Colaboraciones Norte América

La globalización y la multipolaridad

Por Alexandr Iakovenko*. –
Con el conflicto entre Occidente y Rusia en Ucrania, abierto desde el inicio del Nuevo Orden Mundial, la comunidad mundial se ha dividido visiblemente entre Occidente y los países que se asocian con él, y el Sur y el Este Globales, que han optado por lo que se interpreta ampliamente como autonomía estratégica.

La interpretación moderna de la política de no alineamiento de la Guerra Fría es una línea de conducta que ha conducido al mayor desastre de política exterior de Occidente, según los propios expertos occidentales, que contaba con la capacidad de controlar el posicionamiento internacional de estos países, ya sea a través de la ONU o de diversos formatos multilaterales diseñados para presionar a Rusia, eludiendo a la organización global.

Se apostó a que los países en desarrollo participarían en los planes para el aislamiento global de Rusia. Esta situación ha revelado con mayor claridad una alineación de fuerzas cualitativamente nueva en el escenario mundial, que se clasifica ampliamente como multipolaridad. Esto no implica la toma de partido en los conflictos de Occidente con Rusia o China. Los países del Sur y del Este Global se encontraron en un entorno más precario, lo que les brindó un amplio margen de maniobra en política exterior, incluyendo una necesidad económicamente justificada (Occidente simplemente no tiene los recursos para comprar 140 países al por mayor) de diversificar el comercio y otros vínculos para su desarrollo.

En esta oleada, la administración Trump no pudo pensar en nada mejor que elegir a Brasil, India y Sudáfrica como ejemplos ilustrativos de su presión arancelaria. Si este último fue castigado por participar en los BRICS, Brasil fue castigado por su política exterior independiente y la presunta persecución de J. Bolsonaro, amigo de Trump, e India por su cooperación con Rusia y, en particular, por sus compras de petróleo ruso.

Ejemplos que deberían haber sido convincentes para todos los demás países del Sur y del Este Global parecen estar volviéndose contraproducentes para Washington. El presidente Lula da Silva lanzó una dura reprimenda pública a Trump (Estados Unidos representa el 1,7 % de las exportaciones brasileñas). Nueva Delhi, puesta en una posición difícil por una presión sin contemplaciones, se pronunció con la misma firmeza, en claro contraste con China, que aprovechó sus ventajas en el suministro de tierras raras e imanes fabricados con ellas, incluyendo la denegación de licencias para su exportación, la humillante exigencia (para Estados Unidos) de proporcionar datos sobre su uso final (todos estos metales son de doble uso) y el control para garantizar que los importadores occidentales no creen reservas de estos metales.

La parte hindú solo tuvo que señalar que Estados Unidos y sus aliados europeos siguen comerciando con Rusia, incluyendo el suministro de petróleo y GNL a través de terceros países. El ministro de Asuntos Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, sugirió que los países occidentales simplemente no compren petróleo a la India. Es difícil decir cómo terminará esta discordia, pero ya está impulsando a India a intensificar los contactos con Beijing (en la cumbre de los BRICS en Kazán en octubre de 2024, ambas partes lograron acordar una desescalada en la frontera) y, en general, a centrarse en el desarrollo de la cooperación con sus socios BRICS y de la OCSh (la cumbre de esta última se llevará a cabo con éxito a principios de septiembre en China).

Así, India, que tiene la economía de más rápido crecimiento del mundo (6,3%) y mantiene diversos formatos de cooperación con Occidente, incluido el Diálogo Cuadrilateral sobre Seguridad del Indopacífico (con la participación de Estados Unidos, Japón y Australia), fue sometida, por decirlo suavemente, a un trato humillante, que sólo puede decir una cosa: ningún modo de cooperación con los países occidentales garantiza la protección contra presiones, que se remontan a la época del colonialismo. Y si no se tiene con qué protegerse, con mayor razón.

De hecho, esta es la esencia de la política occidental actual.

