Colaboraciones Norte América

“La nueva Yalta”, otro desesperado intento del mundo unipolar

Por Hernando Kleimans*. Especial para PIA Global. –
“La Operación Militar Especial no es un conflicto territorial. Rusia es el país más grande del mundo. No busca nuevas tierras. Se trata de los principios sobre los cuales se basará el nuevo orden mundial”. (Vladímir Putin en el foro de Valdai, 05.10.2023)

En el helado invierno del 45, ni siquiera las acogedoras costas de Crimea se habían salvado de las nieves. Los antiguos palacios imperiales en los que el zarismo y sus invitados europeos solían pasar sus doradas vacaciones estaban desiertos, sin calefacción, con algunos deterioros que habían causado los bombardeos nazis.

Sin embargo, en febrero altos oficiales del mando soviético fueron enviados a reacondicionar instalaciones para recibir a los principales dirigentes aliados y mantener decisivas reuniones, en vísperas de la derrota hitleriana, que configurarían las nuevas relaciones internacionales. Un nuevo mundo emergía de los horrorosos abismos de la guerra y reclamaba duraderas y estables condiciones de paz y convivencia.

El palacio Livada fue centro de la cumbre que reunió a Iósif Stalin, Winston Churchill y Franklin Roosevelt. Las actas taquigráficas de las reuniones describen las duras discusiones entre un Churchill empeñado en mantener el desflecado imperio británico y agregarle algunos trozos de los Balcanes y Alemania, un Roosevelt impelido por la urgencia de terminar una interminable guerra con Japón y Stalin empeñado en consolidar garantías de seguridad en el oeste europeo que permitieran a la URSS restañar sus horrendas heridas (casi 30 millones de muertos y el 30% de su PIB incinerado). Esto incluía el destino de Polonia, casi extinguida como estado y con 7 millones de muertos, a la que también apuntaban los apetitos británicos, y la necesidad de oponerse a los designios de los “aliados”, dispuestos a desmembrar Alemania y evitarse en el futuro la disputa de mercados con un fuerte competidor.

Pero en el trasfondo de Yalta se produjeron hechos importantes, producto del fortalecimiento de los movimientos de liberación nacional en el Medio Oriente y en Asia. La URSS comprometió su participación en la guerra contra Japón y esto fue una tácita garantía para que China reconquistara su independencia, ya no bajo el dominio del Kuomintang de Jiang Jieshi o Chiang Kai-shek, sino por la acción del Ejército Nacional de Liberación liderado por Mao Zedong. El ENL recibió la poderosa ayuda soviética, prometida en Yalta, en cuanto culminó la batalla por Berlín, en mayo de 1945. En agosto de ese mismo año, la URSS abrió las hostilidades con el Japón imperial y, en conjunto con el ENL y el ejército mongol, en 23 días barrió de China y Corea las tropas japonesas que durante años asolaron el sudeste asiático.

El Mahatma Ghandi en la India lideró la liberación del dominio británico, secundado por el Ejército Nacional Indio de Subhash Chandra Bose, cuyas acciones en el norte del país fueron salvajemente reprimidas por el ejército inglés. En 1947, dos años después de finalizada la guerra, la India logró su independencia. Los mismos procesos se desarrollaron en la Península Indochina y en una Corea liberada de los japoneses.

Estas victorias no hubieran sido posible si no hubiese existido Yalta. Eso lo entendieron muy bien los “aliados occidentales”. Comprendieron que, si no lograban restablecer el status quo anterior a la guerra, perderían todo el dominio colonial y las nuevas naciones no estarían dispuestas a seguir sometidas al saqueo imperial.

En abril de 1945, mientras Churchill le mandaba incesantes mensajes de amistad y admiración a Stalin, las tropas británicas en Europa recibían la orden de rearmar las unidades alemanas prisioneras y ponerlas en condición de reiniciar la guerra, esta vez sólo contra la URSS y en alianza con Inglaterra y los Estados Unidos. La fecha de inicio de las acciones bélicas fue fijada para el 1 de julio de ese año. Un mes y medio después del fallecimiento de Roosevelt y su reemplazo por el agresivo Henry Truman.

