Asia - Asia Pacifico

La estructura dual de la región Asia-Pacífico y la competición sino-estadounidense

Ander Sierra*- La estructura de Asia-Pacífico se caracteriza por estar dividida en dos jerarquías: una económica liderada por China y otra relacionada con la seguridad encabezada por Estados Unidos.

Después de la II Guerra Mundial -contienda que puso fin a las ambiciones imperialistas niponas- Washington consiguió consolidar un papel casi hegemónico que le facilitó forjar una profunda influencia sobre las dinámicas regionales. No solo se convirtió en el principal garante de seguridad de países como Filipinas, Japón, Corea del Sur, Tailandia o Australia, sino que también se consolidó como una importante fuente de redes comerciales, inversiones y transferencias tecnológicas.

No obstante, el vertiginoso crecimiento experimentado por China en las últimas cuatro décadas ha socavado de forma progresiva el monopolio ejercido por Estados Unidos. El gigante asiático es en la actualidad el principal socio comercial de más de una docena de países y lidera numerosas iniciativas -especialmente relevantes son la Nueva Ruta de la Seda (BRI) o la Asociación Económica Integral Regional (RCEP)– que profundizan su rol como centro económico.

El objetivo de Beijing, además de impulsar su propio crecimiento, consiste en crear una zona de amortiguación para evitar la expansión de la influencia estadounidense o la creación de un bloque anti-chino. Para ello, pretende establecer una interdependencia asimétrica con los Estados vecinos que le permita fomentar la integración económica y construir una “Comunidad de destino compartido” en la que los intereses regionales y chinos permanezcan alineados. Los países asiáticos, como consecuencia, tendrán menos predisposición a confrontar directamente a China para no ver afectadas sus relaciones comerciales. De esta forma se expresó el propio Xi Jinping en abril de 2020: “debemos mejorar nuestra superioridad en toda la cadena de producción (…) y reforzar la dependencia internacional de China, formando una poderosa contramedida y capacidad de disuasión”.

El liderazgo chino en la estructura económica de Asia-Pacífico define en gran medida la forma de actuar de los países regionales. Uno de los ejemplos más significativos es el rechazo de los aliados de Washington a desplegar misiles de rango intermedio estadounidenses -con un alcance máximo de 5.000 kilómetros- en su territorio. El Comando del Indo-Pacífico señaló en un plan de inversión presentado ante el Congreso que establecer estos sistemas en la primera cadena de islas es necesario para poder “revertir las capacidades de anti-acceso y negación aérea (A2/AD) de un adversario [China] que limita la libertad de acción o el acceso a vías fluviales y espacio aéreo vitales”.

La dependencia de China, no obstante, hace que estos países se muestren recelosos por miedo a las represalias comerciales y militares que podría adoptar. En 2017, por ejemplo, Beijing estableció un boicot contra Corea del Sur al considerar que la instalación del sistema de defensa antimisiles estadounidense THAAD suponía una amenaza para su seguridad nacional. Si bien Seúl no revirtió su decisión, para contentar a las autoridades chinas se vio obligado a aprobar la política de los “tres noes”: no despliegues adicionales, no participar en las redes de defensa antimisiles estadounidenses y no establecer una alianza trilateral con Estados Unidos y Japón.

La administración Biden, en este contexto, considera que es necesario elaborar una estrategia que intensifique las alianzas existentes y reduzca el peso del gigante asiático en la estructura económica regional. El objetivo no reside en modificar la “trayectoria de China”, sino “dar forma” a su “entorno estratégico” para promover la “visión de un sistema internacional abierto e inclusivo”. En otras palabras: dado que es imposible alterar la visión que tiene Xi Jinping sobre el rol que su país debe jugar en el sistema internacional, Estados Unidos recurrirá a limitar la influencia china en Asia-Pacífico para restringir su margen de actuación.