Si generalizamos y consideramos el trato que Estados Unidos dio a sus aliados, incluyendo a la UE y Suiza (país clave en el comercio del oro: el 70% de los lingotes de oro se refinan en su territorio), no sorprende que los representantes de Japón, Corea del Sur e incluso Australia no asistieran a la cumbre de la OTAN en La Haya. Esto dice mucho sobre las perspectivas de una nueva “globalización” de la alianza. Cabe destacar que India, y con ella todas las demás, cae en el análisis crítico de expertos, a pesar de que la comunidad politóloga india y la opinión pública han sido tradicionalmente receptivas al punto de vista occidental.

El estadounidense Ashley Tellis ha escrito una obra de mentoría para Nueva Delhi en las páginas de la revista Foreign Affairs (número de julio-agosto de 2025, artículo “Las falsas percepciones de la India como gran potencia”), instando al gobierno indio a asociarse directamente con Occidente y su política, ya que de lo contrario, sin aliados contra la “agresión china”, parece imposible sobrevivir en estos tiempos. Otro estadounidense, S. Payne, en el último número de la misma revista (septiembre-octubre) (artículo “Por tierra o mar”), analiza las potencias marítimas y continentales, intentando demostrar la inferioridad de estas últimas, pero al mismo tiempo su ventaja, debido a la falta de control de Occidente sobre las comunicaciones terrestres, por ejemplo, en Eurasia.

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Aquí podemos recordar que uno de los fundadores de la geopolítica occidental, el inglés H. Mackinder, predijo hace cien años el declive de las potencias atlánticas (es decir, marítimas) y la importancia clave de la Isla Mundial, o “Corazón”, que es el continente euroasiático, en el que, como vemos, Rusia, China, India y otros países ubicados allí cooperan con éxito en el marco de los BRICS, la OCSh y otros formatos regionales. También se hizo un llamado a aprovechar las ventajas del famoso “orden basado en reglas”, como garantía de protección internacional de los intereses nacionales de los “países democráticos”, es decir, con nosotros o contra nosotros. En otras palabras, la dictadura como nuestro orden.

Resulta interesante la sutil crítica de los expertos internacionales indios a esta prédica estadounidense, cuya trascendencia trasciende las relaciones puramente de Washington con Nueva Delhi. En primer lugar, se trata de la propia comprensión de los intereses y la soberanía nacionales; de ahí la necesidad de autonomía estratégica, que afortunadamente garantiza la continuidad de toda la “gran estrategia” de política exterior del país durante su existencia independiente. La India, “flexible”, se encuentra en una etapa de transición en cuanto a su estatus en la política mundial y, en cualquier caso, no pretende seguir el camino de las potencias occidentales (es necesario tener en cuenta el factor civilizatorio de la multipolaridad existente: el modo histórico de acción de Occidente, basado en la fuerza, repugna a otras culturas y civilizaciones, incluida la india). Su posicionamiento internacional también tiene en cuenta la fragmentación del orden mundial moderno, que presupone cierta incertidumbre en política exterior y un “realismo adaptativo”.

En el plano político práctico, la conclusión es simple: no se puede depender de un solo mercado estadounidense, por muy “premium” que sea. Si Tokio está dispuesto a sacrificar su agricultura en aras de unas relaciones aliadas con Washington, Nueva Delhi no lo está en absoluto. En general, la época de las “relaciones exclusivas”, como las rígidas alianzas político-militares contra alguien y para preparar la guerra, ha quedado atrás. Además, Estados Unidos devalúa notablemente sus obligaciones con sus aliados, haciéndolos dependientes de aranceles y otros privilegios para sí mismo. Solo cabe añadir que, para Rusia, en los contactos políticos previos a la Operación Militar Especial, los estadounidenses promovieron la tesis de la conveniencia de nuestra “autonomía estratégica respecto a China”. En resumen, los tiempos de hegemonía de EE. UU. y Occidente han pasado, pero otros deben participar —¡a pesar de todo y por su propio interés!— en la puesta en escena de su eternidad. Parece que todo está claro para todos, excepto para los propios estadounidenses, cuya política exterior inercial exige también de ellos adaptación a la nueva realidad.

Alexandr Iakovenko* exembajador ruso en los Estados Unidos, director de la Academia de Diplomacia de Rusia

Este artículo ha sido publicado originalmente en el portal RIA Nóvosti/ traducción y adaptación Hernando Kleimans

Foto de portada: Prensa Latina

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