El plan incluía el bombardeo atómico de las ciudades rusas. Nobleza obliga: en junio del 45, en la cumbre de Potsdam, Truman le adelantó a Stalin que en el desierto de Nevada había detonado con éxito un artefacto de enorme poder mortífero. Pensaba que Stalin iba a resignar objetivos. El generalísimo, en cambio, ordenó acelerar los trabajos atómicos que desarrollaba Igor Kurchátov y que en un par de años le permitieron a Moscú recuperar el equilibrio estratégico.

Así, pues, Yalta lo mismo que luego Potsdam, fueron cumbres en las que se consagró una paridad mundial que, mal que le pesara a los “aliados occidentales”, contribuyó al despliegue de los movimientos de liberación nacional y, como resultado de ello, al surgimiento y consolidación de más de cien estados independientes. La creación de la Organización de las Naciones Unidas reflejó esta realidad. La ONU fue el receptor lógico de los nuevos estados. Su propia esencia impidió que las potencias occidentales vetaran el ingreso de países como la Argentina de Perón, tildada de “filonazi”.

El mentado “espíritu de Yalta” no fue un escollo para la agresión imperialista. En su primera década de existencia se desarrollaron violentos conflictos provocados por esa agresión: Corea, Vietnam, Guatemala, Palestina, fueron contundentes demostraciones de la contumaz política saqueadora de los centros imperiales. El mundo se pobló de bases militares norteamericanas (luego algunas disimuladas como de la OTAN), las flotas estadounidenses vigilaron los océanos y los B52 efectuaban constantes patrullajes atómicos. En el Pentágono, el Comité de Jefes de Estado Mayor aprobaba, en diciembre de 1949, la operación “Dropshot”, que preveía la descarga de 300 bombas atómicas y 29.000 de napalm sobre 200 objetivos y más de 100 ciudades soviéticas, para destruir de un golpe el 85% del potencial económico de la URSS.

Además de los EE.UU., en el ataque participaría la OTAN. A los países latinoamericanos que participaran del ataque se les aseguraba el ingreso a la OTAN y el acceso a todos sus planes económicos y comerciales. La Argentina de Perón se opuso.

El plan de la operación “Dropshot” puede verse en: [1]

Sus principales objetivos eran asegurarse el dominio de las fuentes de petróleo en el Medio Oriente y Venezuela. Esos recursos, dice el plan, “son de gran importancia para los aliados”.

 Para ello, como antesala al despliegue nuclear, el plan diagramó intensos programa de “guerra psicológica, económica y subterránea”.

En cuanto a los países latinoamericanos, “Dropshot” afirmaba que permanecerían neutrales o se unirían a los aliados. “Aquellos no combatientes probablemente pondrán sus recursos económicos y posiblemente sus territorios a disposición de los aliados”.

Aunque advertía que “América Latina seguirá teniendo la menor prioridad que tiene actualmente como interés de seguridad para los EE.UU.”

A la Argentina el plan le asignaba una actitud totalmente subordinada ya que aunque en ese momento “las cifras correspondientes a Argentina incluyen compras en Gran Bretaña y Canadá; sin embargo, la mayor parte de las compras futuras probablemente provendrán de los Estados Unidos “, lo que condicionaba su soberanía.

“Dropshot”, sin duda, se convirtió en la Carta Magna de la guerra fría. En ese contexto, el imperialismo, empleando la violencia más sangrienta, pugnó para impedir o al menos obstaculizar las disposiciones de Yalta, refrendadas unos meses después en Potsdam. Londres impulsó, armó, entrenó y financió los terroristas nazis ucranianos que hasta bien entrada la década de los 50 atentaron contra el restablecimiento de Ucrania. En Polonia y en los países bálticos (Estonia, Lituania, Letonia) ocurrió otro tanto con los “hermanos de los bosques”, mercenarios pagados por Inglaterra que sembraron el terror en la región. (Ver “Cenizas y diamantes”, de Andrej Wazda)

La ignorancia de la resolución de la ONU que dispuso la creación de los Estados de Palestina e Israel generó en 1947 el inicio, impulsado por Londres, de la violencia entre dos pueblos que hasta entonces habían sido hermanos.

