la acusación era falsa, ya que los bebés asesinados jamás aparecieron –la víctima israelí más joven durante el ataque de Hamás fue un adolescente de 15 años–.
Pero esta estrategia de “atrocity propaganda” funcionó hasta tal punto que el propio presidente estadounidense Joe Biden se hizo eco de esa supuesta “matanza de bebés” y la denunció públicamente, justificando así el apoyo de Washington a Tel Aviv y el suministro de armas a las FDI.
Mensaje II: “Los españoles fiesteros son un pueblo antisemita”
Uno de los pilares esenciales de la Hasbará desde el inicio mismo de la creación del Estado de Israel ha consistido en acusar vehementemente, siguiendo los principios de propaganda ya descritos, de “antisemita” o directamente “nazi” a cualquiera que critique, cuestione o incluso solamente matice la política de seguridad y de defensa israelí.
Siguiendo esta auténtica caza de brujas en la que se terminan encontrando enemigos por todas partes, la propaganda de guerra israelí identificó en mayo de 2024 un nuevo demonio antisemita: España, cuyo ejecutivo socialista había decidido reconocer al Estado de Palestina.
En respuesta, el ministro de Asuntos Exteriores israelí, el ultranacionalista Israel Katz, publicó un polémico vídeo en el que se muestra una estereotipada y folclórica caricatura de los españoles –gitanos, flamencos, fiesteros– y en el que se les acusa de ser un pueblo antisemita que no se ha librado de los fantasmas de la Inquisición. El vídeo concluye con el contundente mensaje: “Hamás agradece sus servicios a España y al presidente Pedro Sánchez”.
Esta campaña contó además con aliados internos, como el think tank ACOM, dirigido por el sionista David Hatchwell, poderoso empresario vinculado a la extrema derecha y principal financiador de las acciones propagandísticas del sionismo en España. El vídeo, que rompe los principios más elementales del derecho consuetudinario diplomático, llevó obviamente a tensiones diplomáticas entre Madrid y Tel Aviv.
Mensaje III: “La franja de Gaza será un paraíso turístico oriental”
Tan solo unos meses antes, en febrero de 2024, el gobierno israelí se servía de las imágenes generadas por inteligencia artificial para publicar un nuevo vídeo de propaganda en el que planteaba un futuro idílico para Gaza en el momento en el que Hamás hubiese sido exterminado.
En el vídeo, podemos ver una representación orientalista de esa supuesta Gaza anexionada por Israel, en la que aparecen hoteles de lujo, playas paradisiacas, personajes ataviados con pomposas túnicas y DJs pinchando música festiva en discotecas de lujo.
Sin embargo, hay una absoluta omisión de cualquier referencia a la cultura autóctona palestina, en un planteamiento comunicativo que sigue la estela de la estrategia política y propagandística israelí desde hace más de 75 años: exiliar, encarcelar o directamente destruir al pueblo palestino para, posteriormente, poder negar su propia existencia histórica.
Subyace así una clara estrategia de gaslighting –es decir, el uso sistemático de manipulaciones psicológicas para hacer recaer sobre el enemigo aquello que en realidad es responsabilidad suya–. Y en este sentido, ese gaslighting de genocidio se muestra claramente en como el vídeo plantea una maniquea disyuntiva entre una Gaza fantasiosa edificada por el ejército israelí, en contraste con la Gaza en ruinas dominada por Hamás.
Mensaje IV: “Una democracia bajo asedio canta en Eurovisión”
Desde que inició su ofensiva en Gaza, Israel ha participado en dos ediciones consecutivas del festival de Eurovisión –2024 y 2025– como miembro de pleno derecho, a diferencia de Rusia, que sí que fue excluida del certamen debido a la guerra en Ucrania.
La diplomacia israelí ha utilizado este festival como escaparate, para mostrar al mundo la imagen de una sociedad moderna, creativa e inclusiva que se ve asediada por los “bárbaros” palestinos. La Hasbará consideró hasta tal punto clave este evento musical que destinó ingentes cantidades de dinero para influir en el voto telemático y que sus dos representantes –Eden Golan y Yuval Raphael– se impusiesen en el certamen.

