En Etiopía, continúan desgranándose las denuncias por las mayores atrocidades en la intervención militar en la región de Tigray. Un pretendido paseo para las tropas etíopes que se ha convertido en un riesgo para la estabilidad de la región. En Uganda, fortalecido por su pretendida victoria electoral, Museveni muestra la máxima expresión de su carácter y mientras jura el cargo de presidente se despliega una amplia operación represiva contra la oposición. Y, al mismo tiempo, en África central vuelve a tomar fuerza la tendencia a las dinastías republicanas que dejan el poder en la familia, más allá de las elecciones.
La huida hacia adelante de Etiopía
Los motivos esgrimidos por la Junta Nacional Electoral de Etiopía (NEBE, por sus siglas en inglés) para retrasar las elecciones parlamentarias previstas para el próximo 5 de junio han sido técnicos, pero eso no impide que esa noticia añada piedras al lastre que sigue hundiendo el prestigio del régimen del primer ministro Abiy Ahmed. El anuncio de esta decisión pude parecer apenas una anécdota cuando continúan acumulándose denuncias sobre las brutales violaciones de derechos humanos que se están produciendo en la región de Tigray.
La credibilidad del prometedor gobierno de Ahmed se desmorona de manera casi ininterrumpida desde el asesinato del cantante y activista oromo Haacaaluu Hundeessaa, el 29 de junio de 2020. El crimen tensó una de las costuras de la delicada convivencia en el estado etíope y el gobierno de Abiy Ahmed mostró una cara muy distinta a la que dibujaban sus valedores en las organizaciones internacionales y que le habían llevado en un tiempo récord a recibir el premio Nobel de la Paz.
Frente a las protestas por el asesinato de Hundeessaa, el gobierno apostó por bloquear las redes sociales y controlar cualquier información que saliese del país, sobre todo, las escasas noticias de la represión de las manifestaciones o de los confusos enfrentamientos entre milicias armadas y civiles en la región de Oromia. Después de esa primera sacudida de realidad se fueron poniendo al descubierto las tensiones entre los diferentes grupos de poder que habían posibilitado que Ahmed sustituyese a Hailemariam Desalegn, en abril de 2018.
Las elecciones parlamentarias previstas para agosto de 2020 se suspendieron mientras intentaba restablecerse la calma tras las protestas de diferentes grupos oromos. En aquella ocasión el argumento fue la pandemia y el riesgo de extensión del virus. Pero la decisión de aplazar los comicios fue el desencadenante de la que hasta ahora es la mayor crisis enfrentada por el gobierno de Ahmed y que ha empujado a un precario equilibrio a toda la región, la intervención militar de castigo en la región de Tigray.
La ofensiva, que se inició el pasado 4 de noviembre, como una respuesta a una escalada de violencia entre militantes del Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF) y las fuerzas armadas etiópes, ha estado marcada por un absoluto bloqueo informativo. De manera que, cuando las organizaciones y la prensa internacionales han desvelado ataques a civiles, matanzas o episodios de violencia sexual, las sospechas de que la incursión se está desarrollando con extrema brutalidad se han afianzado.
Las denuncias continúan, en las últimas semanas, por ejemplo, en relación a las acciones incontroladas de tropas eritreas que apoyan en secreto al ejército etíope o sobre el bloqueo de la asistencia humanitaria, que según las organizaciones internacionales, están generando las condiciones para una oleada de hambre que afectaría a 5,2 millones de personas en la región.
Una toma de posesión con poca esperanza en Uganda
Yoweri Museveni ha iniciado su sexto mandato en Uganda y lo ha hecho sin romper con la dinámica de los últimos compases de su anterior legislatura. De hecho, ha reafirmado una constante que marca de manera firme la seña de identidad de sus 35 años al frente del país. Dos días antes de la toma de posesión del cargo que se celebró el 12 de mayo, Kampala, la capital del país amaneció militarizada y se tomaron medidas para que las voces críticas más escuchadas y prestigiosas fueran neutralizadas. Más allá de los eufemismos, la policía y el ejército rodearon la vivienda de Robert Kyagulanyi Ssentamu, conocido como “Bobi Wine”, el líder opositor que disputó las últimas elecciones presidenciales de enero a Museveni. En una situación de arresto domiciliario de facto se encontró igualmente Kizza Besigye, el histórico opositor que ha plantado cara repetidamente al longevo presidente. Los medios de comunicación locales informaron, además, de una operación de arrestos masivos que se produjo en paralelo al sitio de las casas de los políticos críticos.