La provocación bélica y la crisis de Berlín en 1949, con la creación de la OTAN y la República Federal Alemana en los tres sectores de ocupación de los “aliados occidentales”, puso al mundo al borde de la guerra nuclear, contraviniendo los correspondientes tratados suscriptos en 1945 sobre el futuro alemán como estado unificado.

El intento por impedir el desarrollo independiente de Corea provocó en 1950 la invasión de la península por fuerzas norteamericanas y de sus aliados de la OTAN, resistida por Pyongyang en alianza con la República Popular China y la URSS.

El mismo plan hegemónico se intentó luego en Vietnam, en los países africanos, en varias naciones latinoamericanas. Nunca tuvo necesidad de cambiar y por eso dio por sentado que su dominio era el fruto del “exclusivismo” de los Estados Unidos, destinados por Dios a ser los líderes mundiales y a obligar a marcar el paso debido a todos los demás países.

En nuestro continente latinoamericano, convertido en coto cerrado del imperialismo norteamericano, la resistencia al expansionismo de Washington tiene larga data. La lucha mexicana contra la anexión de casi 3.000.000 de km2 de su territorio en la segunda mitad del siglo XIX, la guerra en Cuba contra el invasor yanqui a fines de ese siglo, la resistencia colombiana a la separación de Panamá para la construcción del canal, Sandino, fueron indelebles hitos de la historia común contra la dominación imperial. La lucha cubana y venezolana contra las despóticas sanciones y agresiones del imperialismo.  Las secuelas de la guerra fría en América Latina fueron letales. Crueles dictaduras militares que cortaron a sangre y fuego cualquier intento soberano, respaldadas abiertamente por el imperio. No encuentro mejor ejemplo de este dominio unipolar que nuestra guerra de Malvinas, cuando el imperialismo global reprimió con centenares de muertos la reincorporación de las islas a nuestro territorio e instauró en ellas una poderosa base militar con armamento nuclear.

Todo proceso histórico es dialéctico en esencia. Las contradicciones inherentes a la propia estructura de clases del imperialismo y aquellas que enfrentaron los centros monopólicos con los países emergentes condujeron finalmente a la crisis general de un sistema obsoleto, anacrónico y descompuesto. Esto, paradoja inevitable del desarrollo social, contribuyó a actualizar los principales postulados de Yalta, en lo que hace a la lucha contra el nazismo y la agresión imperial, el respeto por la libre determinación de los pueblos y la preservación de la paz como valor universal.

Mientras el nuevo mundo multipolar se fortalece, amplía sus vínculos e incorpora nuevos miembros, el viejo orden unipolar se debate en frenéticos intentos por conservar sus posiciones dominantes. Las recientes incorporaciones a los BRICS son un claro ejemplo de este fortalecimiento. Además de la inclusión de Indonesia (279 millones de habitantes), la solicitud de ingreso presentada por Filipinas es un durísimo golpe al control militar que desde ese país los EE.UU. ejercían sobre el sudeste asiático y en especial de custodia por Taiwán.

Por otra parte, el catastrófico y lamentable escenario de incendios en Los Ángeles desnuda la impotencia del sistema en resolver situaciones de emergencia nacional, y generar una conciencia general de solidaridad, para afirmar prioridades elementales para el ser humano.

En ese contexto (no abriré su historia ya que eso debe ser un análisis por separado), aparecen elegantes referencias a una “nueva Yalta”. Ellas dan por demostrado que la “vieja Yalta” fue una primera repartija “pacífica” de intereses de las grandes potencias en el mundo. No, claro está, no fue eso Yalta. Los hechos expuestos lo demuestran.

Esta “nueva Yalta” es un intento por apaciguar el avance del mundo multipolar y definir entre los “grandes jugadores” esferas de influencia. En esencia no es más que el reconocimiento de la debilidad y la derrota del poder unipolar, cada vez más enajenado en su torre de marfil construida sobre especulaciones y extorsiones financieras, sostenida por una fuerza militar cada vez ostensiblemente más débil y alimentada por una alienante torpeza política.