Casi logran el objetivo, ya que Golan obtuvo el quinto puesto en 2024 y Yuval el segundo en 2025. En cualquier caso, Israel sí que había conseguido su propósito de lavar su imagen internacional. También ayudó la poderosa empresa cosmética israelí Moroccanoil, que como principal financiadora del certamen impuso sus condiciones –como la censura de periodistas críticos–.
En la era del politainment y la sociedad espectáculo, las industrias culturales son un canal esencial para realizar propaganda, algo que los estrategas israelíes saben muy bien. Más allá de la nula conciencia ética de sus promotores, la participación de Israel en el evento plantea cuestiones muy interesantes de cara a comprender la propia génesis del Estado sionista, demostrando hasta qué punto Israel, cuya élite está formada por judíos askenazíes, es un vástago de Europa.
Mensaje V: “Los influencers de moda apoyan nuestra causa”
Y finalmente, en julio de 2025, el gobierno israelí sorprendía con una nueva acción de diplonacia pública, al invitar a 16 jóvenes influencers estadounidenses –todos ellos vinculados al movimiento ultraderechista MAGA– a un pomposo viaje por Israel para que grabasen contenido propagandístico alineado con la política del Estado sionista.
La operación estaba dirigida por el rabino Tully Weisz, un propagandista vinculado al Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí (AIPAC) y conocido por lograr la movilización del electorado evangélico a favor del sionismo. El objetivo obviamente es blanquear las políticas de Israel entre la población estadounidense, ya que según advertía el propio presidente Donald Trump, parte de su electorado está comenzando a cuestionar el apoyo incondicional que Washington le brinda al Estado sionista.
Este “turismo de genocidio” se sirve así de los auténticos líderes de opinión de la sociedad digital: los influencers. Ídolos de masas entre los jóvenes y gurús de la belleza, la seducción y el éxito financiero, estos nuevos “chamanes” tienen más poder de convicción que todos los intelectuales del país juntos, y por ello, al sumarlos a su causa, actúan como gigantescos altavoces del mensaje sionista. En resumen, Instagram y TikTok como nuevos campos de batalla.
En resumen, la propaganda, que siempre ha jugado en papel fundamental a lo largo de la historia, cobra una especial importancia en los contextos bélicos para justificar la violencia política ante la opinión pública.
El caso de la Hasbará de Israel es un ejemplo claro de como, aún en la sociedad abierta del siglo XXI, siguen utilizándose las mismas estrategias de propaganda y de guerra psicológica, escoltadas por la censura y la desinformación, para justificar la perpetración de un nuevo genocidio –y en esta ocasión además, en directo para el conjunto de la población mundial–.
Todo ello basado en un discurso maniqueo, victimista y tremendamente efectivo, sintetizado en el mantra de que Israel está protegiéndose frente al antisemitismo y la barbarie árabe, y que para ello, no dudará en golpear con contundencia en el mismísimo corazón de sus enemigos, ya que tiene tanto la capacidad para hacerlo como la razón de su parte.
Se trata de una doble estrategia de guerra psicológica: hacia los potenciales enemigos, impone miedo y terror, mientras que hacia los potenciales aliados, refuerza la idea de prestigio e invencibilidad.
Paralelamente, el auge de la diplomacia pública, el politainment y la política pop a través de series de televisión, videojuegos e influencers, ha propiciado que, al calor de la televisión, internet y las redes sociales, la propaganda de guerra encuentre nuevas formas de manifestarse para alcanza cotas de persuasión con las que ni el mismísimo Goebbels hubiera soñado.
*Miguel Candelas politólogo, experto en propaganda y geopolítica. Profesor de comunicación política en la Universidad de Alcalá. Analista político en diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Autor de varios ensayos políticos, manuales de texto universitarios y juegos de mesa diplomáticos.
Artículo publicado originalmente en Descifrando la Guerra.
Foto de portada: Oficina del Primer Ministro de Israel

