El primer ministro tailandés, Anutin Charnvirakul, ordenó suspender la vigencia de la declaración de paz firmada con su homólogo camboyano, Hun Manet, en un gesto que deja al descubierto lo que muchos analistas ya advertían: el acuerdo promovido por Donald Trump no fue más que otra maniobra de propaganda sin bases reales de reconciliación.
“Lo que hemos estado buscando ahora debe ser pospuesto hasta que se aclare la situación”, declaró Anutin, aludiendo al incidente fronterizo que, más que un accidente, revela una herida geopolítica aún abierta. El mandatario tailandés dio carta blanca a sus Fuerzas Armadas para actuar con libertad, un mensaje claro de que la desconfianza entre los dos países no ha disminuido, pese a los discursos de unidad regional promovidos bajo el marco de la ASEAN.
El portavoz del Gobierno tailandés, Siripong Angkasakulkiat, confirmó que la liberación de prisioneros de guerra camboyanos prevista para el 12 de noviembre también ha sido suspendida. “Todo debe detenerse hasta que el incidente sea completamente resuelto”, afirmó, dejando entrever que la tensión podría escalar nuevamente en la frontera, donde el recuerdo de los enfrentamientos armados entre ambos países sigue fresco.

El acuerdo de paz, rubricado meses atrás en presencia del entonces presidente estadounidense Donald Trump durante la cumbre de la ASEAN en Kuala Lumpur, pretendía presentarse como un logro diplomático de Washington en Asia.
Sin embargo, en la práctica, se trató de una tregua débil, firmada por conveniencia y bajo presión internacional. La realidad demuestra que fue una simple bomba de humo en la narrativa de éxito que Trump buscaba proyectar en política exterior: una foto, una firma y ninguna solución real.
El conflicto fronterizo entre Tailandia y Camboya, que en julio derivó en enfrentamientos con artillería y aviación, tiene raíces históricas, territoriales y culturales que van mucho más allá de los intereses de Washington. Estados Unidos buscó capitalizar el contexto de la ASEAN —donde compite por influencia con China— para mostrarse como mediador y garante de estabilidad. Pero los hechos muestran lo contrario: la región sigue marcada por rivalidades latentes, economías desiguales y fronteras plagadas de minas que simbolizan tanto el pasado bélico como el presente desconfiado.
Trump intentó vender al mundo una “paz asiática” que nunca existió. Y, como en otros escenarios donde el magnate intervino con su estilo de diplomacia impulsiva, la realidad terminó estallando —literalmente— bajo los pies de soldados en una frontera olvidada.
El incidente fronterizo entre Tailandia y Camboya confirma que los acuerdos sin raíces políticas ni garantías de seguridad están condenados al fracaso. La ASEAN, atrapada entre las presiones de Estados Unidos y China, enfrenta el desafío de demostrar que puede resolver sus propios conflictos sin depender de mediaciones extranjeras que solo buscan rédito geopolítico. La “paz” trumpista fue efímera; la desconfianza, en cambio, persiste.
*Foto de la portada: AFP