La campaña y las elecciones presidenciales celebradas en enero se desarrollaron en un clima de violencia y de limitación de las libertades que ha sido denunciado por organizaciones internacionales. A medida que avanzaba la contienda, las autoridades aumentaban la presión sobre los opositores. Sin embargo, la proclamación de los resultados que dieron como ganador a Yoweri Museveni no detuvo esta escalada de acoso político, algo que, fundamentalmente, Bobi Wine había denunciado repetidamente, y que se ha demostrado con la operación de seguridad paralela a la ceremonia del juramento del presidente. Esta represión sistemática y brutal ha llevado a algunos analistas a recuperar la imagen de los días más oscuros de Idy Amin. Inmediatamente después de las elecciones, mientras se estaban recontando los votos y antes de que se proclamasen los resultados, Bobi Wine ya fue retenido por la policía en su propia casa hasta que un tribunal determinó que ese arresto domiciliario era ilegal.
Todas estas medidas han provocado un deterioro de la imagen internacional del país, por lo que respecta al desprecio a las garantías democráticas. Curiosamente, según los medios locales, la respuesta a estas consecuencias estéticas negativas ha sido contratar a una empresa de relaciones públicas para mejorar la percepción del régimen de Museveni en el extranjero.
Controvertida cumbre para “financiar” las economías africanas
La epidemia de Covid19 está teniendo un severo impacto, más allá de la salud, en las economías mundiales y las africanas no están al margen de esta dinámica. No en vano diferentes organizaciones han alertado sobre la crisis de deuda que se ha ido cocinando en los últimos meses. El incumplimiento por parte de Zambia del pago de algunos de sus cupones de deuda en octubre de 2020 fue la prueba que algunos necesitaban, pero también dio la muestra de la magnitud y la realidad del desafío. Muchos otros países del continente se asomaban a ese mismo abismo en ese momento. De manera que se ha ido reforzando un nuevo enfoque: como son muchos los países que se encuentran en la misma situación, el problema ha pasado a ser de los deudores; y se exigen medidas para abordar la deuda de otra manera.
El pasado martes 18 de mayo, el presidente francés Emmanuel Macron, fue el anfitrión de una “cumbre para la financiación de la economías africanas”, a la que asistieron 21 jefes de gobierno y de estado africanos, además de representantes de instituciones internacionales. Entre los asistentes estaban los pesos pesados del continente y aunque el encuentro no estaba planteado para hablar de la deuda, exclusivamente, también fue uno de los temas. Se pretendía, más bien, buscar fórmulas para reactivar las economías africanas que resultaron ser mucho menos atrevidas de lo que se esperaba.
En todo caso, la cumbre desencadenado nuevas críticas. Sobre todo, las que tienen que ver con la gestión de la crisis del Covid19. La pandemia se ha planteado como el principal motivo de la actual encrucijada económica, pero al mismo tiempo continúa siendo la muestra más evidente de la desigualdad. Mientras unos lamentaban que los líderes africanos regresasen dóciles a París a postrarse a los pies de Macron, otros recordaban que el acaparamiento de los países del Norte había cerrado el paso a las vacunas a los países africanos, en los que menos del 3% de la población ha sido vacunada, mientras de fondo sigue sonando el debate sobre la desregulación de las patentes para hacer frente a la crisis sanitaria.
