“[La muerte de Yasser Abu Shabab] marca el final de un capítulo oscuro, uno que no refleja la historia ni los principios de nuestra tribu… La tribu Tarabin apoya a la resistencia palestina en todas sus facciones… se niega a permitir que el nombre o los miembros de nuestra tribu sean explotados para formar milicias que trabajen en beneficio de la ocupación”.
Esto es lo que la tribu Tarabin de Gaza declaró en un comunicado tras el asesinato de su miembro Yasser Abu Shabab el 4 de diciembre. Ha habido informes contradictorios sobre cómo murió y quién lo mató. Algunos afirman que fueron combatientes de Hamás quienes le dispararon, otros que miembros de su propia tribu lo hicieron. Según informes, fue trasladado a un hospital israelí, donde falleció a causa de sus heridas.
Israel presentó el asesinato como una “disputa tribal” en lugar de como una represalia por su colaboración; esta era también la postura de la milicia Fuerzas Populares, comandada por Abu Shabab. Esta narrativa, por supuesto, ignora el hecho de que su propia tribu lo consideraba un colaborador y acogió con satisfacción su muerte.
Durante la guerra, el nombre de Abu Shabab fue sinónimo de colaboración con Israel. Fue un aliado clave en Gaza para asegurar el paso seguro de las tropas israelíes, buscar cautivos israelíes, asesinar a miembros de la resistencia palestina y, lo más infame, saquear camiones de ayuda humanitaria. Antes de su muerte, se informó que Abu Shabab estaba siendo considerado para el cargo de gobernador de Rafah, que sería designado por Israel.
Su muerte supone un duro golpe a los esfuerzos de Israel por establecer una nueva administración palestina en Gaza que responda a sus deseos y oprima a los palestinos. Es una prueba más de que el pueblo palestino jamás aceptará el dominio colonial.
Durante décadas, Israel ha utilizado colaboradores para socavar la unidad y el gobierno palestinos. A principios de la década de 1980, lideró la creación de las llamadas “ligas de aldea” en la Cisjordania ocupada. Estas representaban instituciones de gobierno local dirigidas por individuos financiados y protegidos por Israel a cambio de su lealtad. El objetivo era disminuir la influencia de la Organización para la Liberación de Palestina y sembrar la desunión. Sin embargo, los palestinos rechazaron las ligas por ilegítimas, y toda la iniciativa se vino abajo en pocos años.
Ahora Israel intenta replicar el mismo modelo en Gaza. Se suponía que financiar y armar a Abu Shabab crearía un centro de poder coercitivo en Gaza, que habría sido plenamente leal a Israel. Habría permitido que la ocupación israelí atacara a la resistencia, exterminando a sus combatientes, sin tener que involucrar más a sus soldados ni asumir el coste diplomático que ello implicaría.
Incluso si Abu Shabab no hubiera logrado establecer el control sobre Rafah ni sobre toda Gaza, sembrar el conflicto interno habría sido suficientemente beneficioso para Israel. Habría socavado la seguridad interna en Gaza, dañando la cohesión de la sociedad palestina y alentando a la gente a irse.
Pero, al igual que en el pasado, el plan de Israel estaba condenado al fracaso.
Aunque Abu Shabab contaba con un importante apoyo financiero y militar de la ocupación, no logró convencer a su tribu ni a los habitantes de Rafah de que se unieran a él. Solo logró reclutar a extremistas takfiríes, criminales y colaboradores que habían estado en prisión.
La gran mayoría de los palestinos lo consideraba un colaborador. Abu Shabab no pudo reclutar ni siquiera entre quienes se oponían o detestaban a las facciones de la resistencia, porque ellos tampoco traicionarían sus principios ni trabajarían para la potencia genocida que asesinaba palestinos a diario.
Si bien Abu Shabab proporcionaba a Israel seguridad y servicios técnicos sobre el terreno, su poder se basaba exclusivamente en crímenes y robos, lo que lo convertía en un odiado traidor, no en un líder. A pesar de alardear en videos de repartir ayuda robada a los pobres o construir campamentos con tiendas saqueadas, no logró el apoyo de la gente.
El plan israelí de convertir a Abu Shabab en gobernador fracasó porque no tuvo en cuenta que no se puede construir un gobierno legítimo sobre la base de crímenes.
Por mucho que Israel intentara protegerlo, su muerte era inevitable. Su tribu y otras personas en Rafah no podían aceptar su colaboración con la ocupación, lo cual dañaba su honor y su arraigada base moral.
Cuando se difundió la noticia de la muerte de Abu Shabab, la gente de Gaza celebró, saliendo a las calles y distribuyendo dulces. Palestinos con diferentes perspectivas sobre las acciones de Hamás se unieron en su alegría. El intento de Israel de intervenir en el futuro de Gaza fue truncado.
La muerte de Abu Shabab, en definitiva, envió un mensaje contundente: cualquier colaborador es un objetivo y ningún colaborador puede alcanzar la legitimidad. Tras más de dos años de genocidio, el espíritu del pueblo palestino no se ha quebrado; no ha renunciado a su tierra ni a su justa causa.
*Said Alsaloul escritor y profesor de ESL radicado en Gaza.
Artículo publicado originalmente en Al Jazeera.
Foto de portada: Abu Shabab / Facebook

