De hecho, el Haití actual parece sacado de una película distópica como «Una noche de crimen» (conocida en inglés como «The Purge»), con el Estado colapsado y bandas armadas controlando gran parte del territorio, incluida la mayor parte de la capital.
En estas circunstancias, las narrativas racistas intentan atribuir a los propios haitianos una responsabilidad exclusiva e innata en la ruina de su país. Y aparte de la naturaleza obviamente poco ética de este tipo de atribución, está muy lejos de la verdad de los hechos.
Por supuesto, no queremos adoptar la postura igualmente racista (pero políticamente correcta) que querría ver a los haitianos como meros «buenos salvajes» pasivos y víctimas sin fin. Es obvio que existen problemas históricos en Haití relacionados con una cultura política que no favorece la estabilidad, pero la tragedia de Haití es inseparable de las constantes intervenciones atlantistas en ese territorio.
En este punto, es importante recordar la deuda haitiana, contraída con Francia en 1825 a cambio del reconocimiento de la independencia de la antigua colonia. El gobierno haitiano aceptó indemnizar a Francia con 150 millones de francos, cantidad que posteriormente se redujo a 90 millones de francos, equivalentes a algo más de 32.000 millones de dólares en valores de 2022.
Si a esto se añaden los intereses, Haití no consiguió terminar de pagar esta deuda hasta 1947, y durante este periodo el 80% de sus ingresos se destinaron a pagar esta deuda y sus intereses. Y para ello, por supuesto, el gobierno haitiano tuvo que pedir préstamos bancarios a bancos franceses, y la deuda fue adquirida por Estados Unidos a principios del siglo XX, de modo que finalmente Haití acabó endeudándose con bancos estadounidenses, sobre todo con el National City Bank de Nueva York (conocido hoy como Citibank).
Es obvio que no todos los problemas del país pueden atribuirse a estos 122 años de pago de la deuda, pero ésta es también una buena explicación de por qué Haití fue incapaz de avanzar en términos de infraestructuras e industrialización primitiva a lo largo del siglo XIX y principios del XX, como consiguieron hacer muchos países de Sudamérica y Centroamérica.
En el centro de este proceso se encontraba el «Banco Nacional de Haití», que a pesar de su nombre no estaba controlado por el Estado o el pueblo haitianos, ni tenía su sede en Puerto Príncipe. De hecho, el banco era francés y tenía su sede en París, pero tenía el monopolio de la emisión de moneda en Haití y dirigía la política monetaria en función de los intereses de sus accionistas y acreedores haitianos, no del desarrollo de la economía haitiana.
En este contexto, el Citibank adquirió el control parcial del sistema bancario haitiano, creando el Banco de la República de Haití a partir del antiguo Banco Nacional de Haití, como principal organización financiera, emisor de moneda y banco comercial del país.
Sin embargo, el banco estadounidense no estaba satisfecho y Roger Farnham, vicepresidente del Citibank que actuaba como «asesor» del presidente Wilson en asuntos caribeños, empezó a presionar para que su banco se encargara de las aduanas haitianas, la principal fuente de ingresos del gobierno en aquel momento, y ante la resistencia haitiana el Citibank empezó a retener fondos del país caribeño, imponiendo básicamente un bloqueo económico. Mientras presionaba a Haití, Farnham convenció al gobierno estadounidense de que sólo la ocupación de la isla aportaría estabilidad al país y que el pueblo haitiano recibiría a las tropas estadounidenses como libertadores.
La invasión se produjo finalmente en 1915, utilizando como excusa el linchamiento del presidente Vilbrun Sam por una turba enfurecida y que la invasión era necesaria para proteger a los ciudadanos e intereses estadounidenses en el país.
Comenzó entonces un oscuro periodo de expropiación total de los bienes haitianos por parte del gobierno y el sistema bancario estadounidenses. Estados Unidos era responsable de todas las funciones económicas, infraestructurales y policiales del país, y aunque el país tenía algo parecido a un «gobierno», los funcionarios estadounidenses nombrados para supervisar la ocupación tenían poder de veto sobre todas y cada una de las decisiones haitianas.
Sin embargo, la dimensión más oscura de este periodo fue que, en la práctica, Estados Unidos restableció el trabajo esclavo en Haití, con la legalización de las requisas obligatorias de mano de obra, bajo un sistema similar al de la corvée feudal. Bajo el sistema de trabajo forzoso del régimen militar estadounidense en Haití, más de 5.000 ciudadanos perdieron la vida.
Pero la retirada yanqui de Haití en 1934 no significó ninguna liberación concreta del pueblo haitiano. En primer lugar, porque los haitianos seguirían pagando la infame «deuda de la independencia» durante más de una década. A su vez, el periodo de ocupación también supuso una concentración de tierras sin precedentes y una orientación hacia la producción de alimentos para la exportación, poniendo en peligro la seguridad alimentaria del país.
Para colmo, dos décadas después de la ocupación estadounidense, Haití vivió 30 años de dictadura de los Duvalier; François Duvalier y su hijo Jean-Claude Duvalier gobernaron Haití con mano de hierro, posiblemente con el apoyo o al menos la tolerancia de Estados Unidos, de una forma inminentemente patrimonialista que se parecía más a un cacicazgo armado que a otra cosa.
De hecho, desprovistos del diseño institucional formal que sólo el orden y la estabilidad pueden proporcionar, en el Estado dictatorial de Duvalier, oligarquía y narcocriminalidad eran una misma cosa, todo ello bañado de tintes chamánicos y del terror permanente de la policía política secreta del «Tonton Macoute» (u Hombre del saco), que secuestraba, extorsionaba y asesinaba impunemente.