Racismo, lo último que faltaba en Cabo Delgado
El norte de Mozambique se ha convertido en una especie de agujero negro en el que se producen atrocidades que, en general, escapan de nuestra vista. Sin embargo, en los últimos meses Amnistía Internacional ha realizado y publicado diversas investigaciones que han puesto al descubierto algunos de los episodios más vergonzosos del conflicto que se desarrolla en Cabo Delgado.
Las operaciones de los grupos armados relacionados con el yihadismo en la provincia septentrional del país han provocado gravísimos ataques a la población civil que se está viendo desplazada. Pero la lucha contra esos grupos, que en gran medida se ha dejado en manos de mercenarios y empresas de seguridad internacionales, ha desvelado igualmente abusos recurrentes contra esa misma población.
El último episodio en un relato que parece estar forzando el límite de la crueldad, remite a un rescate en el que se impusieron los criterios raciales. Lo denuncia de nuevo Amnistía Internacional. Según esta investigación, 220 personas se refugiaron en un hotel de la ciudad de Palma huyendo de un ataque protagonizado en marzo por miembros del grupo Al-Shabaab. Una veintena de esos refugiados, expatriados blancos, junto con un selecto grupo de los civiles negros fueron rescatados por un una empresa de seguridad sudafricana. El resto, la mayor parte de los civiles negros sin una especial posición social, tuvieron que huir por sus propios medios y volvieron a caer en una emboscada de los grupos armados.
La sombra de las dinastías republicanas
El asesinato del presidente chadiano Idriss Déby Itno y su sustitución por uno de sus hijos, Mahamat Déby Itno, al margen de los criterios de sucesión en el poder establecidos por la Constitución, ha vuelto a llamar la atención por el fenómeno de las dinastías republicanas que algunos dirigentes del continente han construido en las últimas décadas.
Entre los casos más conocidos se encuentran el de Joseph Kabila, que ocupó el jugar de su padre Laurent-Désiré Kabila cuando esté fue asesinado en extrañas circunstancias, en un episodio con algunos paralelismos con lo ocurrido en Chad más recientemente. Otros ejemplos, más casos de sucesión dinástica se han producido en Gabón, donde Ali Bongo se convirtió en presidente a la muerte de su padre Omar Bongo; y en Togo, donde Faure Gnassingbé fue la baza de la familia para reemplazar a su padre Gnassingbé Eyadéma, que murió en 2005. Casualmente las familias Gnassingbé y Bongo ocupan el poder en Togo y Gabón respectivamente desde hace 54 años.
Sin embargo, el caso de los Déby no es el único episodio reciente. Las alarmas han saltado en un breve espacio de tiempo en Camerún y en la República del Congo. En el primer caso, el presidente Paul Biya, ostenta el cargo desde hace casi 39 años, y en los últimos meses, los medios prestan una atención creciente a su hijo mayor, Franck Biya, que hasta el momento no ha ocupado cargos públicos, pero según la opinión más generalizada es uno de los consejeros más influyentes de su padre. Incluso han emergido misteriosos movimientos ciudadanos que apoyan la sucesión. Hace años que las largas ausencias del veterano presidente hacen especular sobre su estado de salud y periódicamente (cada vez con más frecuencia) se extienden rumores sobre su muerte.
El perfil de Denis Christel Sassou-Nguesso, hijo del presidente Denis Sassou-Nguesso, es ligeramente diferente, ha ocupado distintos cargos públicos y acaba de ser nombrado ministro en el último gobierno de su padre que, por cierto, acaba de ganar unas elecciones con más de 88% de los votos. El progenitor acumula 37 años en el poder en dos etapas. El hijo ha aparecido en varios de los escándalos de corrupción y de desvíos de fondos del gobierno del Congo que diferentes organizaciones han denunciado. Su último nombramiento se ha entendido como una preparación de la sucesión.
Notas:
* Ciberactivista, periodista y amante de las letras africanas. Co-fundador de Wiriko. Licenciado en Periodismo (UN), postgraduado en Comunicación de los conflictos y de la paz (UAB) y Máster Euroafricano de Ciencias Sociales del Desarrollo: Culturas y Desarrollo en África
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/