Elecciones 2024 Norte América

La “mano de dios” o el sacrificio del “viejo Joe”

Por Piotr Akópov *. –
Donald Trump es un mentiroso despiadado y Joe Biden es un buen hombre y presidente, pero necesita dimitir. Esta es la conclusión a la llegó el establishment estadounidense basándose en los resultados del debate, en este caso por boca de Thomas Friedman del New York Times.

Al presidente en ejercicio se le pide que se niegue voluntariamente a postularse para un segundo mandato, apelando a su sentido del deber: “Si hace esto, los estadounidenses aclamarán a Joe Biden todos los días por hacer lo que Donald Trump nunca haría: anteponer el país a sí mismo”.

En pocas palabras, los demócratas piden a Biden que se sacrifique en el altar de la patria, porque de lo contrario perderá y quedará avergonzado ante Estados Unidos. ¿Qué Estados Unidos? Bueno, por supuesto, el país más libre del mundo, el que lleva al resto de la humanidad a la luz y la felicidad; después de todo, así es exactamente como los globalistas que lo gobiernan imaginan a Estados Unidos. Entonces, para que su país siga sirviendo como luz guía para el mundo, ¿el presidente Biden debería hacerse a un lado y dejar que el verdadero Estados Unidos se ocupe de Donald Trump por sí solo presentando un candidato fuerte en su contra?

Pero disculpen, ¿a quién representa entonces Trump, al falso Estados Unidos? ¿Estados Unidos equivocado? ¿Todo tipo de ganado y escoria? ¿Rusos? ¿Fascistas o judíos? No está claro, pero se dirige con confianza hacia la victoria, y después del debate del 27 de junio esto quedó claro para la mayoría de los partidarios de Biden. Es decir, la situación es de emergencia y es necesario hacer algo antes de que sea demasiado tarde.

Será a finales de agosto, cuando la convención del Partido Demócrata en Chicago apruebe a Biden como candidato presidencial. Aún queda más de un mes y medio hasta el 19 de agosto, y durante este período la institución puede hacer algo.

¿Qué con exactitud? Convencer a Biden para que rechace la nominación y seleccione un sustituto para él, y lo primero está indisolublemente ligado a lo segundo. Biden no se retira de las elecciones porque se aferre al poder o sea terco, sino porque no ve un reemplazo digno. No ve a nadie que pueda detener a Trump.

Biden, como la mayoría del establishment estadounidense, odia a Trump y su tarea principal es impedir que Donald regrese a la Casa Blanca. Biden no iba a ser presidente: en 2016 dejó pasar a Clinton y se postuló en 2020 solo para expulsar a Trump de la Oficina Oval. Lo consiguió, si no a costa de falsificaciones, al menos por la pérdida de confianza en las elecciones por una parte considerable de los votantes. Ahora Trump entra a la revancha en mejor forma que Biden, entonces, ¿qué debe hacer el viejo Joe?

¿Dejar? Le encantaría hacerlo, pero ¿quién lo reemplazará frente a Trump? El quid de la cuestión es que Biden se ha convertido en el candidato demócrata indiscutible, no porque pueda derrotar a Trump, sino porque todos los demás son aún más débiles. Esto es una señal no de la fuerza de Trump, sino de la debilidad y la crisis ni siquiera del Partido Demócrata, sino de toda la elite política estadounidense.

Porque Trump no forma parte de ella y esto es una gran parte de su éxito. A los estadounidenses comunes y corrientes les gusta su naturaleza poco sistemática, incluso antisistémica; a pesar de que se comporta como un showman, lo aceptan como tal. Y los políticos sistémicos, suaves y peinados, provocan rechazo: son vistos como mentirosos profesionales y habitantes del «pantano de Washington».

En este contexto, Joe Biden es verdaderamente lo mejor que tiene el establishment. Tiene claramente la mayor experiencia internacional entre los políticos estadounidenses actuales, es inteligente, tiene sentido del humor y, en principio, no tiene cualidades personales repulsivas. Pero es viejo y su debilidad cada vez más evidente se está convirtiendo en el segundo obstáculo que lastra su campaña electoral. La primera piedra es el disgusto de los estadounidenses por el establishment, del que forma parte el político profesional Biden. Trump, el multimillonario, no lo es.

La enfermedad senil, por supuesto, aún no ha alcanzado proporciones alarmantes, pero sin duda progresará y si Biden gana, permanecerá en la Casa Blanca hasta enero de 2029. Lo más importante es que los republicanos lograron hacer de la salud física del presidente un tema electoral clave. Dada la división de la sociedad estadounidense en dos campos cada vez más polarizados, la salud de Biden se está volviendo decisiva para muchos votantes irresolutos. En pocas palabras, al demostrar su debilidad en el debate, Biden perdió su última oportunidad de ganarse a los indecisos, lo que significa que tiene garantizado perder las elecciones.

Está claro que el establishment está presa del pánico: en su segundo mandato, Trump tendrá mucha más experiencia y estará más enojado. Sus intentos por “drenar el pantano de Washington”, es decir, limpiar el Estado profundo, pueden resultar mucho más exitosos. Tanto más, si los demócratas también pierden el control del Senado y no recuperan la Cámara de Representantes (por ahora todo va en esa dirección) y al fin y al cabo el presidente Biden, que se está ahogando, entonces arrastra consigo al Partido Demócrata.

Pero ¿qué puede hacer el establishment en estas condiciones? Ya es casi imposible reemplazar a Biden con otro candidato; para ello es necesario convencer al presidente en el mes y medio que queda antes del congreso de que ceda el paso a un candidato más fuerte. Sin esto, Biden no rechazará la nominación: no hay necesidad de crear ilusiones sobre su estado de ánimo, no hay locura ni demencia en absoluto.

Pero el problema es que los demócratas simplemente no tienen un candidato fuerte que reemplace a Biden y todo el mundo así lo entiende. Las opciones que se están discutiendo –varios gobernadores populares (sobre todo Gavin Newsom de California y Gretchen Whitmer de Michigan) y un par de senadores– no tienen el potencial de alcanzar el nivel nacional. La vicepresidenta Kamala Harris es francamente débil y perderá ante Trump incluso más que Biden. El sueño de nominar a la verdaderamente popular Michelle Obama no se hace realidad: la ex primera dama se niega categóricamente a ser nominada.

Es decir, los demócratas se encontraron en un callejón sin salida, en un punto muerto, si no en un zugwang, cuando cada siguiente movimiento sólo empeora la situación. Nominar a un nuevo candidato en lugar de Biden también le dará a Trump una excelente razón para decir que el Partido Demócrata ha fracasado completamente al verse obligado a negar el apoyo al actual presidente.

No hay manera de salir del estancamiento para el establishment, porque este impasse no surgió así, sino que fue el resultado del largo viaje de la élite estadounidense. Lo único que puede salvar al establishment –es decir, detener a Trump– es la muerte súbita. No sólo la de Trump (la opción del asesinato sigue siendo relevante), sino también la de Biden; en este caso, la nominación de un nuevo candidato será inevitable y la simpatía por el jefe de estado repentinamente fallecido agregará puntos a su sucesor y, tal vez, incline la balanza a su favor.

Veamos si la «mano de Dios» (o lo que se hará pasar por ella) se manifestará en las actuales elecciones estadounidenses.

Piotr Akópov* Columnista de RIA Nóvosti

Este artículo fue publicado en el portal RIA Nóvosti/ traducción y adaptación Hernando Kleimans

Foto de portada: RIA Nóvosti

Dejar Comentario