La parte más pragmática de este poder unipolar, liderada relativamente por Donald Trump y su equipo, está buscando nuevas cargas de oxígeno y una depurada atmósfera operativa. Prima facie comprende que las aventuras bélicas al estilo de la demencial agresión del régimen de Kíev no le han resultado favorables. Ni esa absurda y criminal provocación, ni la inacabable saga de sanciones que a nadie ha logrado sancionar: a) descuartizar a Rusia como el principal enemigo ideológico, político y militar y b) imponerse sobre su principal competidor económico, China, en el mercado mundial. Por el contrario, al final de la historia el derrengado bloque euroatlántico se encuentra ante el dilema de su derrota final ante el auspicioso nuevo orden del mundo multipolar, que ya concentra en sus distintas manifestaciones (BRICS, OCSh, LA, UA, ANSEAN, OPEP, FPEG, etc.) más del 50% del PIB mundial, casi la totalidad de las fuentes energéticas y de comestibles, maneja una red logística independiente, esencial para el libre intercambio de productos y ya efectúa el 80% de sus transacciones utilizando divisas nacionales.

¿Con qué cartas en esta dura mesa de truco [2] se sentará Trump ante Putin? Como experto jugador que es sabe que a su contrincante no lo arreará con una «falta falsa». Lo mejor que podría pasarle, es «repartir los tantos» o, al menos, no perder el puntito del «envido». Esto lo sabe. Por eso, antes de iniciar la partida, el todavía no asumido presidente tiene que ejecutar dos tareas: crear una cortina de humo sobre sus verdaderas posibilidades en el terreno internacional y parar el desastre final que están haciendo el vejete y sus sostenedores, tirando nuevas sanciones a troche y moche, dándole nuevos créditos al ilegal comediante de Kíev, inmovilizados ante la catástrofe nacional de Los Ángeles.

Mi amigo y colega Alexandr Iakovenko, exembajador ruso en Inglaterra y actual rector de la Academia de Diplomacia, calificó la eventual conducta internacional de Trump como “diplomacia de transición” desde el alocado galope represivo de la Administración Biden hacia una postura más correspondiente con las nuevas definiciones que proporciona el mundo de la IA, de los drones y de las nuevas estrategias militares. Necesita mercados “tranquilos” y capaces de receptar los resultados de la política de reindustrialización proclamada por Trump. Quizá la necesidad de contar con ingentes recursos energéticos, de los que no está muy seguro de poseer en el territorio estadounidense, es lo que lo lleva a negociar con Canadá, con escasa población y mucha energía. Y, por otra parte, Canadá, Alaska y Groenlandia le otorgan a los EE.UU. una importante y promisoria presencia ártica comparable con la rusa (aunque la Ruta del Ártico Norte transcurre en su totalidad por el espacio marítimo exclusivo ruso).

En este asunto, claro, habrá que ver qué pito toca la Unión Europea. Por ahora, salvo la de “cliente” de la ruta ártica, ninguno. Se le agrega la ratonera de una OTAN que les impone, por orden de Washington, el aumento del 2 al 5% en los gastos de defensa. Algo que, obviamente, ningún país paria europeo está en condiciones de asumir. La acuciante crisis económica y social europea, provocada por la imbecilidad e incompetencia de sus líderes, es lo que terminó de desplazar a la UE de la mesa del «truco». Las negociaciones (el juego) son válidas si los contrincantes son parejos. Esta impotencia de la dirigencia tradicional europea es la que facilitó el auge de las mal llamadas ultraderechas que no son, ni más ni menos, otra cosa que la expresión nacionalista y conservadora de la mayoría de la población de la UE. Es común entre sus líderes el rechazo a la alocada aventura ucraniana y el llamamiento a fortalecer la economía europea independientemente de los deseos de Washington. La flamante líder de “Alternativa para Alemania”, la economista Alice Elisabeth Weidel, acaba de prometer que, si se convierte en canciller alemana, lo primero que hará será reconstruir los gasoductos “Nord Stream 1 y 2”, con lo que proveerá a Alemania del fluyente y barato gas ruso. ¡Pero ello presupone la reformulación de la política exterior alemana y, por ende, de toda la UE! ¿Les dará el cuero a los dirigentes europeos para asumir responsabilidades y reconocer monumentales pifias?

