Europa

La inmolación de Alemania en el altar del atlantismo

Por Giacomo Gabellini* –
Alemania se alinea así con los dictados atlantistas, aun a costa de sacrificar intereses económicos nacionales vitales.

El 21 de junio, «Die Zeit» informaba en tono alarmado de que, en mayo, «las exportaciones de Alemania a países de fuera de la Unión Europea cayeron drásticamente». Los datos indicaban un descenso interanual del 6,4%, impulsado en gran medida por el desplome vertical de las importaciones procedentes de China (-14%). Según el semanario alemán, la contracción del comercio entre Alemania y China refleja sobre todo el avance tecnológico alcanzado por el antiguo Imperio Celeste, que ahora está en condiciones de fabricar por sí mismo bienes que en el pasado solían importarse de Alemania. Al mismo tiempo, cada vez más empresas alemanas trasladan sus plantas industriales directamente a China, atraídas por la irreproducible estructura demográfica y de costes del país y alejadas de la madre patria por los elevados costes energéticos vigentes y el impacto negativo en los beneficios atribuible a las directivas europeas de protección del medio ambiente, que hacen especialmente antieconómico seguir fabricando en suelo europeo.

«Die Zeit», sin embargo, no deja de subrayar una tercera razón, igualmente crucial, detrás del creciente desinterés de China por el Made in Germany, consistente en el aumento de las «tensiones vinculadas al contencioso de Taiwán» al mismo tiempo que el alineamiento general de Alemania con las estrategias políticas y comerciales adoptadas por Estados Unidos. No es casualidad que Estados Unidos se haya convertido en el principal socio comercial de Alemania, desbancando a China, que ostentaba el liderazgo desde 2015.

Las tensiones comerciales entre la República Popular China y la Unión Europea, que se ha sumado a la línea proteccionista seguida por Estados Unidos desde la era Obama e intensificada primero por Trump y luego por Biden, resultaron decisivas en este giro. El punto culminante se alcanzó con la imposición de aranceles a las importaciones de vehículos eléctricos chinos del 25% al 100%, oficializada por la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, quien subrayó la necesidad de que Estados Unidos y la Unión Europea coordinen sus acciones para hacer frente al desafío chino con el fin de proteger sus mercados.

A continuación, pidió públicamente a la Unión Europea que elevara las barreras arancelarias para frenar los crecientes volúmenes de importaciones baratas de tecnología verde china, incluidos paneles solares y turbinas eólicas. Por otro lado, la propia Yellen instó a los consejos de administración de los grandes bancos alemanes a redoblar sus esfuerzos para cumplir las sanciones contra Rusia y poner fin a los intentos de eludirlas para evitar posibles sanciones que podrían suponer el corte del acceso al dólar por parte de Estados Unidos.

Resulta significativo que las declaraciones de Yellen coincidieran con las de la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en el sentido de que la Unión Europea se sumaría en breve a la política proteccionista de Estados Unidos mediante la aplicación de aranceles a las importaciones de vehículos eléctricos de fabricación china, a raíz de las conclusiones de una investigación de la UE sobre supuestas subvenciones públicas a la industria automovilística en China. Von der Leyen añadió que se pondrán en marcha investigaciones similares en otros 20 macrosectores, como parte de una política de «de-risking» destinada formalmente a reequilibrar las relaciones comerciales con el antiguo Imperio Celeste.

Como era de esperar, Pekín respondió del mismo modo, anunciando que cualquier arancel europeo desencadenaría una respuesta rápida y simétrica, con contra-aranceles en el sector agrícola centrados principalmente en el vino y el coñac francés, así como en la carne de cerdo y los productos lácteos. Un mercado valorado en 5.000 millones de euros en 2023, que representa alrededor del 25% de las exportaciones agroalimentarias europeas a China y el 2% de las exportaciones totales. «El mercado chino es crucial para el sector porcino europeo. Una de las razones es el tamaño de China: el volumen del mercado chino es tan grande que no podemos permitirnos ignorarlo», afirma Joris Coenen, director de la Oficina Belga de la Carne, organismo de coordinación de las exportaciones.

A primera vista, incluso el Canciller Olaf Scholz se había posicionado en contra de las medidas proteccionistas con las que amenazaba Von der Leyen, especialmente a la luz de las amenazas de Pekín de tomar represalias contra los grandes automóviles producidos en la UE por gigantes como Mercedes-Benz, Porsche y BMW. «El aislamiento y las barreras aduaneras -dijo Scholz- acaban encareciendo todo y empobreciendo a todos […]. No cerramos nuestros mercados a las empresas extranjeras, porque no querríamos que esto le ocurriera a nuestras empresas». La industria automovilística alemana, añadió el Canciller, está en contra de los aranceles, subrayando que el comercio con China asegura los puestos de trabajo en casa.

Posiciones, la de Scholz, que también se reiteraron tras la introducción de aranceles del 17,4 al 38,1 por ciento a las importaciones chinas de coches eléctricos por parte de la Unión Europea. «Los aranceles impuestos por la UE afectarán a las empresas alemanas […]. Los vehículos deben abaratarse a través de una mayor competencia, mercados abiertos y condiciones de localización significativamente mejores dentro de la UE, no a través de guerras comerciales y exclusiones del mercado», afirmó la canciller.

