El asunto que deseamos abordar aquí no se trata de lo “sorpresivo” que sean las declaraciones de la viceministra neogranadina, sino lo tan difícil que es su tarea, dificultad que irónicamente es producto de las propias acciones de sus máximos jefes, en el departamento de Estado norteamericano.
La señora Londoño ofrece en sus declaraciones una defensa apasionada, pero de poca sustancia y realidad histórica, del rol de Estados Unidos en América Latina en general, y de la OEA en particular. La representante del gobierno de las Casa de Nariño habló en su intervención en Argentina sobre los «silencios oportunistas» de la CELAC por las violaciones de los derechos humanos en «tres países» integrantes de la organización, los cuales por lo general suelen ser los “sospechosos usuales” del Departamento de Estado: Venezuela, Cuba y Nicaragua.
En el contexto de la propia CELAC, la señora Londoño habló más de la OEA, que del organismo latinoamericano y caribeño. En su intervención, ratificó el compromiso de su país con la OEA, a la que señaló como el «centro de gravedad de un acervo institucional y normativo» de todos los estados americanos. La funcionaria colombiana calificó el fortalecimiento de la CELAC con el supuesto objetivo de «enterrar a la OEA» como «una equivocación descomunal» y una «gran irresponsabilidad». Al respecto, insistió en que “las generaciones actuales y futuras de nuestras naciones requerirán del acervo doctrinal y la defensa de los derechos humanos y la democracia con la que cuenta la OEA y siempre vivirán en el mismo vecindario que Estados Unidos y Canadá, a quienes parecería que se les quiere dar la espalda por parte de algunos en esta organización”. Quizás hubo una equivocación en la invitación, y la Señora Londoño no fue informada que no se trataba de una reunión de la OEA, sino de otro organismo regional.
En las declaraciones de la Señora Londoño, vemos un ejercicio caracterizado por una fuerte condición de amnesia selectiva de la historia de las relaciones históricas entre Estados Unidos y América Latina. Para la señora Londoño, es un error descomunal “enterrar” la OEA. No obstante, la funcionaria neogranadina se olvida de los tantos «errores descomunales» de la OEA, al violar sus propios códigos e intervenir directamente en las políticas internas de ciertos Estados miembros (ignorando intencionalmente a otros) para desacreditar sus sistemas políticos y su democracia, y justificar la ruptura del hilo constitucional. El rol de la OEA solamente en la crisis boliviana – primero como instigadora de un golpe de Estado, y luego como “legitimadora” de este – nos otorga suficientes motivos para que los países miembros que no dominan esta iniciativa originalmente estadounidense, pierdan fe en su utilidad, su transparencia y su relevancia para el desarrollo y la paz en la región.
En los últimos años (específicamente desde la restauración conservadora en la región y la llegada del peón de Washington a la secretaría general en el 2015), la OEA se ha transformado en un mero instrumento de la política exterior estadounidense, y un grave peligro no solamente para los sistemas democráticos de la región, sino para la propia estabilidad y bienestar de los pueblos de estos países. Solo con ser señalado como una “dictadura” por parte del Departamento de Estado – señalamiento que es seguido por las usuales declaraciones destructivas de la OEA – ahora cualquier país latinoamericano corre el riesgo mortal de ser sujeto de las famosas “medidas coercitivas unilaterales” estadounidenses, las cuales poseen graves consecuencias para las poblaciones de ese país, entre muertes, pobreza, inestabilidad, invasiones de mercenarios, destrucción de sus economías y sus monedas nacionales, etc.
Alternativamente, gobiernos que sí asesinan explícitamente a sus poblaciones de manera sistemática, como el gobierno de la Señora Londoño o el antiguo gobierno de la Señora Jeanine Áñez, gozan de una inmunidad completa y exclusiva por parte de la OEA, asunto que quizás explica la defensa apasionado que le otorga la representante del gobierno del presidente Iván Duque, al indicado organismo regional.