Me temo que la mayoría de ellos es irrecuperable y consecuencia del calamitoso estado económico y social de Europa. Ahora la UE insiste en respaldar al agonizante régimen de Kíev, aun si los Estados Unidos se desentienden de ello. Esto lo acaba de afirmar la titular de la diplomacia europea Kaja Kallas. ¿Tendrá noción de lo que dice?

Prefiero citar nuevamente a Weidel, ligeramente más ubicada que la ex primer ministra estoniana. “los EE.UU. deben definir en qué mundo quieren vivir. Porque son imperio deberán ustedes batallar por sí mismos, verter sangre y sacrificarse. No esperen que los esclavos tomarán esta lucha en lugar vuestro. Esto no es posible. No ocurrirá. Al combatir, el esclavo indefectiblemente requerirá la libertad en calidad de recompensa. Y la libertad significa que irán por su camino y buscarán su propia felicidad. Si no lo hacen significa que son esclavos. Y los esclavos no combaten. Y no los culpen por eso”.

Se supone que, basado en los imponentes resultados de las elecciones, Trump tiene que trazar un rápido, eficiente y efectivo plan de acción. Dicen en su entorno que lo tiene. La elección para su gobierno de algunas figuras relevantes indicaría que aprendió la lección de su primer mandato y que irá rápidamente por las transformaciones. El dilema (el Punto Crítico) es determinar su capacidad de enfrentar el “pantano de Washington”, como se ha dado en llamar eufemísticamente a los sectores del imperialismo especulador financiero que respaldaron al anciano.

El dilema es saber si comprenderá que una primera evaluación de los daños provocados por la catástrofe de los incendios indica que se necesitarán casi 200.000 millones de dólares para recuperar lo devorado por el fuego, casi la misma suma que la senil administración de Joe Biden dilapidó con la banda de Kíev.

El dilema es saber si el equipo de Elon Reeve Musk y Vivek Ganapathy Ramaswamy tendrán los suficientes poderes y las necesarias bolas como para desarmar un presupuesto de un billón (UN BILLÓN) de dólares anuales para el Complejo Militar Industrial, un término que acuño Dwight David «Ike» Eisenhower, un victorioso general de la Segunda Guerra que fue dos veces presidente USA y promovió y alimentó el auge de las empresas armamentísticas.

Esa “Pax Americana” tan conocida y sufrida por nosotros, conformó el sistema central de las relaciones internacionales postbélicas, consolidadas en torno a la base imperialista conformada abiertamente por el mundo unipolar. Pero ya no es así y eso el establishment estadounidense lo sabe a juzgar por su histérica reacción al “desafío geopolítico” de Rusia, China y toda la llamada “Mayoría Mundial”. El reemplazo de la “Pax Americana” bien puede ser la iniciativa de Trump de imitar el formato de la Gran Asociación Euroasiática, impulsado por los países BRICS y, naturalmente, estructurado a partir de relaciones interestatales. Otra paradoja dialéctica: para “salvar” lo que queda del mundo unipolar hay que recurrir a instrumentos forjados en su opuesto, el mundo multipolar integrado por Rusia, China, Irán, la India, y otros países claramente “autoritarios”. No hay otro camino.

El presidente electo se tendrá que sentar esgrimiendo cartas que hablen de seguridad y paz. Que siquiera mencionen la posibilidad de recomponer la trama de tratados internacionales que garantizaban estabilidad y equivalencias militares, que aseguraban la paz nuclear y que fueron cuidadosamente desarmados y denunciados por el inepto equipo internacional del temulento vejestorio de la Casa Blanca.

Las tonantes pretensiones de Trump sobre Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá y México (¡gran contestación de la querida presidenta Claudia Sheinbaum Pardo!) pueden parecer un extravagante ataque al tradicional sistema de coordenadas: soberanía, inviolabilidad de las fronteras, etc. Creo que tiene que ver con ubicarse en una mesa donde el truco es un movimiento tectónico mundial y de lo que se trata es de sobrevivir en un medio de existencia cualitativamente diferente.