Por su parte, los chinos tacharon de «caza de brujas» la investigación antidumping dirigida por la UE y, a través de la Cámara de Comercio, hicieron saber que están «conmocionados y gravemente decepcionados». El aumento de los derechos del 17,4% al 38,1% supondrá un serio obstáculo para el mercado. Estamos profundamente descontentos con esta medida proteccionista de la Comisión Europea». Paralelamente, el «Global Times», tradicional megáfono del Partido Comunista Chino, escribía que, aunque los funcionarios chinos no han anunciado públicamente ninguna contramedida a las iniciativas europeas, China dispone de una amplia gama de opciones para responder adecuadamente.

Empezando por la consistente en arrastrar a la Unión Europea ante la Organización Mundial del Comercio, o la aplicación práctica de las hipótesis ya planteadas, como la imposición de aranceles a la agricultura y a los grandes vehículos europeos. En concreto, el periódico menciona «un llamamiento de un importante insider de la industria automovilística china para que China eleve temporalmente los aranceles sobre los automóviles importados con motores de más de 2,5 litros, con el fin de reducir las emisiones de carbono. Esta medida tendría un impacto considerable en las importaciones de automóviles procedentes de la Unión Europea». Así se desprende de los datos facilitados por la Administración General de Aduanas china, según los cuales China importó hasta 250.000 coches con motores de más de 2,5 litros en 2023, es decir, el 32% de todos los coches importados.

En términos más generales, China es el tercer mayor mercado para los bienes producidos en la Unión Europea y el mayor proveedor mundial del mercado único de la UE. En 2023, el comercio bilateral alcanzó los 738.900 millones de dólares, lo que supone un marcado descenso con respecto a los 857.800 millones alcanzados en 2022, y en 2024 es probable que descienda aún más. Esto se debe también a la habitual ambigüedad de Alemania, que, tras criticar el giro proteccionista europeo, envió a China al ministro de Economía, Robert Habeck, en un intento de encontrar una solución a la compleja situación planteada.

Habeck dejó claro desde el principio que no tenía autoridad para negociar en nombre de la Unión Europea y que no esperaba conseguir gran cosa de su visita diplomática. Desde Pekín, Habeck atribuyó públicamente el deterioro de las relaciones económicas chino-alemanas al apoyo de China a Rusia en la guerra contra Ucrania. A continuación, hizo hincapié en la inseparabilidad de ambas cuestiones y añadió que la UE y Alemania evitarían reducir su dependencia de China para el suministro de materias primas y bienes críticos si Pekín retiraba su apoyo a Rusia.

Es probable que las declaraciones de Habeck, formuladas ante el presidente de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de China, Zheng Shanije, compliquen aún más la relación entre Berlín y Pekín, pero son coherentes con la postura que Alemania parece dispuesta a adoptar en el escenario emergente.

La Stiftung Wissenschaft und Politik, un think tank alemán con sede en Berlín, ha pronosticado en uno de sus estudios una clara reducción de las actividades militares estadounidenses en Europa, independientemente de quién gane las elecciones presidenciales previstas para el 5 de noviembre entre Biden y Trump. Ambos candidatos dan prioridad al teatro asiático sobre el europeo, por lo que muestran una clara inclinación a delegar las tareas de seguridad en Europa en los Estados miembros de la estructura comunitaria, empezando por Alemania. Esta última ha puesto en marcha un sólido plan de rearme necesario para acreditarse como el gendarme estadounidense dentro del «viejo continente».

Se trata, como explicó el ministro alemán de Defensa, Boris Pistorius, de hacer que el país esté «preparado para la guerra en 2029», ya que «no debemos creer que Putin se detendrá en las fronteras de Ucrania». Sin embargo, en términos de software (hombres y equipamiento básico), la Bundeswehr sigue siendo poco más que un «batiburrillo de campistas agresivos», como la calificó hace años un oficial británico. Así lo atestigua un reciente informe del Bundestag, que denuncia una escasez crónica y estructural de cascos, chalecos antibalas, chaquetas de invierno, etc.

El discurso cambia, sin embargo, si se considera la estructura de hardware (medios militares), destinada a absorber gran parte del programa de rearme de 69.000 millones de dólares aprobado por el gobierno de Berlín. Con efectos absolutamente perturbadores: Rheinmetall ha visto aumentar el valor de sus acciones en más de un 500% desde el estallido del conflicto ruso-ucraniano, garantizando dividendos proporcionales a un accionariado de alrededor del 25% formado por intereses financieros estadounidenses del calibre de BlackRock, Bank of America, Goldman Sachs y Capital Group.

La penetración financiera estadounidense corresponde a una soldadura -gracias al sistema de subcontratación- entre las grandes empresas armamentísticas alemanas y el «complejo militar-industrial» estadounidense, con el que el gobierno de Berlín ha firmado no menos de 380 contratos. De ello se deduce que «el rearme alemán (y europeo) es ante todo un gran negocio para una pequeña élite industrial, a menudo inseparablemente vinculada a la industria bélica y a los grupos financieros estadounidenses. Agitar el coco ruso sirve para enriquecer a las grandes empresas estadounidenses, con la participación de la élite empresarial europea, a expensas de todos los demás».

Alemania se alinea así con los dictados atlantistas, aun a costa de sacrificar intereses económicos nacionales vitales. Lo mismo ocurre con la Unión Europea en su conjunto; la reconfirmación de Von der Leyen como Presidenta de la Comisión Europea y el nombramiento de la estonia Kaja Kallas como Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad son prueba inequívoca de ello.

*Giacomo Gabellini, ensayista e investigador independiente especializado en asuntos de la economía y la geopolítica.

Artículo publicado originalmente en lAtidiplomatico.

Foto de portada: El canciller Alemán, Olaf Scholz, con un parche en el ojo tras una caída. BPA | REUTERS.

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