África

La danza diplomática de Ramaphosa con Trump: ¿éxito o fracaso?

Por Ronak Gopaldas*-
Entre la extinción de incendios y los fuegos artificiales, la delegación de Sudáfrica hizo lo suficiente para cumplir sus objetivos estratégicos.

La reciente reunión entre el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa y el presidente de los Estados Unidos (EE. UU.), Donald Trump, en la Casa Blanca desencadenó una previsible oleada de reacciones y comentarios.

Algunos elogiaron la compostura y la moderación de Ramaphosa bajo presión, mientras que otros criticaron la falta de resistencia y lo consideraron excesivamente cauteloso. Más allá de su teatralidad, la reunión debe evaluarse en función de sus objetivos.

Un marco útil proviene del modelo psicológico de la efectividad relacional, que evalúa interacciones complejas en tres dimensiones: el objetivo, la relación y el respeto por uno mismo. El principio subyacente es simple: en interacciones de alto riesgo, rara vez es posible optimizar las tres. Es necesario encontrar soluciones intermedias, y el éxito depende de identificar correctamente la jerarquía de prioridades y actuar en consecuencia.

Consideremos la analogía de un inquilino que se enfrenta al desalojo. Si el propietario amenaza con rescindir el contrato de arrendamiento sin alternativas inmediatas, la atención se desplaza. Obtener una prórroga (el objetivo) se convierte en la prioridad. Preservar la relación queda en segundo lugar, y defender el orgullo o una postura moral (autoestima) en último lugar. La supervivencia prima sobre los principios. La misma lógica se aplica a la diplomacia.

Aplicar esto al compromiso Ramaphosa-Trump requiere primero identificar los objetivos estratégicos de Sudáfrica. Las relaciones entre ambos países se han deteriorado significativamente en los últimos años y se encuentran en su punto más bajo. La molestia de Washington no ha sido un secreto, y el riesgo de represalias diplomáticas o económicas ha sido inminente.

Así pues, el objetivo principal era claro: estabilizar o restablecer las relaciones, reducir las tensiones y preservar el espacio para el diálogo comercial y diplomático. Fue un ejercicio de control de daños. Esto, más que la relación o la autoestima, era la prioridad clave que la delegación sudafricana debía cumplir. El objetivo era evitar que la relación se deteriorara aún más y establecer una plataforma, por mínima que fuera, para un diálogo futuro eficaz.

Visto desde esta perspectiva, el resultado fue un éxito rotundo. La reunión mantuvo las líneas de comunicación, a la vez que evitó el peor escenario posible: una ruptura total de las relaciones.

El eje secundario de análisis —la relación— considera la calidad del diálogo bilateral en la sala. Si bien los vínculos entre Estados Unidos y Sudáfrica se basan en canales formales, la dinámica personal fue crucial en este caso. El estilo de liderazgo de Trump, fuertemente centrado en la política personalista y la diplomacia performativa, a menudo subordina la sustancia a la química.

Ramaphosa pareció comprender esta realidad. La reunión comenzó con un tono cordial, con referencias informales al golf y a conocidos mutuos. Estos gestos, aparentemente triviales, fueron deliberados y calculados. El equipo de Ramaphosa comprendió claramente el estilo de interacción de Trump. El presidente también cedió ante los miembros de su delegación en ciertos asuntos, permitiendo a Trump interactuar con figuras con las que podía identificarse, evitando fricciones innecesarias.

Dada la imprevisibilidad de Trump y su tendencia a los arrebatos poco diplomáticos, un momento como el de Volodímir Zelenski era un riesgo. Que tal escenario no se materializara refleja en parte la serenidad y la comprensión de la situación de Ramaphosa.

Sin duda, la reunión en el Despacho Oval no iba a ser el tipo de encuentros de gran química que caracterizaron las reuniones de Trump con líderes como el primer ministro indio, Narendra Modi. Había mucha mala voluntad antes. Pero ese no era el objetivo de la delegación sudafricana.