En este sentido se pronunció Anthony Blinken el pasado 26 de mayo durante la presentación del nuevo enfoque hacia Beijing, construido sobre la estrategia “invertir, alinear y competir”. En el discurso concedido en la Universidad George Washington, el secretario de Estado anunció que el gobierno estadounidense ofrecerá a los países que tienen fuertes vínculos con el gigante asiático una alternativa a la “inversión opaca que endeuda a los países, aviva la corrupción, daña el medio ambiente, no genera empleo ni crecimiento local y compromete el ejercicio de los países de sus derechos y soberanía”.

Tres días antes del coloquio, Joe Biden presentó de forma oficial el Marco Económico del Indo-Pacífico (IPEF) dirigido a “expandir el liderazgo económico estadounidense”. La iniciativa, que fue presentada en Tokio, cuenta con la participación de trece países: Australia, Brunei, India, Indonesia, Japón, República de Corea, Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas, Singapur, Tailandia, Vietnam y Fiyi.

Existen tres puntos a destacar en la lista de Estados que integran el IPEF.

Primero. El hecho de que tenga representación de todas las subregiones se presenta como una victoria diplomática de Estados Unidos. La competición con China se está desarrollando en un teatro muy amplio que incluye el Pacífico Sur, el Sudeste Asiático, Asia Oriental y Asia Meridional.

Segundo. Relacionado estrechamente con el punto anterior, la adhesión de India es especialmente relevante dado que se presenta como uno de los países más importantes del tablero geopolítico global. Si bien no se ubica en Asia-Pacífico, la administración Biden necesita mantener unas relaciones amistosas con Nueva Delhi para contener a China.

Tercero. La ausencia de Taiwán se debe a que su inclusión podría haber impedido la incorporación de aquellos países que buscan evitar antagonizar frontalmente con el gigante asiático.

Asimismo, el nombre también supondría un problema para Estados Unidos. Incluir a la “provincia rebelde” con el seudónimo de Taiwán sería percibido por Beijing como un apoyo público a la independencia taiwanesa. Hacerlo bajo la nomenclatura de la República de China (ROC) sería reconocer explícitamente la soberanía de la República Popular sobre la isla de Formosa. E invitar al gobierno de Tsai Ing-wen como si fuera un territorio, al igual que ocurre en la Organización Mundial del Comercio (OMC), seria menospreciar el estatus internacional de Taiwán.

No obstante, Estados Unidos ya ha anunciado que profundizará los lazos con Taipéi -concediendo especial énfasis a los “temas de alta tecnología”-, un socio cada vez más importante dada la feroz competición que se está gestando en la industria de los semiconductores.

Los países de Asia Pacífico, en particular los del Sudeste Asiático, llevan años presionando a Washington para que elabore una estrategia que facilite una mayor involucración en los asuntos económicos de la región. Desde que la administración Trump abandonó en 2016 el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP), Estados Unidos no forma parte de ningún tratado multilateral. China, mientras tanto, ha solicitado adherirse al Acuerdo Progresivo e Integral para la Asociación Transpacífica (CPTPP) y al Acuerdo de Asociación de Economía Digital (DEPA), ha conseguido materializar la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) -la zona de libre comercio más grande del mundo- y ha intensificado la cooperación en el marco de la Nueva Ruta de la Seda pese a los problemas inherentes a la iniciativa. El gigante asiático, en definitiva, se está consolidando como el mayor polo económico de la región que le permitirá tener un mayor protagonismo en la elaboración de las normas y los estándares del futuro.

El IPEF es un intento de solucionar este vacío. Tiene cuatro objetivos principales. (A) Implementar “reglas de alto nivel” en la economía digital y defender unos “estándares laborales y ambientales sólidos”. (B) Garantizar la resiliencia de las cadenas de suministro en los sectores clave y “coordinar los esfuerzos de diversificación”. (C) Desarrollar medidas para cumplir regímenes fiscales y luchar contra la corrupción. (D) Impulsar la energía limpia, la descarbonización y las redes de infraestructuras “que promuevan empleos bien remunerados”.