El tema de los derechos humanos siempre suele ser uno de los temas favoritos de gobiernos como el de la señora Londoño, aunque nunca para sus propias poblaciones, sino para todas las demás. Como era de esperarse, la Señora Londoño señaló indirectamente (a pesar de que su “sutileza” no fue en realidad muy “sutil”, valga aquí la redundancia) con mucha preocupación las violaciones de los derechos humanos en Venezuela, Cuba y Nicaragua, tranquilamente desde un universo paralelo donde ciertas realidades no existen, como por ejemplo que en Colombia el año 2020 fue el periodo en el cual se dio la cantidad más grande de asesinatos políticos de dirigentes sociales (303 asesinatos), mientras que el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) de Colombia señala que solamente en el 2021, se han cometido en el país suramericano 92 masacres y fueron asesinados 168 líderes sociales y 48 firmantes del Acuerdo de Paz. Otro dato interesante que se le escapa a la Señora Londoño es que desde la firma del Acuerdo de Paz (noviembre de 2016) hasta la fecha, se han cometido 1.283 homicidios de líderes de movimientos sociales, de los cuales 885 ocurrieron durante la gestión de gobierno del presidente Iván Duque.
Por estas y tantas otras razones que no podemos abordar en este limitado espacio, los comentarios de la señora Londoño solo estimulan los siguientes interrogantes:
¿Adonde estaba la OEA cuando las fuerzas del golpe de Estado contra Evo Morales masacraban a sus poblaciones? ¿Adonde estaba la OEA cuando el propio gobierno de la Señora Londoño masacraba a sus propias poblaciones y los lideres de los movimientos sociales colombianos? ¿No fue la OEA misma la que declaró como legítimo el masivo fraude electoral del traficante de drogas Juan Orlando Hernández en Honduras en el año 2017? ¿Acaso la OEA posee una serie de doctrinas para gobiernos como los de los Presidentes Bolsonaro y Duque, y otra serie totalmente antagónica para gobiernos como los de los Presidentes Maduro y Ortega? ¿Por qué será que siempre todas las posturas de la OEA coinciden milimétricamente con las de la Casa Blanca? ¿Por qué la supuesta represión en Caracas o Managua son temas exclusivos de la OEA, mientras que la innegable represión de los manifestantes, fraudes electorales y persecuciones políticas de opositores en Estados Unidos son temas exclusivamente fuera de la “jurisdicción” del organismo regional?
La funcionaria colombiana indicó en su famosa intervención que “la integridad de nuestro hemisferio también nos brinda grandes oportunidades en la cercanía con Canadá y Estados Unidos”. Estas son exactamente las mismas palabras que fueron empleadas repetidamente por los estadounidenses y sus apologistas en América Latina, desde las primeras conferencias panamericanas a finales del Siglo XIX, y hasta los años 1948 (creación de la OEA en Bogotá, a pocos días del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán) y 1954 (Cumbre Panamericana bajo la dictadura militar de Pérez Jiménez en Venezuela). En realidad, este “plantilla” no ha cambiado en mas de 125 años (desde 1889, la primera conferencia Panamericana en Washington).
No obstante, aun no logramos observar estas maravillosas “oportunidades”, más allá de las oportunidades que ha disfrutado América Latina de ser invadida repetidamente, de sufrir un “cambio de régimen” tras otro, y de acuerdos comerciales y económicos altamente asimétricos, en los cuales se logra exitosamente transferir inmensas cantidades de riquezas, pero siempre desde el Sur y hacia esos países que supuestamente nos brindan las maravillosas “oportunidades” de la señora Londoño.