Al gestionar una situación tensa sin generar mayor inestabilidad ni generar antagonismo personal, Ramaphosa superó una prueba difícil. Por supuesto, sería prematuro sugerir que la relación se ha reparado sustancialmente. Las diferencias subyacentes siguen sin resolverse, y el ambiente en Washington sigue siendo escéptico. El resultado puede no haber sido un punto de inflexión, pero sentó un punto de partida constructivo para el reinicio.

La última dimensión, el respeto por uno mismo, fue posiblemente la más limitada desde el principio. En un entorno caracterizado por el poder asimétrico y un trasfondo hostil, Ramaphosa siempre tendría dificultades para ser asertivo. Sabía que, para alcanzar su objetivo principal, se requería cierto grado de moderación e incomodidad.

Ramaphosa fue sometido a una provocación sutil y a un lenguaje en clave que, según muchos observadores, tenía connotaciones raciales. Sin embargo, resistió el impulso de involucrarse emocionalmente o a la defensiva. Evitó la confrontación, mantuvo la compostura y se concentró en el imperativo estratégico: dejar las conversaciones difíciles para fuera del ámbito público.

Los críticos en Sudáfrica se mostraron decepcionados porque no refutó las falsedades ni respondió con mayor contundencia a las provocaciones. Y la falta de un mensaje coherente por parte de la delegación sudafricana y la falta de uso de estadísticas para reforzar el contraargumento fueron un punto ciego.

Esta opinión tiene cierta validez. En ocasiones, Ramaphosa se mostró excesivamente cauteloso. Sin embargo, una respuesta combativa probablemente habría sido contraproducente, intensificando las tensiones y socavando el objetivo mismo que lo llevó allí. Preservar el espacio para futuras negociaciones requería mantener la calma.

A pesar de las imperfecciones, hay señales de que la relación puede estar avanzando hacia una base más constructiva, apuntalada por factores económicos y diplomáticos.

Cabe destacar tres señales positivas. En primer lugar, las negociaciones comerciales parecen haber avanzado. La oferta de Sudáfrica de un plan integral de comercio e inversión —que enfatiza las importaciones de gas natural licuado, minerales críticos y comercio digital, junto con una exención regulatoria para Starlink de Elon Musk— se dirigió claramente a la vocación negociadora de Trump. La alineación con los sectores estratégicos estadounidenses ofrece a la relación comercial una vía para pasar de una situación precaria a una viable.

En segundo lugar, fue notable la ausencia de cualquier referencia seria a la designación de Sudáfrica como “actor maligno” o a una alineación geopolítica más amplia, incluyendo el polémico caso de la Corte Internacional de Justicia. Este silencio podría reflejar el enfriamiento de la relación de Trump con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en particular tras su reciente visita a Oriente Medio . Sean cuales sean los motivos, Sudáfrica lo interpretará como un respiro diplomático.

En tercer lugar, los relatos de fuentes internas sugieren que, más allá del teatro del absurdo, las reuniones fueron en gran medida constructivas y cordiales, lo que indica una voluntad, al menos a puertas cerradas, de entablar un diálogo pragmático.

Entonces, ¿fue el viaje un éxito o un fracaso? Ramaphosa se adentró en un entorno hostil, se desenvolvió en un terreno político complejo y salió airoso sin perjudicar aún más los intereses estratégicos fundamentales de Sudáfrica. En cuanto al eje del objetivo —sin duda el más crítico—, cumplió con creces.

En el ámbito relacional, gestionó una dinámica volátil con pragmatismo. En cuanto al respeto propio, absorbió cierta incomodidad táctica para proteger las prioridades nacionales más amplias.

Sin duda, la labor diplomática se centró menos en fuegos artificiales y más en combatir incendios. Y aunque la reunión en el Despacho Oval logró ambos objetivos, la delegación sudafricana hizo lo justo para cumplirlos.

*Ronak Gopaldas, consultor de la ISS

Artículo publicado originalmente en ISS Africa

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