Un informe del prestigioso Instituto de la Economía Mundial y Relaciones Exteriores moscovita (IMEMO) se refiere al “colapso prácticamente total” del sistema de relaciones internacionales establecido en Yalta-Potsdam. Todo el sistema, incluyendo “sus tratados e institutos”. La caja de Pandora está abierta y ahora el mundo debe rehacer todo el sistema de acuerdos internacionales, incluyendo los territoriales. Las fronteras, dice un analista ruso, se asemejan al dólar: “existen hasta el momento en que la gente de uno u otro lado estén dispuestas a reconocerlas y defenderlas”.

La debacle de la OTAN en Ucrania, reconocida por todos en la práctica, empalma con la revolución “tradicional” del trumpismo, que presupone que los factores internacionales clave abandonen el lema neoliberal de “un mundo basado en normas” para centrarse en un nuevo orden, en el sentido lato de la palabra, basado en el respeto de las normas del derecho internacional, fundado desde 1945 por la ONU.

Para la creación de un nuevo imperio occidental central, con nuevas normas y fronteras, otra paradoja, Trump y su equipo necesitan legitimar el nuevo orden mundial con otros polos, así sean contrarios. Esta iniciativa neocolonial que por lo visto el presidente electo se propone presentar ante Putin, viene acompañada por una oferta de tregua a largo plazo y no seguir discutiendo quién es el más fuerte. En los mentideros trumpianos se habla de un retiro norteamericano de Europa Oriental y los países bálticos, no sólo de Ucrania, a cambio de que Rusia no ponga palos en la rueda en los asuntos con México, Panamá, Canadá y Groenlandia. Es obvio que Rusia no lo aceptará. Su estrategia política internacional se respalda, precisamente, en las decisiones soberanas de los pueblos y en el respeto a su autodeterminación.

No estamos hablando de un programa revolucionario el de Trump. No vamos al asalto del poder. Se trata de una operación netamente comercial: tranquilidad en los mercados que implica buenas ganancias en los negocios. Esto es algo que Trump puede proponer. Uno no es adivino, por supuesto, pero para un comerciante como el futuro inminente presidente de los Estados Unidos, puede verse como un plan posible. Siempre y cuando logre imponerse sobre los megafondos norteamericanos del tipo de “Blackrock” o Soros, que siguen controlando y bloqueando las acciones de aquellos grandes bancos y empresas que conforman el sistema económico estadounidense. A menos que, como dije en el título y para no desmentirme, gane la desesperación. Nada recomendable «si sos mano…»

En el entorno de Trump ya comunicaron que “en el equipo de transición del presidente electo consideran posible lograr un gran acuerdo de seguridad entre Rusia y los Estados Unidos luego del inminente cambio de poder en Washington”. En el Kremlin les respondieron con toda amabilidad: “Vladímir Putin siempre va a saludar la predisposición de Trump al diálogo con él”.

Enfrente, en la mesa del truco, lo espera un tío temible, que viene invicto en varias partidas bravas. Apenas mostró una carta con el “Oreshnik” pero estoy seguro de que tiene para el tanto y para el otro. Mientras espera tranquilo, tiene una barra mundial que lo alienta que, como decía mi querido padre, “te la voglio dire!”.

Así que, mis querida/os lectoras/os, mi gente interesada en predicciones y quiromancias, cumplo en decirles que… ¡no hay Yalta! Ni sueñen con componendas extrañas propias de las monarquías europeas del siglo XVIII. Nadie anexa nada. Es lo que hay. El ñato del Kremlin hasta puede jugar con las cartas destapadas. Es pie y espera que el rubio cante. Mi suegro, eximio jugador de truco, decía siempre que “la primera en casa”. Yo creo que ya está y tiene resto. Falta poco.

Hernando Kleimans* Periodista, historiador recibido en la Universidad de la Amistad de los Pueblos «Patricio Lumumba», Moscú. Especialista en relaciones con Rusia. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: Al frente del grupo, Iósif Stalin y Harry Truman se encuentran en la conferencia de Potsdam en julio de 1945. Dominio público

Referencias:

[1] https://www.allworldwars.com/Dropshot%20-%20American%20Plan%20for%20War%20with%20the%20Soviet%20Union%201957.html

[2] El Truco es un Juego de cartas españolas para jugar de a 2, 4 o 6 personas. Las partidas cortas se juegan a 15 puntos y las partidas largas a 30 puntos. Gana el jugador que complete dicha cantidad de puntos.

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