Relacionado con este último punto, la administración Biden también presentó junto con los miembros del G7, en julio de 2021, la iniciativa Build Back Better World (B3W) con el objetivo de movilizar “cientos de miles de millones de dólares en inversión en infraestructura para países de ingresos bajos y medianos”. B3W trata de diferenciarse de la Nueva Ruta de la Seda al presentarse como un proyecto “impulsado por los valores”, que defiende la “buena gobernanza y los estándares fuertes” y que “es amigable con el clima”. Washington y sus aliados quieren capitalizar el malestar que se ha producido en torno al BRI desde que se implementó en 2015, sobre todo en relación a la falta de transparencia, la imposición de condiciones draconianas o la poca protección de unos estándares medioambientales mínimos. Si bien hay debate sobre el alcance geográfico, es previsible que lidere la visión estadounidense de centrarse especialmente en Asia-Pacífico y América Latina.

No obstante, las iniciativas de Estados Unidos no son la panacea. Washington siempre se muestra receloso de aprobar acuerdos de libre comercio, que es precisamente lo que solicitan una gran parte de los países de la región, por la posible destrucción de empleos domésticos que podrían conllevar. Una investigación elaborada en 2016 por la Universidad de Tufts, por ejemplo, estimó que continuar en el TTP podría provocar una caída del 0.54% del Producto Interior Bruto (PIB) estadounidense, así como la pérdida de 440.000 puestos de trabajo. Si bien es difícil medir algo que no ha ocurrido, informes como el de Tufts están muy presentes en el ideario político nacional. De hecho, el comunicado del IPEF remarca que la iniciativa “garantizará que los trabajadores, las pequeñas empresas y los ganaderos estadounidenses puedan competir en el Indo-Pacífico”. El 8 de noviembre se celebran las elecciones al Senado y la administración demócrata no se puede permitir el lujo de perder votos.

El IPEF, por tanto, no está dirigido a reducir las tarifas para favorecer el comercio transpacífico. Tampoco da un mayor acceso al mercado estadounidense. Es más bien un proyecto a medio hacer para afirmar su compromiso con la región, pero sin querer otorgar grandes concesiones. Asimismo, una vez se inicien las conversaciones para desarrollar los cuatro pilares mencionados, no es seguro que todos los participantes tengan interés en la idea de garantizar los altos estándares ambientales, laborales o de economía digital, entre otros. Algo similar ocurre con el B3W. Los países en vías de desarrollo generalmente prefieren financiación con pocas condiciones en lugar de aceptar los “valores democráticos”, la “transparencia” o las “normas internacionales” occidentales.

China, como es evidente, reacciona. Además de reforzar su participación en la jerarquía económica, también anhela aumentar su influencia en la estructura de seguridad. Los últimos dos meses son una buena prueba de ello. Ha firmado un acuerdo de cooperación policial y militar con las Islas Salomón que le abre la puerta a establecer una base naval en el país insular. El ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi, durante su gira oficial por el Pacífico Sur, intentó firmar un tratado de seguridad a nivel regional con diez países. Si bien no consiguió materializar la firma, Beijing sigue pensando que puede revertir la situación en un futuro próximo. El Ejército Popular de Liberación (EPL) podrá utilizar de forma exclusiva una parte de la base naval de Ream, ubicada en Camboya, a poca distancia del Mar del Sur de China, según informa The Washington Post. El gigante asiático también tiene un inconveniente en este aspecto: pese a los avances, no puede competir vis a vis contra la red de alianzas que Estados Unidos ha tejido desde el fin de la II Guerra Mundial.

En suma, la estructura dual de Asia-Pacífico guía las dinámicas regionales. Estados Unidos y China lideran una de las jerarquías e intentan aumentar su influencia en la del rival. Las dos iniciativas adoptadas por Washington desde la llegada de Joe Biden a la presidencia y los últimos movimientos de Beijing han de entenderse bajo esta lógica.

*Artículo publicado originalmente en Decifrando la Guerra.

Ander Sierra es parte del equipo periodistico del medio citado y escribe sobre Asia Pacífico.

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