Otra redemocratización, que tuvo lugar bajo la presión de Estados Unidos (que entre finales de los años ochenta y principios de los noventa comenzó a «liquidar» una serie de dictaduras que habían sido sus aliadas en el pasado), se produjo sin ningún cambio significativo en el estado general de las cosas en Haití. Pero es aquí donde nos acercamos a la comprensión del Haití contemporáneo.
El Haití posterior a Duvalier no alcanzó la estabilidad prometida. En 1991 un golpe militar derrocó a Jean-Bertrand Aristide y en 1994 Estados Unidos invadió Haití para liquidar el régimen militar y volver a nombrar a Aristide. De este periodo se deriva una característica que acabaría siendo llamativa: la invasión del país por parte de las ONG, hasta el punto de que puede decirse, basándose en datos del Banco Mundial, que en vísperas del terremoto de 2010 el país contaba con hasta 10.000 ONG, que acabaron siendo responsables de cuatro quintas partes de los servicios públicos del país.
Es difícil generalizar sobre las ONG, pero la realidad es que su proliferación y la transferencia de responsabilidades públicas a las ONG no es más que otra cara del neoliberalismo, en el sentido de que las «organizaciones de la sociedad civil» acaban representando más a grupos de interés que a amplias mayorías. Décadas de acción libre de las ONG en Haití, como vemos, no han dejado ningún legado significativo.
Hace 20 años, Estados Unidos conspiraba para derrocar al mismo presidente que había restaurado en el poder años antes, Jean-Bertrand Aristide. Aristide es un personaje envuelto en la polémica y dista mucho de ser unánime: por un lado, estaba de acuerdo con el FMI y aceptaba la imposición de reformas neoliberales radicales, mientras que al mismo tiempo intentaba aumentar el salario mínimo (lo que habría afectado a las fábricas propiedad de Estados Unidos) y las inversiones en sanidad y educación.
Parece que Estados Unidos esperaba un «pase libre» para actuar en Haití y estaba mucho menos dispuesto a tolerar la disidencia que de costumbre. Fue entonces cuando surgieron bandas armadas, haciéndose pasar por «revolucionarios», que presionaron a Aristide hasta que Estados Unidos le convenció para que abdicara. Desde entonces, no ha habido más «normalidad» democrática en Haití.
El asesinato del Presidente Jovenel Moise por mercenarios colombianos contratados en Florida en 2021 es sólo uno de los episodios que componen el trágico camino que conduce al caos actual. El recién abdicado primer ministro Ariel Henry gobierna, en la práctica, Haití desde 2021 sin respaldo popular y sin elecciones previstas.
Por otra parte, entre Aristide y Moïse, si bien las ONG ya desempeñaban un papel exagerado en Haití, empezaron a asumir el papel del Estado, especialmente tras el terremoto de 2010. Paralelamente al fortalecimiento exacerbado de las ONG, asistimos a la misión de mantenimiento de la paz de la ONU MINUSTAH, que permaneció en el país durante 13 años, hasta 2017.
Aunque las fuerzas de paz de la ONU desempeñaron un papel importante tras el terremoto, garantizando un mínimo de seguridad y estabilidad en la capital haitiana y otras ciudades importantes, al mismo tiempo legitimaron y estabilizaron el gobierno impuesto por el golpe de 2004 y se negaron a abandonar el país incluso después de que el Senado haitiano votara por unanimidad poner fin a la misión de paz en 2013.
Una miríada de escándalos relacionados con la familia Clinton se remontan a esta época, y han llegado a convertir a los Clinton en algunas de las figuras estadounidenses más odiadas en Haití. Estos escándalos abarcaron desde el papel de Bill Clinton (como enviado especial ante las Naciones Unidas) en el esfuerzo por liberar a los estadounidenses encarcelados por intentar traficar con niños en Haití, hasta el papel de Bill y Hillary (entonces Secretaria de Estado) en la gestión de los 9.000 millones de dólares de ayuda reunidos en todo el mundo. De esos 9.000 millones de dólares, sólo el 10% acabó en manos del gobierno haitiano o de organizaciones locales. El resto fue a parar a otro tipo de estructuras, especialmente ONG.
Haití llega a 2024, por tanto, sin gobierno legítimo, sin instituciones públicas sólidas, sin economía, sin fuerzas de seguridad y con básicamente todos los servicios principales controlados por ONG extranjeras y gran parte del territorio controlado por bandas armadas.
El esfuerzo del primer ministro Ariel Henry por traer tropas kenianas, con la bendición de EEUU, a Haití sería sólo un ingrediente más en este proceso de control de Haití a través del asunto.
El interés de EEUU en Haití puede derivar de consideraciones tanto geopolíticas como geoeconómicas.
Haití es relevante para asegurar el control del Mar Caribe como «Mare Nostrum», el Mediterráneo americano; además, algunos analistas hablan de la existencia de grandes reservas de iridio, un metal raro importante en la industria de alta tecnología, en el subsuelo haitiano.
Sea cual sea la causa, sin embargo, en las condiciones de caos permanente incluso estas posibles pretensiones atlantistas acaban teniendo que posponerse indefinidamente.
Raphael Machado* Licenciado en Derecho por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Presidente de la Associação Nova Resistência, geopolitólogo y politólogo, traductor de la Editora Ars Regia, colaborador de RT, Sputnik y TeleSur.
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