Sería interesante preguntarle a la funcionaria neogranadina cuáles específicamente son las fuentes históricas que sustentan sus alegatos, ya que estas no coinciden para nada con el inmenso repertorio historiográfico que poseemos aquí en América Latina, el cual nos ilustra tanto sobre las “venas abiertas” de nuestro continente. La funcionaria neogranadina señaló a Estados Unidos y Canadá en su intervención durante la reunión de la CELAC, “quienes parecería que se les quiere dar la espalda por parte de algunos en esta organización”. Quizás con un poco más de consciencia sociohistórica, la Señora Londoño pudiera darse cuenta que no es tanto la “espalda” que los pueblos latinoamericanos quieren darle a Estados Unidos (y quizás su socio minoritario, Canadá), sino evitar la aplastante bota “Yanqui” que siga caminando sobre nuestras espaldas.
Ahora bien, a pesar de otorgarle una evaluación crítica de las declaraciones de la funcionaria colombiana y su apologética postura sobre la OEA, es importante realizar y entender que estas posturas nos ofrecen una “ventana” por la cual podemos observar las verdaderas preocupaciones geopolíticas de Washington. Es importante entender que más allá de las múltiples críticas que ya hemos presentado aquí, debemos igualmente comprender la dificultad de la situación de la Señora Londoño, lo absolutamente difícil que es defender lo indefensible, pero a la vez lo absolutamente imprescindible que es defender esta difícil situación. La tarea de las Señora Londoño, como la de todos los funcionarios del ejecutivo colombiano, es extremadamente difícil y repleta de contradicciones (como acabamos de demostrar), pero las raíces de estas dificultades fueron generadas en Washington, y no necesariamente en Bogotá.
La OEA fue producto de un esfuerzo continuo de casi 60 años (de 1889 a 1948) para lograr una hegemonía hemisférica sin la desagradable necesidad de ocupar e incorporar a la República Blanca, Protestante, Anglosajona y “pura”, ciertas poblaciones poco “deseables”, punto que fue de inmensa importancia en los debates del congreso estadounidense en 1847, cuando Estados Unidos logró conquistar a todo México, para luego quedarse solamente con las regiones menos pobladas de este país. La OEA, como un medio de dominio, constituye una arquitectura institucional compleja e interconectada que, a través del derecho internacional, las asimetrías en el comercio y el uso de la moneda estadounidense – y ciertos “pactos de seguridad y defensa” – garantiza la hegemonía estadounidense de facto sobre el hemisferio, sin la necesidad de recurrir a métodos imperiales tradicionales de las potencias europeas como los británicos y los franceses, por ejemplo.
No obstante, este método de dominio indirecto y de expansionismo no-territorial implica que su uso es el de un “bisturí”, y no el de un “garrote”. Lamentablemente, lideres bastante cuestionables como Donald Trump empezaron a utilizar las “refinadas” herramientas imperiales desarrolladas después de la victoria estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, sin efectivamente “leer las instrucciones de uso”. En vez de emplear estas herramientas colectivas jurídicas/legales e institucionales como un bisturí que apenas hace una incisión quirúrgica y delicada, y así obtiene sus deseados resultados sin perturbar o alterar significativamente el propio “tejido” del sistema internacional que tanto lo favorece, estas fueron utilizadas como un garrote que aplasta todo lo que toca.
Es como si fuera que se le otorgó a un vikingo gigante de 180 metros – acostumbrado a emplear hachas de hasta 40 kilos de peso – una catana japonesa (prácticamente el “bisturí” de las armas blancas), para los “delicados” propósitos de vandalizar y saquear las costas europeas. No obstante, la culpa no se le puede asignar totalmente al Señor Trump, ya que, en realidad, el paso del uso del “bisturí” como si fuera un “garrote”, es una clásica indicación del declive, en donde la desesperación por decelerar la pérdida de hegemonía o el auge de un competidor, conlleva al uso repetido y luego al abuso de métodos que anteriormente daban resultados, precisamente por su poco y meticuloso uso. Quizás esto último explica porqué observamos tan pocas diferencias de fondo entre los periodos “Trump” y “Biden”.
Desde que Washington colocó su peón en la cima de la OEA en el 2015, el país norteamericano ha utilizado la organización de manera cada vez más “obtusa”, brusca y arbitraria, ignorando cada vez más la prudencia de mantener las apariencias de “neutralidad”, de “imparcialidad” y de “equidad”, a favor del proyecto de restauración conservadora en América Latina y el Caribe, luego de la desaparición física (muerte o cárcel) de las mas grandes pesadillas latinoamericanas para los estadounidenses: Hugo Chávez, Lula da Silva y Néstor Kirchner. El uso y abuso de la institución para los propósitos de destruir los gobiernos populares y progresistas, y sostener los gobiernos conservadores fue (y sigue siendo) tan descarado, que lamentablemente la “catana gringa” quedó mellada, abriendo el espacio para la tan aborrecida y detestada CELAC de Chávez florezca, una vez más.
Las ultimas reuniones de la CELAC (2021 y 2022) quizás son un testamento de cómo van cambiando las cosas en América Latina. Durante el auge de la restauración conservadora – con lideres como Mauricio Macri y Pedro Kuczynski – hablar de la CELAC era prácticamente hablar de los muertos: la iniciativa “comunista” fue propiamente enterrada como Chávez y Kirchner, o en un “hueco”, como tenían al brasileño Da Silva. Las cumbres de los años 2018 y 2019 ni siquiera se dieron. Hoy por hoy, la pobre señora Londoño tiene que asistir a estas desagradables reuniones de la revivida CELAC – ya que no pueden dejar que los gobiernos “problemáticos” acaparen este espacio – para hablar del “acervo doctrinal” de la OEA, y cómo Estados Unidos y Canadá son nuestros “friendly neighbours” (vecinos amigables), como el “Spiderman” de las comiquitas estadounidenses.
Por todo lo expuesto aquí, es de inmensa importancia comprender las motivaciones de Estados Unidos en la actualidad para actuar como actúa en América Latina y el Caribe. Sin duda alguna, el tema de recuperar la hegemonía hemisférica que ya la desgastada OEA no le garantiza es de gran importancia estratégica para Estados Unidos, como también es la “resucitación” de su restauración conservadora, aunque esta última es más un medio que un fin. Pero lo más urgente en la actualidad para la potencia anglosajona es su intensa rivalidad con sus enemigos principales: Rusia, y la económicamente hegemónica China. En el contexto de la nueva Guerra Fría que sostienen estas potencias (Rusia y China, por un lado, Estados Unidos, por el otro), Estados Unidos teme que un día Rusia y la China logren hacer a los Estados Unidos lo que ellos les hacen a estos dos, en la actualidad. Estados Unidos amenaza constantemente a Rusia y la China en sus propias fronteras, empleando sus vecinos contra ellos mismos, y/o sembrando el caos en sus zonas estratégicas, asunto que es muy evidente en sitios como Hong Kong, Taiwán, Japón, ahora Australia con el acuerdo “AUKUS”, como también con la grave crisis ucraniana y la actual situación en Kazakstán.
Imaginemos, por un momento, que el grado de cooperación China-América Latina sea de tal nivel avanzado, que sería imposible expulsar económicamente al gigante asiático de la región. Imagínense, por un breve momento, una acumulación de fuerzas militares o navales rusas en el Caribe, o en Centroamérica. Claro, este escenario es, efectivamente, la pesadilla actual de Rusia, con el constante proyecto de expansión de la OTAN y las armas ofensivas de la alianza gringa en Ucrania (y Polonia). Pero como cada ladrón juzga por su condición, Estados Unidos no desea que le hagan lo que ellos le hacen al resto del Mundo. Y justo por eso, más que por cualquier otro factor, es que se esta intensificando este enfrentamiento entre las fuerzas progresistas y reaccionarias en América Latina, y parte de los espacios de estos enfrentamientos se hallan en instituciones desgastadas como la OEA, o recién vigorizadas como la CELAC.
Notas:
*Internacionalista y Profesor de relaciones internacionales en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Último Diplomático Bolivariano en Honduras expulsado en el 2019.
Colaborador de PIA Global